Sociedad

El espejismo asturiano se rompe en pedazos

Recorremos el Principado a bordo de una ambulancia especial para casos de covid-19. El Gobierno de la región considera volver a solicitar un estado de alarma que permita el confinamiento forzoso en la comunidad. La primera vez que lo hizo, el Gobierno central rechazó su solicitud.

El anochecer teñía el cielo de violeta cuando la Corona Beta 5 se abrió paso sin dificultad, amparada por las luces de emergencia, por el casco antiguo de Villaviciosa hasta la Residencia Colegio San Francisco. En el bello palacete del siglo XVII que acoge el geriátrico, el personal esperaba a los técnicos sanitarios con una mezcla de expectación e impotencia.

-Hace un rato estuvo la médico y os tenéis que llevar a tres -dispara una de las empleadas tras dar las buenas tardes.
-¿Los tres positivos en Covid? -responde Pablo Cortijo, uno de los técnicos de la ambulancia.
-Dos positivos y una tercera, sospechosa.

La expresión de Pablo, 37 años y habitualmente afable, tornó sombría durante segundos. Doce horas recogiendo pacientes de Covid por todo Asturias no habían hecho mella en él ni en su compañero, Roberto Menéndez, de 36 años, encargados de la Beta 5, una de las dos ambulancias destinadas exclusivamente a la pandemia en la ciudad de Gijón, pero la complejidad de trasladar a dos ancianos de movilidad reducida en la UVI móvil resultaba tan obvia como la carga vírica que iban a transportar.

-¿Podría ir uno de ellos sentado, o ambos requieren camilla? -reaccionó enérgico.

La empleada titubea antes de conceder. En los días en los que Asturias desciende a los infiernos de la pandemia, donde la tasa de contagios supera a la de Madrid, sobran los remilgos.Mientras las trabajadoras del centro descienden con Victor Manuel Solares, de 83 años, en una silla de ruedas, Pablo procede a enfundarse un traje de protección especial, adquirido para el tratamiento contra el Ébola, antes de sacar la camilla y adentrarse en los muros de piedra del geriátrico. El octogenario Manuel Méndez comparte habitación con otro residente también positivo en Covid. Ambos están sin mascarilla, para desmayo del técnico. Apenas puede comunicarse, pero sus constantes no son buenas.

Asturias, el “paraíso libre de Covid” en la primera ola, se desliza imparable por la curva descendente de la pandemia empeorando datos por días y llenando los titulares de sombríos presagios. La incidencia se ha cuadriplicado generosamente en poco más de mes y medio –la nacional va a la baja y la tasa de ocupación de camas hospitalarias supera al resto del país. En un solo mes, el Principado ha superado en 10.000 los contagios de los cinco primeros meses de la pandemia (ahora hay más de 17.000). Hoy en día, registra 573,4 contagios por cada 100.000 habitantes frente a los 498 a nivel nacional.

La pandemia lleva dos semanas desbocada en una Asturias envejecida, asustada y consciente de los estragos que está provocando el virus: el pasado viernes, cuando La Marea recorrió el Principado a bordo de la ambulancia especial, se registraron 793 nuevos contagios, 23 fallecidos y una tasa de incidencia del 11,45% en la población: un triple récord negativo que ha llevado a extender su Fase 2 ‘modificada’ hasta el 28 de noviembre y a considerar volver a solicitar un estado de alarma que permita el confinamiento forzoso en la comunidad. La primera vez que lo hizo, el Gobierno central rechazó su solicitud.

Los ancianos constituyen, como ocurrió durante la primera ola en el resto de España, el sector más vulnerable: según un informe de la Consejería de Salud del Principado, los casos registrados en los geriátricos constituyen el 55% del total y la mitad de los fallecidos en una semana eran residentes de estos centros. Sólo el Colegio San Francisco ha registrado 30 positivos. “Las residencias son verdaderos nidos. Si lo coge un güelín o una güelina, no digo que el resto tenga que ir detrás, pero es fácil que sí ocurra”, considera
Pablo.

