Cultura
Por el camino de Herzog
El director Pablo Maqueda reconstruye en el documental ‘Dear Werner (Walking on cinema)’ la mística peregrinación que hizo Werner Herzog en 1974 entre Múnich y París.
El arte no es una meta, el arte es el camino. No es una forma de representación del mundo, es una investigación íntima. Esto es lo que nos dice el cine de Werner Herzog y lo que ha recogido Pablo Maqueda (Madrid, 1985) en su documental Dear Werner (Walking on cinema), que llega este viernes a los cines.
En 1974, Herzog supo de la enfermedad de su amiga Lotte H. Eisner y no pudo quedarse quieto. Eisner, que por aquel entonces tenía 78 años, era una de las críticas de cine más importantes del mundo, autora de un estudio seminal sobre el expresionismo alemán, La pantalla demoníaca, y fundadora de la Cinémathèque Française. En un arrebato poético, místico, cuasi religioso, Herzog se dijo a sí mismo que si recorría a pie la distancia que los separaba entre Múnich y París, su querida amiga sobreviviría. El diario de aquella solitaria caminata entre bosques neblinosos y carreteras escarchadas quedó registrado en un libro, Del caminar sobre hielo. Eisner, por cierto, se recuperó y vivió aún nueve años más.
Maqueda rehizo esta peregrinación marcado por el desánimo. Las dificultades para sacar adelante sus proyectos cinematográficos, la falta de financiación, las reuniones infructuosas con productores, las continuas negativas le llevaron ante una encrucijada vital. “Durante seis años, en vez de estar pensando en cómo hacer cine, lo único en lo que piensas es en cómo vender la idea de poder llegar a hacer cine: dosieres, reuniones, pitchings, foros de coproducción…”. ¿Qué hacer? ¿Qué sentido tenía seguir empeñado en ser cineasta cuando todo lo que encontraba a su paso eran obstáculos y puertas cerradas?
Y lo que decidió fue llenar una pequeña mochila con lo estrictamente necesario, coger dos cámaras y lanzarse al camino. Haría el mismo itinerario que Herzog para salvar su propio amor al cine. Y le funcionó, lo mismo que a su mentor. Herzog también llegó al apartamento parisino de Lotte Eisner transformado por una especie de epifanía. Exhausto, con los pies en carne viva, pidió una silla para apoyarlos. “Abre la ventana —le dijo a su amiga—. Desde hace unos días puedo volar”.
Para los amantes de los números, entre Múnich y París hay 775 kilómetros. Exactamente la misma distancia del Camino de Santiago francés. “¡El Camino de Herzog!”, celebra Maqueda entre risas. Su terapia de reenganche al cine tuvo más que ver con una forma de ver la vida que con un cambio en la estrategia de la venta de su producto. La parte más industrial había ahogado sus proyectos. Le pasa también a muchos escritores: ellos hablan de literatura y la editorial habla de números. Son las reglas y hay que aceptarlas… hasta cierto punto. “Solo piensas en la meta y esa meta, además, es ilusoria. Llevas años intentando sacar adelante una peli y el rodaje dura cuatro o cinco semanas. Es algo efímero. Me voy al camino por el simple hecho de disfrutar del camino, sin pensar en la meta. Quería disfrutar de ese proceso de caminar y rodar por el puro placer de hacerlo. La motivación estaba en buscar una imagen concreta, subir una montaña en mitad de la noche, filmar un amanecer desde un lugar de difícil acceso…”.
El arrebato de Maqueda es, en realidad, una reacción al cinismo, una forma de purificación. Su intención era recuperar al adolescente enamorado que una vez fue y que la vida adulta, con sus dificultades y su mezquino realismo, no ha terminado de aplastar. “Me dije: ‘Voy a recordar aquella mentalidad romántica del chico que empieza a estudiar cine. Voy a regresar a esos sentimientos, a esas emociones, a la época en la que devoraba cine clásico’. Quise colocarme ahí y el libro de Herzog fue la llave para hacerlo. Lo tomé como un manual, casi como una guía espiritual, y me lancé al camino”.
