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También importan las vidas moras
"Espero que cuando duden de la eficacia de su lucha se acuerden de esta historia para esquivar la rendición", defiende la autora del texto
AUXILIAR ENFURECIDA | El pasado 16 de octubre, varios colectivos antifascistas de Madrid, organizaron una concentración en el distrito de San Blas-Canillejas. ¿El motivo? Visibilizar el auge de los discursos de odio en el barrio, esclarecer los hechos sucedidos días atrás, señalar a los medios de comunicación como principales responsables de la desinformación de la población y aunar fuerzas contra quienes promueven el racismo y la xenofobia. Desde hacía meses, un grupo de chicos extranjeros residentes en un piso de menores tutelado por la Comunidad de Madrid, sufría insultos y agresiones por parte de un grupo de neonazis organizados y conocidos en la ciudad. Así lo denunciaron y, en respuesta, sufrieron el ataque xenófobo que dio lugar a la concentración mencionada.
Ese día asistieron a la concentración, entre otros, un grupo de chicos marroquíes a cuyos oídos había llegado esta convocatoria. Antes de llegar estaban expectantes, jamás habían acudido a una concentración y no sabían muy bien qué iban a encontrar. De camino, en el metro, me fijé en las caras de los pasajeros. Todo el mundo los miraba, algunos con intriga, la mayoría con desprecio. Ellos seguían hablando y riendo de manera inocente, inmersos en su conversación, como acostumbrados a aquello, habiéndolo normalizado después de tanto tiempo. Cuando por fin llegamos a la concentración todos se pusieron nerviosos: “Toda esta gente es española. ¿Están aquí por nosotros?”. Era la primera vez que se sentían parte de un grupo, que incluso se les observaba con admiración. El apoyo de sus paisanos siempre lo han tenido, no he visto una red tan fuerte, unida y valiente como la suya; y, sin embargo, siempre les ha costado un esfuerzo triplicado conseguir el apoyo y cariño de las personas que viven en su país de acogida.
Rápidamente empezaron a sentirse seguros, sacaron sus móviles y comenzaron a realizar vídeos que más tarde subirían a sus redes sociales. Poco a poco fueron avanzando en la concentración hasta situarse en un lugar céntrico, mano a mano con un grupo de mujeres que coreaban los cánticos que todos ellos imitaban, con mayor o menor éxito, pero con una pasión que no vi en nadie más aquel día. Rieron, se abrazaron, gritaron y lucharon por sus derechos. Salieron de aquel lugar sabiendo que existían personas capaces de organizar todo aquello para protestar por las mismas injusticias contra las que ellos batallan diariamente.
En el camino de regreso solo hablaron de lo vivido, recordaron los cánticos y preguntaron su significado para ver si alguno podría ser empleado durante sus protestas por la malísima alimentación del centro donde residen. “¿Qué es un CIE? ¿Y antifascismo? ¿Y cómo puedo ser de los que organizan esto? ¿Cuándo es la siguiente?”. Qué gran trabajo hicieron todas aquellas personas que contribuyeron a que la concentración saliese adelante con tan rotundo éxito, a pesar de los obstáculos mediáticos e institucionales. Espero que cuando duden de la eficacia de su lucha se acuerden de esta historia para esquivar la rendición.
Los chicos de los que hablo son menores en gravísimo riesgo de exclusión y el deber de la institución es su cuidado. Como mínimo, la garantía de sus derechos más evidentes por su condición de niños. A lo largo del tiempo y el paso por los diferentes brazos del sistema de protección de menores, no son pocas las entidades, asociaciones, colectivos e individualidades (especial mención al Colectivo Ex-MENAS Madrid por su gran labor) que han denunciado su desamparo.
Es inaudito que, en un Estado de Derecho, la propia institución cuidadora, la Dirección General de la Familia y el Menor, no informe ni brinde a los menores sus derechos fundamentales, permita los discursos de odio tan recurrentes en los medios de comunicación y fomente así la xenofobia y el clasismo; criminalizando a los niños que debería proteger. Me atrevo a decir, con total seguridad, que nadie abandona a su familia y cultura para jugarse la vida en un viaje cuya meta es ser repudiado, tratado como un delincuente, impulsado a serlo o para estar aislado. Los menores extranjeros no acompañados, tutelados por la Comunidad de Madrid, merecen la visibilidad, justicia y equidad que es nuestro deber ofrecerles.
*La autora del texto, auxiliar educativa, prefiere no desvelar su nombre