Cultura | Opinión

El último símbolo

"El público de hoy, aunque parezca adoctrinado por la superficialidad, busca héroes sin capa, héroes a los que solo se les exige una cosa; que, a diferencia de los de Marvel, sean humanos".

Fotograma del documental 'Fernando Torres: El último símbolo'. CAPTURA DE PRIME VIDEO

Esto no es un artículo sobre deportes; no es un artículo sobre fútbol, sobre el Atlético de Madrid o sobre la competición; es un texto sobre la popularización del documental deportivo como género cinematográfico. O, dicho de otro modo: sobre cómo este tipo de no-ficción se está consolidando como instrumento audiovisual complementario a la ficción. Películas como Senna, Free Solo o Tocando el vacío han trascendido el ámbito deportivo para colonizar los premios de los grandes festivales de cine e incluso los Oscar; para convertirse, con independencia de su género y su temática, en referencias cinematográficas 

El espectador contemporáneo (de perfil joven, formado mayormente por una generación que vio caer las Torres Gemelas en los noticiarios y que utiliza plataformas digitales en vez de canales de televisión para su ocio) demanda formas activas de exhibición; pretende, como en la realidad virtual, formar parte del film; tener la posibilidad de interactuar con él de alguna manera. Los documentales deportivos pueden contener sus recuerdos de infancia, abordar su gran pasión o incluso ser parte de su vida. Esto supone un giro en los hábitos de consumo audiovisual, consolidando de este modo un género que prolifera y complementa a los espectáculos deportivos. 

Un buen ejemplo de ello es Fernando Torres: El último símbolo, documental producido por Atresmedia para Amazon Prime (que se está especializando en el género) sobre la carrera de Fernando Torres. Un documental que no posee el contenido dramático de las obras anteriormente citadas, pues estas utilizan la muerte como conflicto, y que, bajo su aparente sencillez, encierra una obra profunda. El último símbolo nos presenta un argumento conocido, clásico, incluso manido: la historia de un chico de un barrio humilde que se convirtió en la gran esperanza rojiblanca cuando apenas tenía diecisiete años. Una esperanza que tuvo que ser utilizada o rentabilizada pocos años después para mejorar la economía del club y que posteriormente regresó a casa como el Hijo Pródigo. Esto, que no deja de ser un guion previsible en la esfera deportiva, posee sin embargo un trasfondo, una lectura entre líneas generada por la profundización en la personalidad de un deportista especial, distinto; ese símbolo al que hace referencia el título.

Un símbolo es, según la RAE, un elemento u objeto material que, por convención o asociación, se considera representativo de una entidad, de una idea, de una cierta condición. Vivimos en un mundo tiranizado por el capital donde tener valores personales, creencias sobre el modo de comportamiento correcto, el que nos hace libres y felices, el que nos satisface, es más que un acto revolucionario: es, en realidad, un suicidio.

Torres repite varias veces durante su intervención la palabra traición; término que puede sonar, a priori, antiguo, decimonónico o incluso apegado a un concepto medieval. Sin embargo, en su semántica, el Niño se refiere a un código de honor no escrito en el que lo más importante es fiarse de la palabra dada, de la franqueza, de la creencia en que no es necesario un contrato o un documento privado para que exista confianza.

Al final, lo que intenta transmitir es que, en su mundo, que choca frontalmente con el de los que manejan los hilos del fútbol, aún hay sitio para la lealtad; a su club, a su pareja, a sus amigos, a su familia y a quienes creen en él. Y eso lo convierte en algo más que la imagen de un póster colgado en la habitación de un adolescente cualquiera. Lo convierte en humano o, más bien, en un símbolo de lo humano.

Es por ello que no hace falta ser aficionado al fútbol o aficionado del Atleti para sentir afección durante uno de los pasajes más dramáticos del documental: en un partido de Liga en La Coruña, el Niño choca en el aire con un jugador rival y toda su humanidad, su enorme planta, aterriza contra el suelo detenida por su cuello; una caída espeluznante. Fernando no responde. Queda inconsciente sobre el césped. Los gestos de sus compañeros escandalizan a los espectadores y telespectadores. Las húmedas motas de polvo que flotan en la atmósfera coruñesa se secan de repente. Los átomos y moléculas permanecen a la expectativa. No hace falta ser atlético para preocuparse por el estado de salud del Niño, para pedir, rezar o desear que se despierte.

Así las cosas, guionista y director, con mucha habilidad, recurren a la familia para narrar aquellos momentos de incertidumbre. No hay necesidad de palabras: la cámara está frente a Olalla Domínguez, esposa de Fernando: Olalla dice que no sabe si va a poder contarlo. El silencio conquista el plano. La tensión de la secuencia concentrada en unos ojos que se humedecen. Le tiemblan los labios. La viveza del recuerdo le sobrepasa. Se emociona. No hace falta más. La mejor historia es la que no se cuenta. 

Pues bien, ese momento nos da la medida de lo que una figura del deporte puede representar como ser humano, como ejemplo de «alguien querido», y el director lo resuelve no solo con solvencia, sino también con la sensibilidad que se aborda un guion de ficción. Para ello utiliza las herramientas del arte dramático: conflictos, emociones, empatía; sentimientos edificados, en este caso, sobre los mimbres de la realidad, no de la inventiva. De este modo el espectador puede sentirse parte de la historia: del Atlético, de la Selección, de la vida de un chico que cae bien incluso a los aficionados rivales. 

Al fin y al cabo, el público de hoy, aunque parezca adoctrinado por la superficialidad, busca héroes sin capa, héroes a los que solo se les exige una cosa; que, a diferencia de los de Marvel, sean humanos. Y ahí estriba el acierto, y tal vez el éxito (7’5 sobre 10 en IMDb), de este documental y, en general, de un género cinematográfico que se ha convertido en el último símbolo del audiovisual contemporáneo.

Mario Crespo, es socio cooperativista de La Marea. Bibliotecario y escritor. @Mario__Crespo

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