Internacional

ESPECIAL DESDE LESBOS|El mensaje de Setara desde un campo de refugiados en llamas

“¿Es periodista? Tenemos algo que decirle”, le dijo Setara Heydari, de 15 años, a esta periodista después de que ardiese su campo de refugiados, en la isla de Samos.

“¿Es periodista? Tenemos algo que decirle”.

Por segunda vez en la última semana, los más de 4.000 solicitantes de asilo del campo de Samos se enfrentaban a las llamas. Esta vez, de manera mucho más perentoria, ya que según todos los testigos consultados, su origen estuvo en el contenedor en el que viven los menores no acompañados. Es decir, en el corazón del recinto cerrado con concertinas construido originalmente como campo de refugiados. Alrededor de sus muros y vallas, la jungla, como llaman a la zona ocupada por las cientos de tiendas de campaña y de chabolas en las que viven los supervivientes de la guerra y la desigualdad.

Desde que el pasado martes se declarase un incendio en las inmediaciones del campo de Samos, un camión de bomberos hacía guardia en el acceso principal. Sus habitantes, que seguían de cerca lo que estaba ocurriendo en Lesbos tras la destrucción del campo de Moria, sabían que el peligro volvería a repetirse pronto. Había quienes se mostraban a favor de hacerlo todo arder como respuesta al destierro, a la deshumanización de las condiciones en las que viven y, por último, al confinamiento dictado tras la identificación de casos de covid-19 en el campo. Pero también había quien temía sus consecuencias, más allá del riesgo para su integridad: que el Gobierno heleno les castigase colectivamente encerrándoles bajo un sistema aun más restrictivo, como ocurrió con quienes tuvieron que vivir al raso durante diez días.

Cuando el domingo por la noche esta periodista llegó a las puertas del recinto tras recibir los mensajes de algunos de sus habitantes, las llamas ya habían sido sofocadas y decenas de niños y niñas observaban agarrados a las rejas el trabajo de los bomberos y las luces rotativas al ritmo de las sirenas. Las ratas eran todavía más numerosas y brincaban más libremente que durante el día. Como entonces, nadie reparaba en ellas.

Mientras grababa algunas imágenes, se me acercaron Setara Heydari y Mahdi Khwari, dos niñas afganas de 15 y 13 años, respectivamente. Dicen que tienen que mandar un mensaje “a todo el planeta”, aunque Mahdi apenas puede levantar la mirada del suelo por la timidez. Así que es Setara la que, con un aplomo y determinación sorprendentes, toma la palabra. Este es su mensaje. 

Setara hace así un repaso sobre las razones más urgentes por las que estos campos deberían ser cerrados inmediatamente y sus habitantes evacuados inmediatamente a lugares seguros y dignos para ser habitados por seres humanos. “Cuando comenzó el fuego y salimos de nuestras tiendas, los policías nos dijeron que no podíamos salir (del centro), que nos teníamos que quedar ahí sentados”, denuncia, consciente del riesgo que entrañan estos incendios para las personas que viven en la zona vallada del campo. Una ratonera en toda regla. Pero sus palabras van mucho más allá. 

“Necesitamos aprender, un sitio limpio, no tenemos un baño, una ducha… Todas las niñas necesitamos ayuda. En la noche no puedes dormir, no puedes salir sola fuera (de la tienda), no podemos ir al baño porque los hombres beben y nos dicen cosas. Aquí hay muchos problemas. Por favor, necesitamos ayuda”, repite varias veces. 

“Queremos que lo sepa todo el mundo: hemos venido aquí, no para beber ni para viajar, sino porque en Afganistán no podemos vivir, siempre hay guerra. Allí nos dicen que, como niñas, nuestro sitio está en la casa. Hemos venido porque queremos tener una vida buena, con respeto por las mujeres. Y en Afganistán no hay derechos para las mujeres”. 

Pero aquí, en Grecia, en la Unión Europea, Setara tampoco ha encontrado el respeto que buscaban sus padres cuando partieron de su ciudad, Mazar-e-Sarif, para darle a ella y a sus tres hermanos una vida mejor que la que les espera a los de su etnia, los hazara, los más pobres y discriminados del país. “Cuando vamos a la ciudad, los hombres y mujeres griegos nos dicen que somos burros, que no les gustamos, que somos como perros, que por qué hemos venido a su país. Les contesto que hemos venido por su ayuda, porque allí hay guerra, porque no hay respeto por las niñas, porque necesitamos vuestra ayuda”, repite. 

Setara me había visto desde el otro lado de la valla y decidió, junto a Mahdi, su amiga de 13 años, hacer lo que las adultas no se atrevían: salir del centro cerrado en plena noche, por uno de los agujeros del enrejado, desobedeciendo la orden de los policías, para decirnos lo que le estaba ocurriendo. Unos metros por detrás, las siguieron dos mujeres adultas, silenciosas al principio, pero que pronto se contagiaron de la valentía de las niñas y empezaron a denunciar lo que Setara ya nos había contado. Y algo que repiten sin cesar las personas refugiadas: que por no tener, no tienen prácticamente ni atención médica.

Quizás sea ese el mensaje más claro que reciben del valor que se les da a sus vidas.

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Comentarios
  1. Hola.Nunca entenderemos por qué no podemos acoger sin tanto problema a estos niños y familias.Ver a la niña Zahara protegiendo de su hermano y pedir cosas básicas nos encoge el corazón.Dan ganas de ir allí y traer a esa familia…..

  2. Puedo ayudar a estas niñas y mujeres?. Cómo?. Se les puede contactar de alguna forma?. Me pesa tanto … me duele. Gracias x la sororidad Patricia. Cuídate.

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