Cultura
Bob Pop: “Cada vez soy menos partidario de la transparencia constante”
El escritor y comunicador Bob Pop afronta la pandemia desde un estado de presente continuo: "Es como si hubiesen introducido una nueva variable en la ecuación de nuestras vidas, sobre las que ya no tenemos control".
Lo que más echa de menos Bob Pop desde que comenzó la pandemia es poder reunirse con amigos y amigas. El pequeño apartamento en el que vive en Barcelona con su marido, el fotógrafo Mauricio Rétiz, no les permite recibir más de una visita a la vez respetando la distancia de seguridad. Por ello, están buscando un piso más amplio, en el que recuperar ese contacto físico, personal, que Bob Pop reivindica como primer paso necesario para debatir constructivamente sobre algunos de los temas más controvertidos de la actualidad.
En el último año, el escritor y comunicador ha conseguido lo que parecía imposible: introducir enfoques y temas revolucionarios en la televisión con rigor intelectual y humor inteligente. Y el más difícil todavía, que sus intervenciones en Leit Motiv, el programa de Movistar + dirigido por Andreu Buenafuente, se conviertan en virales en las redes sociales. Un soplo de aire fresco para nuestras neuronas del que también podemos disfrutar en el programa Si sí o si no, que presenta con Jorge Ponce en la Cadena Ser, o en sus artículos La Marea.
Rodeados de libros, cuadros y recuerdos, sentados a dos metros de distancia y con las mascarillas bien colocadas, conversamos sobre las consecuencias de la pandemia, sobre por qué estamos tan cansadas y sobre dónde encontrar tablas de salvación.
¿Cómo está viviendo la pandemia y el confinamiento?
Me han llevado a vivir en un presente continuo, estoy plenamente en el ahora y haciendo cada día lo que tengo que hacer. El confinamiento, los rebrotes, la posibilidad de que nos tengamos que volver a confinar… es como si hubiesen introducido una nueva variable en la ecuación de nuestras vidas, sobre las que ya no tenemos control. Para mí es imposible imaginar el futuro porque me han dado un elemento nuevo con el que no sé calcular. La pandemia me ha llevado a entender que no puedo analizar las cosas con cierta previsión, ni tener un punto de vista de futuro. Ni siquiera entender el pasado.
El hoy es una incertidumbre que yo venía viviendo por mi enfermedad y mi estado físico. Ya vivía en esa sensación de pensar en estar lo mejor posible hoy. Porque, además, mi enfermedad también tiene eso: pese a que es progresiva, nunca sabes cómo te vas a levantar al día siguiente. Es como si el mundo se hubiese conjurado para estar un poco en sintonía conmigo y como si ambos estuviésemos mirando cómo la vida nos está pasando.
He llevado bien el confinamiento porque soy un privilegiado: tengo a mi marido conmigo, una casa con luz, libros y comodidad. Pero la falta de proximidad física hace que todo sea mucho más nebuloso. Sé lo que me están contando, pero apenas tengo elementos físicos reales a los que aferrarme para contrastar la realidad.
¿Qué le ha sorprendido, para bien y para mal, de la respuesta social y política a esta pandemia?
Para mal no me ha sorprendido nada porque no hay nada más humano que negar nuestra mortalidad. Si hasta la pandemia vivíamos con un montón de amenazas y seguíamos adelante como si no pasara nada, no creo que la COVID-19 lo vaya a cambiar. Cuando algo malo sucede, todo el mundo piensa que le ocurre a los demás. Con la pandemia es lo mismo: pese a que hemos visto las imágenes de urgencias, a que hemos conocido a gente enferma… es normal que nos neguemos a asumir que va con nosotros.
Para bien, destacaría cómo los movimientos sociales han trabajo en los barrios, en las comunidades, para ayudar a la gente. Porque no estamos hablando solo de las consecuencias sanitarias, sino también económicas: toda esa gente que durante el estado de alarma no pudo trabajar, ni comprar o conseguir comida.
Lo que me ha sorprendido es cómo los medios de comunicación y las redes sociales han sido capaces de darle más bombo a los comportamientos cafres que a los humanos. Y eso que tenían un componente que no había visto hasta ahora, porque no eran telemaratones ni caridad. Era gente que practicaba y practica la solidaridad de barrio, de clase trabajadora, de hacer accesible la comida para tirar adelante y cambiar las cosas.
