Opinión
Jo, qué cansancio
"Cansa este año largo ya de penas y desajustes. Pero hay más palabras [...] Cansa este modo en el que nos hemos montado el mundo”, reflexiona Laura Casielles.
Jo, qué cansancio. ¿No?
Mirad, la verdad es que yo hoy iba a decirles a mis compañeras que esta semana no era capaz de entregar el artículo: Magda, Olivia, queridas, lo siento, no llego, no puedo, hasta aquí. Pero luego he pensado: pues oye, Laura, igual también en esto en lo personal somos legión.
Está cansada la precaria por lo suyo y el del trabajo fijo por el peso de la rutina sobre la chepa. Cansadas las mujeres por tantas mierdas y cansados los hombres de sostenerse en un lugar que no existe. Cansadas las personas jubiladas porque son muchos años, cansadas las niñas y los niños porque tienen demasiada actividad extraescolar.
Ni te cuento cómo de cansadas las sanitarias.
Ni te cuento cómo de cansados los docentes.
Ni te cuento cómo de cansadas las cajeras y los riders.
Yo últimamente estoy muy cansada porque me va bien. Me va bien, es decir: tengo muchos trabajos, más que horas en el día. Claro que también me podría ir bien si tuviera un solo trabajo, bien pagado, pero muy lejos de casa. O bien en modalidad mira-qué-preciosa-familia: una tribu de gente a cargo y una conciliación imposible. Me podría ir súper bien de muchas maneras agotadoras.
Aunque no me olvido ni por un segundo que es mucho más cansada todavía la cosa cuando no va bien.
Pero es que hay también una parte que no depende de eso. Cansa la ciudad, su malhumor, su prisa. Cansa el pueblo, su no poderse esconder. Cansa el Twitter: ¡tanto ruido! Cansa esta dispersión de los vínculos, este tener que ponerse al día cada vez que nos vemos. Cansa la incertidumbre. Cansa el miedo. Cansan las viejas y las nuevas distancias.
Últimamente ha nacido una expresión: “fatiga pandémica”. Dice que estamos cansados, cansadas de esto que nos toca vivir. Y es verdad: cansa este año largo ya de penas y desajustes. Pero hay más palabras, y no hay que olvidarlas. Está la palabra “crisis” y la palabra “precariedad” y, en fin, casi todas las palabras que son primas de las ganas de decir “cómo cansa este modo en el que nos hemos montado el mundo”.
Claro que tampoco ayuda haber perdido el horizonte de las vacaciones, es verdad. Cansa este gris tiñendo la primavera.
Cansancio porque comemos poco y mal. Cansancio porque ya nos parece normal el insomnio. Cansancio porque la ansiedad es agotadora y te deja el cuerpo flojo. Cansancio porque llorar cansa muchísimo. Cansancio porque tomamos vinos de más para compensar un poco.
Quiero decir: cansancio en plan levantarte ya con sueño, cansancio en plan mirar al día y no poder con él. Pero estar ya como el hámster en la rueda dentro de un poquito, porque claro, qué vas hacer: cansancio en plan acabar el día con dolor en músculos que no sabes cómo se llaman.
Cansancio porque no medimos y en todo nos ponemos en carne viva (¡leñe, que ese trabajo lo hacías por dinero, acuérdate y no te lo tomes así!). Cansancio porque nos pedimos lo que no le pediríamos a nadie.
Cansancio como para darle like otra vez más al meme de Tintín, ese en el que el capitán Haddock dice “Menuda semana, ¿eh?” y el prota del tebeo responde: “Capitán, es miércoles”.
Y cansancio luego el fin de semana. Cansancio porque nos hemos acostumbrado a que no descansamos nunca. Así que llega el sábado y tenemos que trabajar; y, si no, tenemos que limpiar, hacer la compra. O quedar, quedar, quedar, hacer mil planes que nos apetecen pero también nos cansan. Porque de lo que somos incapaces es de estarnos quietas y disfrutar del sosiego y de la placidez, sin tener –qué cansancio– que dar cuenta en redes sociales de las lecturas y los encuentros y los modelitos.
Y cansancio también, qué queréis que os diga, porque de repente vemos pasar en los rótulos del telediario un titular y nos cae encima como un siglo de sueño. Porque son agotadoras las discusiones estériles y el daño que nos hacen.
Cansancio porque es muy cansado quererse mal y muy cansado intentar hacerlo mejor.
Y mucho cansancio porque pese a todo seguimos. Reinventándonos, haciendo activismo, tirando p’alante, poniéndolo bonito. Sonriendo, porque como dice aquel poema de Jorge Riechmann, tal vez sonreír cuando maldita la gana que tienes de hacerlo sea una de las cosas que salvan el mundo. Cansancio porque al final nos sorprendemos bailando a mitad del día ante el espejo en un momento de subidón, aunque no sepamos a qué demonios viene eso ahora.
Esto no es una queja, ¿eh? Esto es solo que, cuando estás cansada, el cansancio se te mete en la cabeza y es difícil sacudírtelo del cuerpo. Y te salen así los artículos. Los artículos o las clases o la comanda o la respuesta o las lentejas o el estudio o el reparto o lo que sea que estés haciendo. O la política.
Bueno, en fin, que es viernes.
Que descanséis.