Internacional
Biden habla al pueblo, Trump se esconde
El presidente estuvo desaparecido durante toda la jornada del sábado y dejó a Giuliani que defendiera solo su falacia del fraude electoral.
Joe Biden es desde ayer el presidente electo de EEUU. El decisivo recuento de Pensilvania, donde se ha impuesto por 37.000 votos de diferencia, ha decantado finalmente la victoria a su favor. Con los 20 compromisarios de ese colegio electoral superaba los 270 votos necesarios para alcanzar la Casa Blanca. Se adjudicó además el Estado de Nevada, también muy disputado hasta el último momento. Y entonces estalló la euforia entre sus partidarios. Las celebraciones se multiplicaron por todo el país con la sensación de que se había restaurado un orden, unos principios, una moral nacional seriamente dañados por el presidente saliente, Donald Trump.
Biden ha sido el candidato más votado de la historia (con 75,3 millones de votos) y Kamala Harris será la primera mujer que ocupe la vicepresidencia de EEUU. “Soy la primera mujer en ejercer este cargo, sí, pero no seré la última”, declaró Harris, orgullosa, entre vítores. Además, es negra, hija de inmigrantes, de padre jamaicano y madre india. A este perfil multicultural (una de las principales pesadillas del trumpismo) hay que añadir otro detalle amenazador para los tradicionalistas más recalcitrantes: Biden es el segundo presidente católico de la historia. Antes de él solo ha habido uno: John F. Kennedy.
Ambos, Biden y Harris salieron a dar su primer discurso a la nación ataviados con sendas mascarillas, todo un símbolo en tiempos de polarización política por culpa de la pandemia. “Nuestro trabajo comienza controlando el coronavirus”, dijo el presidente electo, quien en su emotiva y enérgica intervención hizo hincapié en recuperar la unidad social en el país: “Prometo ser un presidente que no busque dividir sino unificar”.
“Me postulé para este cargo para rescatar el alma de Estados Unidos, para reconstruir la espina dorsal de esta nación, la clase media, y para que nuestro país vuelva a ser respetado alrededor del mundo”, confesó Biden, que se presentó en su discurso como el reverso luminoso de Trump: “Me siento muy orgulloso de la coalición que hemos estructurado, la coalición más amplia y diversa de la historia: demócratas, independientes, jóvenes, gente de los pueblos y de la periferia de las ciudades, homosexuales, transgénero, indígenas, blancos, negros, latinos…”.
Consciente de la importancia que el movimiento Black Lives Matter ha tenido en su victoria, tuvo un guiño especial para los afroamericanos, su electorado más fiel: “Aun en los momentos más difíciles, siempre me apoyaron, ¡y yo los voy a apoyar a ustedes!”. Biden consiguió aglutinar el 90% del voto negro (frente al 43% del voto blanco, que fue mayoritariamente para Trump), lo que da una idea de su popularidad en esta comunidad. “¿Cuál es nuestro mandato?”, se preguntó. “Estados Unidos nos ha llamado para encabezar las fuerzas de la decencia, de la justicia, de la ciencia, de la esperanza para encarar las luchas de nuestro tiempo: la lucha para controlar el virus, para generar prosperidad, para proporcionar cuidados médicos a las familias, para lograr justicia racial y eliminar el racismo sistémico de nuestro país”.
Apenas nombró a Trump. Lo hizo muy de pasada y solo para señalar la necesidad de dejar atrás la “retórica vitriólica”. Harris, por su parte, agradeció al pueblo estadounidense que con su voto “haya elegido la unidad, la decencia y la verdad”, en una clara referencia a un mandato presidencial marcado diariamente por la proliferación de fakes news.
Trump, quedó claro, es el pasado. Pero es un pasado tormentoso que amenaza con seguir agitando el país.
Una nación dividida
El triunfo de Biden supone un respiro para casi todo el mundo pero no soluciona el enfrentamiento que sigue afectando a EEUU. Hay dos Américas. Eso ya nadie lo duda tras certificar que Trump, el presidente más polémico y mentiroso de la historia (ha ganado, por acumulación, al mismísimo Richard Nixon, apodado Tricky Dick, ‘Dick el Tramposo’) ha obtenido 7 millones de votos más que en 2016. Con sus 71 millones de sufragios ha superado la marca de cualquier ganador anterior de unas elecciones, exceptuando a Biden.
Su apoyo ha crecido en todos los segmentos sociales, pero sorprende especialmente que haya aumentado entre los ciudadanos de origen hispano. “El tipo que ha sido catalogado como el presidente más racista de la historia, al menos desde Andrew Jackson, ha aumentado el atractivo de su partido entre las minorías”, escribía con sarcasmo el columnista conservador Timothy P. Carney.
