Sociedad
Un viaje a la Formentera de los 70 en la época de la COVID-19
El Blue Bar cuenta la historia de Formentera desde los 70 hasta ahora, una época en la que la COVID-19 ha vuelto a recordar momentos pasados
Hace 50 años, Josep Maria Rosell escribía Blue Bar Formentera 1970 con la intención de plasmar el estilo de vida hippie de la época. Retrató entonces un territorio que todavía no había sido azotado por el turismo de masas o, en otras palabras, una isla Pitïusa vacía cuya calma casi no había vuelto a sentirse, al menos al inicio de temporada. Hasta que ha llegado el coronavirus.
El ambiente que se ha respirado durante la pandemia era, al menos al comienzo, bastante parecido al habitual. Durante los meses de marzo y abril la densidad de personas en la isla era prácticamente la misma. A partir de mayo, con el inusual desembarque de ferrys casi vacíos mientras la temperatura alcanzaba los 25ºC, todo cambió.
Cuando Rosell llegó a la isla de Formentera tenía 32 años. Ese verano vivió una serie de experiencias con la suficiente intensidad como para querer documentarlas. Salió de allí un libro de más de 300 páginas en el que “prácticamente todas las anécdotas son vivencias reales”. Aunque no quiso publicarlo en su momento por temor a que el resto del mundo descubriera aquella isla desconocida y estropeara su encanto, cuando vio que eso ya era inevitable se dispuso a hacerlo.
Desgraciadamente, la censura franquista no se lo permitió en dos ocasiones, tanto en 1973 como en 1974. Una obra que hablara de nudismo, hippies y drogas no lo tenía fácil en aquellos tiempos. Si bien este libro podría haberse llamado Estudio antropológico de los hippies de Formentera, ya que Rosell recogía las anécdotas como si de un trabajo de campo se tratase, se titula así en honor al Blue Bar.
De este lugar se dice que lo han pisado artistas como Bob Dylan o el grupo Pink Floyd y, entre otros menos verosímiles, el mismo Bob Marley, además de haber inspirado a King Crisom el tema Formentera Lady. Aunque el bar no es para nada el protagonista de la trama, debía de ser un quiosco único para Rosell, además de ser “el único quiosco de la playa”, como cuenta él.
Actualmente, este catalán tiene ya 82 años y vive en una residencia. Pero el paso del tiempo no parece haber borrado todos aquellos recuerdos. Aunque hoy le queden pocos pelos en la sien, no se olvida de que una vez lo llamaron pelut, palabra con la que la gente de la pequeña isla solía referirse a los hippies. “Es que en Formentera siempre iban afeitados los demás”, cuenta Rosell. Para entonces, él llevaba una frondosa barba, “la cual recortaba cada 15 días” y vestía “más o menos como un hippie”, rememora en voz alta. De alguna forma, el escritor se quiso convertir en hippie para observar al colectivo más de cerca y así poder escribir sobre sus costumbres. Durante el proceso, se contagió de su filosofía: paz y amor.
Hippies de imitación
Para Rosell, los hippies de Formentera no eran fake hippies como los de California, sino hippies de imitación. “Mientras que la falsificación es negativa, la imitación puede ser positiva”, defiende. En la segunda categoría hubiera estado él, ya que “era difícil no amar ese estilo de vida”. Una de sus experiencias más bohemias fue, desde luego, la de dar la vuelta a la isla caminando, tanto por el interior como por la costa.
Rosell no se ha limitado a pasear por bonitos paisajes. Ha sido activista toda su vida y no existe organización a la que no se haya sumado. Por ejemplo, fundó la Asociación Flojocant, enseñó catalán a inmigrantes del sur de España, sacó adelante varias ediciones de los Jocs Florals y colaboró con el primer equipo de fútbol femenino, que se acabaría integrando en el Barça. En la isla Pitïusa menor, formó parte de Amics de Formentera, que ya entonces quería crear un impuesto ecológico para limpiar las playas de plásticos. Rosell era un luchador social de educación católica que se transformaba en hippie cada verano.
