Entrevistas | Sociedad

Jaume Descarrega: “Esta pandemia nos ha hecho ver la importancia de lo psicológico, lo emocional, lo psíquico y lo social”

Jaume Descarrega, psicólogo clínico y psicoanalista, ha lidiado con la pandemia mediante las tecnologías desde los cargos de responsabilidad que ocupa en la actualidad.

Jaume Descarrega. Foto: Col.legi Oficial de Psicologia de Catalunya

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Tantas horas, días, semanas y meses dedicados a diseccionar cada síntoma y consecuencia de la COVID-19 en el cuerpo humano, y tan poco tiempo invertido en evaluar cómo nos afectaba mentalmente la angustia de una situación inédita para las generaciones contemporáneas. La pandemia nos ha enfrentado a demonios desconocidos para el acomodado Occidente, siempre a salvo de desastres externos hasta que una zoonosis se instaló en nuestras vidas, descubriéndonos vulnerables y víctimas de una enfermedad a la que los gobiernos se enfrentaron con retórica belicista y mano de hierro. 

Cuando se tomó conciencia de la gravedad de la pandemia se puso el foco en los hospitales y la economía, pero poco se pensó en las consecuencias psicológicas que padecería la sociedad, desde el síndrome post-traumático que acecha a determinados colectivos –sanitarios, empleados de funerarias, fuerzas de seguridad– hasta la angustia de niños sin obligaciones ni iguales con quienes compartir su inquietud, y de padres obligados a convertirse en teletrabajadores/educadores/cuidadores/amigos y empleados del hogar confinados en unas decenas de metros cuadrados, con las redes sociales como única –si acaso– vía de sociabilidad y, por tanto, exclusiva forma de compartir su ansiedad.

Para los profesionales de la salud mental, esta crisis sanitaria ha sido un reto en toda regla. Pacientes por videoconferencia, ansiedades desconocidas, una avalancha de información y desinformación y un torrente de inquietudes a los que ellos mismos debían enfrentarse. Jaume Descarrega (Tarragona, 1964), psicólogo clínico y psicoanalista, ha lidiado con la pandemia mediante las tecnologías desde los cargos de responsabilidad que ocupa en la actualidad. Miembro del Servicio de Adicciones y Salud Mental del Hospital Universitario Sant Joan de Reus, profesor de Psicología en la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona, miembro de la Junta directiva del Col-legi Oficial de Psicología de Catalunya y coordinador del Psicurt, el Festival de Cortometrajes sobre Salud Mental que se celebra en Tarragona, Descarrega remarca el riesgo que conlleva la adicción a la información, las noticias falsas que campan a sus anchas en las redes sociales y la posibilidad de que la tecnología sustituya una forma de vida, en lugar de complementarla. 

Esta ha sido la primera pandemia televisada de la historia, y el volumen de horas que hemos dedicado a la información ha sido notable. ¿Qué impacto potencial tiene el bombardeo informativo al que nos hemos visto sometidos?

La palabra es muy indicada: bombardeo. En esta pandemia se ha usado mucha terminología bélica y la sensación es que estamos en pie de guerra. Pero todo bombardeo tiene consecuencias, por mucho que no nos afecte directamente, sobre toda la población. Por eso, desde el principio, uno de los consejos que dábamos en el Colegio Oficial de Psicología de Cataluña es que no había que estar conectados las 24 horas a la información. Entendemos que los medios debéis hacer esa función, aunque algunos lo hacen de forma sensacionalista e incluso catastrofista, y que esa función es muy importante porque la transmisión adecuada, basada en fuentes fidedignas, permite que la gente no entre en pánico.

Pero recomendamos que el público no se conectara más de dos horas diarias, si es posible una vez por la mañana y otra por la tarde, porque la información es necesaria en su justa medida. 

¿Qué repercusión tuvo ese tono belicista en la percepción del problema?