En la Residencia La Atalaya de Gijón Edelina Gómez García, de 84 años, espera en una camilla su traslado. Tres días atrás, su PCR había arrojado resultado negativo pero la responsable del centro tiene claro que no puede arriesgarse a nuevos contagios. “Volvió ayer del hospital, pero hoy ha tenido 38 y pico de fiebre. Espero que no sea positivo, porque esta vez no tenemos a nadie [contagiado] y el último análisis nos lo hicimos todos el martes. Pero no nos toca, la otra vez fueron 30 contagios de 80 pacientes”, recalca la joven.

“En la primera oleada, en el primer barrido nos salieron 21 contagios y en el segundo nueve residentes que lo habían pasado sin que nos diéramos cuenta. Murieron algunos, pero muchos más se recuperaron. El problema es que los casos se agravan muy rápido: tuvimos casos de desvanecimiento que derivamos al hospital pensando que era un ictus y resultaba que estaban contagiados. Así tuvimos cuatro casos que se nos desplomaron. Los más afectados eran los que llamamos gente autónoma, que van por su cuenta y no siguen las pautas. Te los puedes encontrar ayudando a poner mascarillas a otros residentes”, explica.

En abril, las residencias con positivos y fallecidos fueron intervenidas. La Atalaya fue una de ellas: el Principado le asignó un enfermero que desde entonces imparte pautas y gestiona las necesidades que implica el covid. “Lo que es 100% seguro es confinar. Intentamos que todos los residentes estén en sus cuartos, que coman en sus habitaciones, que mantengan distancias… Aquí ya tuvimos positivos y también víctimas en la primera oleada. Esta vez no nos vamos a exponer, prefiero remitir al hospital a cualquier residente con síntomas”.

Con los hospitales saturados, muchos pacientes reciben el alta a las pocas horas, una vez estabilizados. En la ambulancia, comprueban que la mujer, muy entumecida, tiene fiebre aunque su saturación de oxígeno y su frecuencia cardiaca son buenas. “Tranquila, fiya”, repite Pablo enfundado en su Epi. “Ahora sólo hace falta que si no lo tiene, no lo coja, porque sería carne de cañón para el resto de pacientes”, explica en voz baja mientras la ambulancia frena frente a las puertas del Hospital Jove de Gijón, asignado por zona geográfica.

“En las residencias no se la juegan: en cuanto baja la saturación [de oxígeno en sangre], llaman al 112 y estos suelen llamarnos a nosotros”. No sólo en las residencias. Las llamadas se suceden de forma vertiginosa, como lo hace el ritmo de recogida de pacientes: 15 en las 16 horas que les acompañó La Marea, el viernes.

Un positivo cada cinco minutos

“Ayer, nuestros compañeros hicieron 26 servicios en 24 horas. Eso es no echarte a dormir ni cinco minutos”, aclara Pablo. La situación es tan insostenible que, tras una apresurada comida, los técnicos recibieron un mensaje de su empresa que solicitaba a quienes acabasen el turno que no regresaran aún a sus casas. “Los jefes se han incorporado a los servicios porque no damos abasto”, decía. No es de extrañar: Asturias ha registrado un positivo cada cinco minutos en el último mes: 10.000 contagios para una población de un millón. Este domingo, la Corona Beta 5 llevaba siete servicios en apenas dos horas y media de trabajo.

Pero, ¿qué ha pasado para llegar hasta aquí? “Tener un verano tranquilo nos hizo bajar la guardia”, admitía el presidente del Principado, Adrián Barbón, en una entrevista con La Nueva España. Su discurso es tan realista como pesimista. “Quiero pinchar el falso globo de que todo cambiará a partir de marzo; posiblemente habrá tercera ola y científicos advierten de una cuarta«, dice el presidente asturiano, muy consciente de lo que se juega el Principado.

Los recursos para asistir a una población doblemente vulnerable -envejecida y con problemas respiratorios, legado de la mina- comienzan a colapsar. En el hospital de Cabueñes “no quedan camas”, dice Pablo. El trajín a las puertas del hospital es constante.  Aunque no siempre se intuye desbordado, en algunos momentos hasta cinco camillas con pacientes se acumulaban en el pasillo. La saturación de los hospitales genera ansiedad.

