Cultura

#LaLectora recomienda a la turbulenta Joyce Carol Oates, al valiente Adbelá Taia y a la enigmática Armonía Somers

En esta ocasión, Esther López Barceló recomienda en #LaLectora tres libros: 'Persecución', 'La vida lenta' y 'La mujer desnuda'.

Esta semana os hablaré de tres obras muy potentes y diferentes entre sí: Persecución de Joyce Carol Oates (editorial Gatopardo), La vida lenta de Abdelá Taia (editorial Cabaret-Voltaire) y La mujer desnuda de Armonía Somers (editorial Trampa)

Joyce Carol Oates (Nueva York, 1938) es una escritora muy prolífica que ha cultivado prácticamente todos los géneros. Eso sí, destaca, entre otras muchas virtudes literarias, por su capacidad para narrar la violencia y para adentrarse en la psique de personajes complejos y turbulentos. Este es el caso de su última novela, editada en castellano por la Editorial Gatopardo. 

Persecución comienza con un acontecimiento turbador: Abby es atropellada por un autobús el día después de su boda. Y he ahí el primer enigma que da lugar al hilo narrativo de la historia. ¿Fue esta tragedia fruto de un accidente o el frustrado resultado de un intento de suicidio? Para resolver las pistas que nos lleven al germen de la historia, navegaremos por los tumultuosos recuerdos y pensamientos de cuatro personajes: Abby, sus padres y su reciente y amador esposo. El ritmo de la novela si bien es algo redundante y lento al principio va tomando ritmo conforme vamos entendiendo los tormentos que recorren de forma extenuante la mente de nuestra protagonista.

A su desvelo nos asomamos, ya en las primeras páginas, a través de una pesadilla recurrente y fantasmagórica. Tan solo os adelantaré que la frase final del libro cierra el círculo de la historia de forma magistral. Y a mí, personalmente, después de las tormentosas vicisitudes que transcurren violentamente en las últimas páginas, leer ese cierre me provocó un torbellino de lágrimas. Esta obra es una buena excusa para conocer a esta gran autora ya octogenaria, eterna candidata al premio Nobel. Para continuar profundizando en ella, si es que no la conocíais ya, os recomiendo su autobiografía Memorias de una viuda escrita tras la muerte de su primer marido. 

Dame tu corazón y Desmembrado son otras obras de la misma autora que se pueden encontrar en la editorial Gatopardo.

Un fragmento: 

Esqueleto. Hundiendo el rostro en la almohada, susurra esa (aterradora) palabra, en voz alta (apenas). (…) Una terrible palabra (de adultos) que no debe decirse en voz alta. Una palabra que una niña no debería conocer. (…) Una palabra que resulta fascinante, como un vapor venenoso que se eleva hacia tus fosas nasales, y que sabes que no deberías inhalar, pero no puedes resistirte a hacerlo. Es un sueño recurrente que tiene cuando está creciendo. Después de que sus padres desaparezcan. 


Abdelá Taia es un escritor en francés de origen marroquí, fundamental para comprender y conocer tanto a la Francia como al Marruecos de nuestro tiempo. Es el primer intelectual en salir del armario en el país norafricano. Lo hizo anteriormente Rachid O. pero parapetado tras un pseudónimo. Abdelá manifestó públicamente su orientación sexual en 2006 con la convicción de que era su deber moral hacerlo así. Esa conciencia de que «lo personal es político» y también –por qué no– literatura, es la base de su obra. Tanto en La vida lenta como sus otras novelas, Mi Marruecos o El que es digno de ser amado, Abdelá vuelve a sus orígenes y a sus experiencias autobiográficas para escribir. Habla de lo que significa ser gay en Marruecos como miembro de una familia musulmana de clase baja, en una sociedad en la que la homosexualidad existe pero de forma clandestina y suburbial. Tanto Abdelá como su personaje, Munir, en La vida lenta se trasladarán a vivir a París en un autoexilio. Y ambos se debaten entre vivir en la lengua francesa de la burguesía que les margina por marroquíes;  y en el árabe de sus orígenes que también es la lengua de la cultura que les niega.