¿Tanto sorprendió la llegada de los hippies a Formentera? Para el historiador Santi Colomar, quien señala que “hasta el menos espabilado de la isla había navegado hasta Montevideo”, es imposible que los hombres quedasen muy afectados. Habían visto mucho mundo. Las mujeres, tal vez sí, “porque no habían podido hacerse a la mar ni tenían ocasión de viajar”, cuenta él.
Colomar tenía claro que estudiaría Historia desde EGB, una disciplina por la que siempre sintió verdadera fascinación. Tras estudiar la carrera, se doctoró con una tesis sobre corsarios en Baleares y hoy ejerce como profesor de Sociales en un instituto de Formentera. Ha dedicado gran parte de su tiempo a estudiar y reconstruir la historia de su querida isla y su próximo libro recoge la trayectoria del “primer político importante de la historia de Formentera, Marià Serra, que fue diputado durante la Segunda República y pasó por varios campos de concentración franceses”. Según cuenta, “en la Pitïusa menor siempre han sido bastante más de izquierdas que en Ibiza”.
Baleares y Turismo
«Hippies a tiempo parcial» es el término que la única diputada de la isla, Silvia Tur, elige para referirse a quienes llegaron a Formentera cuando Rosell frecuentaba el famoso Blue Bar. A la diputada le ha gustado la política “desde pequeña”, cuenta. Estudió Dirección Hotelera a través de la UIB (Universitat de les Illes Balears), y orientó su trayectoria laboral hacia el turismo. Tras trabajar en restaurantes y agencias de viajes tanto en el sur de Inglaterra como en Formentera, pudo disfrutar de una estancia en las islas Galápagos que marcó su vida: “Fue muy enriquecedor porque allí van muy avanzados en aspectos ambientales que saben combinar con el turismo”, dice.
Su salto a la política fue, según cuenta, “pura casualidad”. Cuando se formó el partido de Gent per Formentera, este se organizó creando mesas de participación sectoriales e invitaron a Tur a la de Turismo y Economía. Fue a partir de allí, a principios del año 2007, que le propusieron presentarse en las listas, algo que no estaba en sus “planes”. Eran las primeras elecciones a las que se presentaba el partido y logró sacar 5 consellers, por lo que pudieron gobernar en coalición con el PSOE. “Tuve la gran fortuna de que confiaran en mí, de ser la número 5 y de gestionar el área de Medioambiente durante 8 años”, cuenta Tur.
Durante esta etapa trabajó mucho para mejorar el parque natural de las Salinas, la gestión de los fondeos y la protección de la posidonia, pero también, y con énfasis, la educación ambiental. Fue entonces, en 2007, cuando se constituyó el Consell Insular en Formentera y tuvo lugar lo que para ella fue un “revulsivo en la sociedad”. Según cuenta “fue la primera vez que los isleños podían tomar decisiones más directamente; con una total capacidad de elección para y por ellos mismos, amparados también con un buen presupuesto”.
En cuanto a la utópica idea de que el turismo no sea necesariamente dañino para el medioambiente, al estilo de las Galápagos, Tur sabe que “no nos tenemos que engañar”, ya que “tener actividad turística y vivir en paz, preservando tanto lo medioambiental como el nivel de vida, es posible, pero muy difícil”. Además, añade que no es viable en cualquier lugar: “Solamente en sitios pequeños y con pocas instituciones intermediarias”. En la Pitïusa menor, por ejemplo, solamente con el Consell Insular y el Ajuntament se arreglan”. En Ibiza, reflexiona, “la cosa ya se complica mucho más.” Para demostrar este hecho, la diputada señala que “las regulaciones más innovadoras y ambiciosas a nivel ambiental en lugares con turismo se han dado en sitios con muy poca gente”. Es el caso de el Hierro, las Galápagos o Capri, entre otros.
«Vivir como vivimos»
Tur considera que la situación creada por la pandemia ha sido “un tiempo para la reflexión, para advertir las virtudes que tiene pasar más ratos en casa y lograr poner en práctica el mindfulness o el momento presente”. Aunque los primeros meses no fueran tan diferentes a lo habitual, fue a partir de mayo cuando se notaba el cambio, dado que los ferrys no traían a las multitudes de personas que hubieran llegado en una situación de normalidad. Eso dio la oportunidad a los isleños de “vivir experiencias que les permitían remontarse a tiempos que no habían llegado a vivir, pero de los que habían oído hablar”, reflexiona Tur. Ver la isla tan vacía y sin embarcaciones a principios de verano permitió que “experimentaran unas vivencias que la gran parte de la población no conocía”.
