Cultura
Y la clase obrera asaltó los cielos del arte
El Museo de Bellas Artes de Caen, en Normandía, dedica una exposición a la clase trabajadora en la que se describe el mundo del trabajo y sus mutaciones.
En el siglo XIX los pintores ampliaron el abanico de sus protagonistas, hasta entonces reducido a reyes, vírgenes y héroes mitológicos. Había nacido un nuevo actor social, la clase trabajadora, y con él, una nueva iconografía. A este fenómeno le ha dedicado el Museo de Bellas Artes de Caen, en Normandía (Francia), una exposición en la que se describe el mundo del trabajo y sus mutaciones. Se titula Ciudades ardientes. Arte, trabajo, rebelión, y va desde la caída de Napoleón III, el último monarca francés, hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial.
De aquella época, marcada por el impresionismo, quedaron para la historia los desayunos campestres, los desvaídos contornos de los nenúfares en los estanques y las clases de ballet. Pasaron a un segundo plano, en cambio, los artistas que se enfocaron en los hombres y mujeres que construyeron con su esfuerzo la Tercera República, sus lugares de trabajo (fábricas, talleres, campos) y sus esperanzas. Retrataron a los héroes y mártires de la nueva sociedad. Esta muestra es una suerte de rescate.
Contemplamos las obreras de Steilen charlando cabizbajas antes de entrar a trabajar, los paisajes fabriles de Armand Guillaumin, la marcha del proletariado en huelga de Paul Delance… A través de estas imágenes entendemos “sus cualidades estéticas, así como su carga simbólica y política”, dice Anne-Sophie Aguilar, especialista en historia cultural y social del arte de la Universidad de París-Nanterre.
Vemos, pues, que los artistas de la época no se encerraron en sus estudios, sino que se interesaron por este segmento social. Hasta el exquisito Degas agarró sus pinceles para retratar a las planchadoras. Y Pisarro no pudo resistirse a la melancolía brumosa de la ciudad industrial.
Sí, también hubo un momento en el que el arte dejó de inspirarse por completo en la clase trabajadora. Pero esa es otra historia.