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¿Están las ciudades preparadas para decir basta a los humos?
"Si a finales del siglo pasado fuimos capaces de expulsar las industrias contaminantes del centro de la ciudad, ahora es momento de expulsar el coche de motor de combustión".
SÍLVIA CASORRÁN MARTOS | La semana de la movilidad 2020, celebrada entre el 16 y el 22 de septiembre, implicó también el inicio de la ‘nueva normalidad’: el retorno a la escuela y a muchas oficinas después de seis meses teletrabajando.
Durante el confinamiento habíamos podido disfrutar de un aire sin humos, de una ciudad sin ruido, con pocos siniestros viarios, más verde que nunca, y de una costa, como la barcelonesa, visitada por delfines y ballenas. Hasta hemos asistido a la puesta de huevos de tortugas marinas. Pero, también durante el confinamiento, numerosos estudios científicos han demostrado que la pandemia estaba siendo más letal allá donde el aire estaba más contaminado e, incluso, que el coronavirus se dispersaba mediante las partículas contaminantes. Razones de peso (con ojos de humana con instinto de supervivencia), para no volver a los patrones de movilidad anteriores al confinamiento.
Muchas personas esperábamos que esta Barcelona más habitable, conseguida a base de restringir la movilidad de las personas, se prolongara en el tiempo una vez retomada la ‘nueva movilidad’. Pues bien, a pesar de que el 15 de septiembre se iniciaron las multas de la Zona de Bajas Emisiones de las Rondas de Barcelona a los vehículos de motor sin etiqueta ambiental, los datos de contaminación atmosférica de esa semana hacen temblar.
El 98% de los centros educativos han superado en horario escolar las medias anuales de dióxido de nitrógeno recomendadas por la OMS. Y el aire que respiramos tiene mucho que ver con la forma en que nos movemos. Es necesario, pues, que todas las administraciones que tienen que velar por la calidad del aire sean más contundentes con las restricciones de movilidad motorizada a la metrópolis barcelonesa.
A pesar de que el Ayuntamiento de Barcelona haya impulsado medidas para conseguir una movilidad post COVID-19 más segura y saludable –por ejemplo, nuevos ejes para peatones y bicicletas, entornos escolares seguros y ampliación de terrazas a las calzadas– estas medidas se han mostrado del todo insuficientes para conseguir luchar contra la emergencia sanitaria y la emergencia climática.
Nos va la salud individual y colectiva, presente y futura. Si a finales del siglo pasado fuimos capaces de expulsar las industrias contaminantes del centro de la ciudad, ahora es momento de expulsar el coche de motor de combustión. No nos podemos permitir convivir con nuestro asesino, tenemos que ser más fuertes y más eficaces.
En esta lucha no estamos solos. Grandes ciudades como París ya han empezado a tomar decisiones para salvar nuestra salud y luchar contra la emergencia climática. De hecho, la mayoría de los retos que vivimos en las ciudades son compartidos: el vehículo de motor de combustión nos provoca demasiados efectos perjudiciales –siniestros, ocupación excesiva del espacio, ruido, contaminación atmosférica, además de generar CO2– como para seguir conviviendo con él.
Las soluciones también pasan por estrategias parecidas, validadas por los organismos internacionales y por el conocimiento científico-técnico: hagamos zonas de bajas emisiones y/o peajes urbanos, reorganicemos el espacio viario para que la movilidad activa (peatón, bicicleta) y el transporte público tengan más facilidades, regulemos el aparcamiento, impulsemos servicios de vehículo compartido. Todo ello debemos hacerlo de forma coordinada con las metrópolis, puesto que la movilidad no entiende de fronteras administrativas. Las resistencias al cambio y los intereses motivados que a menudo hay detrás también son comunes.
Hay que ser perseverantes para que las medidas funcionen, y hay que ser cada vez más ambiciosos y buscar las estrategias eficaces para poder garantizar la salud de la ciudadanía.
París tiene muy claro cuál es el objetivo de la lucha para cumplir con los Acuerdos de París de 2015 y no le tiembla la mano ante los sectores económicamente interesados. En 2024 eliminará los vehículos diésel de la ciudad y en 2030 los vehículos con motor de combustión. Y los vehículos de motor particulares no volverán a circular ni por la ribera del Sena ni por la Rue de Rivoli.
En Barcelona, seguiremos trabajando firmemente por nuestro futuro en común, el que ya reclamaba el informe Brundtland (Our Common Future) de la ONU en 1987 cuando utilizó por primera vez el concepto de ‘desarrollo sostenible’. Las ciudades tenemos claro que tenemos que trabajar para proteger la salud de la ciudadanía y la del planeta. Estamos preparadas, sabemos cuál es el camino y hemos empezado a dar pasos, pero ahora hay que tomar impulso para que las generaciones futuras tengan posibilidades de vivir.
Una ciudad con pocos coches es ahora mismo una utopía sin un transporte público de calidad. Hasta que los gobiernos no hagan un transporte público de calidad que conecte la ciudad de Barcelona con su área metropolitana i por fuera de ésta, la gente no dejará el coche. Prohibirles el coche sin crear redes de calidad, sería completamente injusto.
No es normal que el mismo trayecto en transporte público des de un punto de Cataluña hasta Barcelona implique invertir prácticamente el doble de tiempo que usando el coche. Inténtelo un día, a ver que tal la excursión.
Es muy fácil comparar Barcelona con París o otras ciudades europeas, cuando ocupa los puestos finales de los rankings de calidad de transporte público.
A mi me encantaría poder llegar al trabajo en transporte público des de mi casa, poder leer un libro en vez de estar estresada en una cola de tráfico, pero incluso haciendo cola, tardo mucho menos tiempo que en transporte público. Triste pero real…