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Jordi Raich: “Cuando haya vacuna, la COVID-19 será una enfermedad de pobres”
Jordi Raich ha gestionado epidemias, ha coordinado la respuesta internacional en terremotos y hambrunas, se ha desempeñado en guerras abiertas y ha mediado en procesos de paz en países de todo el mundo.
Jordi Raich Curcó (Barcelona, 1963) es lo que podríamos llamar el cooperante integral. Su vida sobraría para abastecer cualquier guion televisivo durante varias temporadas: ha gestionado epidemias, ha coordinado la respuesta internacional en terremotos y hambrunas, se ha desempeñado en guerras abiertas y ha mediado en procesos de paz en países de todo el mundo.
Durante 40 años ha trabajado en escenarios como Guinea Ecuatorial, Perú, El Salvador, Kenia, Somalia, Ruanda, Burundi, Uganda, Angola, Mozambique, Mauritania, Georgia, Guatemala, el antiguo Zaire, la antigua Yugoslavia, Afganistán –donde residió tres años–, Pakistán, la Base naval estadounidense de Guantánamo (Cuba), Tayikistán, Sierra Leona, Liberia, Israel, Palestina, Líbano, Sudán, Sudán del Sur, Colombia, Panamá, Honduras y México, ya fuera con la ONG Médicos Sin Fronteras o como jefe de la delegación del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
Como al resto de los mortales, nunca le había tocado vivir una pandemia, pero las consecuencias transversales de la Covid-19 le han sorprendido en México tras una misión en Sudán del Sur, haciendo saltar por los aires las prioridades y el sistema de trabajo aplicado hasta ahora.
Parece solo el principio de una nueva etapa de incertidumbre. Antes de la Covid, Donald Trump ya había anunciado recortes en la ayuda internacional, congelando programas del USAID. La pandemia no ha hecho más que empeorar la situación, siempre al límite, del mundo de la cooperación dependiente de las ayudas internacionales.
El Programa de la ONU para la Alimentación ha advertido de una hambruna “de proporciones bíblicas” en el cuerno de Africa. En América Latina o Asia, millones de personas dependen de la economía informal y no pueden confinarse para protegerse del virus. Campos de refugiados y prisiones, donde el hacinamiento y las condiciones insalubres son la norma, se perfilan como focos infecciosos –ya han encontrado casos en los superpoblados campamentos rohingya de Bangladesh– y en países sumidos en guerras abiertas, como Siria y Yemen, los sistemas sanitarios colapsaron hace años.
La Covid-19 es un drama para Occidente y una amenaza ingente fuera de nuestras fronteras, pero ante la amenaza de crisis económica y nuestros propios muertos optamos por mirar hacia otro lado. Los ingentes recursos destinados a la investigación de la cura dejan bajo mínimos las campañas de vacunación de enfermedades curables en el mundo menos afortunado. El control de nuestra pandemia amenaza con resucitar enfermedades casi desaparecidas que terminarán regresando a nosotros, porque los virus no conocen fronteras y las personas no saben aceptar una muerte incierta por inanición sin tratar de emigrar para salvarse. Incluso la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, admitió hace semanas que las vidas de millones de personas penden ahora más que nunca de un hilo, y que las estimaciones que llegan de muchos países “son aún peores de las previsiones más pesimistas”.
Biólogo por la Universidad Central de Barcelona y formado en Derecho y Relaciones Internacionales por la School of Oriental and African Studies de la Universidad de Londres, Raich bucea en las crisis internacionales con la emergencia de saber anticipar lo que está por llegar y la serenidad de quien sabe que los cambios son lentos y tortuosos.
Investigador asociado, especializado en operaciones, ética y derecho humanitarios, del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH), es autor o coautor de una quincena de libros entre los que destacan ONGistán (Endebate 2014), El caos sostenible (Península 2012) y El espejismo humanitario (Debate 2004 y Random House ebook 2013), una feroz autocrítica contra el mundo de la cooperación.
