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Love is all you need
"Se necesita una suerte de hippysmo moderado, una vuelta a los años 60, al peace and love, se necesita música y arte y creatividad para combatir la ofuscación", propone el autor.
El actual modus operandi de la extrema derecha europea, y mundial, para consolidarse en democracia no dista mucho de la estrategia utilizada por la propaganda del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán durante la República de Weimar. El objetivo es sencillo: provocar la crispación, el enfrentamiento social y finalmente el caos; fabricar la opinión de que se necesita un nuevo orden, que la civilización que conocemos, los valores occidentales, están en riesgo por la pérdida de una identidad común; la raza, la lengua, la cultura o las tradiciones. El mestizaje y la libertad (de prensa, religiosa, sexual) suponen un lastre para la especie. Se apela a conceptos abstractos como la patria, el honor, el orgullo. Ideas que se materializan en símbolos y banderas.
Un relato amplificado a través de unos voceros mediáticos, una máquina de fake news, un ejército de bots y una legión de fieles activistas que ejecutan la acción callejera. Quienes protestan tienen la misión sagrada de salvar a un país que se hunde. La acción antisistema de una nueva fuerza que se presenta honrada, popular y desideologizada, aparece a ojos del desesperado como un helicóptero de rescate para un excursionista perdido en los Alpes.
Parte de su estrategia depende de la espectacularidad de su puesta en escena, para la que utilizan todo tipo de parafernalia propagandística: banderas, estandartes e incluso coches y autobuses; un fasto que resulta atractivo, tanto para quienes poseen un exacerbado sentimiento nacionalista como para quienes simplemente identifican la solución a sus problemas con una idea sencilla y un despliegue audiovisual de soflamas y colores. Desde la crisis financiera de 2008, el auge de la extrema derecha en el mundo ha sido una constante, pues sus partidos aprovechan trances históricos para absorber el desencanto popular y ofrecer una quimérica solución. Y qué mejor escenario para poner en práctica estas tácticas que una inesperada crisis sanitaria mundial provocada por un virus del que apenas se sabía nada. Un virus que no solo ha provocado un problema de salud, sino también económico y social. Un escenario soñado por los líderes ultraderechistas en la oposición.
La táctica propagandística de la extrema derecha europea está siendo similar en los países más afectados por el coronavirus. Alternativa por Alemania, el Frente Nacional y los Fratelli di Italia han recrudecido su oposición aprovechando la situación de excepcionalidad, y avalan las convocatorias anticonfinamiento de sus respectivos países, en las que se mezclan radicales de ultraderecha, colectivos antisistema y seguidores de la teoría de la conspiración. En España las protestas comenzaron siendo virtuales y se convirtieron posteriormente en caceroladas. Primero contra el Rey. Más tarde contra el Gobierno. Esta última se ha ido extendiendo a lo largo del estado de alarma hasta convertirse en un elemento de disputa política y social que ha alcanzado su paroxismo con las marchas en coche de VOX.
Es posible que, a pesar de toda la simbología franquista que ha ido aflorando en las protestas contra el Gobierno con el paso de los días, y del papel que la ultraderecha está jugando en ellas, los tres vecinos de mi calle que tocan la cacerola desde su balcón no comulguen con todo el ideario ultra. Sea como fuere, y aunque están en su derecho, han estado contribuyendo, quizá sin saberlo, o incluso pensando que era bueno para España, a cimentar un clima de distanciamiento en una situación que precisaba cooperación y que, de hecho, ha dejado para el recuerdo innumerables muestras de solidaridad ciudadana.