Esta es una situación novedosa e incierta, que genera incertidumbre y eso genera malestar. Si a eso se le suma la sensación de que hay que luchar contra algo, eso mina el estado de ánimo de las personas y su forma de relacionarse con los demás. Aun sabiendo que es una situación complicada, hay que intentar emplear un lenguaje que genere tranquilidad en el receptor porque si no crea un ambiente difícil de digerir. No sé bien el objetivo que tenía el uso del lenguaje bélico, aunque su uso ha sido variable. Imagino que trataba de concienciar a la población, aunque eso tendrá que decirlo quien lo empleó en su momento.

«No sé bien el objetivo que tenía el uso del lenguaje bélico, aunque su uso ha sido variable. Imagino que trataba de concienciar a la población»

¿Cómo se ha explicado esta crisis a los niños?

Hemos observado que los adultos, en general, tenemos tendencia a usar cierto paternalismo para proteger a los más pequeños, tendiendo en ocasiones a ocultar información para que no tengan miedo. A veces, una situación que crea entre los adultos miedo, ansiedad o desconcierto trasmite dichas sensaciones a nuestros niños o adolescentes. Por eso hemos incidido en la necesidad de hablar de las cosas adaptando el lenguaje en cada caso, sean niños o personas de la tercera edad, pero estando disponibles para responder a las preguntas que nos plantean para que no sufran.

Precisamente Freud decía que la ciencia moderna no ha producido aún un medicamento tranquilizador tan eficaz como unas pocas palabras bondadosas. Él usaba la expresión palabras bondadosas pero nosotros hablaríamos de palabras tranquizadoras, que esclarezcan y que den sentido.

¿Han aplicado ese paternalismo los medios en su cobertura de la pandemia? ¿Se nos ha tratado de forma proteccionista?

Creo que, aunque nos caracterice como seres humanos, a veces decir las cosas a medias provoca que la ansiedad aumente. Creo que ese proteccionismo se ha utilizado más hacia los dos extremos, niños y ancianos, hacia quienes algunos creen que no pueden entender. Y también se ha empleado ese lenguaje con personas con discapacidad: también a ellas hay que intentar transmitir las cosas de forma clara, con un lenguaje apropiado, para tranquilizarles. 

«Freud decía que la ciencia moderna no ha producido aún un medicamento tranquilizador tan eficaz como unas pocas palabras bondadosas»

Se han visto escenas de politización de niños a costa de la pandemia. ¿Qué impacto puede tener esa búsqueda de buenos y malos en la formación intelectual de los menores?

El hecho de buscar bandos es siempre negativo, porque una moneda no solo tiene dos caras: si la miras de canto y la haces rodar, hay muchos lados. La verdad es siempre relativa, porque en función de cómo veamos una situación puede haber diferentes verdades. Se trata de ver las cosas con distintas perspectivas, y entender que no hay cosas buenas ni malas, sino distintas opciones.

Un buen ejemplo son las diferentes posturas políticas de los países en esta crisis: se ponía el modelo sueco como el mejor porque no había limitaciones, pero hubo que rectificar con el tiempo. Lo importante es aprender de esos errores. Albert Einstein decía que había que aprender del ayer para poder vivir el hoy y tener esperanza para mañana, y que lo importante es no dejar de cuestionarse, de preguntarse constantemente.

Ahí está la cuestión: ser capaces de responsabilizarnos individualmente de aquello que estamos haciendo para que haya un efecto positivo en el colectivo, porque se trata de ir sumando y cohesionando al grupo según lo que hacemos individualmente. En el caso de los niños y la politización, es una responsabilidad fundamental de los padres. Toda crisis genera miedo, inquietud, inseguridad, irritabilidad, frustración, aburrimiento, desconfianza… Los adultos somos los responsables de digerir la información para los demás. Podemos estar de acuerdo o no, pero debemos plantear con tranquilidad la situación a los menores a nuestro cargo.

