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Atrapados en el laberinto Palme
Las autoridades suecas han puesto fin a la investigación sobre el asesinato de su exprimer ministro Olof Palme. ¿Es un cierre en falso?
El pasado 10 de junio las autoridades suecas pusieron fin a la investigación sobre el asesinato de su exprimer ministro Olof Palme, lo cual dista mucho de haber encontrado al asesino y resuelto el caso. Fieles a lo desastrosas que fueron sus diligencias desde la misma noche del atentado, han optado por dar carpetazo sin el menor signo de profesionalidad o grandeza. No han aportado el arma con la que se cometió el crimen, no han sido capaces de ofrecer ningún móvil, y el presunto autor del magnicidio, un gris publicista llamado Stig Engström, está muerto desde hace 20 años. Fin del caso.
Sven Olof Joachim Palme, nacido en Estocolmo el 30 de enero de 1927, casado, padre de tres hijos y referente global de la socialdemocracia, llevó más lejos que nadie esta ideología política. Proveniente de una familia aristocrática, estudió y viajó por Estados Unidos después de haber realizado el servicio militar en 1947. A su regreso estudió Derecho en la Universidad de Estocolmo, renunció a los lujos del barrio de Östermalm donde había crecido, y se fue a vivir a un suburbio de clase media con su recién creada familia.
Afiliado a un partido socialdemócrata que ya vivía tiempos dorados de la mano de su mentor, Tage Erlander, fue primer ministro en dos ocasiones, entre 1969 y 1976. Implacable en los debates retransmitidos por televisión y excelente dinamizador de las relaciones norte-sur, Olof Palme no dejaba indiferente a nadie. Si el mundo Occidental necesitaba un referente capaz de competir desde la izquierda con el bloque soviético, ese era Palme.
Del mismo modo, si había una figura que desafiaba los límites de lo que se consideraba apropiado en la democracia capitalista, ese era también Palme. Amigo de Fidel Castro, financiador de las guerrillas centroamericanas, protector del Congreso Nacional Africano y la OLP palestina, así como manifestante a favor de los vietnamitas y los presos del FRAP y ETA, no le temblaba el pulso para acercarse a una causa que considerase justa por polémica que fuera.
Sin embargo, toda esa inocencia que desprendía Suecia, meca de refugiados políticos, referente global de respeto a los derechos humanos y espejo del Estado del bienestar en el que el mundo se miraba, quedó teñida de sangre cuando en la fría noche del 28 de febrero de 1986 un pistolero hirió de muerte a Palme mientras regresaba del cine, a pie y sin escolta, junto a su mujer, Lisbeth, quien resultó levemente herida.
Stig Engström, señalado el pasado 10 de junio en rueda de prensa por el jefe de la investigación policial, Hans Melander, y el fiscal Jefe, Krister Petersson, como el presunto asesino, era un viejo conocido de las autoridades y los medios de comunicación suecos. Conocido como Skandiamannen (el hombre de Skandia) por el edificio de la empresa de seguros en la que trabajaba (situado justamente sobre el lugar del atentado) se había ofrecido como testigo a varios medios de comunicación, a pesar de que nadie lo recuerda en el lugar de los hechos ni figura en ninguna declaración tomada entonces por la Policía.
Algunos de sus familiares y amigos de la infancia, recientemente consultados por la prensa, se muestran sorprendidos, y le describen como alguien en busca de atención y afecto, pero no como un asesino. En su contra lo único que ha podido ofrecer la Policía es que pertenecía a un club de tiro, que bebía, que era contrario a las ideas del Gobierno y que tenía problemas financieros. Meras conjeturas que algunos de sus seres queridos consideran calumniosas y cobardes al no presentar ninguna prueba técnica contra alguien que nunca podrá defenderse.
Del mismo modo, alguien que sí estuvo allí en la noche de autos se muestra indignado por lo que considera un cierre en falso. Se trata del comediante Robert Gustafsson, quien paseaba por Sveavägen tras haber asistido a una proyección en el mismo cine que el matrimonio Palme. Según ha declarado al vespertino Aftonbladet, “las autoridades protegen una verdad sucia. Los que estuvimos allí nunca fuimos tomados en serio, y en algunos casos incluso negados y amenazados”.