Habían descubierto la mitificada Formentera de las películas y los libros. “Todos coincidían en que se escuchaban más pájaros o se veían más peces y cetáceos”, recuerda ella. Este fenómeno evidencia cuál es, como dice Tur, “el precio que pagamos por vivir como vivimos”. Y no es precisamente barato “tener durante seis meses un territorio secuestrado”. Para Colomar, “los únicos que aprenderán algo del COVID-19 son quienes ya sabían este tipo de cosas, que las han reforzado; el resto se olvidarán y abrazarán al turismo de masas de nuevo”. En cuanto a esta posibilidad, Tur no quiere “poner el énfasis en las personas”, pero considera que los paisajes y territorios de la isla “son secuestrados por una actividad que hace prisioneros a sus habitantes porque también la necesitan”.
Aunque Tur reconoce la problemática, considera que Formentera inició un camino en 2007 en el que han tenido lugar “propuestas muy valientes y de diferenciación para evitar morir de éxito”. Limitaron la entrada vehículos en el parque natural en 2008, aunque no todo el mundo lo entendió. En 2010 prohibieron las bolsas de plástico de un solo uso, no sin resistencias también. Ordenaron y limitaron lo existente, como por ejemplo los chiringuitos playa. Además de subsistir, Tur afirma que han mejorado la imagen de la isla, por lo que la diputada siente un “gran orgullo de que el pueblo lo haya entendido”. Han mantenido una línea que “ha dado resultados” y ha permitido que el acusado crecimiento de la población isleña no haya supuesto un problema, sino un reto, argumenta. Lamenta, sin embargo, que el resto de las Islas Baleares no implementen medidas parecidas a parte de la prohibición de las bolsas de plástico de un solo uso (que no se copió hasta que transcurrieron ocho años).
Turismo insostenible
Para Colomar, aunque admite que este partido ha hecho cosas bien, como fomentar el turismo deportivo o formar el Consell, la realidad de la isla es bien distinta: “Moriremos de éxito mientras proclamamos a los cuatro vientos que nuestro modelo es sostenible y que somos el último paraíso del Mediterráneo… Para mí lo de que Formentera lo ha hecho mejor es un mito, seguimos los pasos del resto”. Y se explica argumentando que “se ha urbanizado mucho de forma ilegal” o que «las rotondas y viales de circunvalación han hecho que crezcan los núcleos urbanos”. Para él, Formentera no ha vuelto a estar unida para resistir al “depredador del turismo» desde la manifestación contra el camping de es Ca Marí, que quería abrir y ofrecer 1.000 plazas en los 90. Tal vez, en el fondo, los hoteleros estaban más preocupados por que la acampada fuera posible y pudieran perder clientes.
“El modelo turístico, si es sostenible, puede tener sentido, pero el nuestro no es el caso”, sentencia Colomar. “El turismo es un depredador de recursos en sí mismo y el dinero es una rueda que invita a hacer más dinero… Formentera, aunque vaya de que no, sigue buscando crecer más cada verano a cualquier precio”. Aunque Colomar cree que las reflexiones del COVID-19 se olvidarán, se atreve a afirmar que “gracias a la epidemia, hemos podido parar y, tal vez, pensar en lo que pasa”. De cara al verano entrante, cree que “volveremos a la Formentera de los 80, cuando ya había turismo pero no estaba descontrolado y todavía no habían llegado los italianos ni la masificación”, afirma.
Hoy, aunque los formenterencs se hayan podido maravillar ante los pájaros, peces o playas sin masificar, según cuenta Tur «la mayoría desean recibir turistas, ya que eso puede suponer abrir o cerrar su negocio, incluso que sus descendientes puedan estudiar fuera o no el próximo curso”. Colomar apunta que esta crisis solamente afectará a los de abajo: “El turismo excluye y Formentera ya es elitista. Quienes sufrirán son los negocios pequeños, los grandes resistirán porque tienen una reserva. Además, los funcionarios ya tienen problemas para vivir en Formentera todo el año en nuestra situación de normalidad”.