Quizás los niños estaban en desventaja porque no podían salir a comprar o trabajar, pero, sin embargo, respondieron de forma increíble porque tienen una gran capacidad de adaptación: usaron su creatividad e imaginación –y vuelvo a Einstein porque él decía que la imaginación es más importante que el conocimiento porque este es limitado, pero la imaginación lo abarca todo– para crear diferentes maneras de pasar la pandemia lo mejor posible, con juegos, con actividades que no conocían, compartiendo más tiempo con sus padres… 

Debió ser fascinante para vosotros comprobar cómo aprendíamos a sobrevivir sin tantas necesidades creadas…

Claro, ya Einstein decía que las crisis traen elementos positivos: hacen que nazca la inventiva, que creemos nuevas estrategias…. Hay que admitir que hemos recuperado elementos que no teníamos en cuenta para nada, como las conversaciones alrededor de la mesa. Las redes sociales han tenido un papel importantísimo en esta pandemia, nos han permitido estar conectados con los demás y eso es importante para adultos y niños, pero si no se han impuesto límites adecuados pueden pasar factura. Los límites estructuran nuestra personalidad, porque permiten que sepamos que no todo es posible. En el confinamiento, las redes han sido la única forma de estar en contacto, pero hay que ver cómo racionalizarlas de nuevo.

Me preocupa que las redes vengan para quedarse, porque si se instalan como algo añadido es perfecto, pero si vienen para sustituir, no pueden funcionar de ninguna manera. En nuestro trabajo, durante la pandemia, era imprescindible atender urgencias pero había que hacerlo mediante videollamadas o por teléfono, pero ese medio no sustituirá nunca el contacto presencial.

Parece que hubo un pacto tácito entre el Gobierno y los medios para no mostrar a los muertos de la pandemia. 

Las imágenes pueden ser excesivamente impactantes y crear más temor y por eso creo que solo hay que mostrar las realmente necesarias, porque otras, y me estoy acordando de aquellas imágenes de camiones cargadas de cadáveres creo que en Estados Unidos, solo pueden generar miedo. Además, las fake news hacen que a menudo se usen imágenes que ni siquiera se corresponden con la actualidad. Las imágenes deben servir para reforzar aquello que queremos transmitir pero deben ir acompañadas de palabras y argumentos que les den contenido, de forma tranquilizadora aunque sin ocultar ni ser paternalistas. 

¿Cómo se ha transformado el duelo durante la pandemia, habida cuenta de que los familiares no han podido velar ni enterrar a sus seres queridos?

A nivel individual, una situación que impide hacer duelo físico e individual a aquellos que pierden a un ser querido tiene una afectación clara en todos aquellos que lo han vivido. La palabra afectación viene de afecto, y son los afectos los que mueven a los seres humanos. La necesidad de poder estar en contacto con el otro, de estar a su lado en los buenos y malos momentos, eso ha sido una de las grandes preocupaciones: no poder acompañar a quienes estuvieron enfermos o incluso en los momentos finales de su vida, cuando el otro nos necesita.

Ese duelo, que debe realizarse igual, ha tenido que postergarse y hemos tenido que buscar formas simbólicas para hacerlo de la mejor forma posible. Hemos recomendado que aquellas personas que habían perdido a alguien pudieran juntarse de la mejor forma posible, en este caso por videoconferencias, para despedirse de forma simbólica, para hablar de la persona que ha muerto y leer su poema favorito, o escuchar su canción favorita… Eso ha sido un elemento para posteriormente hacer otro tipo de despedidas. Una vez que se permitieron los entierros, la gente ha podido despedirse físicamente, porque lo virtual es un elemento más que no puede sustituir al mundo real.

