Política

Tirad las estatuas; ya haremos otras

"En las próximas semanas, habrá cabreo en Madrid porque ese era el objetivo: crear imágenes para los programas matinales", analiza Jorge Dioni.

Protesta en Madrid ante las medidas adoptadas por el Gobierno regional en algunos barrios. REUTERS / JAVIER BARBANCHO

Todo resulta más sencillo si pensamos que el resultado desagradable no es un error, sino el objetivo. Sobre todo, cuando se mantiene en el tiempo. Por ejemplo, las críticas a los nuevos desarrollos urbanos, los suburbios de urbanizaciones o chalets, suelen decir que son espacios impersonales, repetitivos, sin servicios, hostiles para los desplazamientos a pie y desconectados del resto de la trama urbana. Solo se puede ir al trabajo o al centro comercial, fuerza de trabajo o fuerza de consumo. Bien, ese era exactamente el objetivo. Cabe deducirlo cuando ese mismo modelo se repite decenas de veces y los proyectos para la próxima década insisten en copiarlo.

Es interesante aplicar la misma mirada a otro modelo urbanístico: las infraviviendas de las explotaciones agrícolas. Philip Alston, relator de la ONU, señaló en febrero de 2020 que esos asentamientos hechos de tiendas de campaña o bidones de plástico estaban en peores condiciones que los campos de refugiados. En agosto, volvieron a ser noticia por convertirse en un posible foco de contagio y es bastante probable que, el año que viene o dentro de dos, las imágenes de las lonas llenas de colchones vuelvan a ser tema de conversación.

También hay que pensar que no son un error, sino el modelo. Es una construcción sencilla y precaria que facilita un modelo económico sencillo y precario basado en la necesidad constante de mano de obra en condiciones sencillas y precarias; es decir, cercanas a la servidumbre. La vivienda es la manifestación más concreta y visible de la vulnerabilidad de esas personas. Es el lenguaje con el que el modelo les indica su función: producir y desaparecer, lo mismo que el nuevo desarrollo suburbano invita a producir y consumir.  

Todo resulta más sencillo si, además de pensar que el resultado desagradable no es un error, sino el objetivo, asumimos que tiene consecuencias positivas para un sector concreto. Tener una vivienda fija y digna provocaría el arraigo de esas personas al territorio, como sucedió con la emigración interna en el siglo XX, y la integración puede modificar el equilibrio de poder. Para el empleador de la mano de obra irregular, es interesante que esas personas carezcan de derechos y sientan todo lo que les rodea como ajeno. Llegan y se van. Si las tiendas de campaña se sustituyen por pueblos con infraestructuras y servicios, es probable que esa gente quiera quedarse y construya una idea de comunidad. Por eso, el plástico. Por eso, el fuego, como el que este año quemó los asentamientos de trabajadores en Huelva. 

Con esa mirada, se entienden mejor ciertas decisiones de los últimos meses. Lo importante no son las vidas humanas, sino su capacidad para producir y consumir; es decir, para crear mercado. Así, no es que niños o ancianos no sean importantes, sino que dejan de serlo cuando tienen un papel pasivo; es decir, cuando reciben servicios en parques, centros de día, escuelas o residencias. Para existir, deben consumir y, de hecho, la publicidad ha ampliado extraordinariamente sus franjas de edad. 

Se cierran los parques o instalaciones deportivas y se mantienen abiertos los locales de ocio o de apuestas porque el objetivo es derivar el ocio hacia el consumo y, aún mejor, la adicción, un elemento que sirve de tamiz social. Los que no tienen red se despeñan y, si todo va bien, arrastran al núcleo familiar. Cuando una situación se mantiene en el tiempo, hay que verla como el modelo. Sucede también con la educación. La segregación no es un mal funcionamiento del modelo, sino el propio modelo

También, con esa mirada, hay que ver como un objetivo el posible enfrentamiento social ante la creación de guetos –mejor, lazaretos– discrecionales en la Comunidad de Madrid. Ante las medidas anunciadas el viernes por la presidenta madrileña, tanto el Ayuntamiento como el Gobierno anunciaron sendos despliegues policiales. Las imágenes de movilizaciones convertidas en disturbios pueden ser aprovechadas para reforzar el señalamiento y crear una sensación de desconfianza. Nada complicado en una sociedad cuyas ciudades llevan años creciendo con modelos que favorecen la desconexión. Nada complicado en una sociedad que está viviendo su primer hecho histórico, su gran momento de incertidumbre.

En Estados Unidos, el gobierno Trump está basando su campaña en crear esa sensación de desconfianza entre territorios: ciudades y suburbios. En los primeros, se desarrollan movilizaciones para denunciar el racismo que, al convertirse en disturbios, son aprovechados para crear temor en las islas residenciales desconectadas. Semana a semana, las protestas no parecen disgustar a la administración, que logra tener un mensaje claro que ofrecer a los suburbios: ley y orden

Es lógico que el derribo de estatuas no preocupe a la élite mientras no pierda el control sobre la parte central: el modelo educativo, sanitario, económico, político o urbanístico. Tiradlas, ya haremos otras, porque la mayoría de escultores, ingenieros y arquitectos seguirán siendo de los nuestros porque controlamos quién estudia y quién no; quién enferma y quién no; quién es detenido y quién no; quién se libra y quién no; quién vive y quién no. Es lógico que el movimiento BLM no preocupe demasiado a las estructuras de poder porque los movimientos explosivos no solo tienen escaso éxito, sino que provocan movimientos reaccionarios que, por temor o desconfianza, endurecen al resto de la sociedad. El pararrayos de la ira se convierte en el paraguas del poder

Tenga o no tenga éxito, Trump sabe que está ofreciendo un producto, ley y orden, que suele tener demanda. Los movimientos explosivos, además, pueden ser fácilmente asimilables por la industria del entretenimiento. No sería extraño que las trabajadoras de las maquilas mexicanas ya estuvieran haciendo camisetas de los equipos de la NBA con los lemas de estos meses: equality, freedom, power to the people, justice now, say her name, etc. Cuando las cosas se pueden sacar de contexto y convertir en espectáculo, es decir, en producto, se convierten en inofensivas. 

En las próximas semanas, habrá cabreo en Madrid porque ese era el objetivo y se propondrán coagulaciones más o menos irregulares. Tanto la delimitación de los lazaretos como la insistencia en el despliegue policial tienen un objetivo: crear imágenes para los programas matinales. Quizá, sería buena idea aprovechar el momento para, en lugar de un pararrayos de la ira, trazar redes que construyan comunidad y nos ayuden a saber quiénes somos, dónde estamos y, sobre todo, que no estamos solas y que, pese a lo que nos dice el modelo, no tenemos que competir entre nosotras.

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Comentarios
  1. Es un comienzo reconocer que lo de tirar estatuas era sólo para fastidiar, no para luchar contra el racismo ni nada de eso. La pena que volverán a ser los pobres los que paguen con sus impuestos las nuevas estatuas.

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