En el HUCA, el principal hospital asturiano, donde nueve plantas han sido destinadas a Covid e incluso el gimnasio, el servicio de oftalmología y los quirófanos se han transformado en boxes para afectados por la pandemia, han comenzado a aplazarse intervenciones oncológicas por la insoportable presión. El 85% de sus camas están ocupadas, pero en peor situación está el Hospital de Cabueñes, en Gijón, con el 91% de plazas llenas.

La desesperación de los sanitarios es patente, aunque asumen su suerte con resignación. “En la primera oleada yo trabajé en una Beta covid en Oviedo y podíamos tener 10 o 12 servicios diarios. Ahora tenemos una medida de 20 o 22 traslados. Si en cuatro meses trasladé en total a cinco personas entubadas, ahora salimos a uno o dos diarios”.

El perfil de pacientes también evoluciona. Al principio de la segunda ola, el virus se cebó en las cuencas mineras, donde una población anciana, curtida en la mina con los problemas respiratorios que eso conlleva, cayó con facilidad. Después se trasladó a Gijón, y ahora comienza a hacer estragos en Oviedo.

Las vulnerabilidades de los asturianos llevó al Principado a calcular en octubre que, de no tomar decisiones, los datos serían dantescos. “Si no adoptamos medidas restrictivas para controlar los contagios, si seguimos haciendo vida normal y dejamos que el virus siga contagiando, podríamos llegar a un nivel de contagios del 50-60% de la población en un corto espacio de tiempo. Ello supondría 500.000 o 600.000 personas contagiadas, lo que llevaría al colapso del sistema sanitario y a un nivel de fallecidos en torno a las 10.000 o 12.000 personas, como mínimo”, señaló Adrián Barbón.

También el rango de edad se ha transformado, aunque los ancianos son los más afectados. El viernes, la Beta Covid 5 trasladó a un joven de 24 años y a una mujer de 39 años, asmática. Ambos se ahogaban con sólo mantener una conversación. El primero había sido confirmado como paciente de Covid, la segunda llevaba esperando tres días el resultado de su PCR. “Vivo sola con mis hijos, de 20, 12 y 2 años”, decía angustiada Luisa Abad. “Y llevo tres días confinada en una habitación, sin poder tocarles, sólo entran con guantes y mascarilla.
Mi hijo es asmático, y eso implica vivir con miedo. Ya lleva cuatro
PCR. Me duele la cabeza, los ojos, me falta el oxígeno…”, continúa
Luisa. El técnico sanitario asiente, pero aduce que son síntomas
compatibles con gripe. “Mira que pasé resfriados, pero esta gripe
nunca la tuve”.

La pandemia cabalga por una Asturias confiada durante meses en su incomprensible excepcionalidad: es la clave, para muchos, de su fracaso. “Me contaron que en los cines madrileños, antes de proyectar las películas este verano, se anunciaba el paraíso asturiano para atraer turismo”, dice Roberto. “Nosotros nos esperábamos este repunte por la falta de responsabilidad social, por la relajación. En verano nos confiamos, volvimos a las sidrerías, a comer, beber y fumar en público… Nos lo hemos buscado, aunque sea inconscientemente. Y me temo que volverá a pasar, se volverá a relajar, pasaremos unas navidades tranquilas con comidas de empresa, reuniones familiares en interiores sin ventilar…. Volverá a pasar si no hay un poco de sentido común. Está muriendo la gente”, no cesa de repetir Cortijo.

El trajín del servicio de red urgente ordinaria de ambulancias ha bajado, porque cualquier caso de fiebre o disnea se cataloga de sospecha de coronavirus y requiere vehículo especial. Eso implica que las ambulancias sean esterilizadas tras trasladar a un positivo, para evitar que un sospechoso pueda contagiarse en su interior. Cuando se traslada a un positivo, una vez que está “sucia” en la jerga de los técnicos, puede ser utilizada para trasladar a otros casos confirmados sin necesidad de limpieza con ozono, aunque los sanitarios se emplean a fondo en la desinfección con diversos productos y con la ventilación. “Cuatro horas abierta, y no queda rastro del virus. La gente no entiende la importancia de ventilar”, dice Cortijo. No debe ser empleada para trasladar a casos sospechosos ni ajenos al Covid, pero eso está fuera del alcance de los técnicos.