Entiendo que el proceso de duelo colectivo es similar al duelo individual, donde solo la aceptación da lugar a la superación. ¿Cómo influye esa ocultación de los muertos en el duelo social que cabe esperar después de perder casi 30.000 vidas? ¿Cree que esa ausencia de duelo colectivo nos hace menos conscientes de lo ocurrido y más expuestos a que se repita

Creo que la vivencia que hemos tenido nos ha ayudado a tomar conciencia de cuál era el momento y la situación. Sin embargo, me han sorprendido las imágenes [del pasado viernes] de Liverpool con la celebración de la victoria en la Premier League, multitudinaria y sin medidas de seguridad. ¿Qué hace que, de pronto, olvidemos todo lo aprendido? Desgraciadamente el ser humano tiene una memoria muy efímera, para lo bueno y para lo malo. Deberíamos replantearnos qué hemos aprendido, para saber que hemos ganado y perdido con esta pandemia, pero por desgracia tenemos una memoria corta que no deja una marca importante. Va a depender de cada uno, de que tomemos conciencia de qué ha supuesto para cada uno de nosotros.

«Por desgracia, tenemos una memoria corta que no deja una marca importante. Va a depender de cada uno, de que tomemos conciencia de qué ha supuesto para cada uno de nosotros»

Ocurre lo mismo con la ecología, del estado del planeta: todos somos conscientes de la catástrofe que se avecina pero aun así seguimos contaminando. Creo que es una cuestión de adaptación. Charles Darwin, autor de El origen de las especies, decía que no es más fuerte ni el más inteligente el que sobrevive sino quien es capaz de adaptarse a los cambios. La clave es cuál es la capacidad de adaptación del ser humano, a nivel individual y colectivo, aprendiendo de las situaciones que vivimos. 

Imagino que está relacionado con la resiliencia, una característica de los seres humanos. Una persona que nace en un periodo de guerra vive considerando que la anormalidad del conflicto es lo normal. ¿Desconfiamos de nuestra capacidad de adaptación?

Sí, quizás porque estamos en una sociedad de bienestar en la que no solemos enfrentarnos a situaciones como la pandemia. Estamos poco acostumbrados, salvo las personas que carecen de los medios de subsistencia mínimamente necesarios y que han tenido que adaptarse a las circunstancias como han podido. La cuestión sería cómo nos hemos acostumbrado a vivir en ese estado de bienestar y ahora cualquier problema nos resulta difícil de adaptarnos. Tendremos que pasar por situaciones difíciles para ser conscientes de la necesidad de adaptarse.

Es la frase, el motto, que siempre usaba Bruce Lee. Be water, my friend. Adáptate a las circunstancias, debemos ser nosotros quienes nos debemos adaptar al medio y no al revés. Tenemos que poder ver que la capacidad de adaptación es fundamental, y eso permite mantener la esperanza viva. Como decía Fyodor Dostoevsky, vivir sin esperanza es dejar de vivir. Y no hay que sobrevivir, hay que vivir de forma digna. 

¿Cómo afectó a los adolescentes el confinamiento y la imposibilidad de relacionarse con su grupo de iguales, sus amigos, habida cuenta de que son con quienes mejor comparten sus inquietudes en un momento de confusión vital?

Depende de la relación familiar, claro, pero su tiempo en general se ha transformado. Ha sido tiempo de estar en casa y de compartir, y en función de cada edad hay cosas que se podían hacer para ayudarles. Los adolescentes necesitan, más que otras edades, su espacio de desconexión para estar solos, para estar con su grupo de iguales del colegio o del barrio, con la chica o chico con el que salen, etc. Y si se partía de una base donde los límites no estaban bien marcados era todo más complicado.

La cuestión no era prohibir, sino revisar los consensos a los que se podía llegar para evitar que pasaran 12 horas enganchados a Internet. Es necesario tener tiempo para otras actividades, como el ejercicio físico, que es fundamental, o la lectura. Cuando la relación de base era difícil antes de la pandemia, sí llegaban consultas para saber cómo tratar a los adolescentes durante el confinamiento.

¿Cómo ha afectado a los niños la falta de disciplina derivada del confinamiento?

