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“En prisión no llevas reloj, ¿para qué?”

Aurora Mateos ha pasado encarcelada casi 40 de sus 63 años: ahora vive confinada en su casa con un permiso especial.

Foto: Matthias Müller.

Aurora Mateos es una de las mujeres españolas que más tiempo ha pasado en prisión: casi 40 de sus 63 años. No ha matado ni herido a nadie. Su delito: engancharse a la droga siendo una adolescente, cuando fue encarcelada por primera vez. Después, traficar fuera y dentro de prisión. Primero, para sufragar su drogodependencia; después, para sacar adelante a sus cuatro sobrinos, huérfanos también por la heroína, y a su hija, una de las pocas personas con más de 30 años que nacieron con VIH y que sigue viva. A duras penas. 

Hace cinco años, Instituciones Penitenciarias le concedió un permiso especial por enfermedad: llevaba diez años sobreviviendo a un cáncer, pero no salió para cuidarse ella, sino a su hija, que ahora respira gracias a dos máquinas en la casa que Aurora heredó de sus padres, y en la que sobreviven con dos pensiones de poco más de 300 euros. Solo la electricidad que consumen los aparatos le cuesta más de 150 euros al mes. “Son muy diferentes las sensaciones que me ha generado este confinamiento que las de estar presa. Yo este encierro lo estoy viviendo con mucha angustia pero porque temo mucho por la salud de mi hija. Hemos enviado a mi nieta al campo con mi sobrino. Me temo que esta desescalada va a ser la antesala de un repunte. Entiendo la presión de la gente por reactivar la economía, pero me temo que va a ser peor el remedio que la enfermedad”, explica vía telefónica desde el barrio ovetense de Ventanielles, donde nació y continúa viviendo tras pasar por casi todas las cárceles españolas. 

“El confinamiento genera miedo por no saber qué se avecina, ansiedad. Estar presa, frustración, rabia, inconformismo… No tiene nada que ver con estar en casa, donde te puedes mover de una habitación a otra, comer lo que tengas o quieras, hablar por teléfono, poner la televisión… En prisión, no tienes control sobre ningún aspecto de tu vida: funcionas a base de timbres, de normas, de castigos. En celdas de tres metros por dos o, incluso, uno y medio de ancho. En prisión no llevas reloj, ¿para qué? Allí la mayor parte del tiempo lo dedicas a pensar en la familia, en las consecuencias que han tenido tus acciones para tu gente…”. 

La lucidez y rebeldía de Aurora le valieron el respeto de algunos de los directores de las centros penitenciarios en los que fue encerrada, hasta el punto de que fue designada como coordinadora de grupos de formación para mujeres. Lejos de renegar de sus delitos, Aurora considera justo haber pagado por ellos. Lo que le indigna es que la reinserción siga siendo una falacia. Tras visitar el Museo de Arte Contemporáneo de León (MUSAC) escribió: “Tenemos el deber de decirles y de hacerles saber al centro (penitenciario) que hay que pelear juntos no solo para salir, sino para crear algo, no sé muy bien el qué, pero algo de lo cual, cuando cumplamos nuestra condena, podemos seguir estando orgullosos. Tienen que saber que estuvimos [los que nos drogábamos] en la basura, muy abajo, pero que con un poco de atención personalizada y un trabajo, o una situación diferente (solo que crean en nosotros y nosotros creer y querernos a nosotros mismos), vamos subiendo pasito a pasito”.

A la pregunta de si cree que el confinamiento generalizado que ha vivido la sociedad española obligará a algunas personas a plantearse la verdadera trascendencia de privar de la libertad a alguien, responde con rotundidad: “No, esto solo va a servir para que los ricos se hagan más ricos y los pobres, más pobres”.

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