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El lenguaje y la izquierda

"Seamos creativas. Inventemos nuestras propias palabras, pero no basadas en extranjerismos ni otras culturas", defiende la autora

Diccionario de la lengua Castellana. RHUTARDON / LicenciaCC BY-SA 4.0

CHRISTINE LEWIS CARROL | Hace unos años organicé con un grupo de jóvenes un taller que analizaba la importancia del lenguaje tanto hablado como escrito. Ahora –en momentos de la pandemia del coronavirus– no solo sigo pensando que es un tema importante, sino que se habla y se escribe cada vez más con menos precisión y cuidado. Cuando hablamos y escribimos, el lenguaje que utilizamos debería reflejar que no nos conformamos con los términos manidos y manipulados; demostraría que hemos ampliado la perspectiva con la que abordamos una información o tema.

La derecha y los medios de comunicación dominantes transmiten los mensajes del sistema económico. Por desgracia, la izquierda –al menos la que está presente en las instituciones del estado– también lo hace porque no está realmente en contra del capitalismo, o, al menos, no plantea una alternativa al mismo.* En mi opinión, los medios de comunicación independientes (en papel y digitales) tienen la obligación de cuidar el lenguaje, porque es cómo penetra la cultura de la clase dirigente en nuestras vidas. Zygmunt Bauman ha afirmado que “el capitalismo gana la batalla política porque ganó la batalla cultural e ideológica”. El poder (es decir las grandes empresas y los gobiernos que actúan de portavoz de éstas) decide cuál debe ser la interpretación de una noticia. El mensaje ya está creado y se transmite copiando y pegando. Estos mensajes son, con demasiada frecuencia mediocres, llenos de retórica, demagogia y conceptos vacíos. El mensaje llega a adormecer y encuentra el terreno abonado. Se rechaza primero la crítica, luego la disidencia y, finalmente, la transformación o la revolución.

Los idiomas son algo vivo y esto está bien. Nada es estático y tampoco lo son las lenguas. Pero el lenguaje sirve para entendernos, bien sea oralmente o por escrito y a nadie le gusta no entender lo que lee, y menos la pedantería. También es cierto que para debatir a fondo los temas hay que abordar su complejidad, pero esto no debe entrañar el uso de un lenguaje incomprensible. El lingüista y activista Noam Chomsky decía que “el lenguaje es el modo en que interactuamos y nos comunicamos, así que, naturalmente, los medios de comunicación y el trasfondo conceptual que hay tras el lenguaje, que es más importante, son usados para tratar de dar forma a actitudes y opiniones e inculcar conformismo y subordinación. No es extraño que fuera creado en las sociedades más democráticas”.

La lengua española dispone de un diccionario que, supuestamente, ayuda a que no se degrade la misma. Sin embargo, en mi opinión, esto no significa que esté exento de la influencia de la lengua y la cultura dominantes, es decir el inglés. América del Norte es un subcontinente del continente americano formado por Canadá, Estados Unidos y México. Una acepción del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) de «norteamericano» es «estadounidense», pero no canadiense ni mexicano. ¿No es esto permitir la influencia de una cultura dominante? El idioma inglés no dispone del equivalente del DRAE y tiene mucha más libertad para inventar nuevas palabras y frases. Seamos creativas. Inventemos nuestras propias palabras, pero no basadas en extranjerismos ni otras culturas.

Después de mucho dudar, por fin hemos aprendido que con la palabra «migrante» basta, que sobran «inmigrante» y «emigrante», y que ofenden «ilegal», «no regulado» y «sin papeles». La palabra globalización pretendió en su momento vendernos el concepto de la interacción en la aldea global. Durante un tiempo el sistema intentó lavarse la cara, inventando términos como el «capitalismo ético», pero en seguida nos dimos cuenta de que fue un proceso más del mismo sistema, cuyos fines son siempre trasladar sus negocios donde más rentabilidad obtenga, y sin ningún principio ético.

Y cuidado con cambiar el significado de las palabras: las redes sociales para mí no son Facebook, Twitter, WhatsApp. Las redes sociales son tejidos de apoyo y solidaridad que existen en las familias, las comunidades de vecinos, los barrios, etc. ¿Cuántas veces hemos oído y leído la palabra «radical» (definición DRAE: partidario de reformas extremas) cuando se está informando de un acontecimiento en el que está presente la violencia?

Asimismo, el poder no sólo roba nuestro lenguaje. Estudia los valores que defiende la izquierda transformadora y hacen suyos los que le interesan: la «ética revolucionaria» ahora se reivindica en todo: «banca ética», «capitalismo amable», «energía verde». (Por cierto, la utilización que está haciendo el mundo de la publicidad –transmisor principal del consumismo capitalista– de la lucha actual contra el coronavirus me parece repugnante.)

España ocupaba hace unos años el puesto 24 del mundo en el dominio de inglés. El dato en sí no es más que una estadística e importa poco. Sin embargo, si nos guiamos por la cantidad de anglicismos (ni siquiera extranjerismos porque leer latín o francés podría ser refrescante) que inundan nuestros medios, también los que luchan por un mundo distinto, parece que lo dominamos todos: «fake news» por «bulo», «must» por «deber» u «obligación», «fact check» por «verificación de la información». El problema no es sólo que se cuele el extranjerismo, sino que las lenguas se degradan si no traducimos las palabras nuevas, aunque sea mediante una frase más larga y explicativa.  Las lenguas se transmiten desde una organización mental y una cultura distintas y si no las traducimos, parte de esa cultura se queda en la lengua de recepción. Por otra parte, tengo la impresión de que el uso de anglicismos se considera sofisticado en ciertos sectores, como parece indicar su profusión entre los ‘todólogos’, como decía Javier Couso, a quien agradezco tan elocuente término. No sabemos más por decir algo en inglés. 