Raich contesta a La Marea por videoconferencia desde Ciudad de México, donde coordina los trabajos de CICR.
Durante 40 años, ha recorrido el mundo prestando asistencia a comunidades vulnerables en situaciones dramáticas, conflictos armados, procesos políticos, desastres naturales… Como experto en tragedias, ¿qué nos ha enseñado la Covid-19?
La primera enseñanza es que nos ha convertido a todos en vulnerables. Se trata de una palabra que usamos continuamente en el mundo humanitario y también fuera de él, las víctimas, los beneficiarios, los vulnerables, las poblaciones frágiles o poblaciones en riesgo, pero que a quienes vivíamos en Occidente nos parecía un vocabulario remoto, propio de las ONG. Y esta pandemia nos ha hecho vulnerables, todos y cada uno de nosotros nos hemos encontrado pensando –con razón o sin ella, presa de un pánico justificado o injustificado– que nos íbamos a quedar sin comida y nos hemos lanzado al supermercado a comprar papel higiénico y víveres.
De golpe, hemos temido por nuestra propia vida, por las vidas de nuestros familiares. Nos hemos convertido en las personas vulnerables de África que veíamos en los documentales o en los folletos y que nos impulsaban a contribuir con las ONG. Nos hemos encontrado en su misma posición. En cierta forma, ahora sabemos lo que es sufrir por la vida de tu familia, o saber que te puedes quedar sin comida, o saber que puedes enfermar y puedes ser rechazado en un hospital porque está lleno. Ahora sabemos lo que es vivir al límite. Podríamos pensar que eso nos convertirá a la larga en más solidarios, pero no sé si será así porque nuestra memoria es muy corta y, cuando todo vuelve a la normalidad, nos olvidaremos rápidamente de lo mal que lo pasamos. Así será hasta que llegue la Covid-20 o 21, que vendrán, porque no es la primera pandemia mundial.
Se estima que la pandemia dejará 29 millones de nuevos pobres en Latinoamérica, que podría duplicar el número de hambrientos, que 500 millones retrocederán a la pobreza tras haber salido de la misma. ¿Qué ha implicado la Covid-19 para los países más vulnerables?
Si nosotros nos hemos convertido en vulnerables, ¿en qué se han convertido las personas que ya eran vulnerables y que vivían en países sin servicios de salud, sin cobertura social, en estados frágiles que no pueden proporcionar ninguna ayuda y donde se vive de la economía informal? Todas esas personas que sobreviven al día, que si no ganan no comen, se han convertido en súper vulnerables. Se ha corrido el cursor: hemos pasado de un mundo dividido entre ricos y vulnerables a otro dividido entre vulnerables y súper vulnerables. Pero no hay nada más egoísta que una víctima, y no lo digo con afán de crítica porque creo que si nos encontrásemos en la situación de las víctimas, haríamos lo mismo, como ha demostrado esta situación.
«Hemos pasado de un mundo dividido entre ricos y vulnerables a otro dividido entre vulnerables y súper vulnerables»
Hemos velado por nosotros, por nuestra comida, por nuestro papel higiénico, pero no por lo demás. El espíritu era proteger a nuestra familia como fuera. Pero en esos países, en situación infinitamente más vulnerable porque ya morían de malaria, sarampión, cólera, deshidratación, diarrea o cualquier cosa y los hospitales eran dantescos, la Covid lo complica todo. Y no solo por las infraestructuras sanitarias, también por especialistas. Antes de venir a México estuve en Somalia, y allí no hay ni una sola cama de cuidados intensivos, pero además solo hay dos cirujanos en todo el país. Para muchos de estos países, la única opción es considerar la Covid como una enfermedad más. Morirán los que tengan que morir y se añadirán a quienes ya mueren por otras enfermedades.