El pasado año fue para usted el más importante profesionalmente. Consiguió una gran repercusión gracias a sus intervenciones en Leit Motiv, con discursos muy revolucionarios, que normalmente no tienen presencia en los medios de comunicación tradicionales y, menos, en la televisión. Y lo hizo mediante el humor. ¿Considera que falta sentido del humor en nuestra sociedad y, especialmente, en la izquierda?
Nos sobran chistes y chistosos. El humor tiene que ver con la inteligencia, con una forma de pervertir la realidad, de buscarle otros enfoques. Parte del problema es que se asumió que el humor era una cuestión evasiva, donde bastaba la primera vuelta, la del chiste. Los buenos cómicos y cómicas trabajan dándole muchas más vueltas. El humor sirve para explicar que las cosas no son como son, sino que hay muchas formas de verlas y leerlas. El gran problema es cuando cogemos el humor desde la ideología dominante, cuando lo convertimos en la mascota que le ríe las gracias. El humor nunca debe ser parte de la cadena que legitima el pensamiento dominante. Ha de cogerlo, sacar un trozo, mostrar lo ridículo y las alternativas. ¿Que eso también se puede hacer desde la derecha? Claro, pero yo nunca lo he visto.
Lleva toda la vida trabajando en medios de comunicación. ¿Cuál es su análisis sobre su situación actual?
Ha sido una evolución hacia lo precario. Tanto en la prensa digital como en la televisión se trabaja mucho con pescado congelado: por ejemplo, material de redes sociales, que tiene un componente ideológico muy chungo porque se descontextualizan elementos, convirtiéndolos en sensacionalistas y en esporas de odio. Pero no creo que haya una perversidad en la selección ideológica de esos elementos, sino que tiene que ver con la precariedad y con las trampas del capitalismo. No creo que el editor de un informativo elija tuits antiPablo Iglesias o antiPodemos porque le quieran destrozar, sino, primero, porque es gratis -y así no tiene que poner a un periodista a hacer investigación periodística- y porque saben que a su audiencia le ponen cachonda.
También están las fakes news, la posverdad, que ya existían, pero que ahora se han convertido en algo necesario para dar salsita. No creo que cada vez nos den más noticias falsas, sino que hemos descubierto que la verdad es muy compleja y que es muy difícil que alguien nos la pueda contar bien. Sin embargo, es mucho más sencillo que nos cuenten una mentira bien y, encima, nos complica menos la vida.
«Hemos descubierto que la verdad es muy compleja y que es muy difícil que alguien nos la pueda contar bien»
Bob Pop
En una de sus conversaciones con Miquel Ramos en para el especial antifascista de La Marea, hablaba de la importancia de preguntarnos por qué los medios nos cuentan algo y por qué en ese momento. Y proponía que si no tenemos tiempo de averiguar si algo es verdad, que no tengamos prisa en divulgarlo si podría ser mentira.
Tiene que ver con nuestra propia precariedad y con el ritmo de producción al que se nos somete, con la posibilidad de ver una noticia, de tener el tiempo suficiente para contrastarla, con el poder leer en papel –algo que me parece clave, por la actitud de reposo que comporta–. También está la cuestión de la notoriedad, del ego de cada uno, de la necesidad de hacer un comentario hiriente o ingenioso sobre cada cosa. Y todo esto tiene que ver con cierto momento afterpop de la actualidad: lo de menos es la base con la que trabajamos para hacer el collage, lo importante es cómo intervenimos en ese material para generar una obra creativa y colectiva. Cuando hablamos de la verdad en las noticias, en realidad estamos hablando de una estructura de paja sobre la que vamos dibujando el mundo.
Trabaja en un programa de televisión que es un rara avis en el panorama actual: se entrevista a personas interesantes, hay música en directo, humor inteligente… Además, los hombres que trabajáis en él os decís a menudo ‘te quiero’, rompiendo con estereotipos y promoviendo otra visión del mundo. ¿Cómo cree que contribuye a nuestra sociedad este tipo de contenidos?