Dario Azzellini y Marina Sitrin analizan en Occupying Language las palabras «territorio», «asamblea», «ruptura», «poder popular», «horizontalidad», «autogestión» y «protagonismo». “El lenguaje no es neutro y las palabras transportan y expresan los conceptos y los modos de pensar. Éstas pueden consolidar y perpetuar jerarquías, dominación y control, igual que pueden subrayar la igualdad y fortalecer la conciencia. Las luchas latinoamericanas por la dignidad, la libertad y la liberación tienen su raíz en más de quinientos años de resistencia. El lenguaje derivado de estas luchas llega acompañado de antecedentes históricos.” (La traducción es mía.) En Occupying Language se nos explica de manera muy hermosa los conceptos, los modos de pensar y la historia detrás de las palabras. Existen palabras en algunos idiomas que no se pueden traducir porque representan hechos, a veces históricos, que no se entienden en la lengua de recepción. Recuerdo al final de la dictadura cuando intentaba explicar a mis compatriotas británicos la lucha por la amnistía de los presos políticos. La palabra «amnistía» existe en inglés, pero no lograban captar toda la carga conceptual e histórica de la misma

Desde hace tiempo nos hemos dado cuenta de que el lenguaje que utilizamos puede ser patriarcal o machista. Pero hay usos más sutiles que si no ponemos cuidado, nos tragamos con toda su carga ideológica. En el libro sobre feminismo de Black, Buller, Hoyle y Todd se señala cómo difieren los adjetivos según se trate de hombres o mujeres:

HOMBRE                                                      MUJER

Emprendedor                                              Agresiva

Poderoso                                                       Ambiciosa

Resuelto                                                        Egoísta

Decidido                                                       Controladora

Enojado                                                        Malhumorada

Experto                                                         Terca

Los roles tradicionales asignados a los hombres y a las mujeres han contribuido a la creación de diferentes adjetivos según se trata de uno u otro género. Las mujeres no sólo hemos tenido que esforzarnos más que los hombres para demostrar nuestra valía en todos los ámbitos, sino que también tenemos que aguantar la desigualdad y la discriminación, y sin cabrearnos, no vaya a ser que se nos insulte.

Y podemos aprender mucho de otras lenguas menos dominantes. Teresa Villaverde, en la revista Pícara Magazine, habla del idioma maya tojolabal que “utiliza dos verbos, correspondientes a dos acciones, y elimina así la estructura de subordinación y jerarquía”.

Todas las personas que se dedican a la palabra –principalmente los periodistas y nuestros representantes políticos que nos deben convencer con la misma– deben cuidar el lenguaje. Los siguientes ejemplos son sólo una pequeña muestra en una larga lista de la degradación -y a veces la intencionalidad ideológica- del lenguaje:

  • No se puede sustituir la «Unión Europea» por «Europa». Europa no es responsable de lo que hace mal la Unión Europea. Eso sí, en vez de responsabilizarla por sus errores, es mucho más fácil y etéreo echarle la culpa a Europa. Los responsables de los recortes en el gasto social tienen nombre y apellidos. 
  • Cuando nuestros representantes políticos se dirigen a sus representadas,  hablan de «españoles» cuando no de «compatriotas», términos que encuentro excluyentes; no se acuerdan de todas las personas (migrantes o personas que eligen vivir en España sin nacionalizarse) que pagan impuestos y hacen comunidad. Ya no se utiliza la palabra «pueblo» que, además de ser inclusiva, es hermosa.
  • Casi ya no oímos la palabra «paro»; se utiliza «desempleo». No sólo es un extranjerismo (procede del inglés unemployment), es también una utilización desideologizada del término. El paro es un término de ‘obreros’  y como se nos ha intentado convencer machaconamente, ya no hay obreros ni trabajadores, sino ‘empleados’, cuando no ‘operarios’. No se crean nuevos conceptos por inventar palabras nuevas ni se cambia su significado o historia. Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad seguirán siendo policía por mucho nombre rimbombante que se les dé. De la misma manera, las personas que antes hacían jogging, luego footing y ahora running siguen siendo las que corren al aire libre, por mucho que se les asigne un nombre en inglés. 
  • Me molesta profundamente cuando se me considera «consumidora». No existo en función de lo que consumo, sino como persona (ni siquiera como ciudadana, que es una cosa bastante concreta). Compro patatas, escucho e intento hacer música, leo y aprendo de los libros. Pero no consumo ninguna de estas cosas. Según qué caso, puedo ser usuaria, cliente, pero ‘consumidora’ sólo me confiere la condición de contribuyente al Producto Interior Bruto.

El discurso de la izquierda debe reflejarse también en el lenguaje que utiliza. No dudo de que haya sectores y personas dentro de la izquierda y los medios de comunicación independientes que sean sinceros en sus intenciones, pero les creo menos cuando utilizan el mismo lenguaje que la derecha.


*Algunas os preguntaréis cuál es la alternativa; os propongo que leamos a Luis González Reyes y estudiemos su “economía poscapitalista, basada en gran medida en una desmercantilización y desalarización de nuestras vidas”. 

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