Internacional | Opinión
Carmín en Belém
Ante las elecciones del próximo domingo en Portugal, "lo que se oye es un clamor que dice que si tocan a una, tocan a la democracia", escribe Laura Casielles. La ultraderecha atacó a la candidata izquierdista, Marisa Matias, por maquillarse. La oleada de solidaridad ha sido formidable.
El próximo domingo hay elecciones en Portugal, y, si no nos habíamos enterado (como ocurre a menudo con lo que pasa en el país vecino), el fin de semana pasado lo hicimos de una manera curiosa. A través de las redes sociales, la campaña lusa entró en nuestras pantallas en forma de fotos de mujeres y hombres con los labios pintados. Una candidata que no sale en las quinielas saltó al centro de la actualidad de la mano del hashtag #VermelhoemBelem («rojo en Belém», en referencia a la residencia oficial de quien preside la República Portuguesa).
Se trataba de Marisa Matias, una de las ocho personas que aspiran a ocupar esa casa, que había sido insultada por André Ventura, candidato de la ultraderecha, precisamente por eso: por usar carmín. En un acto de campaña, el representante del partido Chega! tuvo a bien decir que su contrincante, del Bloco de Esquerda, “parecía una muñeca”. La respuesta fue contundente, viral y saltó fronteras.
Todas las encuestas dicen que lo más probable es que los comicios se resuelvan con la repetición como presidente de Marcelo Rebelo de Sousa, del Partido Social Demócrata (PSD). Este llegó a la jefatura de Estado en 2016, cambiando el fondo y el estilo tras una década conservadora. Desde entonces, ha impuesto la costumbre de los selfies y el ejercicio del derecho de veto, una herramienta permitida por el sistema semipresidencialista portugués que ha empleado a veces a favor de medidas de izquierdas como la transparencia fiscal, y otras en temas que ponían más en jaque su buena sintonía con el gobierno de António Costa, como la estatalización del transporte público.
André Ventura es uno de los dos candidatos que le va a la zaga. Aunque a una distancia considerable: las encuestas más optimistas no suben del 11% para él, frente al 68% que se le prevé a Rebelo de Sousa. Aunque su ascenso está siendo rápido en las últimas semanas, tras su entrada en el Parlamento a través de las elecciones regionales de las Azores —un modus operandi que también nos suena en otros países—. Este antiguo seminarista reconvertido a los platós de televisión fue otro de los instruidos por Steve Bannon, y en su campaña ha recibido el apoyo de Marine Le Pen.
La otra candidata de la terna más comentada es Ana Gomes, protagonista de una situación compleja: es también parte del PSD, pero su partido no la ha apoyado de manera explícita en estas elecciones. Los sondeos la sitúan entre el 10% y el 13%.
En cuanto a Marisa Matias –la candidata más joven en estas elecciones aunque ya lleva un par de décadas en el juego político–, forma parte del Bloco de Esquerda, partido que entre 2015 y 2019 fue socio de los socialistas en aquel gobierno de izquierdas que alimentó –junto a las alternativas en España, Italia y Grecia– la idea de que otro equilibrio europeo era posible, empezando por el sur. Con un 5% en las previsiones más optimistas, Matias permanece en esa zona gris que en los sistemas de multipartidismo asentado tiende a poblar las noticias de campaña sin que se esperen muchas sorpresas.
Y, sin embargo, la polémica que protagonizó el pasado fin de semana permite poner el foco en algunas de las claves de estas elecciones. Y de cualesquiera en estos tiempos, más aún en un contexto de confinamiento, en el que el elemento televisivo y virtual de las campañas es aún más fuerte.
Un símbolo polisémico
Vamos a dejar de lado la cortedad de miras de pensar, en este siglo, que el pintalabios coloca a una mujer en posición de muñequita. Este símbolo, como todos, es polisémico. A este último hecho nos remitimos: insulto mediante, una barra de carmín se puede convertir en un clavel 2.0. Pero la clave aquí ni siquiera es esa: Ventura farfulló ese improperio como podría haber farfullado cualquier otra cosa.
La derecha quiere mantener a las mujeres en su sitio y a los hombres en el suyo (y a los blancos y los negros, y a los ricos y a los pobres) porque quiere, sobre todo, un orden de cosas en el que sigan ganando los mismos. Los valores conservadores que van en su ADN requieren de unos engranajes en los que el género y su cumplimiento son ruedecitas clave. Les molestan las mujeres que se pintan los labios porque quieren, las que pintan cuadros con partos realistas, las que pasean coños en parihuelas y las que ocupan cargos públicos. Todo correcto: eso nos lo sabemos.
Pero la ultraderecha va de otra cosa. La ultraderecha va de construir un mundo en el que la diferencia se extirpa y la rebeldía se machaca. Y de conseguirlo con mentiras, insultos y violencia. Y va de eso porque el único mundo en el que puede triunfar es uno en el que las palabras se independicen de su contenido y se trate de debilitar al otro, de fomentar el odio, de desprestigiar al distinto, de recordar al disidente que si continúa peleando, lo va a pasar mal.
La izquierda y el feminismo saben bien que esto es así, porque lo sufren todo el tiempo, porque lo han sufrido toda la historia. El intento de los movimientos políticos con voluntad transformadora es por el contrario sacar de sitio los viejos órdenes, para que el poder no se perpetúe. Los que además son transformadores en sus formas lo hacen con pedagogía, construcción de tejido social y reapropiaciones del insulto. Como el otro día, cuando con #VermelhoEnBelem Marisa Matias aunó a militantes de base y celebridades, a gente de la política portuguesa y de la extranjera, hasta a su propia rival Ana Gomes.
Pintarse los labios no para al fascismo. Como tampoco un clavel en un fusil. Pero cuando cientos de labios rojos empiezan a florecer en las redes como respuesta a una falta de respeto, lo que se oye es un clamor que dice que si tocan a una, tocan a la democracia. Y que habrá mucha gente enfrente. Como en toda vieja buena revolución.
Votar, por lo demás, sí que para al fascismo. Este domingo, en Portugal les toca ponerse carmín bajo la mascarilla e ir a las urnas. Y más allá de las cifras grandes de las encuestas, la mitad de la tabla también pone en juego que es necesario elegir entre quienes viven como les viene en gana y quienes se empeñan en decirnos que el insulto y la mentira son maneras válidas de ganar.
Me he preguntado muchas veces por qué la prensa española parece que pase en silencio sobre Portugal, como si no existiera, ¿no será porque es una nación yo diría menos derechista que España y a la caverna, que sigue siendo este país, (bien podéis ver que el caudillo, por la gracia de dios, lo dejó todo bien atado), le atraen más las dictaduras pro USA y las políticas neoliberales.