Creo que es la única forma de responder al ruido y al odio, a los que no les doy bombo. En el caso de la masculinidad tóxica, hay que mostrar otras masculinidades y hombrías. Tanto en Si sí o si no, con Jorge Ponce, como en Leit Motiv, trabajo con hombres blancos cis heterosexuales, con los que hay una relación de cariño que nos invita a decirnos ‘te quiero’. Pero no es algo gratuito de cara al espectador, sino que es el resultado de un espacio seguro de compañerismo y amistad sincera. Eso es lo que me permite trabajar sin miedo. Cuando me siento a escribir necesito sentir autoridad, porque si no titubeo, me pierdo y de ese estado no sale nada bueno.
En su trabajo están muy presentes la piedad, la compasión… De hecho, en sus intervenciones en la radio y en la televisión, en sus artículos en prensa, siempre busca que haya una tabla de salvación…
No me gusta el humor despiadado, pero tampoco el cine o la literatura que no tienen empatía. Me interesan la bondad, la compasión…
Vivimos en una sociedad acosada por la ansiedad. El neoliberalismo nos vendió que si nos esforzábamos lo suficiente podíamos ser todo lo que quisiéramos. Y eso ha desembocado en generaciones frustradas por las sucesivas crisis y porque, incluso, los que han tenido más suerte siempre tienen la sensación de que no hacen lo suficiente, de que podrían aspirar a más.
Siempre pienso en la metáfora de las vacaciones de verano. Si tienes un trabajo medio normal durante todo el año, podrías conseguir unos ahorros para vivir el siguiente invierno. Pero las vacaciones de verano son la herramienta perfecta del neoliberalismo para que, cuando tienes acumulado un dinero, lo gastes en algo fundamental para tu salud física y mental. Así, en septiembre, vuelves a partir de cero. Es la sensación de ser Sísifo todo el tiempo. Si las vacaciones no costasen dinero porque las pagasen, porque intercambiásemos casa, tendríamos dinero para tomarnos un año sabático, para poder relajarnos. Pero la sensación creada por el neoliberalismo es de que siempre estás partiendo de cero y de que, en cualquier momento, lo puedes perder todo.
Las crisis también cumplen ese papel: no solo perdemos derechos laborales, capacidad adquisitiva, sino que, además, nos machacan con la sensación de que tenemos que luchar mucho porque en cualquier momento todo se puede ir a la mierda. Pero nuestras vidas ya están en la mierda.
Acordémonos de cuando ser mileurista era lo peor. Serlo ahora es que te haya venido a visitar Dios. Si estuviésemos cavando en nuestro huerto para sacar unos nabos, tendría sentido. Pero es que no estamos cultivando para nadie. Estamos alimentando un sistema que nos está devorando. Y cuando se acabe el carbón que echar a la caldera, a quien echarán será a ti.
«Creo que hasta que haya una vacuna, van a asumir un número de pérdidas humanas, como se hace con los accidentes laborales«
Bob Pop
Es lo que escribía Isaac Rosa en su columna No tienes «síndrome de la cabaña», es que no quieres volver a la vida de mierda…
Exacto. La pandemia, el enclaustramiento, nos ha recordado qué vida echamos de menos. Me parece muy interesante que las primeras medidas hayan sido abrir bares y terrazas. ¿Qué vida queremos? ¿Cañas, terracita? No es lo que yo echo de menos.
Creo que hasta que haya una vacuna, van a asumir un número de pérdidas humanas, como se hace con los accidentes laborales. Y lo van a hacer con la zanahoria de ‘podéis ir a los bares, a las playas con moderación…’. Ahora anuncian que van a cerrar las discotecas. ¿Qué esperaban que iba a hacer la gente en las discotecas? ¿Pintar y colorear? Pero era un señuelo perfecto para que se fuese a trabajar, con la tranquilidad de que también se puede ir a la discoteca. ¿Qué va a pasar cuando se le diga a la gente que tiene que ir a trabajar en el metro infestado, en un autobús hasta arriba, y que cuando termine su jornada se tiene que volver a casa? Esa vida es la que llevábamos antes, pero no nos llamaba la atención.
Con la pandemia también ha quedado en evidencia cómo el neoliberalismo convirtió a las personas mayores, a las enfermas, a las que, en definitiva, considera menos productivas, en desechables. Y que su valor se reducía al negocio que se podía hacer con ellas.
