Análisis | Opinión
Vayámonos de puente, sí, a nuestra memoria
"Ante tal exhibicionismo de irresponsabilidad, solo me queda confiar en la memoria. Individual y colectiva", escribe la autora: "En que hagamos memoria de aquel silencio, de aquel frío, de aquel temor que lo anegaba todo aquellos días".
Dice El Mundo que “si usted vive en Madrid y quiere irse de puente, todavía está a tiempo”. Es la respuesta –o más bien, el desafío– del periódico a la entrada en vigor del estado de alarma que impedirá a sus habitantes salir de la comunidad.
Y a mí, ante tal exhibicionismo de irresponsabilidad, solo me queda confiar en la memoria. Individual y colectiva. En que hagamos memoria de aquel silencio, de aquel frío, de aquel temor que lo anegaba todo aquellos días. De aquel no terminar de entender cómo era posible que no pudiéramos saber cuándo podríamos volver a ver a nuestros padres y madres sin ponerles en riesgo, sin ser sus potenciales aniquiladores; de aquellos desvelos tras irse a dormir sin sueño, tras comer sin hambre, tras hablar por teléfono sin un ‘mañana nos vemos’; de aquel cruzar miradas tan desconocidas como ansiosas, enmarcadas por las mascarillas, que buscaban respuestas en las baldas del supermercado; de aquel intentar leer, ordenar ideas, pensar… y solo poder procrastinar. Porque bastante tenía nuestra mente con intentar aplacar el desasosiego de la impotencia, encajar el golpe de lo imprevisible e, incluso, entender lo, de repente, inaudito de nuestra intrascendencia.
Pero, sobre todo, no entiendo cómo algunos se atreven a hablar de “irse de puente”, o del intento de “estigmatizar” a una población o de la versión madrileña del ‘España nos roba’, cuando lo que sus palabras cristalizan en mi memoria es a Pepita Serra Grau y a Carmen Lecha Badía diciéndome, a sus más de 90 años en una residencia de Martorell (Barcelona), que lo que más miedo les daba no era morirse, “porque morirnos nos tenemos que morir” –añadían, entre risas amargas– , sino hacerlo sin poder despedirse de sus hijos, nietos y bisnietos, que estos no pudiesen ir a su entierro, que no les enterrasen junto a sus maridos.
No entiendo cómo la que fuese portavoz del Partido Popular durante los, hasta ahora, peores meses de la pandemia, Cayetana Álvarez de Toledo, se atreve a decir mediante un tuit que “Pedro Sánchez se ha propuesto hundir Madrid”, entre otras sinrazones, “porque Madrid es sinónimo de libertad”, cuando lo que traducen mis recuerdos al leerla es a esos hombres y mujeres con miradas espantadas, unos, en coma otros, cuyos pechos vi moverse penosamente gracias a los preciados respiradores de la UCI de un hospital público.
No entiendo cómo la presidenta de la Comunidad más afectada, de nuevo, en número de contagios y de muertes, Isabel Díaz Ayuso, se permite declarar: “No se trata de confinar al 100% para que el 1% se cure”, cuando ese número solitario al que le siguen todos los demás nos engloba a todas las personas: las que enferman, las que cuidan, las que esperan, las que lloran, las que mueren, las que velan, las que amortajan, las que entierran, las que no pueden acudir al entierro, las que velan, las que son veladas, las que paren bebés a los que sus seres queridos no pueden abrazar… Somos también el bebé sediento de abrazos y de tribu, el abuelo moribundo de cuya mano el bebé nunca paseará, somos la madre soltera febril que no tiene con quién dejarle, somos la maestra contagiada, la madre enferma, la abuela muerta, el nieto que no encuentra consuelo, la enfermera que no consiguió curar, la doctora que no consiguió salvar… nos.
Me resisto a pensar que todas estas declaraciones que pisotean nuestra autoestima y dignidad por parte de quienes, precisamente, tienen el deber de protegernos, ya sea como periodistas o responsables políticos, fuesen posible si no nos hubiesen borrado o arrebatado la memoria de una pandemia que está tan viva que sigue causando muertes.
A mediados de marzo, el escritor chino Yan Lianke les recordaba a sus alumnos en el discurso inaugural del curso de la Universidad de Hong Kong:
Siempre son otros los que deciden qué debe ser recordado y qué olvidado; cuándo es tiempo de silencio y cuándo de algarabía. La memoria individual se ha convertido en una herramienta de los tiempos; la memoria colectiva o nacional, en el olvido o asignación de recuerdos de la gente.
Por eso los periodistas nos empeñamos en escribir nuestro presente para que sea mucho más difícil en un futuro borrar nuestra memoria. Por eso los fotoperiodistas y videoperiodistas se empeñan en registrar lo que nos ocurre para que en un futuro nadie pueda decir que no ocurrió. Pero nunca imaginamos que sería tan pronto, cuando la pandemia aún no ha terminado. Es más, cuando ni siquiera sabemos cuándo o cómo acabará.