Las medidas adoptadas son para países de lujo. El distanciamiento social no funciona para las millones de personas, incluso en nuestros propios países, que viven en condiciones de hacinamiento. En una cabaña de África viven 25 o 30 personas. En las prisiones hay un súper hacinamiento espantoso. En una celda de 20 metros cuadrados puede haber 80 personas, ¿qué tipo de distancia social aplicamos? La esperanza es la vacuna, y se encontrará porque hay mucha gente trabajando, pero nos vacunaremos los ricos mientras que millones de personas sin acceso a la vacuna o países sin programas de vacunación no lo harán.
Pasa con el sarampión y con otras muchas enfermedades. Sigue muriendo mucha gente por enfermedades curables. La Covid se convertirá en una enfermedad de pobres, se unirá a tantas otras enfermedades exclusivas de países sin acceso a la salud. La vacuna provocará una mayor brecha entre quienes puedan acceder y quienes no pueden acceder a ella.
Ya hay informes que advierten de que habrá un antes y un después de la Covid-19 a nivel de cooperación humanitaria. ¿Cómo os está afectando? ¿Está obligando a retirar personal internacional sobre el terreno?
Es obvio que junto a la crisis sanitaria viene una crisis económica sin precedentes desde hace décadas. Aquí en mi barrio, cada vez más tiendas que cerraron temporalmente por la Covid lo han hecho de forma definitiva. El impacto sobre la pequeña y mediana empresa va a ser brutal. Los gobiernos de los países desarrollados dan las ayudas que pueden para minimizar ese impacto, pero todos esos países ricos, por así decirlo, son los que más financian las organizaciones humanitarias. Todos tememos que, quizás no en 2020 pero más adelante, se recorten esas ayudas. El problema de la Covid es que de nada sirve que un país lo solucione si el país vecino no lo ataja.
Quizás este año el impacto sea menor porque todavía hay muchas ayudas aprobadas, pero a partir de 2021 o 2022 me temo que habrá una caída enorme del dinero destinado a la cooperación internacional porque se va a destinar a la reconstrucción nacional. Y las ONG no tienen ánimo de lucro, no tienen ahorros ni inversiones para darle continuidad a sus programas, así que eso va a obligar a cerrar algunas ONG, a reorganizar y recortar programas, a despedir gente de sus plantillas y a concentrarse en lo más esencial. [Oxfam ha anunciado el despido de 1.500 trabajadores y el cierre de oficinas en 18 países].
Va a haber un impacto notable, la concentración del foco científico en la Covid tiene un impacto en la disminución de vacunación de otras enfermedades. También tendrá un impacto en la migración el hecho de que aumente el desempleo en muchos países. No creo que vengan tiempos mejores, desde luego vienen tiempos más complicados tanto para migración como para los países que dependían de ayudas. No solo se trata de ayudas a la cooperación, sino de toda la ayuda bilateral entre gobiernos más desarrollados con menos desarrollados para infraestructuras, mejoras de la sanidad, lucha contra la corrupción, que también se verán afectadas porque esos países van a estar endeudados.
Si EEUU se retira de la OMS, nada puede asegurar que las mismas Naciones Unidas con todos sus mecanismos de ayuda no desaparezcan. ¿Esperan ustedes recortes en las ayudas a la ONU?
También ocurrirá. La ONU tiene toda una rama humanitaria, como la OMS, UNICEF, la OCHA y van a sufrir exactamente como nosotros porque, como hacemos nosotros, se nutre de las aportaciones anuales que se incluyen en los presupuestos anuales de cada gobierno y es de esperar que eso disminuya. El impacto va a ser enorme en todos los países y en la ayuda humanitaria también va a ocurrir.
África tenía previsto ser declarada este año libre de polio, tras décadas invertidas en la erradicación de la enfermedad, pero el anuncio ha sido aplazado porque la Covid no permite adoptar esa decisión. ¿Cree que esta pandemia puede resucitar epidemias anteriores?