Se lo pusimos a huevo. Le facilitamos todo el trabajo. La gente que especulaba con la vida de los ancianos descubrió que le salía más barato no hacerlo bien. Mi esperanza es que estos especuladores descubran que no les resulta rentable y que la gestión de las residencias vuelva a ser pública.
El neoliberalismo entendió que los enfermos y los ancianos no formaban parte de su fiesta, pero es que nosotros quisimos estar en esa fiesta. Somos cómplices.
¿Cree que la ciudadanía ha hecho dejación de funciones al querer participar de esa fiesta?
Sí y está relacionado con esa cosa aspiracional de la clase media. Vinieron en un coche bueno al barrio obrero y dijeron ‘súbete, que tenemos para ti unos adosados lejos de estos muertos de hambre’. Y respondimos ‘claro, yo no quiero estar con estos muertos de hambre’. Es lo que hemos hecho de distintos modos. Pensamos que estábamos siendo individualistas, pero estábamos siendo insolidarios. El individualismo les ha permitido hacer todo lo que han querido, mientras el resto pensábamos que no iba con nosotros. Y todo por esa actitud muy humana, pero terrible de ‘Si yo he llegado hasta aquí, que los demás…’. Pero es que no sabemos de dónde vienen los demás.
Trabajando como cajera en un supermercado aprendí que la gente nunca sabe qué día tienes. Puedes estar cobrando un cartón de leche, que tu vida sea un desastre y que una frase pueda terminar de destrozarte el día. Por eso es fundamental que pensemos qué día está teniendo el otro. Hay falta de compasión por los demás y hemos elegido mal a los aliados. Porque la gente en la que podemos apoyarnos son la de nuestra clase social. No esperar limosna de los que nos prometieron otras cosas.
De hecho, durante la pandemia hemos visto cómo cuando empiezan a faltar trabajadores y trabajadoras en las residencias, se empieza a contratar a mujeres migrantes, negras, trans… Personas que llevaban años en España sin haber tenido la oportunidad de trabajar con contrato y que, de repente, sirven al mercado.
Lo terrible es que antes no las contrataban porque temían la reacción de la gente. Para el neoliberalismo todos somos explotables, y con la pandemia pudieron incluir a los parias que hasta entonces no necesitaba.
Cuando se legalizó el matrimonio igualitario y me casé con mi marido, nos planteamos adoptar porque lo que nunca haríamos sería comprar un bebé. Las posibilidades que nos daba la Generalitat de Catalunya a los matrimonios del mismo género era adoptar a niños con discapacidad física o mental. Desde su punto de vista, lo que están diciendo es que los maricones y las lesbianas somos matrimonios de segunda y que, por tanto, podemos adoptar a los que ellos consideran niños de segunda. Es lo mismo que ha pasado con los menores no acompañados por adultos, con las personas trans… Cuando vuelva la normalidad y todos seamos de nuevo los que esperamos ser, entonces los volveremos a excluir.
Ha tocado el tema del tiempo. Usted trabaja muchísimo, creando contenidos para diferentes espacios y formatos. ¿Cómo se relaciona con el tiempo?
Yo solo trabajo, leo y estoy en casa todo el tiempo. Es lo que más me divierte hacer, mi play favorita es mi cabeza.
También escribo en cuadernos en papel porque la red nos está impidiendo el pensamiento en progreso. Hay cuestiones sobre las que necesito escribir para saber qué pensar sobre ellas. Y lo hago en la intimidad y en el silencio que el papel procura.
Ha hablado también sobre la notoriedad. Las redes sociales, especialmente Instagram, han evidenciado que, sorpresivamente, muchas personas críticas con el papel de la prensa del corazón y con la televisión basura reproducen una imagen de sus vidas parecidas a las de las portadas de Hola. Hay un exhibicionismo que tiene mucho que ver con cómo la precariedad nos empuja a convertirnos en una marca. Pero también, como decía en una entrevista, que muchas personas solo tienen voz en las redes sociales. ¿En qué nos está convirtiendo ese exhibicionismo?
Lo peor es que no se está aprovechando la ventaja que nos ofrece. Si tú en tu casa, con un móvil, eres capaz de crearte un perfil en Instagram que simula una vida que sabes que no tienes, es terrible que no nos planteemos de lo que habrán sido capaces esas revistas con todos los medios a su alcance. Lo interesante sería deconstruirlo y, por el contrario, hemos preferido emularlo.
