Política
Yolanda Díaz, o cómo unir riqueza y humanidad en un mismo discurso
Yolanda Díaz comparece, tras la marcha de Iglesias, en la Comisión de Trabajo con un discurso que invita a una nueva forma de gobernar, en la que pone los derechos humanos como centro del trabajo.
«Me gusta mucho esa mujer. No la conocía, la verdad. Pero la he escuchado hablar estos días y me ha encantado», decía la semana pasada una madre en una conversación de parque, cuando el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, amplió el terremoto en el ya movido escenario político y propuso a Yolanda Díaz como como futura candidata de Unidas Podemos a las próximas elecciones generales.
De Yolanda Díaz hablaba la madre trabajadora del parque y a la madre del parque –sobre todo– ha hablado este lunes Yolanda Díaz, la ministra de Trabajo y próxima vicepresidenta tercera que ha antepuesto su cartera, su área, a la vicepresidencia segunda que ocupaba Iglesias.
«Muchas mujeres no pueden tener empleo porque trabajan demasiado. Tenemos pendiente la revolución de los cuidados. […] Modernizar no es que las mujeres se incorporen al empleo, significa también que los hombres se incorporen al trabajo«, ha dicho en la Comisión de Trabajo, Inclusión, Seguridad Social y Migraciones en un discurso tranquilo para una etapa revolucionaria, en un discurso que, más allá de cómo resolver los problemas de una manera efectiva –que es lo que le han recriminado los diferentes grupos parlamentarios y quienes, menos el PP, le han trasladado su felicitación o consideración–, se ha centrado en señalar los problemas como una forma de empezar a trabajar o una forma distinta de gobernar. O, como ha dicho ella misma: «De elevar la política».
Lo ha sintetizado en una especie de viaje metafórico entre dos ciudades brasileñas: Fordlandia –sede de una antigua fábrica de caucho– y Uberlandia: «No se trata de un viaje cualquiera, es el viaje en el que se articula una sociedad que haga compatibles el trabajo decente, la protección social y el progreso tecnológico. Nosotros ya hemos iniciado ese viaje con los riders«. Recordaba también Díaz una frase de Simone Veil, en su «mariposeo por la clase obrera» durante su trabajo en fábricas: ante la imposibilidad de que el ser humano se convierta en cosa, habría que dejar el alma en una caja o en el reloj del control. «Pero no es posible –ha añadido la ministra–, el alma se lleva al taller y no podemos perderlo de vista, sea en el taller, en la bici o en la oficina. El trabajo humano es inescindible de la persona que lo presta».
Así, tras repasar las medidas adoptadas en la peor crisis por la que ha pasado España –SMI, ERTE, eliminación del despido por bajas médicas…–, la ministra ha marcado las líneas no de un área, sino de un gobierno: «Que nadie vea en mis palabras una actitud triunfalista, muy al contrario. Continuamos con los mismos problemas estructurales. El paro y la precariedad son el principal problema de España. Lo ha sido durante toda la democracia y lo sigue siendo ahora. Dar respuesta al problema del desempleo y la precariedad continúa siendo la principal asignatura pendiente de nuestra democracia, de nuestro país».
No ha sido un discurso de datos, ni de anuncios, ni de autobombo, sino de reflexión: «Es el momento de mirarnos al espejo aunque no nos guste lo que vemos. El desempleo y la precariedad nos separa del mundo, son un lastre que arrastra ya demasiadas generaciones, cuestiona nuestro modelo de convivencia. Nuestra democracia no será completa si no logramos que el mercado de trabajo sea un espacio de ciudadanía, y eso es imposible con las cifras de paro. Hoy, 42 años después, el derecho social por excelencia sigue sin ser completado. Es el momento de hacerlo».
Para ello, ha apelado al esfuerzo público y al acuerdo –del que no se ha bajado ni se bajará– y ha introducido un elemento fundamental de humanidad y derechos humanos: «Debemos ser modernas, no parecer modernas. […] Y ello no es un simple cambio de tecnologías, es incorporar a las políticas de trabajo los avances de los derechos humanos, que sitúan a la persona y la dignidad humanas en el centro del trabajo«.
De eso –ha insistido– dice hablar cuando habla de cambiar la vida de la gente: «A esto hemos venido, construir un futuro al que no mirar con resignación, extirpar, de los jóvenes especialmente, el abatimiento. Se lo hemos dicho alto y claro a la UE, y se lo digo a ustedes, señorías. […] Las políticas de trabajo también han de tener alma, el trabajo decente. [Necesitamos] un empleo estable, de calidad, con derechos, con un salario sobre el que edificar un proyecto de vida. Uberlandia es la tierra de la abundancia, de la fertilidad, donde el trabajo es fuente de riqueza y humanidad. Es un horizonte hacia el que caminar. Un sueño compartido. Entre todos y todas estamos haciendo camino al andar».
El discurso del PP, el más duro
Desde los grupos de la oposición, las principales críticas han estado enfocadas hacia cómo poner en marcha las medidas, la reforma de la negociación colectiva y el ataque al SEPE. Desde Bildu querían conocer si todas las actuaciones iban a pasar por el diálogo social –con la dificultad que ello conlleva para su aprobación–, como el abordaje de la reforma laboral o el aumento del SMI.