Esta conexión romántica con Herzog tiene todo el sentido. Si hay un cineasta extasiado, poético, obsesivo e insobornable, ese es Herzog. “Ese espíritu puede verse muy bien en sus últimos documentales —explica Maqueda—. Por ejemplo, en Into the inferno (2016) sube a la cima del Sinabung, en Indonesia, y dice sin miramientos: ‘Este volcán puede explotar en cualquier momento, pero aquí estamos mi técnico de sonido, mi operador de cámara y yo. Y aunque muramos, somos los únicos que hemos grabado este fuego”.
Herzog vivió toda su infancia en un pueblo de las montañas de Baviera. Sin televisión ni radio ni teléfono. Fue al cine por primera vez cuando ya había cumplido los 17 años. Recorrió a pie media Europa y trabajó en mil oficios manuales antes de convertirse en director. Por eso su obra no se parece a nada. Con sus aciertos y sus errores, es única.
Los escritores suelen dar dos consejos, a veces incompatibles, a los jóvenes con vocación: uno es “lee mucho” y el otro es “vive mucho”. Herzog, en sus clases de cine en Los Ángeles, suele recomendar el segundo camino para llegar a ser cineasta. ¿Usted por cuál se decanta? ¿Qué le dice el instinto?
En mis anteriores trabajos, mis personajes han viajado muy libres en comparación con mi visión del mundo. He creado universos personalizados totalmente desligados de mí. Mi productora, Haizea G. Viana, lleva años aconsejándome lo contrario: “Escribe sobre lo que conoces, deja entrever más de ti”. Pero a mí siempre me dio mucho pudor. Cuando vi Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar, me sentí muy inspirado por ese abrirse en canal de forma tan sincera. Me llevó a preguntarme, después de todo este proceso vital vinculado al cine, de qué es de lo que yo podría hablar con más conocimiento de causa. Y después de reflexionarlo mucho llegué a la conclusión de que ese tema era la frustración. Creo que ahí había un material narrativo muy potente para inspirar, pero no para generar una visión negativa o pesimista. Al contrario. Precisamente para inspirar a otros jóvenes cineastas. Era una manera de volver a tener 20 años y de escribirle una carta a un director admirado para preguntarle las mismas dudas de entonces. Ese romanticismo cinéfilo, naíf incluso, me parecía muy bonito.
A lo largo de ese camino tan largo, ¿hubo algún instante de flaqueza, un momento en el que dijera: “Ya no puedo más, lo dejo aquí”?
No. Hubo desasosiego y dudas, eso sí. Me preguntaba si al volver a Madrid y viera el metraje en bruto sería capaz de generar con él algo de interés. Pero sobre todo quería disfrutar del paso dado. “El mundo se revela a quienes caminan a pie”, dice Herzog. Nunca pensé en abandonar. Llevé el cuerpo al límite y, conforme iba avanzando, día tras día, fui abandonando el desasosiego y abrazando los problemas de una forma casi terapéutica. Herzog, en sus últimas etapas antes de llegar a París, caminaba entre 70 y 80 kilómetros al día. Pues yo hice lo mismo, seis o siete horas seguidas, hasta que las plantas de los pies quedaban completamente reventadas. Un poco como hacen los intérpretes del método Stanislavski para meterse en la piel del personaje.
Herzog, por su intensidad, parece estar más cerca de Goethe o de Schiller, de los poetas románticos alemanes, que de los directores de su generación.
