Internacional
ESPECIAL DESDE LESBOS | “¿Cómo vamos a huir del campo cerrado si arde?” (5)
El Gobierno griego avanza velozmente con la construcción del nuevo campo para las personas refugiadas en Lesbos.
– ¿Por qué es la manifestación?, me pregunta el muchacho.
– Por vosotros, los refugiados, contesto.
– Pero, ¿para que nos volvamos a nuestros países o a favor?
– Para que os vayáis al país que queráis, le contesto.
– Eso es lo que queremos los refugiados, eso…
Ilian está sentado en una esquina de la escalinata que hace las veces de escenario. Fotoperiodistas y camarógrafos graban desde aquí el centenar de personas que han acudido a la manifestación a favor de las personas refugiadas. La ha convocado el Partido Comunista y la asociación de sindicatos de Lesbos. Los asistentes están satisfechos con la asistencia. “Es normal que no venga más gente. Llevamos cinco años manifestándonos y la situación siempre va a peor. Además, ya no es tan fácil simplemente hacer visible nuestro apoyo a los refugiados, porque la vida en la isla se ha vuelto más compleja. También hay miedo al coronavirus”, explica Sofía, una maestra de Primaria que aún no ha cumplido la treintena. A su alrededor, habitantes de la isla, de todas las edades, sostienen carteles contra el encierro de las personas refugiadas en un nuevo campo. Lo hacen guardando la distancia de seguridad.
Los tres adolescentes no les prestan ninguna atención: están sentados mirando en dirección al puerto, donde atraca la guardacostas helena que patrulla las costas del Mar Egeo. La luz del atardecer baña de rojo la impresionante cúpula de la iglesia ortodoxa Agios Therapontas y las pocas lanchas que cruzan la bahía provocan una estela de ondas que dan vida al reflejo de una ciudad que, seis siglos antes de Cristo, vivió su momento de mayor esplendor.
“Si uno de mis tres hermanos pequeños me pidiese consejo sobre venir a Europa le diría que sí. Salvo que tuviera que pasar por Grecia. Entonces, no”. Ilan dice que está a punto de cumplir los 18 años, pero parece más pequeño. Sus ojos achinados, propios de la etnia afgana de los hazara, miran muy lejos cuando termina frases tan contundentes y sonoras como las de una canción de rap. Quería ser músico cuando llegó a Grecia con 16 años: “Pero aquí no hay ninguna oportunidad para nosotros”.
Ilan vivía en Irán cuando sus padres lo mandaron para Turquía para ver si así tenía una vida menos miserable que la de ellos. Allí, a sus quince años, pasó dos meses encerrado en una habitación para evitar ser detenido por la Policía. Y entonces, por fin, previo pago de 700 euros, la patera, Lesbos… y ‘the hell’, el campo de Moria. Pasó un año en lo que se llamaba la Safe Zone, el recinto cerrado con carpas destinadas a los menores no acompañados. Entonces, fue trasladado a Limonaky, una casa de acogida para los chavales que viajan sin adultos y que, ahora, Ilian siente que se ha convertido en una maldición.
“A los menores que vivían en Moria se los han llevado a Atenas, y nosotros nos hemos quedado aquí porque dicen que, como tenemos techo y comida, estamos bien. Pero nosotros queremos irnos”, sostiene.
Al contrario que sus dos amigos, Ilan no intenta aparentar ser mayor de su edad o un malote. Tampoco oculta su abatimiento, ni hace gala del mismo. “No estoy bien psicológicamente. Ninguno lo estamos: tomo pastillas para la depresión. Esto es como una cárcel”. Ilan denuncia que los menores que, como él, deambulan buena parte del día por la calle, sufren agresiones de la Policía, de vecinos xenófobos, que hay conductores de autobuses que no les contestan cuando entran… Pero, sobre todo, le indigna que no le hayan permitido matricularse en el colegio. “En el centro me dijeron que no habían aceptado mi solicitud de ingreso”, expone.
En dos años en Lesbos, Ilian no ha ido un solo día a clase, ni tiene un solo amigo griego, “solo refugiados”. Es lógico: no hay espacios de encuentro. “Nadie nos habla como si fuésemos seres humanos”, lamenta. Si la adolescencia ya es una etapa de tobogán emocional por la definición personal frente a la mirada ajena, desconocemos las consecuencias que puede tener vivirla siendo un migrante desterrado en una isla sin fecha de salida.
