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[#EleccionesEEUU] La noche electoral “más trascendental” de Arthur y Kathy (III)

La noche electoral puede durar días o incluso semanas. Arthur y Kathy han vivido casi todo lo que se podía vivir en el último siglo. Pensemos en ello cuando se haga insoportable la espera.

Arthur y Kathy en su casa durante la noche electoral. PATRICIA SIMÓN

“Estas son las elecciones más trascendentales que he vivido”, sentencia Arthur. Kathleen lo corrobora. Tienen 93 y 82 años, respectivamente. Y han vivido casi todo lo que podían vivir. 

Arthur Wisserman es hijo de una pareja de judíos que llegaron, cada uno por su lado, a Estados Unidos, huyendo de los progromos de Europa del Este. Sus tíos y abuelos maternos fueron aniquilados en el Holocausto. Él creció junto a sus hermanos en una comunidad de unas 700 familias judías en la zona baja de Manhattan. Recuerda que de niño recogían los papeles de plata con los que se envolvía el tabaco «para que hicieran balas para la resistencia republicana en España”.

Con 17 años se fue como voluntario a la II Guerra Mundial con la Marina y, ya de vuelta, permaneció 10 años como reservista. Comunista desde niño, trabajó en el American Labour Party –»donde logramos algunas victorias políticas»–, como actor, en un teatro, como tipografista y, buena parte de su vida, como destacado líder sindical de los impresores de periódicos de Nueva York. Durante la era McCarthy saludaba a los censores cada vez que hacía una llamada telefónica. Su hermano, gay, tuvo que mantener oculta su orientación sexual buena parte de su vida. Sencillamente estaba prohibido. Vivió hasta su muerte, en febrero de este año, con una mujer lesbiana. Así se protegieron mutuamente.

Kathleen Hagler, descendiente de migrantes de Europa del Este, es hija de una muchacha que llegó sola a Nueva York desde Carolina del Sur para trabajar en lo que le saliese. Su padre era minero y no ganaba para dar de comer a sus siete hijos. Kathy recuerda que su abuela nunca aprendió inglés y que, cuando iba a visitarla, tenían que sacar el agua de un pozo. No tenían baño. El Estados Unidos de la Gran Depresión siguió y sigue tan vigente como las fotografías de Dorothea Lange.

De adolescente, Kathleen empezó a trabajar como actriz. Se casó con un actor del que se divorciaría cinco años después. Para entonces, ya era sindicalista. Años después sería contratada en una fundación que becaba a niños y niñas sin recursos para que pudiesen estudiar disciplinas artísticas. Terminaría dirigiéndola, mientras participaba en el movimiento antibelicista de finales de los 60 y principios de los 70

Les conocí en 2011 en el Centro Internacional de Fotografía de Nueva York, que acogía la exposición de La maleta mexicana –varias cajas en la que se encontraron fotografías de la Guerra Civil española de Robert Capa, Chim (David Seymour) y Gerda Taro–. Fue precisamente contemplando las instantáneas de Taro –que, por fin, empezaba a ver reconocido su trabajo–, cuando reparé en esa mujer de pelo corto blanco, con una sudadera negra de Veteranos por la paz que iba del brazo de un señor con boina. 

Les pregunté si tenían relación con alguna organización vinculada con los Brigadistas Internacionales y se les iluminó la mirada. Tras una larga comida, terminamos en el apartamento en el que viven desde hace 20 años y que se pueden permitir gracias a que es renta antigua de vivienda pública. De lo contrario, habrían tenido que abandonar hace años su barrio, cuando no su ciudad. La ciudad que ha marcado gran parte de los avances civiles en los Estados Unidos y que no sería la misma sin personas que, como ellos, pusieron sus vidas al servicio de la comunidad. Sin imposturas de sacrificio, con toda la alegría del disfrute por vivir.

Cuando entramos en el salón, me señalaron la reproducción de un cuadro en el que aparecen varias personas de diferentes edades, etnias y sexos sentadas esperando al metro. Es una de las obras más conocidas de Ralph Fasarella, pintor autodidacta, hijo de migrantes italianos, que viajó a España para combatir el fascismo en la Brigada Lincoln. Aquel día, Arthur terminó poniendo en el tocadiscos el Ay, Carmela y cantándola y bailándola con Kathy.

Nueve años después, pasamos juntos la noche electoral “más trascendental” de sus vidas. Arthur recuerda cuando “había gente respetable en el Partido Republicano con los que se podían debatir”. “Eso se acabó. Ya no existe el Partido Republicano, existe el Partido Trump. Y eso es un desastre para el país”, añade. Comenzamos la velada sabiendo que nos tendremos que despedir antes de conocer los resultados; que probablemente pasarán días, cuando no semanas, para que este asunto se resuelva. Pero los desvelos de Arthur son más inmediatos: “No me preocupa solo que pierda Trump. Si los demócratas no tienen mayoría en el Senado, Biden y Harris no podrán hacer nada en la Casa Blanca”, insiste. 