Como no podía ser de otra manera tratándose de un presidente que ha encerrado a niños mexicanos en jaulas para perros, el voto hispano ha ido mayoritariamente a la opción demócrata (un 63% del mismo), pero según la encuesta realizada por AP, el apoyo latino a Trump subió hasta el 35%, un porcentaje inquietante que, sin embargo, no logra empañar el decisivo trabajo desarrollado por este grupo de población para aupar a Biden a la presidencia.
El empuje con el que la comunidad latina ha contribuido al triunfo demócrata ha llegado tras una larga tarea de concienciación y voluntariado. No es fácil votar en EEUU. Muchas organizaciones han trabajado, distrito a distrito, para informar, inscribir y facilitar el voto de los ciudadanos hispanos.
Aunque la campaña electoral ha carecido prácticamente de información sobre los programas de los candidatos, el tema de la inmigración ha estado siempre sobre la mesa. Si Biden fue sincero en su entrevista con el periodista de Telemundo José Díaz-Balart, el nuevo gobierno estadounidense cambiará radicalmente la política migratoria: “No puedo imaginar lo que se debe sentir cuando deportan a un familiar tuyo. No me lo puedo imaginar. Eso no va ocurrir con mi gobierno. Es terrible lo que ha sucedido. ¿De dónde ha salido la idea de que un extranjero no pueda pedir asilo en Estados Unidos? ¿Eso cuándo se ha visto?”.
Biden hizo tres promesas a la comunidad latina y se comprometió a llevarlas a cabo en los primeros 100 días de su presidencia: la legalización automática de 11 millones de migrantes sin papeles, la protección de los dreamers (jóvenes que llegaron a Estados Unidos siendo niños y que, tras ser beneficiados por la política de Obama, pasaron a ser ilegales bajo la administración Trump) y el estatus de protección temporal (TPS, en sus siglas en inglés) para los venezolanos emigrados a territorio estadounidense.
Estas propuestas inquietan a los votantes de Trump, blancos protestantes que sufren terriblemente con la idea de que el país pierda su identidad, sus costumbres y hasta su color mayoritario. Entre ellos ha calado el mensaje de que los demócratas habían “robado” las elecciones y su reacción furibunda ha dado pie a algunas imágenes ciertamente estrafalarias. Ellos creen a Trump. Lo creen incluso cuando dice que Biden es comunista, algo realmente curioso si tenemos en cuenta que terminó su discurso de anoche recitando salmos de la Biblia. Creen a Trump y lo seguirán haciendo diga lo que diga. La prensa tradicional, en cambio, después de cuatro años de mentiras, ha dado la espalda definitivamente al presidente.
Mentira tras mentira
El pasado jueves, las principales cadenas de televisión estadounidenses (ABC, NBC, CBS) interrumpieron en directo el discurso del presidente tras constatar que Trump estaba mintiendo y tratando de confundir a la opinión pública. El millonario mandatario estaba hablando, sin aportar una sola prueba, de “votos legales” (los suyos) e “ilegales” (los de su rival). Los editores, en una decisión inédita y valiente, dijeron basta y cortaron su alocución. El tono utilizado por Trump para propalar sus embustes, sin embargo, no era el eufórico que habitualmente provoca aullidos entre sus fans. Era el de un hombre derrotado. El periodista Anderson Cooper, de la CNN, describió a Trump en términos muy expresivos: “Nunca hemos visto así a un presidente de los Estados Unidos. Es triste, es realmente patético y, por supuesto, es peligroso. Este es el presidente de Estados Unidos, el hombre más poderoso del mundo. Le vemos como una tortuga obesa, de espaldas, agitándose bajo el sol ardiente y dándose cuenta de que su tiempo ha terminado. Pero no lo ha aceptado y quiere llevarse a todo el mundo por delante, incluido a este país”. Y es así, pero Trump no está solo.
Rudolph Giuliani, exalcalde de Nueva York y abogado personal del presidente, aseguró después de conocerse la victoria de Biden en Pensilvania (y mientras Trump se dedicaba a jugar al golf en Virginia) que pelearían contra lo que consideran un fraude en el voto por correo y, usando la táctica del ventilador, acusó a la misma ciudad de Filadelfia de ser un nido de corrupción en el que los demócratas gobiernan desde hace 60 años y que está lleno de delincuentes. Dijo que su equipo de abogados cuenta con el testimonio de varios votantes que aseguran que sus votos no se han contado y, además, que los delegados republicanos no pudieron acercarse a menos de 2 metros de las mesas en las que se realizaba el recuento. ¿Utilizaron los encargados de contar los votos maniobras de prestidigitación para introducir de tapadillo 300.000 votos ilegales que alteraron el resultado final? Eso es exactamente lo que sugiere Giuliani.