Las guías que elaboramos desde el Colegio hablaban precisamente de la importancia de mantener los hábitos, los horarios, un planning diario. Es evidente que no se pueden realizar confinados las mismas actividades del colegio o del trabajo, pero había que dejar claro que no se trataba de unas vacaciones. Precisamente lo que se había perdido era la libertad de acción, que es lo contrario a las vacaciones. Por eso incidíamos en mantener horarios adaptables a las circunstancias, a los trabajos de los padres, porque los límites o las normas son estructurantes y, si bajamos la guardia, luego es difícil volver a recuperar el ritmo porque uno se acomoda a lo que le viene bien. 

¿Cómo ha cambiado la relación con sus padres, dado que se han visto forzados a mantener una relación 24/7 en la que sus progenitores pasaban a ser únicos amigos, compañeros, profesores, cuidadores, padres a tiempo completo…?

Este periodo de convivencia tiene que permitir comprender que damos apoyo cuando se necesita, pero una vez que no es necesario, hay que dejar que cada uno camine por sí mismo. Hemos estado en una situación en que la convivencia ha hecho que eso haya quedado más difuso, nuestras funciones se han visto ampliadas, sobre todo hacia los más pequeños, que requieren figuras de referencia. Hemos acortado la distancia, pero igual que lo hicimos, hay que espaciarla de nuevo en función de las circunstancias para permitir que la individualidad vuelva al lugar que le corresponde. 

«Hemos acortado la distancia, pero igual que lo hicimos, hay que espaciarla de nuevo en función de las circunstancias para permitir que la individualidad vuelva al lugar que le corresponde»

En el caso de los ancianos, los más afectados por las muertes, ¿qué impacto tiene la ausencia obligada de afectos, de cariño y de consuelo, no solo por parte de familiares sino incluso de cuidadores, habida cuenta de la distancia social.

Puede haber mucha distancia física pero eso no quita que la distancia afectiva no sea tanta. En el ámbito clínico, hablamos de distancia terapéutica para referirnos a nuestros límites. Pienso que es muy importante cómo cada uno de nosotros hemos intentado mantener la proximidad afectiva en la distancia. Desgraciadamente, con la tercera edad no ha sido igual porque no tienen tanto acceso a las redes sociales, y han estado limitados, pero siempre está el recurso del teléfono sin agobiar excesivamente a las personas, para que sientan que incluso en la distancia, sus seres queridos están ahí.

Recuerdo aquellas escenas cuando llegó el desconfinamiento y los nietos podían hablar con los abuelos desde la calle hasta la ventana del piso donde vivían. Los niños gritaban, se perdía toda intimidad, pero eso no era lo importante en ese momento. Lo importante era poder transmitir el afecto, la necesidad de decir al otro que le querías, que echabas de menos sus abrazos…. Entre los más mayores, los más vulnerables al coronavirus, el miedo ha extremado las medidas de seguridad pero a veces esa decisión no ha partido de ellos, sino de sus hijos adultos. 

¿Cómo nos ha afectado a los adultos la toma de conciencia de nuestra vulnerabilidad?

Creo que era John Fitzgerald Kennedy quien decía que los chinos escribían la palabra crisis con dos grafías, una indica peligro y la otra oportunidad. En cualquier crisis, decía, hay que tomar conciencia del peligro y reconocer la oportunidad. Quizás no hemos tenido conciencia de que el ser humano es absolutamente vulnerable, y que vivimos en una situación de fragilidad que solo hemos reconocido con el coronavirus, y no solo en la esfera física. Creo que ha permitido tener mucha conciencia de que los seres humanos somos seres biopsicosociales, porque habitualmente nos quedamos en la parte bio, en la parte física u orgánica.

Esta pandemia nos ha permitido ver la importancia de lo psicológico, de lo emocional, de lo psíquico y de lo social, y de lo importante que es reforzar ese sistema de atención a nivel psicológico y a nivel social. Nos centramos mucho en el aspecto médico de lo corporal, descuidando lo emocional, y debemos ser conscientes de la fragilidad del ser humano y tenemos que tener en cuenta cómo todo lo vivido nos ayuda a saber cómo afrontar este tipo de situaciones. Cuando se habla de salud mental, se habla muy poco de prevención y en la promoción de la salud.

