Cultura
De los estragos a los parches para salvar la cultura
No hay cifras aún concluyentes de lo que ha supuesto la COVID-19 en los diferentes sectores, pero los datos que se manejan hasta ahora ya muestran la magnitud del seísmo.
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Una de las primeras víctimas colaterales de la pandemia de la COVID-19 fue la estadística. Como los animales que intuyen la inminencia de un terremoto, los números empezaron a ponerse nerviosos cuando el coronavirus era todavía una amenaza difusa que se propagaba por la remota China. Las previsiones anuales de instituciones, empresarios y creadores de la cultura saltaron por los aires durante el confinamiento, y todavía hoy, a punto de cerrar el ejercicio, resulta casi imposible calcular con precisión de qué modo ha afectado la coyuntura en este ámbito.
Uno de los motivos de esta dificultad para evaluar daños es la dispersión. La pandemia ha puesto de manifiesto, entre otras cosas, hasta qué punto está atomizada la producción cultural española, de modo que sectores como el de la música en vivo o el del teatro necesitan recabar información, prácticamente, provincia por provincia y comunidad por comunidad. Todo apunta a que, entre los muchos cambios que el virus va a imponer en la vida cotidiana, se robustezca el tejido asociativo, que permite centralizar esos datos al tiempo que –por aquello tan viejo de que la unión hace la fuerza– facilita las acciones reivindicativas. En este sentido, las movilizaciones del pasado mes de septiembre en torno al movimiento Alerta Roja, con un centenar largo de empresas del espectáculo manifestándose simultáneamente en 28 ciudades, fueron ejemplares y alentadoras. Y el futuro inmediato de la cultura -es ya un hecho- será de mucho reivindicar.
En la industria musical también se ha impuesto la necesidad de centralizar la información que generen sus múltiples y variados agentes, y en estos momentos se está poniendo en marcha un observatorio al efecto, impulsado por la Federación de la Música de España, Es_Música. Lo mismo puede decirse de las artes escénicas y las artes vivas: desde la Federación Estatal de Asociaciones de Empresas de Teatro y Danza (FAETEDA) aseguran que el panorama cambia casi de un día para otro, y hasta la primavera de 2021 no podrán disponer de cifras concluyentes. La Red Española de Teatros, Auditorios, Circuitos y Festivales de Titularidad Pública tampoco posee números actualizados. Y otro tanto afirma la Spanish Film Comission, que no tendrá listo su anuario hasta fechas próximas al verano.
De lo que no hay duda es de que, en todos estos casos –música, teatro, cine– los estragos han sido considerables, tratándose de industrias culturales complejas, y también muy dependientes del público presencial. Las emisiones por streaming pueden ser un parche válido para todos estos espectáculos en tiempos de catástrofe, pero los ingresos contantes y sonantes que Internet genera están aún muy lejos de los que proporciona la taquilla física y real. A nadie se le escapa, no obstante, que la fórmula digital ha llegado para quedarse y convivir con los formatos clásicos, y que la calidad de imagen y sonido irá a más en los próximos años. El gigante Warner ya ha anunciado que 2021 estrenará simultáneamente en salas y plataformas, y no será el único.
El sector del arte sí demostró estar muy bien organizado, y durante la primera oleada fue capaz de elaborar informes bastante precisos de su situación. Sin embargo, la tregua estival y la llegada de la segunda oleada de la COVID-19 han vuelto otra vez a obligar a los galeristas a replantear el sudoku de sus cuentas, así como a adaptarse a las normativas de horarios y de aforo. Las grandes muestras, claro está, han sido las más afectadas, y nadie se atreve a hacer cábalas sobre qué deparará el año próximo. Las agendas están prácticamente en blanco.
Por otro lado, las posibilidades del mercado digital, que siempre habían tentado a los galeristas, han acabado imponiéndose por pura necesidad, y con resultados que, sin ser espectaculares, han aliviado en cierta medida las pérdidas por la pandemia. Una vía que ha descubierto también el sector del libro, que comenzó sufriendo una debacle con las librerías cerradas, y ha terminado comprendiendo hasta qué punto podía ser eficaz el bálsamo de la venta online.
REVISIÓN DE LOS SECTORES
En el hecho de que muchas editoriales hayan mantenido y hasta incrementado sus ventas, como explicamos en la introducción de este dossier, colaboran varios factores: por un lado, la estrategia generalizada de reformular sus planes de lanzamiento, evitando títulos de riesgo y poniendo toda la carne en el asador de las apuestas seguras. Dicho de otro modo, es probable que nunca la producción editorial española haya sido tan exigente –desde el punto de vista comercial, claro está– como este año. Por otra parte, se ha dado la circunstancia de que el público lector de siempre encontró en el confinamiento y sus sucesivos ecos más tiempo que nunca para entregarse a su pasión, mientras que muchos lectores perezosos o perdidos para la lectura han regresado con la pandemia. Las librerías, en cambio, se han llevado la peor parte del pastel, a pesar de intentos de ponerse al día con las nuevas tecnologías como el impulsado por Todostuslibros.com.
Según el director general de la Fundación SGAE, Rubén Gutiérrez, el frenazo de la pandemia ha sido fuerte, entre otras cosas, por la situación anterior a la pandemia: “Venimos de unos años de crecimiento lento pero sostenido, y probablemente sostenible. No ha habido en la cultura movimientos explosivos, el desarrollo era muy natural, muy sensato, en todos los sectores. Ahora se trata de que el impacto se circunscriba a un tiempo limitado, es decir, que sea coyuntural, no estructural, para que el verano que viene podamos acercarnos al nivel en el que estábamos. Habrá cosas que no se puedan recuperar, pero si la ambulancia llega a tiempo, puede que sea tan fuerte como la crisis del 2008”, añade.
En medio del seísmo, en fin, el sector cultural ha intuido un fenómeno: que la serotonina, ese neurotransmisor que regula nuestro estado de ánimo, y que según los expertos fabrica también el organismo cuando compra y consume, acaso encuentra un estímulo extra cuando ese consumo es cultural. A esa esperanza se aferra para asomarse al horizonte de 2021.