Sociedad
“No vi el rostro del policía que me golpeó, pero sí su mirada: estaba llena de odio”
Entrevistamos a Rebecca, una de las militantes antifascistas que denuncia que fue agredida por la Policía durante una manifestación a favor de los derechos de las personas refugiadas.
Hay dos cosas que Rebecca repite varias veces a lo largo de la entrevista: que no entiende por qué fue golpeada por un policía si era una manifestación pacífica, y, menos aún, cuando llevaba a su perro en brazos, al que podrían haber herido.
La joven de 23 años, vestida completamente de negro, aún se respinga cuando alguien le toca la espalda. Hace menos de 24 horas, según relata, un policía le golpeaba las piernas y la espalda mientras le gritaba “¡Zorra!”, “Hija de puta!” y otros insultos “sexistas”, como subraya.
Tras los sendos incendios que arrasaron la pasada semana el campo de Moria, el movimiento antifascista de la isla de Lesbos convocó una manifestación el viernes por la tarde por los derechos de las personas refugiadas así como contra su encierro en un nuevo centro. La convocatoria reunió a unas 40 personas, entre militantes, estudiantes, algunos refugiados y voluntarios extranjeros que solían trabajar en Moria.
Partieron de la capital de la isla con destino a Kare Tepe, la población cercana en cuya carretera malviven miles de personas refugiadas desplazadas por el incendio. “Era una marcha pacífica y nunca tenemos problemas con la policía de aquí. Pero había oficiales traídos de Atenas y uno de ellos fue el que me golpeó”, sostiene.
Según ha confirmado el ministro de Protección Civil, Michalis Chrisochoidis, miles de policías han sido trasladados a la isla “para proteger la vida y la seguridad” de sus locales y de sus refugiados. Según ha podido constatar La Marea, las funciones de la Policía con respecto a los solicitantes de asilo se basan en impedir su salida de la carretera de Kare Tepe, en la que permanecen al raso los desplazados por el incendio desde el miércoles, y a forzar a aquellos que permanecían en las inmediaciones del antiguo campo de refugiados a que se trasladen a esta zona –pegada al nuevo centro que está construyendo el Gobierno–. El sábado, además, cargaron con gases lacrimógenos contra los desplazados que se manifestaban para pedir su salida de la isla y de Grecia: entre ellos, se encontraban numerosos bebés y menores.
Rebecca, que prefiere omitir su apellido, procede del interior de la Península helena donde no hay una tradición antifascista tan fuerte como en las islas del Egeo. “Cuando llegué aquí sentí que podía practicar las ideas en las que siempre había creído”, explica. Lesbos era conocida durante la época de la resistencia griega a la ocupación nazi y la posterior dictadura como una de las islas rojas. De hecho, la sede del Partido Comunista Griego se sigue encontrando en la plaza Saphou de Mitilene, en pleno centro, como reminiscencia del poder que un día tuvo.
En las últimas elecciones, celebradas en octubre de 2019, Nueva Democracia, el partido conservador representante de la oligarquía cretense, ganó en 11 de las 13 regiones de Grecia, incluida la del Norte del Egeo, a la que pertenece Lesbos.
Aquí, una parte de la población se ha ido acercando a ideas xenófobas según aumentaba el número de personas refugiadas en Moria, y se sentía abandonada por el Gobierno central y la Unión Europea.
La isla de Lesbos tiene una población estable de poco más de 80.000 habitantes y, a principios de 2020, las personas solicitantes de asilo superaban las 20.000. El partido neonazi Amanecer Dorado ha empleado las redes sociales para manipular la incertidumbre de una población con pésimos servicios sociales, una alta tasa desempleo y una crisis económica que se inició, como en el resto del planeta, en 2008, y que no termina de remontar. El discurso del odio ha prendido entre una minoría local de la isla.
“Es habitual que nos graben o tomen fotos desde los balcones y que luego las suban a las redes sociales para señalarnos públicamente”, explica Rebecca, quien denuncia que mientras el policía le golpeaba el viernes con la porra, habitantes filofascistas de la isla la insultaban. “Nos decían que nos iban a enseñar cómo se trata a las mujeres y después nos siguieron en moto hasta un jardín de una casa en el que nos escondimos”, añade.
En el día a día –afirma–, los miembros activos en el grupo antifascista no son más de 40. Sin embargo, sí que hay una red de solidaridad amplia que sigue desarrollando actividades de apoyo a los refugiados desde 2015, cuando Lesbos se hizo famosa por su hospitalidad a los náufragos que llegaban a sus costas desde Turquía.
Cinco años después, siguen organizando recogidas de alimentos y enseres para las personas refugiadas, actividades de convivencia en Binio, el edificio que ocuparon con este fin, y, ahora, tras el incendio, preparan nuevas movilizaciones en las que, como ocurrió en febrero, cuando el Gobierno heleno anunció que iba a convertir Moria en un centro cerrado, esperan que participen sectores transversales de la sociedad. Desde personas que rechazan la creación del nuevo centro por defensa de la dignidad y los derechos de los refugiados, a aquellas que les violenta tener que seguir conviviendo con ese nivel de desigualdad e injusticia, como las que consideran que esta situación les ha afectado en términos sociales y económicos. Si hay algo en lo que coincide la inmensa mayoría de la población de Lesbos y de las personas refugiadas es que no quieren un nuevo Moria.
“No vi el rostro del policía que me golpeó, pero sí su mirada: estaba llena de odio”, concluye Rebecca, quien no entiende cómo personas que lo han perdido todo pueden suscitar tanto rechazo. Porque la golpearon a ella, pero por defender a las personas refugiadas.