En mi hospital dimos soporte emocional al personal sanitario, y durante una última reunión les preguntamos de qué creían que había servido. Curiosamente nos comentaron qué les había afectado: el miedo a ser contagiados, el miedo a contagiar a sus familiares, comunicar a los familiares de los pacientes el estado de sus seres queridos… Tenemos que aprender que si hay en un momento dado un rebrote, hay que hacer prevención para minimizar su impacto, y eso se aplica también al nivel psicosocial. Hay que aprender a sacar cosas positivas.

La pandemia nos ha convertido a todos en víctimas. ¿Nos hace eso más empáticos hacia víctimas de otros problemas, como el hambre o la guerra, o nos lleva a protegernos?

Yo creo que en momentos así, la empatía abre el abanico. Hay mucha gente que se ha concienciado de por qué hay gente que tiene que abandonar su país, pero no soy demasiado optimista porque la memoria del ser humano es efímera y somos incapaces de guardar en una cajita bien resguardada aquellos elementos que nos han hecho sacar algo positivo, y la empatía es sin duda uno de esos elementos. En general, la gente ha podido ver que cuando uno sufre, el sufrimiento le afecta a él y a quienes le rodean y esa empatía se aplica a otras poblaciones, pero creo que a medida que el riesgo se aleja, la empatía desaparece.

«La tecnología es importante, pero la humanización de las relaciones entre seres humanos debe ser fundamental»

Creo que es importante a nivel de educación transmitir a los más jóvenes que los contenidos académicos son importantes, pero las emociones, los sentimientos, las relaciones son aún más importantes que los otros, y por eso uso la frase de Albert Einstein, alguien que tenía un premio Nobel pero que valoraba más la imaginación que el conocimiento. Y eso se aplica también a las redes. La tecnología es importante, pero la humanización de las relaciones entre seres humanos debe ser fundamental.

La pandemia ha generalizado el miedo en la sociedad, un miedo a algo invisible contra lo que no se puede combatir. ¿Crees que está siendo manipulado y exacerbado por los políticos? ¿Nos hace el miedo más vulnerables hacia populismos?

Pienso que los extremos, sean del lado que sean, son siempre más receptivos a cualquier mensaje que uno quiera captar para traducirlo de forma interesada, y eso es negativo. Desde tu extremo, puedes convertir cada argumento en un arma arrojadiza, y en estos momentos se trataba de sumar, de olvidarse de cuestiones como ocurrió en Cataluña, donde el independentismo quedó relegado para centrarse en lo fundamental, que era la supervivencia de las víctimas de pandemia y cohesionarnos para tirar hacia delante como sociedad.

Quien no es capaz de dejar sus ideales a un lado cuando son extremos, seguramente use cualquier cosa para atacar a quien piensa de forma contraria. Y eso es un error, en momentos de necesidad es importante cohesionar al máximo posible en lugar de ir en diferentes caminos. El miedo es siempre una emoción que nos lleva a acciones inadecuadas cuando nos bloquea, pero también nos advierte de peligros, y así nos permite tomar medidas preventivas para evitar que las cosas vayan a peor. Pero si el miedo deriva en pánico, somos susceptibles de tomar decisiones de las que nos podemos arrepentir inmediatamente.

Hay que valorar el peso del miedo para saber cómo actuar dándole el lugar que le corresponde, sin que paralice nuestras acciones. Tenemos poca capacidad de escucha. Tenemos muchas ganas de hablar y trasmitir nuestra opinión, pero para discutir tenemos que escuchar la versión del otro, porque el objetivo es poder trabajar en equipo. Si lo hiciéramos, nos sorprendería ver cómo las posturas no son tan alejadas. 

Pero parece que tenemos la tendencia a confirmar nuestras propias convicciones, en lugar de buscar otras opiniones que nos abran nuestra propia perspectiva. ¿A qué se debe?