Gustafsson siempre ha apuntado a la Policía como parte del magnicidio porque, como él, son muchos los testigos que también declararon haber visto hombres con walkie-takies justamente en el perímetro donde se produjo el atentado, extremo que la Policía alude a una operación antidroga que –siempre según su versión- terminó minutos antes del asesinato.
En la propia rueda de prensa ofrecida el pasado diez de junio, el Fiscal Jefe dijo que aquella era una de las teorías principales que fueron descartadas. Sin embargo, en unas declaraciones posteriores, el mismo fiscal ha reconocido que en el Estocolmo neutral de la guerra fría, “había mucha gente extraña, grupos y organizaciones que odiaban a Palme y tenían opiniones extremas”.
De hecho, en los días siguientes al atentado, la tesis de un núcleo ultraderechista en el interior de la Policía (que era real y bien conocido en Estocolmo) fue rápidamente aparcada gracias a la intervención de un personaje nefasto para el buen curso de la investigación: el inspector jefe, Hans Holmér, quien nada más tomar el mando volcó todos los recursos policiales en confirmar su teoría de que tras el atentado se ocultaban los kurdos del PKK refugiados en Suecia, idea que, además de consumir un tiempo decisivo para el buen desarrollo de la investigación, terminó precipitando su renuncia y el rechazo de la fiscalía.
La posición de la familia
Mårten y Joakim, dos de los hijos de Palme, quienes al igual que su madre (fallecida en 2018) siempre se han mantenido al margen de toda polémica, han aceptado como bueno este cierre del caso, lo cual resulta llamativo, dado que su madre siempre culpó del crimen a Christer Pettersson, un politoxicómano con antecedentes penales pero sin filiación política que llegó a ser condenado y después liberado e indemnizado. Por algún motivo desconocido, Lisbeth se plegó a las divagaciones de unos policías que, rompiendo el protocolo, le dieron algunas indicaciones sobre las características de Pettersson antes de tenerlo delante para ser identificado en la rueda de reconocimiento.
Desde entonces, y aun con este hombre libre de todo cargo, Lisbeth –y de alguna forma sus hijos- siempre señaló la hipótesis de Pettersson, “el loco que pasaba por allí”, como solución al caso. Hoy todo ha cambiado, los hijos se readaptan sin problemas a la nueva versión oficial y tratan de restar peso a este polémico desenlace, al tiempo que muestran su deseo de pasar página cuanto antes.
Mientras los medios internacionales vuelven a perder el interés despertado por esta última rueda de prensa, en Suecia se renueva la excitación por el misterio y día a día se van sucediendo las reacciones de los pocos testigos y protagonistas que aún quedan vivos. Uno de ellos, Dag Andersson, ex investigador jefe del Palmegruppen (que es como se ha conocido en Suecia al grupo asignado durante 34 años para resolver el caso) ha admitido estar “totalmente decepcionado” pues, según ha declarado al diario Aftonbladet, “el asesino puede seguir libre”.
Por si fuera poco, Hans Melander, el jefe de policía que ha dado por cerrado el caso, ha reconocido al diario Dagens Nyheter, no estar “seguro al 100% de que Stig Engström sea el asesino de Palme”, de modo que, pese a todo, la duda sigue en el aire, el mejor final posible para esa legión de investigadores independientes que sufren lo que en Suecia se denomina “la fiebre Palme”.
Puedes leer más sobre Olof Palme en LaMarea77.
Una buena e inteligente persona.
No tenía miedo, quizá fué demasiado confiado. Debía haber calculado que los hombres del capital, enemigos de sus políticas, no eran nobles como él y atacaban por la espalda.
Denominado socialdemócrata; pero en la práctica era un político bastante más a la izquierda que la autodenominada izquierda que tenemos hoy.
El, en persona, recorría las calles de Estocolmo pidiendo apoyo para los presos del franquismo.
Inolvidable y querido Olof…