Puede resucitarlas, porque hay toda una serie de programas congelados debido a la imposibilidad de movimientos entre países. Es una consecuencia secundaria de la parálisis que nos ha obligado a todos a reducir nuestra movilidad. Nosotros hacemos una parte de los programas que hacíamos y hemos redirigido programas a prevención de la Covid. Pero mientras tanto, otra serie de programas –no en nuestro caso como ICRC pero sí en otras organizaciones– como campañas de vacunación contra el sarampión o la polio, han quedado congelados. También el hecho de que muchísimas estructuras sanitarias, sobre todo en países con pocos recursos, se están dirigiendo exclusivamente al tratamiento de la Covid, dejando de lado otras enfermedades salvo que se trate de emergencias.
Menuda ironía: para contener una enfermedad nos arriesgamos a resucitar otras que terminarán extendiéndose, porque como demuestra la Covid no conocen fronteras.
Los virus no conocen fronteras, pero sí conocen de clases sociales. No es lo mismo pasar el confinamiento en una casa de 200 metros que en una chabola con otras 20 personas. La ironía es que luchando contra una epidemia facilitamos el rebrote de otras epidemias. Pero creo que hay que entender que estamos en una situación excepcional. En 40 años he luchado contra epidemias de ébola o cólera, pero eran localizadas en ciertos países mientras que, en el resto del planeta, la vida seguía de forma normal, lo que permitía abastecerse de material y recibir a los médicos, y especialistas que eran necesarios.
Ahora estamos en una situación desconocida, todo el planeta está afectado y todos los hospitales del mundo tienen problemas de abastecimiento de material de protección porque estamos todos buscando recursos al mismo tiempo. Incluso cuando los consiguen, hay grandes problemas logísticos para hacerlos llegar donde se necesitan porque las fronteras están cerradas, porque no hay vuelos, porque las aduanas no están trabajando. Es una situación única. Ahora tenemos auténticos problemas de rotación de personal: especialistas atascados en un país del que no pueden salir y gente esperando a reemplazarles que no puede llegar.
Lo mismo que pasa con la logística de materiales nos pasa con la logística humana, y eso nos tiene trabajando al extremo, y va a tener consecuencias que van a durar muchos años. Desde el punto de vista financiero, de stocks, de personal agotado que no puede ser reemplazado… todo esto va a afectar a las operaciones humanitarias. La gran diferencia respecto a crisis anteriores es la escala: hemos estado en esta situación muchas veces, pero nunca a escala planetaria.
¿Entonces se va a producir un retroceso en todo el trabajo que han hecho en las últimas décadas? Anne-Marie Trevelyan, secretaria de Desarrollo Internacional británica, afirmó hace unas semanas que la pandemia amenaza con sepultar 30 años de cooperación internacional. ¿Podemos involucionar como sociedad solidaria?
Es difícil predecirlo, pero no quiero que nos quedemos solo con lo negativo. Por ejemplo, creo que esta crisis tiene al menos una cosa positiva: mejorar la higiene a nivel global, lo cual va a salvar muchas más vidas que cualquier vacuna. La gran evolución del siglo XIX y siglo XX ha sido la mejora de la higiene. Es cierto que hay cientos de millones que siguen viviendo en condiciones insalubres, pero la mejora en la higiene personal y de los alojamientos es lo que más vidas ha salvado y más epidemias ha evitado. Y creo que esta pandemia pone el acento en esa necesidad de mejorar la higiene global, tanto a nivel personal como nivel doméstico, y que eso se va a generalizar en todo el planeta.
En cuanto a si vamos a ser más solidarios, es difícil de predecir. Al principio pensé que sí, pero ahora que vemos escenas del desconfinamiento que demuestran que algunas personas son incapaces de no aglomerarse, te das cuenta de que seguiremos igual. La solidaridad tiene una doble cara. Cuando te sientes víctima, eres más egoísta que nunca y eso es muy poco solidario. Cuando dejas de sentirse víctima es cuando puedes demostrar solidaridad hacia los demás. Y todavía no sabemos muy bien cómo vamos a reaccionar. Más bien soy pesimista, porque creo que al habernos vuelto todos vulnerables habrá una demanda mucho más grande de las sociedades desarrolladas para que las inversiones sean en su propio país y no en terceros países. Creo que en unos años quizás la solidaridad sea mayor, pero será interna, en mi pueblo, en mi provincia, en mi comunidad autónoma y en mi país, pero la frontera nacional frenará esa solidaridad.