Es cierto. Herzog , más que un cineasta, es un filósofo humanista. Y eso se puede ver muy bien en sus últimos trabajos documentales. Él expone su visión del mundo a través de la narración en off, con esa voz tan característica suya. Yo quería fijarme en ese aspecto. Él da muchas enseñanzas, tanto en sus documentales como en sus clases magistrales. Por ejemplo, anima continuamente a leer, a no desesperarse, a gestionar el rechazo… Me parece el ejemplo perfecto de alguien que es historia viva del cine y que no necesita que un gran estudio tradicional apoye sus proyectos. Con casi 80 años coge su cámara y se planta en Japón para rodar Family Romance, LLC (2019). Él mismo se encarga de la fotografía y trabaja con actores no profesionales. Y rueda por las calles sin pedir permiso. Y yo hice lo mismo en esta película. Creo que eso es algo que debería aprender cualquier creador. Lo que yo buscaba con Dear Werner es que el único permiso que a mí me dieran viniera de mis propios pies.
Ese fue el espíritu de la Nouvelle Vague y es lo que recomienda Maqueda a todos los jóvenes que quieran hacer cine: salir y rodar. Sin permiso y sin pensarlo demasiado. “Todo es cine. Un vídeo de YouTube es cine. Una serie es cine. Cine es todo aquello que utiliza una puesta en escena para producir una narración y una emoción. No importa el formato. Es lo mismo una película de 14 horas de Wang Bing que un vídeo documental de 30 segundos grabado por un chico de Iowa con su móvil. Para mí, si es un instante que ha conseguido narrar algo y emocionar, eso es cine”. Salir y rodar. Eso es todo. Y no ceder al desaliento.
Esa insistencia en un propósito también tiene un ejemplo muy contundente en la filmografía de Herzog: “La primera película suya que vi fue Aguirre, la cólera de Dios (1972). Me la prestó un amigo en VHS, grabada de la tele, y aquellos planos de la montaña entre la niebla, con centenares de indígenas moviéndose por las laderas, me impresionaron mucho. Pero el título que de verdad me atrapó fue El gran éxtasis del escultor de madera Steiner (1974). Es un mediometraje pero es una obra maestra fascinante”.
La película que destaca Maqueda es un documental deportivo… pero solo en su envoltorio. Trata de la obsesión del carpintero y saltador de esquí Walter Steiner por romper el récord del mundo de su especialidad. “Ver a Herzog en la montaña narrando como si fuera un reportero todo lo que está ocurriendo; ver al propio saltador ejemplificando la locura herzogiana, estampándose contra el suelo y volviendo a subir las escaleras, con la cara ensangrentada, para saltar otra vez… Me parece que, desde la no ficción, consigue generar una de las atmósferas más poderosas que yo he visto en cine en toda mi vida”.
El lado tenebroso
Pero Herzog también tiene un lado oscuro. Muchos han visto en él, por la megalomanía que envuelve obras como la ya mencionada Aguirre o Fitzcarraldo (1982), a un artista ambicioso, egoísta y hasta peligroso. La borrascosa relación que tuvo con su actor fetiche, el iracundo e incontrolable Klaus Kinski, demuestra hasta qué extremo puede degenerar una pasión artística. A su manera se apreciaban, o al menos eso es lo que se deduce del documental Mi enemigo íntimo (1999), pero se peleaban sin descanso, se insultaban, se agredían físicamente. Incluso se amenazaban de muerte. Durante el rodaje de Aguirre, Herzog llegó a apuntar con una pistola a la cabeza del actor. Si abandonaba el set de rodaje, era hombre muerto. Pero hay más. Mucho más.
Durante la filmación de Fitzcarraldo el cineasta se transformó él mismo en el protagonista de la epopeya que estaba narrando: un empresario irlandés, amante de la ópera, que quiere construir un teatro en medio del Amazonas peruano y necesita pasar un barco por encima de una montaña. Y se haría realmente. Nada de efectos especiales. Herzog pasaría ese barco por encima de la montaña. Murieron varios extras indígenas y se le acusó de explotarlos sin piedad. Se estrellaron dos avionetas, dejando varios heridos, uno de ellos con parálisis. Un leñador local fue mordido por una serpiente venenosa y hubo que amputarle la pierna en el acto. Un miembro del equipo fue alcanzado por una flecha, que le atravesó el cuello, en un ataque de la tribu Amahuaca… Pero nada de eso detuvo a Herzog. “Para hacer una película te tienes que comportar como un criminal”, aseguraba en una entrevista en The Telegraph.