“Uno de los grandes errores de la política es no pensar en el medio y en el largo plazo, por ejemplo con el tema del turismo”, opina Tur. Colomar cita a Ramón Margalef: “El turismo es la prostitución de la ecología”. Y se lamenta diciendo que “la temporada es cada vez más corta y el turismo de más baja calidad”. La actividad política de hoy en día está, según Tur, “configurada en el hoy y el mañana, por lo que nunca se podrá salir de este modelo económico”. Hace falta, para ella, “más honestidad por parte de los partidos políticos”. También reconocer que “vivimos en el sistema de precariedad creado por un modelo económico que a la vez trae prosperidad”, reflexiona. Y añade: “El turismo es como una resaca. Sufres pero te lo has pasado bien, por lo que ves las dos caras de una noche de diversión”. Con esta forma de funcionar, concluye, “no se podrán hacer políticas que realmente traigan cambios”, sentencia.
¿Pero cuándo comenzó este secuestro que describe Tur? Colomar, que nació en el 68, considera que en esa época tuvo lugar la Revolución Industrial de Formentera: “Entre 1965 y 1970 cambió todo, porque pasamos de 455 camas turísticas a 1.419. Llegó la electricidad, que por primera vez no dependía de los generadores, se modernizaron tanto el puerto de la Savina como el transporte marítimo entre las islas y el aeropuerto de Ibiza abrió al tránsito internacional”, resume.
A todo esto, hay que sumar la llegada de los hippies, aunque no usaran camas precisamente. Habitaban árboles, cuenta Rosell: “Los hippies dormían en las sabinas, ya que allí dentro se creaba como un habitáculo”, dice refiriéndose a los 70. En su libro, que finalmente saldría a la luz en los 80, recoge esta realidad a través de una anécdota en la que la Guardia Civil se encuentra con la postal de una chica que trasnochaba en el sabinar y en esta narraba como “los cabrones de la policía les hacían la puñeta cada mañana”. En 1988, quien llevaba el Blue Bar, afirma que centenares de personas seguían durmiendo bajo los árboles: “un puñado de sucesores de aquellos últimos hippies y pseudohippies siguen pernoctando emboscados en las inmediaciones para evitar su desalojo por parte de la Guardia Civil”.
Actualmente, aunque en teoría está prohibido dormir en un sabinar, Tur reconoce que siempre hay alguien que lo hace. La acampada está estrictamente prohibida en Formentera y hoy, para habitar un árbol como hacían los hippies de antaño, no es descabellado alquilarlo al módico precio de unos 200 euros al mes. En lugar de elegir un sabinar cercano al Blue Bar, la opción legal es acudir a uno de los terrenos en los que los turistas alquilan un árbol que incluye, por supuesto, una cadena y un candado para dejar la mochila.
En cuanto a la prohibición de acampar, Tur argumenta que “no se pueden equiparar los valores, hábitos y motivaciones de los hippies de los 70 con los que tendrían las personas jóvenes que viajarían en este formato más informal si pudieran hacerlo”. Pero es que resulta que “no tienen nada que ver las circunstancias de estos jóvenes con las de quienes llegaron entonces”, considera ella. “Francamente, hoy ya no puede haber hippies”, recalca. Asimismo, tampoco los había en los 70, según afirman tanto Rosell como Tur.
“Si los hippies de entonces existieran todavía, ya no vendrían a Formentera en verano”, concluye ella. “Lo que queda hoy es una estética comercialmente muy atractiva que diferencia a las Pitïusas en Baleares, en toda España e incluso en el resto del mundo”, añade. Hoy los hippies que han sobrevivido tienen 70 u 80 años y seguramente son lo más fieles posible a lo que buscaban cuando llegaron, que era una reminiscencia de un movimiento anterior. “Hoy, sin embargo, la imagen que se lanza hacia fuera ya no es más que una consecuencia de la explotación comercial de esta forma de vida”, concluye.
