Cultura

‘Nación cautiva’ y la amnesia de América

Hollywood ha fantaseado siempre con una resistencia heroica que los estadounidenses nunca han tenido que ejercer.

Ashton Sanders en el papel de joven resistente contra la ocupación alienígena en ‘Nación cautiva’. Foto: PARRISH LEWIS

En Shutter Island (2010) Leonardo DiCaprio encarnaba a un detective que acude a un hospital psiquiátrico para investigar la desaparición de una paciente. En el curso de su indagación, los médicos (ojo, que viene un spoiler) le hacen saber que él hace ya mucho tiempo que no es detective, que en realidad es un paciente más de la institución, y que la mujer a la que busca es su esposa, a la que él mismo asesinó en el pasado. En resumen, Leo no es un agente de la ley ni un servidor público: es un asesino machista, un criminal peligroso. La patología que sufre su personaje fue identificada hace ya mucho tiempo por el psicoanálisis, una disciplina que, si bien es completamente acientífica, sirve a menudo como excelente literatura ilustrativa. Trastorno disociativo, lo llamaban los clásicos del género en una expresión finísima. Porque escribir, escribían muy bien.

No muy lejos de ese estado de despiporre identitario está lo que Sándor Ferenczi y Anna Freud denominaron como “identificación con el agresor”. Consciente o inconscientemente, el demente en cuestión ataca antes de ser atacado, lo que convierte a la imaginaria víctima potencial en verdugo efectivo. Entre estos dos síndromes paranoides parece haberse movido la política exterior estadounidense desde hace más de 100 años.

Es curiosa la fascinación que el cine americano tiene por las invasiones exteriores y la resistencia del heroico pueblo autóctono cuando ellos mismos no han vivido en carne propia ninguna invasión. Antes al contrario: han invadido profusamente diferentes territorios extranjeros, han impuesto toques de queda, han patrullado calles que no son suyas, han detenido, torturado y ejecutado (por su propia mano o por persona interpuesta: el ejército de Vietnam del Sur, los talibanes afganos, la contra nicaragüense…) a miles de civiles por todo el mundo. Pero como le ocurría a Leonardo DiCaprio, no son conscientes de sus actos. No se ven como agresores sino como libertadores y, además, fantasean continuamente con la idea heroica de resistir en suelo americano. Porque si hay heroísmo, ahí tiene que estar América. Y como no hay ningún episodio histórico al que agarrarse, los mejores ejemplos los brindan siempre los malvados alienígenas: El enigma de otro mundo (1951), Ultimátum a la Tierra (1951), La guerra de los mundos (1953), La invasión de los ladrones de cuerpos (1956)…

Todos estos títulos, ejemplos canónicos de esta obsesión cocinada en los años de la caza de brujas y el furor anticomunista, han tenido varios remakes y la mayoría, los originales y las copias, son buenas películas. En cambio, cuando el patriotismo ha querido presentarse sin filtros y Hollywood ha inventado invasores humanos para la “tierra de los hombres libres y el hogar de los valientes” los resultados han sido, lógicamente, ridículos.

John Milius, un ultraderechista con mucho talento para escribir guiones, alcanzó cotas difícilmente imaginables de mamarrachez con Amanecer rojo (1984), una bobada que narraba la invasión de Estados Unidos por tropas soviéticas, cubanas y nicaragüenses a la que hacen frente un grupo de blanquísimos chavales de instituto del Medio Oeste. De este disparate se hizo también un remake en 2012 que no puede explicarse sino por los daños que la droga ha causado en el cerebro de muchos productores. En este nuevo alegato de resistencia patriótica se cambiaba la nacionalidad de los invasores y, con la permuta de banderas, el nivel de irrisión no hizo más que subir: esta vez era la paupérrima y desnutrida Corea del Norte la que desembarcaba en Norteamérica, la mayor potencia militar del mundo, con ánimos liberticidas.

Más grotesca si cabe era Invasión USA (1985), un bodrio surgido de las mentes calenturientas de los israelíes Menahem Golan y Yoram Globus y erigido a mayor gloria de Chuck Norris. El antiguo campeón de kárate desbarataba él solo un plan ruso para invadir América gracias a la fuerza de sus puños y a su mágica capacidad para quebrar la segunda ley de la termodinámica: los cargadores de sus metralletas Uzi nunca se agotaban.

Ya ha quedado claro pero lo resumimos en pocas palabras: si los invasores no son marcianos, la patochada es de aúpa. Aunque esto tampoco es una vacuna infalible contra el despropósito, como quedó demostrado en Independence Day (1996).