La angustia atenaza a una población que apenas se atreve a llamar a atención primaria salvo necesidad absoluta, por temor a ser dirigidos a un hospital y no regresar. Cuando lo hacen, a veces se arrepienten, como les ocurrió a los familiares de Angel Toraño y de Gerardo Rodríguez, dos ancianos con diversas patologías. Al primero, una infección de orina le subió la fiebre. Al segundo, una fuerte diarrea le dejó al borde del desvanecimiento, pero se recuperó. Suficiente para que el centro primario los catalogara, por teléfono, como sospechosos de Covid, aunque no presentan ningún otro síntoma compatible.

Subirse a una ambulancia que ha transportado positivos, aunque esté desinfectada, genera un terror atávico y algunos familiares prefieren no dar su autorización al traslado, como fue el caso de la hija de Gerardo, que se deshacía en disculpas como si hubiese hecho algo reprobable al no permitir que su padre, totalmente recuperado cuando llegó la ambulancia y aterrorizado ante la idea de ser hospitalizado en plena pandemia, subiera a la Corona Beta.

“Lo más impactante es muchas veces las familias, porque ven tanta televisión que piensan que tener Covid implica muerte segura”, añade Roberto. “Piensan que sus familiares no van a volver”. En otros casos, la soledad de los pacientes es lo más desgarrador.

Victor Tuñón, de 91 años, había dado positivo días atrás para su más profundo desconcierto. “Pero si apenas salgo a comprar”, decía con un hilo de voz en su domicilio de El Coto, uno de los barrios “infestados” en la jerga sanitaria de Gijón. Tos, agotamiento, intolerancia a la comida y al agua, vómitos y problemas respiratorios le llevaron a avisar a Atención Primaria, que le envió la Beta 5 para llevarlo al hospital. Sus ojos se inundaron de lágrimas cuando, una vez en la ambulancia, Pablo le preguntó por su mujer. “Me la mató un camión en mayo, tras 75 años juntos”, dijo, abriendo una compuerta de emociones que congeló el ambiente en la Beta. “Tranquilo, que le vamos a ayudar. Solo no va a estar. Ya verá qué pronto vuelve a casa”, repetía el técnico. “Yo prefiero quedar en Cabueñes”, acertaba a musitar el anciano, convirtiéndose en el único paciente que no decía temer a un centro médico asociado con el virus. “Igual no queda, porque hemos habilitado un hospital en el Ferial de Muestras con 48 camas, y está atendido por médicos, enfermeras, técnicos como yo… Hay camas de sobra, y lo mismo le derivan allá. Pero no se preocupe, porque solo no va a estar.”.

Cuando Pablo dejó a Victor en el interior del hospital, el hombre se fundió en un abrazo con el técnico. “Por más restricciones que haya, esto se nos ha ido de las manos”, regresó diciendo Pablo, sobrecogido.

La desolación y la impotencia es extensible a todos los profesionales de la salud. El epidemiólogo y ex responsable de Emergencias Sanitarias de la OMS Daniel López-Acuña, miembro del equipo de expertos del Principado, es uno de los más vocales defensores de un confinamiento estricto para salvar vidas. “La dinámica de la epidemia en Asturias no está siendo distinta a la mayor parte de países europeos. A partir del 15 de octubre hubo un pico acelerado en numerosos países que tienen hoy un número de contagios incluso más elevado que aquí. Parece haber una combinación de un virus un tanto más agresivo y contagioso con el hecho de que la meteorología nos obliga a más actividades interiores y eso implica espacios peor ventilados. Creo que incurrimos en una relajación excesiva en septiembre y octubre pensando que el virus estaba afectando principalmente a jóvenes asintomáticos, pero hoy se ve que los contagios se han extendido a todas las edades”, detalla el experto, afincado en Gijón.