Justo en ese momento interviene su amigo Abdulsafi, de 16 años. “Nos dijeron que nos llevarían a jugar al fútbol y nada. Todo lo que nos gusta no le interesa a nadie”. Este niño llegó de Afganistán a Lesbos hace siete meses y lleva tres en la casa de acogida. Unos gritos nos sacan de la conversación.
Dos hombres con pelo blanco pasan de cruzarse unas palabras a los gritos en menos de cinco segundos. Dos jóvenes con rasgos árabes los observan callados. Uno de los griegos en liza señala compulsivamente a la manifestación: es obvio que la controversia está relacionada con las personas solicitantes de asilo. El que ha increpado al que hablaba con los palestinos-sirios, como sabríamos después, sigue su camino mientras continúa protestando con aspavientos.
“Me ha dicho que la gente de las ONG estamos destruyendo su isla, que hemos venido para traer el fuego”, me explica este palestino que lleva casi 40 años viviendo en Grecia y que prefiere omitir su nombre. “Le he dicho que yo soy griego y que puedo venir cuantas veces quiera”. Este intérprete, que reside en Atenas, ha venido hasta la isla para trabajar en la recepción del nuevo centro cerrado para las personas refugiadas. Admite que desde hace un par de años son habituales este tipo de discusiones entre griegos en la calle: “El problema lo han creado los medios, difundiendo mentiras sobre los refugiados continuamente: que si han cometido una violación, que si han robado no sé qué… Muchos griegos se lo han creído y tienen miedo. Ese hombre me ha llamado ‘agente de las ONG’. Nos han vuelto enemigos”, continúa.
Mientras los altavoces de los convocantes de la concentración continúan lanzando consignas y cánticos revolucionarios, el Gobierno griego avanza velozmente con la construcción del nuevo campo para las personas refugiadas. Por la mañana, la presencia policial era ostentosamente mayor que los días anteriores en el tramo de la carretera de Kara Tepe, donde miles de personas afrontaban su octavo día a la intemperie. La Policía impedía a los periodistas el acceso a las entradas oficiales y la desesperación resultaba evidente entre los desplazados.
“¿Qué hacemos? Tú cómo periodista tienes más información que nosotros. ¿Ingresamos en el nuevo campo o seguimos tirados en la calle?”, me preguntaba Joanna Zola, una treintañera de un grupo de refugiados de República Democrática del Congo a los que llevo viendo cómo se van apagando, día tras día, durante la última semana. No hay respuesta posible, ni justa ni acertada. Y ese es el imposible dilema al que el Gobierno heleno y la inacción de la Unión Europea está condenando a estas personas.
Mientras, trabajadores del Gobierno regional intentan convencer a los desplazados por el incendio de que acepten ingresar en el nuevo campo cerrado, algo que rechazan especialmente los afganos, que representan más del 80% de los solicitantes de asilo en Lesbos. “Piensen en sus hijos, estarán mejor en las tiendas. Y así, en seis meses, estarán en Atenas”, dice uno de los funcionarios, a través de un intérprete de farsi, a un grupo de hombres. “Tarde o temprano tendrán que entrar, mejor hacerlo organizadamente”, insiste ante su rechazo.
En el parking del supermercado Lidl, en el que permanecen cientos de personas, tres mujeres somalíes de tres generaciones distintas permanecen sentadas en el mismo sitio desde que el campo de Moria salió ardiendo. Moverse podría suponer perder esta valiosa sombra. “No queremos ir al campo, queremos salir de esta isla”, resume Nimau, mirando a su madre y a su hermana. “Nos han dicho que van a meterle fuego. ¿Cómo vamos a huir del campo cerrado si arde?”, añade. Horas más tarde, la noche del martes, se declararía un incendio en el campo de refugiados de la isla de Samos. Sería controlado horas después.
Arden los campos en Grecia mientras se convierte en cenizas el sistema europeo de protección internacional.
¡Qué dolor y rabia! Soy socia de ACNUR. Patricia,¿qué papel tiene? Gracias
Gracias Patricia por tu información sobre Lesbos.
Yo la difundo a mis redes. Continua por favor