Los gobernantes que como Díaz Ayuso, Boris Johnson o Donald Trump hablan de sacrificar el 1% de la población en pos del 99%, en realidad, lo que están defendiendo, como demuestran con sus políticas cada vez que gobiernan, son los privilegios de ese 1% que nunca irá a un hospital público, ni tendrá problemas para hacerse una PCR en un centro privado, ni se tendrá que confinar durante meses en un piso de 30 metros cuadrados.
Por eso, es al 99% restante al que le toca hacer memoria, rebuscar en sus recuerdos, constatar que aunque el 2020 y la percepción del paso del tiempo sean un misterio aparte, no hace tanto que nos acosaban tantos miedos que queríamos cambiarlo todo. Me cuesta creer que El Mundo o Díaz Ayuso pudiesen hacer ese tipo de manifestaciones sin temer la recriminación social, el ostracismo y la pérdida de legitimidad como actores públicos si los medios hubiésemos consolidado una memoria incontestable del dolor, el sufrimiento y las muertes que está costando este virus y de los responsables –con nombres, apellidos y razón social– que esquilmaron nuestro sistema público de salud para su lucro: de sus riquezas están construidas nuestras lápidas. De su 1% el 99% de nuestras lágrimas.
Vayámonos de puente, sí, a nuestra memoria. Escribámosla entre todos y todas, para que no puedan borrarla, ni ningunearla ni vejarla. Acallemos su crispada indecencia con nuestros recuerdos en calma. No hay nada que les desquicie más que la sobriedad de los que labran su testimonio en piedra mientras ellos gritan en medio de la nada. Recordemos que debíamos ser un país en duelo, aunque algunas prefiriesen cortar lazos para inaugurar terrazas.
Mas que frivolizar con ir de puente o a la discoteca hay que pensar en cuanta gente va a los centros comerciales para estar caliente en invierno ya que no pueden permitirse el lujo de calentar bien su casa. Y encima les recomendamos ventilar sus casas, con el gasto extra en energía que eso supone
No, Alfonso, la situación no es la misma. Cuando en marzo algunos políticos y periodistas irresponsables recomendaban acudir a manifestaciones, aun no había muerto nadie ni sabíamos exactamente las terribles consecuencias de los contagios. Ahora si lo sabemos.
Estupenda, y profunda, reflexión. Por favor, no esperes a jubilarse para dedicar algún tiempo a la literatura. Aunque con lo que te gusta viajar no sé yo….
Agonía (desde la ventana de una UCI)
Ya no me están sirviendo, ni alcanzando las palabras.
Tampoco me ayudan la esperanza, el optimismo;
el tragicómico deseo que alude a la fe, la creencia.
Se maquilla en la promesa, o se refugia en la ilusión.
Desaparecen, irremediablemente, ante la nada
que avanza inmisericorde, cruel y despiadada
sacudiéndonos en la pequeñez de lo que somos;
esa insignificante existencia en la que nos atiborramos
de cosas fútiles y nimias, como queriendo llenar los vacíos de la vida.
Así me encuentra esta agonía inesperada en el final de mi historia,
de mi obra inconclusa, de todo lo pendiente, lo siempre inacabado;
…y triste por las sombras que, para tantos, van llegando en la mitad, apenas,
de sus vidas, yermas, llenas de un bullicio atronadoramente sordo.
Quejarnos rasgando vestiduras hechas de hipocresías, mentiras, engaños;
o pretender recuperar aquellos valores… tan perdidos hace… tanto tiempo,
de los que apenas nos queda el recuerdo y la nostalgia, y el silencio
de saberlos apenas fantasias de un pasado que ya ni es nuestro;
irreparablemente muertas por el ensordecedor ruido del progreso,
del encandilamiento de los reflejos del poder y el dinero, y de la fama.
Vanidad de habernos creído superiores y dueños de ese mundo hecho para nosotros.
Y aquí estoy, mirando la libertad por la ventana. Acompañando el vuelo de los pájaros,
viendo amarillear las hojas en este otoño de sol; de luz apagada y radiante a la vez,
a través de una mirada moribunda aunque aún no sea el momento,
el doloroso momento de la despedida, cuanto toda la realidad se contrae en ese último suspiro.
Y la resignación y la impotencia por no haber sabido construir el mundo que los sueños,
la utopía y el coraje fueron postergando, aplazado en aras del paraíso prometido,
de la quimera y los cofres de oro y plata al final del arco iris.
Hoy, revivo en la memoria de mi piel la ausencia de tu cuerpo junto al mío,
la nostalgia por aquella increíble travesía a través de la palabra atravesando nuestros cuerpos
A través de los mares del amor, de la utopía, del deseo y… hoy, de esta agonía
Carlos Nieto
Completamente de acuerdo, la situación sigue siendo la misma que en marzo, cuando políticos y periodistas, irresponsables, recomendaban acudir a manifestaciones.
Estupendo articulo. Me ha encantado leerlo. Gracias
Estupendo artículo, como casi siempre, Patricia.
Un abrazo virtual