¿Hay un riesgo de que la cooperación quede cooptada por China o Rusia, que ya está utilizando la diplomacia sanitaria para distribuir material sanitario en países donde tienen fuertes intereses?
Toda la cooperación gubernamental siempre tiene detrás unos intereses nacionales y económicos, y eso no solo afecta a Rusia y China. Los países eligen las áreas donde quieren contribuir según sus vínculos culturales y económicos, y no es nada nuevo. Eso no va a cambiar. Ahora, que haya países que en esta pandemia envíen ayuda con tintes más o menos políticos, supongo que ocurrirá como ocurre en todos sitios. Pero en cualquier caso el mayor problema que tenemos en todas las organizaciones no es el sobreabastecimiento sino la falta de abastecimiento, por mucho avión que se mueva.
En su experiencia personal, ¿las crisis nos mejoran o empeoran como sociedades?
Depende de las crisis, pero miras alrededor del mundo y resulta desolador. En las guerras se observan comportamientos que se repiten una y otra vez, da lo mismo el tiempo que pase. Estuve en Somalia por primera vez en 1992, y ahora regresé, 25 años después. Y evidentemente hay cosas que han cambiado: la capital está más viva, con tráfico o comercios, pero en el fondo, tienes la sensación de que nada ha cambiado. Son 25 años de guerra, de negociaciones, de ayuda humanitaria, de misiones de paz, y ¿qué hemos aprendido? Mi frustración era observar una Somalia igual, solo que toda la gente a la que conocí en el 92 había muerto, salvo los más afortunados, que habían emigrado.
Aprender, me temo que no aprendemos. Seguimos intentando buscar las mismas soluciones en forma de intervención militar, de sanciones, de diálogos de paz que, en la gran mayoría de casos, no logran avanzar o solucionar el problema. Una de las cosas que he terminado aprendiendo es que el caos es sostenible. Todos hemos vivido en esas situaciones de guerras, pobreza, dictaduras, en las que piensas “esto tiene que explotar”. Tú, como yo, has trabajado en Israel, que es el paradigma de todo esto, y allí te dices “esto no puede seguir así”. Bueno, pues no, lo siento, 70 años después sigue así. Y solo se explica porque el ser humano asimila esa anormalidad como forma de vida.
Cuando un país vive más de una generación en guerra, la generación que nació y creció y no conoció otra cosa considera la guerra su entorno de vida. Quien nació en Somalia en el año 93 y no ha conocido otra cosa, integra como normal esa realidad. Eso lleva a cronificar las cosas y a que el caos sea sostenible. Somalia puede seguir así otros 25 años y no se hundirá, la gente seguirá naciendo, creciendo, casándose, teniendo hijos, muriendo de hambre o de muerte natural, sufriendo sequías, extorsiones, pero la vida no va a acabarse. Aceptarlo es triste, pero nos enseña mucho de nuestros límites, de esa obsesión de arreglarlo todo y que no siempre es posible.
Cierto es que hay guerras que han terminado, y epidemias que han sido curadas, pero sería muy interesante estudiar por qué acabaron. Algunas, las menos, como fruto de procesos de paz exitosos, y otras por cuestiones económicas, por agotamiento de las facciones, por la muerte de un líder concreto obcecado en el curso de esa guerra… Pero hay muchas guerras que no acaban, que continúan a lo largo del tiempo.
La crisis sanitaria ha producido un cambio en la percepción social de la labor de las fuerzas de seguridad, que parecen securizar la salud pública. ¿Estamos normalizando esta oleada global de estados de excepción y presencia militar en aras de la seguridad sanitaria?