En cuanto a tener voz, Twitter es la herramienta maléfica perfecta. Es como si se hubiese cumplido la amenaza de la Guerra Fría de implantarnos un chip en el cerebro para leernos el pensamiento. Hay que recordar que Twitter comenzó siendo un lugar de concatenación de gerundios: “Aquí, comiendo”, “Aquí, bebiendo”. Contábamos lo que hacíamos, y hemos dado el enorme salto de contar lo que pensamos sin filtros. Una cosa es exhibir lo que hacemos y otra, tener todo el tiempo activado un ‘chiquialtavoz’ por el que emitimos pensamientos que no tienen que ser acertados, pertinentes… Pero cuando sientes que la única vía que tienes para ser escuchado es la red social que, además, ha hecho algo tan perverso como convertir la agresividad, el zasca, el odio o la amenaza en una forma de notoriedad, pues se está recompensando que tengan un discurso chungo.
Para mí, Twitter es una plataforma más de expresión. La tengo por trabajo. Pero, si no tuviera este trabajo y quisiera que alguien me escuchara, ¿cómo lo haría? Usando Twitter. Y esa es una contradicción constante.
Como dice, las redes sociales han conseguido el sueño de las dictaduras más autoritarias: no solo conocer nuestra esfera privada, sino que seamos nosotras quienes se la regalemos para que hagan negocio con nuestros datos. ¿Hay un trasfondo autoritario en el ser humano? Lo planteo porque con la pandemia también hemos visto cómo las medidas de control social, pudiendo ser necesarias, fueron acogidas en algunos casos de manera acrítica. E, incluso, algunos reivindicaron la gestión china, el modelo autoritario al que parece que nos dirigimos…
Es que hay mucho cansancio. Para una persona que está harta de levantarse a las seis de la mañana y de tener tres trabajos para salir adelante, llega un estado de alarma y que el Gobierno le diga lo que tiene que hacer, que le dé órdenes, es una sensación de alivio y de relajo. A mí me pasó. Cuando llevaba un mes o así de confinamiento, me empezó a preocupar qué iba a hacer con mi vida cuando dejasen de decirme qué podía hacer y qué no. Tenía un punto de abandono. El totalitarismo funciona muy bien cuando nos encuentra cansadas. Y, en este momento, estamos todas muy cansadas.
Para mí esa es la frase que mejor describe el estado en el que hemos llegado a este verano: estamos todas muy cansadas.
Claro, porque todo ha costado mucho. Y cuando llega un poder supremo para asumir la responsabilidad, delegas porque sientes que ya no puedes tirar más del carro. Que un policía le pega una paliza a alguien por salir a la calle, pues piensas, ‘que no hubiera salido, que yo bastante tengo ya con lo que tengo’.
Antes decía que esta pandemia le ha hecho estar muy en el presente. También es cierto que el futuro da miedo, que frente al horizonte de mejora que había en los ochenta o en los noventa, el horizonte de progreso se ha desmoronado. Y la aspiración más realista parece ser que todo se mantenga, aunque sea así de mal. ¿Cómo nos afecta como sociedad esa falta de ilusión por el futuro?
Esa percepción apocalíptica también es interesada. Igual que han conseguido que la verdad es demasiado compleja para entenderla, han logrado que no queramos participar en un futuro que resulta demoledor. El éxito de la extrema derecha también tiene que ver con que los partidos autoritarios nos dicen que se van a hacer cargo de un mundo que se va a la mierda, que alguien tendrá que hacer el trabajo sucio y que, por supuesto, tendrán que ser los machos alfa que siempre asumen esa responsabilidad. Nos ofrecen trabajar como sus peones, pero no nos cuentan que en realidad trabajan para el gran capital, el gran beneficiario de todo esto.
Nos han convencido de que el futuro no va a tener nada bueno para nosotros en ningún ámbito para que nos desentendamos de él. Y, claro, no querer participar en nuestro futuro es una definición clara del suicidio.