Buscamos ser amos de nosotros mismos y, a veces, también de los demás. De ahí la importancia de relativizar la verdad, hay que recordar esa frase-paradoja de que la única verdad es que la verdad no existe, porque los humanos tenemos tendencia a hacer que las cosas vayan hacia donde nosotros queremos, quizás porque somos incapaces de escuchar lo que otros proponen, sin querer decir que hay que dejarse llevar por otras opiniones.

«El ser humano necesita a veces la seguridad de una verdad absoluta, necesita a veces respuestas lo más concretas posibles, porque lo contrario demuestra nuestra fragilidad»

Hay que tener criterio y defenderlo, pero entender que podemos equivocarnos. No se puede tener la verdad absoluta. Esa es una expresión que usamos mucho en nuestras conversaciones: la verdad es que tú me dijiste… pero eso depende de lo que interpretamos que nos ha dicho el otro. El lenguaje, elemento fundamental de comunicación, es el que más discrepancias crea entre el ser humano porque puede ser engañoso: depende de una coma, una frase puede significar una cosa o lo contrario. De repente, todos somos expertos en todo, sin ser conscientes de nuestros límites. El ser humano necesita a veces la seguridad de una verdad absoluta, necesita a veces respuestas lo más concretas posibles, porque lo contrario demuestra nuestra fragilidad. 

Las redes sociales han exacerbado la indignación, y eso se vio bien en los casos de ataques contra personas que parecían saltarse el confinamiento y que era cuestionados airadamente por los vecinos sin preocuparse por saber qué motivos las habían llevado a la calle. ¿A qué se debe, cuál es el resorte psicológico que explica que nos sintamos víctimas de una injusticia?

En ese caso, creo que estaba relacionado con el miedo a no poder controlar la situación y a pensar que otros podían arruinar nuestro esfuerzo individual. Atacar al otro es una forma de defendernos del miedo, no es la adecuada pero sucede. Antes que nada, uno tendría que poder preguntar, pero cuando el miedo hace que la acción pase por delante de la palabra, se contagia la indignación entre las personas. 

¿Qué lleva a personas informadas y educadas a buscar explicaciones descabelladas –desde el castigo divino hasta el genocidio de ancianos– para explicar una contingencia médica?

La inteligencia que habitualmente se ha considerado la más importante, el coeficiente intelectual, no es la que debe valorarse. La inteligencia emocional es la que permite al sujeto adaptarse a la realidad conociendo todos sus elementos. A veces, agarrarse a una teoría descabellada puede ayudar a sentirnos más tranquilos, como demuestra el ejemplo de las religiones, que dan cierta seguridad de que habrá otra vida y que, en función de lo que hagamos, habrá recompensas. Pero una cosa es la esperanza de seguir hacia delante, y la otra refugiarse en la fe en algo que no sabemos con certeza. El ser humano se agarra desesperadamente a esas cuestiones sin racionalizar. No se puede confundir la inteligencia con la capacidad de ver las cosas de forma adecuada. Refugiarse para defenderse del miedo puede llevar a cosas muy negativas para la persona. 

¿Qué impacto tiene la irrupción de la tecnología como sustituta de las relaciones físicas? ¿Podría generar cierta asociabilidad o incluso hipocondría en algunos individuos, como ya ocurre en países como Japón, ante la idea de relacionarse físicamente con otras personas?

Contra eso tenemos que luchar, aunque me sepa mal usar un término bélico. La enseñanza comienza desde el núcleo familiar: si un niño ve a su padre enganchado a una pantalla, ¿por qué no lo va a hacer él? Lo importante es poner límites desde muy pequeños como estructuradores de nuestra personalidad. No hay que demonizar las nuevas tecnologías en general si ponemos tiempos, hay que ser responsables con esas tecnologías. Antes, la tele era la caja tonta pero ahora la caja tonta está en cualquier pantalla. Hay que aprovechar todos los elementos positivos no desde la prohibición, sino desde la responsabilidad.

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