Para Colomar, “es normal que Formentera busque proyectar esta imagen, porque esos años fueron los más decisivos de la historia reciente de la isla”, declara. “En los 60 llegaron los hippies y mucha gente se sumó al carro porque era muy atractivo”, dice. Además, “solamente los que eran verdaderos nunca ocasionaban problemas”, reflexiona. “Los isleños, pero, no se volvían hippies aunque sí se mezclaran con ellos, porque no necesitaban romper con su entorno, cuyo protagonismo ya era la naturaleza”, cuenta. Para el historiador, “había buena sintonía porque el hippie busca la esencia y encuentra al pagés, que es muy auténtico”.
Filo Colina y Davide Busi son propietarios del quiosco Lucky, vecino del Blue Bar en Mitjorn. Este par de italianos llegaron en 1994 con otro amigo y decidieron quedarse. Esta temporada abrieron el 5 de junio y, según Busi, “está costando, pero ya sabíamos que iba a ser difícil”. Sobre la situación, comenta que “Formentera parece un poco la de cuando llegamos”. Colina se remonta a cuando, enamorados de la isla, decidieron quedarse: “Solamente el local nos costó 6 millones de pesetas, más todo lo que uno tiene que gastar para iniciar un negocio”, indica. En cambio, “comer era muy barato”, asegura argumentando que “cenar un pescado delicioso y un rico vino en el restaurante de Es Cap no valía más de 1.000 pesetas”.
Además de tener bar, el quiosco Lucky alquila hamacas. “Nos han rebajado el precio a pagar un 30%, pero en Barcelona han llegado hasta el 70% y la verdad que estamos vacíos”, cuenta Busi para explicar su difícil situación.
Renace el Blue Bar
Para el Blue Bar, las cosas tienen mejor pinta. Abrió de nuevo el día 19 y el teléfono no paraba de sonar: “Estamos al máximo de nuestra nueva capacidad, ya hay reservas para todo julio”, comenta el dueño, Rico Hartmann, ajetreado. Se refiere al nuevo aforo, que es del 50%. Y acompaña a unos clientes a su mesa: “Cuando había conciertos esta era la mejor del bar”, les dice. Desde que entró el siglo XXI, el negocio triunfa al carro de las puesta de sol masivas con cóctel y música, para lo cual llegaron a habilitarse gradas para aumentar el aforo.
“La gente está loca y me llama para saber si habrá fiestas”, comenta Hartmann alucinado el día de la apertura. Y añade con ironía: “Claro que sí, también nos abrazaremos”. El actual dueño del Blue Bar llegó con 5 años a Formentera, cuando sus padres Gunther y Kaya decidieron dejar Alemania para empezar de nuevo en la isla. De esa época recuerda el verano que tuvieron que cerrar por problemas de licencia en el 95. También una famosa canción llamada Nobody can kill the Blue Bar cuyo grupo de rock se hacía llamar Spioks.
Realmente es con la llegada de Gunther y Kaya, en los 90, que el Blue Bar, cuyas paredes eran rojizas, se pintó finalmente de azul, afirma Hartmann. Sobre por qué lo llamaban Blue Bar, es difícil saber cuál es la verdad. Rosell tiene su teoría: “Aunque su nombre era Cantina Marijesús, los extranjeros no podían recordarlo y se referían a él como Blue Bar”, explica. La elección de Cantina Marijesús es de cuando lo llevaba la popular Marieta, un periodo del que existen historias de lo más rocambolescas.
Del Blue Bar, Silvia Tur recuerda “muy bonitas experiencias de juventud”, pero no considera que sea el lugar más emblemático de la isla. Tampoco ha conocido la realidad de la que habla Josep Maria Rosell en su libro. Igualmente, los últimos veranos en los que se avistaron “los habitantes de los árboles”, probablemente a finales de los 80, Silvia Tur debía tener alrededor de 9 años y, como ella dice, “no iba a muchos bares”.
Rosell cuenta cómo los hippies se preparaban durante tres días antes de consumir LSD. Él nunca se atrevió a probarlo, por si podía dañar sus neuronas. En su día, para lo que sí se preparó Rosell fue para ir a Formentera por primera vez. Leyó acerca de la isla y estudió la Beat Generation. Hoy, tal vez no estaría de más prepararse mentalmente para coincidir allí con la gran masa de turistas que esta bonita isla atrae, o asumir que el viaje será muy caro. Tal vez no existen libros ni manuales para eso. En cuanto a sus aguas y paisajes, siguen sin tener precio.