Vivimos en un momento histórico contradictorio en el que a la vez que gozamos de grandes avances sociales, como en el caso del colectivo LGTBIQ, vivimos una ola involucionista que pugna por arrasar con todo…
La letra G del colectivo LGTBIQ fue abducida por el neoliberalismo, pero hay que reconocerle el mérito. Nosotras estábamos allí sin que nadie nos hiciera caso, y llega el gran capital y nos propone que, si participamos de su fiesta, nos recibirán con los brazos abierto.
Hay un punto que plantea Daniel Bernabé en La trampa de la diversidad en el que lleva razón, y es que la izquierda no estuvo pendiente de recoger a estos colectivos. Pero eso no quiere decir que sean los más conservadores. De hecho, creo que las personas LGTBIQ son ahora más autoconscientes y revolucionarias que nunca. Hay una parte de la izquierda que sí nos representa porque es imposible no relacionar el género con la clase social. Y ahí es donde considero que Bernabé cometé un error gravísimo: no entender la necesidad de desclasamiento que tuvo el colectivo LGTBIQ para sobrevivir. Otra cosa es que el neoliberalismo organice un desfile en Madrid con las grandes empresas y con un señor que deja hoteles a Ayuso… y muchos se sumen. Pero también estamos la otra parte.
Por eso me da tanto miedo movimientos como las TERF, las feministas radicales anti trans. No entiendo un feminismo que no asuma que puede haber compañeras de lucha que han hecho trayectos diferentes. Es como si en el movimiento LGTBIQ tuviésemos que tener todas las mismas experiencias. No, venimos de lugares diferentes y eso es lo que hace que la lucha sea más rica.
Y cómo se explica que el movimiento feminista, que estaba en su mejor momento, que había conseguido sortear la controversia de la prostitución para seguir unido, esté debilitándose por el rechazo a las mujeres trans.
No lo entiendo. El feminismo había conseguido ser el movimiento ideológico transversal que lo cubría todo, que incluso consiguió tener adalides en la derecha sin que se les permitiera manipular sus bases revolucionarias… No entiendo qué hace en el feminismo ese grupo intolerante de las TERF, ni por qué están permitiendo que la ultraderecha celebre sus discursos.
«En la izquierda no sabemos lo que es el éxito«
Bob Pop
¿Hay cierta tendencia autodestructiva en los movimientos y partidos de izquierda?
Creo que hay una tendencia a la constante reflexión, sobre todo para encontrar motivos para la lucha porque nos falta un modelo de éxito. La derecha, el conservadurismo, sabe lo que es el éxito porque están todos al dinero, al prestigio, al control… Pero en la izquierda, en los movimientos revolucionarios, no sabemos lo que es el éxito. La cultura occidental anticomunista se ha encargado de tirar por el suelo todos los formatos de éxito de la izquierda, así que no sabemos hacia dónde dirigirnos. Así que en el camino de búsqueda, como nos falta un objetivo claro, siempre dudados. Y esas dudas nos hacen enzarzarnos en esa espiral autodestructiva de la que no salimos.
Y que le debilita mucho…
Si esos debates los tuviéramos de un modo calmado, razonable y cara a cara, no a través de las redes sociales, también nos enriquecerían. El problema es dónde estamos hablando de según qué cosas. En el caso de las transexcluyentes, por ejemplo: si una de ellas se sienta conmigo a hablar y me lo explica, no sé si lo entenderé, pero al menos me lo está contando a mí y no está hiriendo a otras personas. Lo que me parece terrible es que expliques en público tu manifiesto sabiendo que hay mujeres trans a las que estás hiriendo con tus palabras.
Deberíamos buscar espacios seguros y personales en los que hablar de ideas. Cada vez soy menos partidario de la transparencia constante, porque además no me la creo: siempre es interesada por un lado o el otro.
Tras ser despedido de Público por el ERE de 2011, ha contado que se quedó muy desorientado personal y profesionalmente. ¿Cómo gestionó ese momento?
Lo que descubrí con el cierre de Público es que tenía comportamientos de macho alfa chungo que desconocía. Sentí que faltaba a mi obligación como hombre de traer el jornal a casa. Mi masculinidad, que pensaba que iba por otros derroteros, se vio tocadísima. Entonces me llamaron de Lecturas y, aunque no me gustaba mucho lo que hacía, me permitió sentir que seguía en el mundo y que producía. Es un tema que me llamó mucho la atención.