«¿Las propuestas van a ser consensuadas con la ministra de Economía?», preguntaban desde Ciudadanos. «Hay una mayoría suficiente para acabar con la reforma laboral. En los gobiernos donde hay muchas mujeres se pueden hacer muchas cosas a la vez», han afirmado desde Compromís. «No permanezca en el error de sus planteamientos políticos», le ha dicho el diputado de VOX, que ha denominado esta etapa como «tiempos de intriga e incertidumbre».
La intervención más dura ha sido la del PP, cuyo diputado Diego Movellán ha rectificado sus palabras sobre el nombramiento de Díaz tras la petición de la ministra por considerarlas «machistas». «Hablan mucho sobre igualdad en su partido y su propio líder nos ha dejado claro que ahí dentro las mujeres solo suben en el escalafón si se agarran bien fuerte a una coleta, que para eso son ustedes como el cuento de Rapunzel», había dicho Movellán.»Palabrería y poca gestión», «estilo de gobierno de Maduro», «felicitarla por desarrollar el comunismo», «abandone los mundos de Yupi»… son algunas expresiones con las que el PP ha respondido en la comisión. «Va a asaltar usted solita el cielo pero mandando al infierno a los desempleados […] Usted no es de fiar», ha finalizado Movellán.
La ministra ha puesto final a la comisión con un mensaje conciliador y de entusiasmo: «Me dicen que soy muy entusiasta. Vamos a intentarlo».
Yolanda Díaz es moderada en el tono. No es polemista como Iglesias. Vale: quizás sea algo bueno. Pero también puede que no sea lo apropiado. Solo fijémonos en la avalancha de demagogia, de palabrería vacía pero de tono grueso y provocador a la que ha tenido que hacer frente hoy. Soy de izquierdas y me gusta debatir con alguien de derechas que aporte argumentos. Me da la sensación de que alguna sensibilidad respetable, algo asimilable hay en tanta gente que no piensa como yo. Pero es difícil encontrar el cauce. Y más con estos políticos del PP y VOX, que, voluntariamente, son lo peor. A su lado Iglesias es versallesco. Después de escucharlos, pienso que, mientras lo que dice Iglesias es verdad o tiene un soporte en los hechos, lo de estos dóbermans mediáticos es solo insulto y carnaza para sus adeptos.
Tengo entendido que es más de la linéa «oficialista». No va a ser tan contestaria ni va a llamar a las cosas por su nombre como sí lo hace Iglesias. Pedro Sánchez seguro que estará más cómodo con ella.
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Voy a ser heterodoxo y disconforme con el pensamiento mediático, político y social dominante. No soy militante de Unidas Podemos. Puede que algún despistado y mal intencionado, que abundan en esta España nuestra todavía lo dude por el contenido de este artículo. Allá él. Soy militante del PSOE. ¿Está claro?
Sé que a no pocos de mi propio partido les va molestar lo que voy a escribir. Pero, tengo que hacer una defensa de Pablo Iglesias. Por cierto, sin él, Pedro Sánchez no sería presidente del gobierno de España. He observado que los ataques a Iglesias por parte de gente del PSOE han sido tan furibundos como los de la derecha. Y a veces incluso los superan, como los de Emiliano García-Page.
¿Por qué tal persecución mediática, política y jurídica a Unidas Podemos y a Pablo Iglesias? ¿Por qué tienen tanto miedo a este partido y especialmente a Pablo Iglesias? Yo tengo muy clara la respuesta. Hay gente detrás que no da la cara y que mueve los hilos. Grave amenaza para una democracia ser gobernado por poderes ocultos. Lo cual ocurre cuando los que firman no son los que mandan. Los que mandan hace tiempo que han decidido que Unidas Podemos y especialmente Pablo Iglesias desaparezcan de nuestro espacio político. Y hasta que lo consigan, no pararán. Y van por buen camino en sus propósitos.
Un profesor universitario de Historia Contemporánea recientemente me decía que ya se estudia en las Facultades de Ciencias de la Información el acoso continuo a nivel mediático a Unidas Podemos y especialmente a Pablo Iglesias.
Su chalet de Galapagar, que parece ha sido el gran problema nacional -mucho más que la Gürtel-, el cual que yo sepa, se lo paga él con su pareja, al haber suscrito una hipoteca, cuya cantidad todos hemos conocido. Para algunos puristas en este país la gente de izquierdas deberíamos vivir en una chabola y no ir a un restaurante a la carta y comer de bocadillo.
Yo lo tendría muy claro, y puede que también lo tenga Pablo Iglesias. «Ahí os quedáis. Yo no me subo a este barco. Toda España para vosotros». Me parece muy oportuna para esta situación la frase pronunciada en 1873: «Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros», por el primer presidente de la brevísima Primera República, Estanislao Figueras, momentos antes de dimitir, de coger los bártulos y exiliarse en Francia. Espero que Pablo Iglesias no se exilie, aunque a muchos no les importaría.
(Cándido Marquesán Millán) «Sobre la renuncia a la vicepresidencia de Pablo Iglesias».