El senador por Texas Ted Cruz, otra prominente figura del Partido Republicano, se expresó en los mismos términos y denunció que se estaban contando los votos en secreto y amenazando con robar las elecciones. “El pueblo americano tiene razones para estar enfadado”, decía en Fox News. Ni siquiera esta cadena, la más cercana ideológicamente a Trump, ha querido seguirle en esta batalla. Su presidente, el magnate Rudolph Murdoch, le colgó el teléfono a Trump cuando este le llamó personalmente para que la cadena corrigiera sus informaciones y lo apoyara. El viernes, cuando los números empezaron a ser ya incuestionables a favor de Biden, la Fox pidió a sus telespectadores que aceptasen la derrota “con elegancia y compostura”.
Pero el ambiente en las calles está lejos de esa mesura que ahora pide la televisión nacional más tóxica, propagandística y parcial de la historia de Estados Unidos. Por todo el país se han organizado manifestaciones para protestar contra el resultado electoral, como la cubierta por nuestra compañera Patricia Simón en Detroit, y con algunos partidarios de Trump armados hasta los dientes. En ese Estado, el de Michigan, corrió un bulo que se hizo viral y que hablaba de que había votos de personas muertas que supuestamente estaban beneficiando a Biden. El rumor, difundido por ultras tan notorios como el británico Nigel Farage, fue rápidamente desacreditado con pruebas.
Donald Jr, el hijo del presidente, llegó a pedir a su padre que iniciara una “guerra total” por un presunto fraude en las votaciones que ni él ni su progenitor han sido capaces de demostrar. Eric Trump, otro de sus hijos, también ha seguido el ejemplo paterno como “superdiseminador de mentiras” (así lo llama el Washington Post) y ha llegado a compartir varios vídeos manipulados: en uno Biden aparecía admitiendo el fraude electoral y en otro, tuiteado antes por el grupo ultraderechista y conspiranoico QAnon, alguien aparece quemando votos presumiblemente emitidos a favor de Trump.
Mal perdedor
El aún presidente, en su desesperada huida a ninguna parte, ha llegado a mezclar al ejército en sus teorías de la conspiración diciendo que sus votos tampoco se estaban contando, lo que es, como casi todo lo que ha dicho desde el día de la elección, el pasado martes, absolutamente falso. Pero él sigue, por el momento, firme en sus posiciones. Según informó Vanity Fair, Trump comentó a sus aliados que no va a ceder y que el servicio secreto tendrá que sacarlo de la Casa Blanca “gritando y pateando”.
Muchos medios han recordado la forma en la que John McCain reconoció la victoria de Obama en 2008: “A partir de ahora usted es mi presidente”. La comparación con Donald Trump en las últimas horas produce bochorno incluso entre sus correligionarios. Su delirante actitud, obviamente, no ha sido compartida por el Partido Republicano en pleno. Pat Toomey, senador republicano por Pensilvania (el estado que ha dado la victoria a Biden y que los seguidores de Trump ponen bajo sospecha) admitió que no hay ninguna evidencia para hablar de fraude electoral y calificó las declaraciones del presidente de “muy perturbadoras”. El senador Mitt Romney, que fue candidato a la Casa Blanca en 2012 (y fue derrotado por Obama), fue uno de los primeros en felicitar a Biden por su victoria. Y lo mismo hizo Jeb Bush, hermano del presidente George W. Bush y ex gobernador de Florida.
El mensaje de Jeb Bush hablaba de “sanar las heridas” y sus palabras están cuidadosamente escogidas. Biden también ha pedido a sus compatriotas “dejar atrás la ira y la demonización” del adversario político: “Ha llegado el momento de que sanemos juntos la nación”.
United Corporations of Amazon necesita diván y aislamiento para solucionar sus mierdas, lo que no deja de ser curioso, paradójico, e incluso sano, que por una vez recogan los frutos de lo que han sembrado y prueben la propia medicina en sus propias carnes.
Los yankees entretenidos en su particular psiconálisis una temporada larga, la momia de Merkel y su eterna sombra continúan al frente del Casino U€, un letal y poderoso agente anticapitalista llamado SARS-CoV-2…
La ciencia no comparte que el sol salga por el este aunque con 1/5 de Siglo XXI amortizado en Oriente se contempla un horizonte despejado. Congrats Xi Jinping !