Opinión
Derecho a la belleza
"Nada puede salir bien cuando dedicamos casi quince minutos a esperar en los andenes y solo diecisiete segundos a contemplar la belleza. Admirar lo bonito también es cuestión de clase", reflexiona Noelia Isidoro.
Diecisiete segundos es el tiempo que pasa cada visitante frente a una pintura en el MOMA, lo cuenta Kirmen Uribe en su nuevo libro. Trece minutos esperando al metro en Puerta del Sur, lo cuenta mi hermana, que pasa el tiempo esperando en el andén cuando le toca ir presencialmente al trabajo. “Bajo a la mina, se corta”, dice cuando le toca turno de tarde y aprovecha el camino de vuelta a la que sale para llamar, porque hablar por teléfono con gente a la que se echa de menos se convierte también en carga, en otra actividad más que encajar dentro de los minutos que quedan libres. Y sí, se pierde la voz, se corta la llamada. Intercambiamos, si acaso, dos o tres audios después.
Vivimos de migajas. Buscamos en ellas el camino de regreso a algo que parezca casa. De mensajes en el móvil aprovechando visitas al baño en el trabajo, de las lecturas en el cercanías, de restos en la nevera de la cena del sábado para poder tardar en ir a la compra. Y cuando llegamos a casa estamos cansadas. Discutimos. Bostezamos. Elegimos series con capítulos cortos. Leemos en Twitter. Lo hacemos todo rápido para dormir cuanto antes. No tenemos tiempo de hacer relajación ni respiraciones profundas. Tomamos pastillas para conciliar el sueño mientras programamos la alarma del móvil. Tenemos prisa y cansancio y tristeza acumulados.
Asoma el hartazgo en la mirada que aún deja libre la mascarilla. Ya ni siquiera es incertidumbre lo que los viernes fue rabia, porque era los viernes cuando nos anunciaban las nuevas restricciones en los barrios. Prohibido el ocio. Madruguemos el lunes, salvemos la economía. Y la salvamos. Hemos dejado de ver a la familia, que vive a diez minutos en coche, a nueve en tren, para poder aguantar hora y cuarto de ida y otro tanto de vuelta en ese mismo vagón con destino a la capital de lunes a viernes. Repetimos quedada con los mismos amigos, que los demás viven en otras ciudades fuera de la M-30 y tenemos prohibido encontrarnos fuera del horario laboral.
Salimos a los centros comerciales durante el fin de semana porque no podemos movernos de la localidad en la que dormimos y ponemos lavadoras, porque este año ni siquiera hay teatro del ayuntamiento los sábados por la tarde. Nos encontramos en los mismos sitios por los que pasean las abuelas que nunca tienen plaza en el centro de día. Territorio también de adolescentes, que lo han llenado este verano cuando ni siquiera abrían las piscinas municipales mientras la televisión nos enseñaba imágenes de la chavalada sin mascarilla, como si en los bares las personas mayores de 18 la llevaran siempre puesta entre caña y caña.
Nos vamos al Alcampo, al Zara y al Bershka porque es lo más parecido a la belleza que tenemos cerca. “Consumir, producir, ponerme guapo para ti”, lo dice la canción y lo cumplimos más que nunca. Vivimos en ciudades dormitorio y habitamos los no lugares. Nos los sabemos de memoria. Pero sabemos también que necesitamos sitios adonde ir. Lugares de reunión y tiempo para los abrazos, aunque sea con mascarillas. Parques abiertos y un salvoconducto sin tarjeta de fichar. Queremos otro que nos deje, aunque sea un par de días a la semana, disfrutar y disfrutarnos, rozar lo bello. Nada puede salir bien cuando dedicamos casi quince minutos a esperar en los andenes y solo diecisiete segundos a contemplar la belleza. Admirar lo bonito también es cuestión de clase.
El 100% de lo que se publica en LA MAREA es mentira (con lo que supone eso objetivamente de genocidios, de hijoputismos y de maldades vuestras), ¡pero os da igual!, ¡igual e igual!
Igual como toda la criminalidad asesinante de vosotros puesta en marcha, indigna, cobarde y diabólica de falsantes inhumanos, asquerosos y mostruos que vostotros sois. !Así es!, guste o no o matéis más o pase lo que pase, ¡así y solo así! Ante esto de vosotros, ¡hasta Hitler puede dar lástima!
Precioso texto, emocionante. Un abrazo madrileños, esperemos que todo pase, o al menos que volvamos a apreciar lo bello, lo hermoso, lo humano, en medio de la incertidumbre.