Ese Herzog despótico y alucinado no es el que ha conocido Pablo Maqueda. Al contrario. Cree que haber seguido sus pasos, literalmente, tomando como referencia Del caminar sobre hielo, incluso le ha hecho “mejor persona”.
Herzog ha colaborado con usted en su documental. ¿Cómo fue su relación? ¿Salió a flote ese perfil del artista egoísta?
Con nosotros ha hecho un ejercicio de generosidad absoluta. No ha pedido nada a cambio. Me ha animado a hablar más de mí en lugar de hablar de él. Ha corregido algunos episodios que tratan de su vida, como la vez que robó su primera cámara en la escuela de cine y que resulta que no fue exactamente así. Y esto es importante porque él nunca ha hablado de esa etapa de su vida, lo considera algo muy íntimo. Sobre su egoísmo, oí una cosa muy interesante en el podcast de Manu Yáñez. En él se decía que el hecho de caminar por Lotte Eisner, ese ejercicio de tanta generosidad, en el fondo, esconde un cierto egocentrismo [1]. Se trata de su intento personal por sanar a una persona por el simple uso de su propia fuerza. Hay quien ve en eso, y no les falta razón, un arma de doble filo. Pero creo que Herzog es también un ejemplo de tesón, del esfuerzo por no dejarse llevar por la negatividad. Y de eso también hemos de aprender.
¿Por qué cree que su cine de ficción ya no es tan valorado como antes? De hecho, tiene muy malas críticas. En cambio sus documentales son muy aplaudidos. Grizzly Man (2005) o Into the Abyss (2011), por ejemplo, son dos obras maestras estremecedoras.
Creo que él ya está en un punto de su vida en el que solo quiere disfrutar. Nicole Kidman o Nicolas Cage o Christian Bale le reclaman para trabajar con él, sí, y yo sigo conectando con su cine de ficción, pero por su forma de ver el mundo, me inclino a pensar que es en los documentales donde lleva su propia filosofía al extremo. No me extrañaría que Herzog, en un futuro, comenzara a escribir libros con reflexiones sobre su visión del mundo más allá de sus películas. Me parece que sería la consecuencia lógica para la carrera de un humanista.
¿Cómo definiría usted eso que Herzog llama “la conquista de lo inútil” [2]? ¿Ha llegado a entenderlo?
Es un oxímoron. Es una paradoja muy bien construida, como sintagma y como concepto. Lo inútil, aunque lo llegues a conquistar, siempre seguirá siendo inútil. Intentar filmar esa imposibilidad es lo que a él le interesa. No le importa tanto la conquista, si la meta se consigue o no, como lo inútil en sí y su camino hasta él.
Después de su larga caminata introspectiva, Pablo Maqueda ha encontrado por fin financiación para sacar adelante su siguiente proyecto: La desconocida. El rodaje comenzará el próximo verano. La espera, después de lo aprendido, transcurrirá sin agobios: “Ahora solo pienso en el presente y en disfrutar de cada paso dado”.
[1] “Nuestra Eisner no debe morir, no va a morir, yo no lo permito. (…) Mis pasos son firmes. Y ahora tiembla la tierra. Cuando yo camino, camina un bisonte. Cuando descanso, reposa una montaña”, escribe Herzog en Del caminar sobre hielo.
[2] Conquista de lo inútil es el título del libro en el que Herzog narra el demencial rodaje de Fitzcarraldo.
El titulo que da nombre al libro «La conquista de lo inútil» tiene todos los visos de haber sido inspirado del libro homónimo del alpinista Francés Lionel Terray.