El uso del Ejército para el mantenimiento del orden público es algo a lo que dedicamos bastante atención. El peligro radica que el Ejército no está preparado ni entrenado ni tiene material adecuado para garantizar el orden público. Muchos mandos militares no están nada de acuerdo con involucrarse en el orden público porque no tienen armas ni preparación para gestionar manifestaciones u hospitales, pero es una tentación cuando no hay policías suficiente. Sí crea precedentes peligrosos porque pueden terminar cronificando la presencia de ese cuerpo militar en medio de poblaciones civiles. Nosotros trabajamos mucho en el entrenamiento del mantenimiento de la ley y el orden, en todo el código de derechos humanos, sin recurrir a fuerza letal o a medios militares.
«No creo que nunca en la historia haya habido tantos laboratorios ni tanto dinero para investigar sobre una enfermedad porque afecta a la economía de los países ricos»
Un millón de personas mueren al año por el VIH, lo cual continúa siendo poco menos que irrelevante. No hablemos del ébola. ¿Hay epidemias de primera y de segunda?
Hay epidemias a las que se dedican más recursos que a otras. La diferencia es si llegan o no a Occidente. El ébola fue algo perdido en el continente africano, una enfermedad de pobres, hasta que llegaron casos a nuestros países. Se contuvo y regresó al lugar que le hemos dado, perdida en algún lugar de África. Hay enfermedades olvidadas, todas las que no afectan a países de ricos, y apenas se investigan en términos de tratamientos o de vacunas porque no son rentables, porque son para países que no pagarían las patentes o no tendría suficientes medios para pagar el tratamiento y habría que darlos gratuitamente, y por eso no hay interés. En otras se invierte una barbaridad, como el cáncer. Esta pandemia es el mejor ejemplo, no creo que nunca en la historia haya habido tantos laboratorios ni tanto dinero para investigar sobre una enfermedad porque afecta a la economía de los países ricos.
Hablaba antes de la vulnerabilidad: hemos sido indiferentes hacia la muerte de millones de personas por motivos evitables, pero ahora dramatizamos por una enfermedad que no es evitable, por una contingencia. ¿Cuánto hay de racismo en todo esto?
No sé si es racismo, egoísmo o una combinación de ambos. Creo que cuando nos toca a nosotros, todo es distinto. A los migrantes que se ahogan en el Mediterráneo los vemos a través de la televisión, entre la guerra de Siria y el nuevo ciclón en Filipinas: son algo lejano. Pero cuando se trata de mí, de mi familia, mi comida, mi empleo todo es distinto. No quiero ser muy crítico porque siempre me cuestiono qué haría yo en esa situación. Cuando entramos en modo supervivencia, con todos los matices que eso implica hablando de Covid, todo vale por proteger a los míos. Habría que debatir cuánto hay de animal en eso, pero es que somos animales. Nos sale nuestra animalidad interior y nos ponemos a proteger a nuestra prole. Precisamente sobre eso trata un libro que estoy escribiendo, sobre la animalidad humana y la humanidad animal. Y a eso nos ha llevado esta enfermedad, a que sociedades enteras entren en modo supervivencia.
Mencionaba antes las prisiones como uno de los escenarios más desconocidos y arriesgados en esta pandemia, especialmente en los países más pobres.
Parte de nuestro trabajo es el seguimiento de las condiciones de las personas detenidas. Nos solemos centrar en las personas que tienen que ver con el conflicto armado, pero seguimos a toda la población carcelaria. Una de las grandes preocupaciones es que si una de las principales medidas para contener la pandemia se basa en la distancia social, los lugares donde ese distanciamiento es imposible son los últimos lugares donde se estudia el avance de la enfermedad, y son lugares hacinados. En África o América Latina, en Europa o Asia, en las prisiones hay hacinamiento. También nos preocupan las estaciones migratorias y los campos de migrantes que también hay en Europa, y que son una población muy móvil. En los campos de refugiados y desplazados, el hacinamiento es brutal y la gente tiene que entrar y salir para trabajar.