¿Qué otros miedos ha tenido y tiene?
Antes tenía miedo al fracaso, ahora temo dar la lata. Durante el confinamiento, como todo el mundo, he tenido días de pánico, de encontrarme mal y no pensar en que me fuese a morir, sino en que con la liada que tenían en urgencias, cómo iba a ir yo a molestar. Me da miedo ser alguien que genere más problemas que alegrías y soluciones.
¿Qué ha descubierto con su enfermedad?
Me ha ayudado a decir no a un montón de cosas, porque no las puedo hacer, pero así ni siquiera me las tengo que plantear. También algo que me dijo Maruja Torres: a ser más amable con los demás, por puro egoísmo, porque si no te soportan no te van a ayudar (risas). He aprendido a pasármelo mejor en cada momento. Es cierto eso que dicen del carpe diem. También a no tener expectativas de futuro ni ansiedad por el estatus. Y a entender que hay dos mundos: el de los sanos y el de los enfermos. Y si no estás en el segundo, por mucho que empatices, no lo vas a entender.
Escribió un libro sobre episodios históricos de ira. ¿Por qué le interesó la ira?
Porque no me sé enfadar: me enfado fatal. Me pongo triste, pero no me enfado porque creo que no se consigue nada. Sin embargo, haciendo un repaso por la historia me di cuenta de que habíamos logrado un montón de derechos y logros gracias a los enfados: Stonewall, Rosa Parks, la Revolución Francesa, el 15M… La rabieta me horroriza, pero la rabia y el enfado bien entendidos y canalizados han sido fundamentales en el cambio a mejor del mundo.
Por último, ¿cómo está viviendo este momento político?
Me parece súper interesante y lo veo con cierta esperanza. El Gobierno ha hecho la política que podía hacer en las circunstancias que hemos tenido. Y no ha estado mal. No sé en qué momento podrán hacer una política que no sea de emergencias. Pero, por otro lado, es muy interesante que entendamos que toda política es siempre de emergencias. Frente a esa sensación de que hay una vida plácida que nos recorre a todos, habría que mantener que el objetivo de la política sea de emergencia siempre. Así se tendría presente a mucha gente que no es visible por esa aparente calma.
VACACIONES DE VERANO.
La mayoría de la gente soportamos presiones y tensiones, tanto por parte del jefe cómo del compañerx (que ya se ocupa el jefe de dividir si nos ve unidxs y muchas veces lo consigue) yo me evadía mentalmente de un ambiente hostil trazando mis rutas veraniegas.
Desde que me jubilé ya no necesito hacer vacaciones, me siento relativamente libre; pero entonces, como bien dices Bob, las necesitaba psicológicamente, las necesitaba para mi equilibrio mental.
Creo que no me dejé «pillar» por el sistema como veía con horror que hacían mis compañerxs: hicieron muchas horas extras, se compraron casa y segunda casa, se cambiaban el coche y los muebles sin necesidad,, hicieron largos viajes, (todo menos culturizarse) luego en época de vacas flacas tendrían que aguantar todo tipo de injusticias que quisieran hacerles. Los tenían cogidos.
Yo ya estoy un poco desesperanza Bob con la gente de nuestra clase social pues no quiere decir que tenga valores, que sea buena gente, que claro que la hay, pero es que hay tanta que querría ser empresaria y que no duda en perjudicarte sin necesidad si se ha de beneficiar con ello.
Como muchxs pensadorxs han apuntado el problema de hoy es una gran crisis, pero mayormente de VALORES (y de valor), (a menos valores, más exhibicionismo, más superficialidad, más dislates, más necesidad de notoriedad). Hemos permitido al sistema capitalista que los masacre para utilizarnos, tal como hace con los pueblos que invade para saquearles los recursos.
Ya advertía el gran Vittorio Gassman: el diablo existe y yo lo conozco, el diablo es la TV.
Yo no tengo pero por lo que me cuentan está todo el día repitiendo: coronavirus, coronavirus y coronavirus, así veo a mis amistades asustadas y angustiadas.
Tienen cogido al mundo, un mundo amordazado, por el miedo.
Deberíamos recordar las palabras del CHE: «Vale más morir de pié que vivir de rodillas».