“La cuestión es que la evolución no es distinta a la que observamos en otros países europeos que sí han comenzado a tomar medidas serias como confinamientos domiciliarios como el que quisiera Asturias, que se encuentra maniatada porque el estado de alarma vigente no lo contempla”. Acuña se desespera ante el rechazo de la solicitud del Gobierno central. “Es injustificado e incomprensible que no se haya apoyado a las comunidades que lo han solicitado con la excusa de necesitar esperar dos semanas, porque ya han pasado tres y al revisar las evidencias científicas queda demostrado que no hemos podido frenar la transmisión y doblegar la curva.

Aunque se haya reducido el número de contagios en algunas comunidades autónomas, todavía tenemos 12 provincias por encima de 800 casos por 100.000 habitantes, y cada vez más se plantean la necesidad de un confinamiento domiciliario. Desde mi punto de vista, tenemos que aplicar medidas más contundentes”, insiste el epidemiólogo. Los negacionistas y las personas que contagian conscientemente al ignorar el uso de la mascarilla son una herida latente. “Si pasaran dos horas con nosotros y vieran tres servicios, si pudieran ver cómo una persona se muere ahogándose, más de uno se pensaría no adoptar medidas. Está muriendo la gente, está muriendo. Cada vez que subimos gente a la UCI, eso es un espectáculo”, insiste Cortijo.

“Ya no hay tiempo que esperar ni nada que evaluar”, acota López-Acuña. “Han pasado tres semanas, hemos visto lo que se puede obtener de las medidas existentes. Incluso desde la lógica económica, tiene más sentido un confinamiento domiciliario corto, contundente y efectivo que estar prolongando por semanas o meses medidas restrictivas que no evitan la interacción social ni limitan la actividad esencial”.

“Esta semana ha sido una locura”, explica Mayka Alvarez, coordinadora del centro de atención de Transinsa. “[Este viernes] han tenido que salir todos los gerentes y mandos intermedios a reforzar el servicio porque no dábamos abasto. Algún día puntual de la semana pasada también se reforzó, pero esta es la peor que recuerdo desde marzo”, explica en la base de la empresa de ambulancias, en Gijón. “Pueblos que ni siquiera sabíamos que existían están registrando casos. ¿Cómo está pasando, si es casi imposible no mantener la distancia social?”, lamenta la coordinadora.

Los sanitarios consultados, una decena, coinciden en que sólo un confinamiento estricto, aunque sea corto, podría controlar la pandemia. Algunos opinan que fue la apertura de colegios, sumada al regreso al trabajo tras las vacaciones que llevó a los niños a los parques con sus abuelos, el factor que ha descontroló todo. Otros hablan del turismo. Todos coinciden en la irresponsabilidad social. “Pero si hay botellones hasta de gente de mi edad”, se desespera Ramón, uno de los responsables de la empresa de ambulancias Transinsa, enfundado en el uniforme tras bajar de la ambulancia donde hace turnos con sus empleados porque les faltan manos para asistir a tanto paciente. “Se bajan una botella de ron al parque porque los bares cerraron. Y sí, que son menos de seis personas y están al aire libre, pero ¿qué necesidad hay? ¿No podemos esperar hasta que esto pare? ¡Que está muriendo gente!”.

Fe de errores: En la primera versión del reportaje se confundió el nombre de Victor Manuel Solares con el de Luis Menéndez.

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Comentarios
  1. basura de artículo que culpa a la gente y no a los políticos de la FSA que no hicieron nada desde marzo. La gente?. pero si todos estan en casa salvo los que no tienen otra opción. Eso sí hay que salir de las políticas clientelares del gobierno de asturias , y de ser el brazo periodístico del PSOE

  2. No sé cuanta gente más tendrá que morir para que la gente se responsabilice ya. Hay quienes van con la mascarilla mal puesta, con la nariz fuera; hay gente fumando en la calle sin mantener la distancia pertinente (que fumen en sus casas, que nos harían un favor a los demás), niñatos y niñatos que no alcanzan la veintena algunos sin mascarilla….. En fin. Hasta cuando????!

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