Y otro escenario que nos preocupa son los barrios pobres, las villas miseria, donde el hacinamiento es enorme tanto dentro de las casas como en la comunidad. Intentamos limitar en la medida de lo posible la propagación, pero es extremadamente complicado. La única medida aplicable es darles equipos de protección, en la higiene, pero no se puede pedir que mantengan la distancia social porque es imposible.
¿Son las previsiones de muertes por Covid 19 en la población de África, América Latina o Asia Central tan catastróficas como cabe esperar, dada la juventud de su población? La UE decía que en África sería devastadora.
Es difícil saber por que parece un virus de comportamiento confuso. Hay países que han tomado medidas muy estrictas y les ha ido muy bien, y otros con las mismas medidas les ha ido muy mal. Y lo mismo pasa a quienes han adoptado medidas muy relajadas. Sí creo que va a ser devastadora para África y América Latina la crisis económica. Infinidad de personas jóvenes, decenas de miles que cada año se incorporan al mercado laboral, no van a tener oportunidad de hacerlo y van a migrar hacia el norte buscando trabajo.
La falta de empleo, la disminución de las ayudas tanto bilaterales como de organizaciones que también generan mucho trabajo y la disminución de la economía global va a provocar que muchísimos más de esos jóvenes se vean en la necesidad de emigrar. Y eso, en un momento en que las fronteras se van a cerrar más que nunca para proteger los mercados interiores, porque esos países del norte ya tendrán de por sí tasas de desempleo altísimas.
Las crisis suelen desembocar en grandes cambios sociales. La II Guerra Mundial, por ejemplo, implicó un cambio en cuestión de género dado que durante la guerra, millones de mujeres comenzaron a trabajar para reemplazar a los hombres en las fábricas y otros trabajos a los que antes no tenían acceso. Sin embargo, cabe temer que esta crisis implique retrocesos. Pienso, por ejemplo, en las mujeres de muchos países en desarrollo, como en el Sureste Asiático, donde habían accedido a trabajos en la manufactura de bienes que consumimos en Occidente en condiciones deplorables según nuestros estándares, sí, pero la independencia económica que les reportaba las había empoderado creando una incipiente emancipación femenina inconcebible en otro contexto. ¿Retrocederá eso con la crisis?
Yo creo que, al menos durante algunos años, en muchos de esos países se va a retroceder en emancipación femenina, en la riqueza económica de las comunidades y en la expansión de la clase media que comenzaba a formarse dado el impacto económico de una recesión mundial. Muchísimos de los bienes que consumimos en Occidente provienen de la manufactura de estos países, como bien dices en condiciones de trabajo cuestionables. Gran cantidad de la electrónica, la ropa y el material deportivo viene de esos lugares y la entrada en recesión tendrá un impacto en la capacidad adquisitiva de todas esas personas, con un impacto importante en términos de pobreza, violencia doméstica, exclusión, derechos, etc. La gente se verá cada vez más abocada a emigrar y a buscar dinero de forma legal o ilegal, porque de alguna forma tendrán que sobrevivir. Pero luego habrá que ver si se cumplen los peores pronósticos.
Creo que la pandemia nos ha pillado tan de sorpresa por la escala que ha tenido que estamos perdidos, y la única verdad es que no tenemos ni idea de qué nos deparará el futuro. Y lo más probable es que nos sorprenda, quizás para bien o quizás para mal. La realidad es que solo especulamos para apaciguar nuestros ánimos, pero no sabemos qué está por llegar.
Puedes leer más entrevistas sobre la pandemia aquí.
Ante un panorama casi apocalíptico ¿Qué hacer en concreto, desde una perspectiva de grupos familiares que son productivas en el campo y proveen a la ciudad de productos alimenticios por ejemplo?