Nos traslada, pues, su debate interior entre sus raíces árabes y musulmanas; y entre el París en el que vive y que no deja de situarle como la otredad en su condición de migrante. Su obra está cargada de lirismo a través de soliloquios y diálogos ficcionados que hacen de la lectura un viaje ameno, sencillo, triste y melodioso. Es interesante como introduce en la narración una impactante y dolorosa historia de cómo la sociedad francesa maltrató a las mujeres prostituidas por los alemanes durante la ocupación nazi. El hilo que une las diferentes historias que tienen lugar alrededor de Munir es el hilo rojo de una marcada conciencia de clase. 

La portada de la editorial Cabaret-Voltaire con un retrato de El Fayum llama poderosamente nuestra atención y representa uno de los capítulos más bellos de la novela en el que Abdelá/Munir atribuye un poder de sanación del alma a quién contempla estos hermosos retratos de muertos. 

Mi Marruecos, El que es digno de ser amado e Infieles son otros títulos del mismo autor que se encuentran publicados en la editorial Cabaret-Voltaire.

Un fragmento: 

Los hombres y las mujeres que habitan los retratos de El Fayum nos están hablando, diciéndonos lo esencial. Nos confían secretos. Nos aman. Sí, eso es. Nos aman. 

Los primeros años en París, iba a menudo a saludarlos. Estaba convencido de que sucedía entonces algo increíble, en sentido literal, entre nosotros. Sus ojos me curaban momentáneamente. Y me entraban ganas de entrar en ellos, profundamente, lejos en el alma, lejos en el tiempo, lejos en la ausencia de los cuerpos y las fronteras. 

Morír ahí, inmediatamente, delante de ellos. 

Convertirme en Fatum, yo también.


Armonía Somers (1914-1994) es el pseudónimo de una cuentista, novelista y activista feminista uruguaya. Es una escritora que ha sido comparada con la potente narrativa onírica y transgresora de la brasileña Clarice Linspector. La libertad de su escritura choca con la discreción y casi voluntad de clandestinidad en que desarrollaba su vida. Es por ese recelo excesivo por lo que no constan prácticamente fotografías de ella. Hija de un librepensador y anarquista, es innegable la influencia paterna en la transgresión y vanguardia de su labor creativa. Profesionalmente, su vida giró en torno al magisterio y la pedagogía, convirtiéndose en un referente internacional.  Escribe La mujer desnuda en 1950 y se consigue con ella todo un hallazgo narrativo. Sin embargo, como cualquier obra que plantea ruptura con la tendencia de su tiempo, encuentra partidarios y críticos acérrimos que reniegan de lo «fantasioso» de su prosa. Y es que, tal y como dice el precioso e inteligente prólogo de Marina Sanmartín, Armonía se lanza a la experiencia de escribir sin ataduras ni convencionalismos a escribir/vivir una aventura erótica y libérrima de materialidad imposible.

Rebeca Linke es el nombre de la protagonista, una mujer que acaba de cumplir treinta años y que vive el día de su cumpleaños con una honda insatisfacción vital. La «nada» se apropia de su aniversario y decide viajar al bosque para provocar acontecimientos. Para ello se decapitará de forma inconsciente, sirviendo ese acto de metáfora para caminar/escribir sin prejuicios ni apriorismos que la encorseten. El resto es la vivencia de una experiencia onírica, extraña, erótica y fantástica que merece ser leída. Recomiendo leer con lápiz en mano para subrayar las sublimes frases que es capaz de crear esta magnífica escritora que nunca debería haber sido olvidada. 

El maravilloso collage de la portada de La mujer desnuda en la Editorial Trampa es de Juliana Malkova y produce un inmediato síndrome de Stendhal, gracias al que descubrí esta joya en la Librería feminista La Rossa de València. 

Algunos fragmentos: 

El día en que Rebeca Linke cumplió los treinta años comenzó con lo que ella había imaginado siempre, a pesar de una secreta ilusión en contra: la nada.

En eficaz maniobra, la mujer decapitada tomó su antigua cabeza, se la colocó de un golpe duro como un casco de combate. El peso la mantuvo tambaleando unos instantes. Era, además, difícil y molesto volver al mundo por los ojos, especie de desván donde las cosas y sus imágenes parecían reivindicar por la fuerza de la costumbre su derecho al sitio normal, arañando sin compasión la inocencia del aire.

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