La nave nodriza de los invasores extraterrestres de ‘Nación cautiva’. Foto: FOCUS FEATURES

Nación cautiva, la película que nos ocupa, no es una patochada. Está rodada con el pulso calculado de una película de procedimiento. Siempre hay algo de hipnótico en la preparación de un atraco o de la fuga de una cárcel. En esta película, en la que se planifica el atentado contra uno de los líderes invasores alienígenas, ocurre exactamente eso y evidencia el profundo conocimiento de su director, Rupert Wyatt, de los grandes clásicos europeos del género. Y ese es uno de sus aciertos. Es imposible verla sin tener en mente al italiano Gillo Pontecorvo, autor de las dos películas que laten más claramente debajo de esta Nación cautiva: La batalla de Argel (1966) y Operación Ogro (1979). La primera para explicar la clandestinidad del grupo y el modus operandi de las fuerzas del orden para borrarlo del mapa; la segunda, ya lo hemos dicho, para preparar la contraofensiva rebelde en forma de atentado selectivo. Pero estas coincidencias no son las únicas.

Minorías contra el sistema

El grupo de resistentes de Wyatt está compuesto por una amalgama de outsiders que podríamos calificar como claramente anti-Trump: mujeres, negros, latinos, asiáticos, homosexuales e intelectuales. Es la misma idea que explotó Robert Guédiguian en la L’armée du crime (2009), donde hurgaba en un delicado episodio de la historia de Francia: ¿qué hubiera sido de la divinizada resistencia contra los nazis si ésta hubiera quedado únicamente en manos de los français de souche (franceses de pura cepa)? Lo cierto es que muchos franceses recibieron la invasión alemana sin pestañear, unos ensimismados por la lucha partidista nacional (como apuntaba Manuel Chaves Nogales en La agonía de Francia) y otros porque estaban a otras cosas más entretenidas (como cuenta Alan Riding en Y siguió la fiesta: La vida cultural en el París ocupado por los nazis). Guédiguian homenajea en su filme a esos otros franceses, los llamados peyorativamente métèques o français de papier (los franceses por documentación): armenios, húngaros, italianos, judíos, polacos, rumanos, republicanos españoles, gente venida de todas partes y unida ideológicamente por el antifascismo. Aquellos héroes, que dieron la vida por su patria de adopción, pertenecían a los márgenes de la sociedad. Wyatt (como ya hiciera George Lucas en su saga de Star Wars) ha recogido también esa idea de marginalidad y heterodoxia para adornar a su grupo de rebeldes.

Por último, cabe destacar la presencia femenina, que no podía quedar fuera de esta calculada recreación de los mitos de la resistencia, desde Bertolt Brecht (Los fusiles de la señora Carrar) hasta Quentin Tarantino (en la figura de la Shosanna de Malditos bastardos). La mujer que resume ese arquetipo en el cine es Simone Signoret en El ejército de las sombras (1969), de Jean-Pierre Melville. Es la más audaz, la más astuta y la más humana, una maestra del disfraz y una mente privilegiada para la logística y la organización. Esa figura también aparece en Nación cautiva, pero no desvelaremos su identidad para no destripar más la trama.

La inmensa Simone Signoret, astuta combatiente antifascista en el clásico de Jean-Pierre Melville ‘El ejército de las sombras’. Fuente: FILMIN

Así pues, podría concluirse que hay que ver mucho cine europeo para hacer buenas películas americanas (que son las mejores, como todo el mundo sabe). Y Nación cautiva está muy cerca de ser buena. Y sin embargo no lo es. Wyatt, el director de la espléndida El origen del planeta de los simios (2011), no podía firmar una cinta completamente irrelevante: la peli tiene ritmo y se sigue con interés. Pero hay algo que pesa sobre toda la narración y es ese desfase entre lo contado y la identidad de quien lo cuenta.

Los rebeldes del filme se organizan para luchar contra unos invasores que cercenan sus libertades y explotan los recursos naturales de la Tierra hasta ponerla al borde del colapso. ¿Puede leerse aquí una crítica al neoliberalismo, a su incidencia en la crisis climática y al peligro que supone para la supervivencia de la especie humana? Claro, puede verse así. Pero esta metáfora anticolonial también nos podría llevar a pensar (y de hecho lo hace) en Panamá y el canal (1914-1999). O en Guatemala y los plátanos (1954). O en Chile y el cobre (1973). O en Iraq y el petróleo (2003). O sea, a pensar en Estados Unidos, el país real y no el idealizado por el cine, como los verdaderos alienígenas depredadores. El síndrome de Leonardo DiCaprio, vaya. Después de todo, con la excepción sufrida por los nativos americanos, allí nunca hubo una invasión, ni partisanos, ni guerrilleros, ni maquis, ni resistentes. Pero sí una tendencia a la asimilación de todos los mitos heroicos, vengan de donde vengan. Y una conveniente, oportunísima amnesia histórica.

‘Nación cautiva’ se estrena en cines el viernes 9 de octubre.

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Comentarios
  1. Deja de meter con calzador tu antiamericanismo y tu ideología y haz crítica de la película. Los que vemos críticas al menos yo no buscamos a un rojo resentido que prácticamente consume el artículo en criticar a EEUU y no a hablar de la película.

  2. Creo que es un buen retrato de la mayoría de los norteamericanos.
    El cine europeo por lo general, cuenta historias más reales, profundas y convincentes.

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