Seguimiento de los resultados electorales en casa de Kathleen y Arthur. PATRICIA SIMÓN

Kathy sonríe cuando menciono Black Lives Matter. “Me gusta, mucho. Siempre hay gente que entra en los movimientos sociales buscando otros intereses que no se corresponden con los de la agenda compartida. Pero eso es lo de menos. Esa gente joven son la esperanza”, explican entre ambos, complementándose las frases mutuamente. Él a menudo pregunta si puede interrumpir para complementar. ‘Discuten’ sobre si es legítimo que cada Estado cierre los colegios electorales a una hora distinta. Él dice: “Yo creo en la Constitución, en los derechos de los Estados”. Ella le replica que es una dificultad añadida gratuita al recuento. Él responde: “¿Qué se puede esperar de un sistema en el que, llevado al extremo, una sola persona en el Senado y una en la Casa Blanca podrían dictar el futuro de toda la nación? ¿Es eso una democracia?”.

Como líder sindical, Arthur viajó en varias ocasiones a la entonces Unión Soviética. “Nos vigilaban continuamente, no nos permitían visitar a líderes sindicales que conocíamos. Claro que tras ir allí revaloré seriamente mi comunismo. Es el sueño fallido. Pero también tengo claro que la desigualdad que tenemos aquí no es la respuesta: que no pueden irse niños a dormir con hambre, que no puede ser que no tengan acceso a una buena educación, que no haya siquiera acceso a una verdadera sanidad universal gratuita”, me dice en esta estancia llena de recuerdos.

Arthur y Kathy se conocieron cuando él tenía 43 años y ella 32, en un baile en Central Park. Ambos estaban divorciados. Él había tenido tres hijos con su primera mujer. Él se enamoró locamente de ella en la primera cita, cuando ella gritó contra unos policías que aparecían en la película que veían en el cine. Eran tiempos en los que los comunistas, los sindicalistas, los socialistas sabían que podían ser asesinados por miembros de la policía secreta. Se divertían mucho juntos. Aún se ríen a carcajadas, como cuando piensan en que lo mejor que puede ocurrir es que gane un candidato como Joe Biden, neoliberal conservador

“Antes de morir, hace 25 años, mi padre dijo: “Vine huyendo de Europa para construir un futuro mejor. Y veo que eso se ha acabado para vosotros”. Y desde entonces, todo ha ido a peor”, recuerda Arthur, triste, preocupado.

Cuando nos despedimos, tras confirmar que los ajustados resultados de ambos candidatos nos ponen en el peor de los escenarios posibles para la resolución de estas elecciones, Arthur me llama desde el pasillo: “Me cuesta encontrar la esperanza, pero conservo intactos los valores: creo en la justicia, en la igualdad, en el derecho a una vida digna… Eso no ha cambiado”.

Cuando salgo a la calle, decenas de periodistas esperan en Union Square a que lleguen los manifestantes que suelen enfrentarse violentamente con la policía que rodean la plaza. Algunos encienden los focos para preparar los directos, mientras la portavoz del movimiento refuseracism.org –rechaza el fascismo, en español– llama a la ciudadanía a una movilización pacífica masiva para evitar que “Trump robe las elecciones”. Porque “el supremacismo blanco nunca es legítimo, la teocracia nunca es legítima y el fascismo nunca es legítimo”, añade.

Horas más tarde, Trump denuncia un “fraude” en las elecciones y anuncia que llevará el recuento al Tribunal Supremo. Lo anunciado, lo previsible, lo dantesco: el primer silbido a las milicias armadas que esperan órdenes para actuar por todo el país

Mientras, Arthur y Kathy apenas han salido de casa desde marzo. Seguimos en medio de una pandemia. Pero la vida es larga. Ojalá tanto como la de ellos dos. Pensemos en eso cuando se nos haga insoportable la espera del recuento. O cuando pensemos en cuándo acabará todo esto.

Puedes ver la cobertura de las elecciones en Estados Unidos de Patricia Simón desde Nueva York aquí.

Fe de errores: En el texto publicado inicialmente había un error en las edades de Arthur y Kathleen.

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Comentarios
  1. Hola Patricia, en tu artículo, no me cuadran las fechas. Arthur con 83 años ahora no puede haberse alistado como marine a los 17 en la 2a G. M. porque en 1940, tendría unos 3 años y no 17, como tú apuntas. En esa situación, debería de tener unos 97 años!!

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