Cuando alcancemos la nueva normalidad, probablemente a principios de un verano donde las vacaciones serán locales y de corta duración, o en una fase más avanzada de la desescalada, la agenda de protestas convocadas apenas tendrá huecos libres. Hay muchas responsabilidades que depurar y muchas dudas que aclarar. Hay muchas ganas de hacer lo que hacíamos antes; cosas como manifestarnos. Pero el hecho de utilizar de forma política, y en plena pandemia, la incertidumbre causada por el confinamiento y la desescalada para organizar protestas, en muchos casos multitudinarias, que ni siquiera han sido convocadas, en las que no se respetan las medidas de distanciamiento y que, con independencia de que no sean jurídicamente ilegales, resultan obscenas a los ojos de millones de personas que han guardado la cuarentena con celo, ha levantado una ola de indignación en un amplio sector de la sociedad y ha iniciado una inoportuna dinámica de contramanifestaciones.
Toda esta situación se ha traducido a la postre en un clima de enfrentamiento en las redes sociales, los vecindarios y finalmente la calle, que ha desembocado en situaciones de tensión en algunos barrios y municipios de Madrid. Da la impresión de que, si no le ponemos freno, esta atmósfera tibia con olor a humedad y ropa vieja terminará ensombreciendo los cielos de todos los municipios españoles. Tal vez lo más triste sea que, mientras aún hay gente que sufre la enfermedad, trabaja a destajo para salvar vidas o pasa hambre, haya aumentado el número de personas que eleva, de distintas maneras, la crispación. Una crispación sustentada sobre la querencia de algunos por despertar el manido conflicto de las dos Españas (¡chupito!).
Aunque tal vez ahora, dadas las circunstancias, sea posible redirigir esta división hacia otras dos Españas: la de quienes entendemos que no es momento de perder la calma y la de quienes, con un par de piedras, intentan que prenda la llama de una revuelta. Pues bien, dentro de esos ciudadanos sensatos que, con independencia de sus ideas y de su rabia, son capaces de tener una perspectiva de conjunto que abarca los matices y las aristas generadas por la excepcionalidad de la situación, depende la estabilidad del país. O, dicho de otro modo: que el clima actual no estropee la convivencia futura depende de la mayoría.
Parece obvio que la intención de algunos políticos y medios de comunicación es seguir tensando la goma. El problema es que en la calle los límites del juego no están tan definidos como en el parlamento. Es nuestra responsabilidad moderar el tono de la conversación. Lo que la ultraderecha busca son incidentes; que el mundo vea el estado de inseguridad por el que atraviesa el país; el desorden. Situarse frente a los irresponsables imitando su táctica no contribuye a deshinchar la burbuja de frustración que envuelve la península; se precisa un movimiento ciudadano más pacifista, más cercano a la mayoría de los vecinos de las ciudades. Se necesita una suerte de hippysmo moderado, una vuelta a los años 60, al peace and love, se necesita música y arte y creatividad para combatir la ofuscación.
Alguno me dirá que las estrategias de la extrema derecha no se combaten con música. Es posible que en un contexto normal no, pero estamos en una situación excepcional, tan distópica, futurista y ficticia, tan extraña, que lo aparentemente ingenuo, lo naif, se presenta como único recurso para enfrentar lo grotesco. En este sentido, se está extendiendo por Madrid una iniciativa que me parece original, divertida, saludable, y que cumple perfectamente el objetivo de cambiar el ruido por la música: algunos vecinos, hartos de las protestas del Barrio de Salamanca, que se extendieron a otras calles del centro, y que mucha gente interpretó como un insulto a la responsabilidad de la mayoría, decidieron poner la canción All you need is love, de The Beatles, en el balcón y salir a cantarla, mezclando sus voces con el sonido estridente de las cacerolas y los rumores de los paseos contra el Gobierno. Un gesto que no ahonda en la confrontación y que no se identifica con una ideología, pues trasmite un mensaje de paz: al odio solo lo derrota el amor.
TEORICOS DE LA CONSPIRACION, personas despiertas y perspicaces (que abundan poco) versus masas conducidas sumisamente, desideologizadas, anestesiadas….
Ante este panorama social que contemplo he perdido toda esperanza en un mundo mejor. Creo que ya hemos hecho tarde.
¿Lo que hacíamos antes? ¿Manifestarnos?, pero si ya sólo éramos cuatro los que lo haciamos….
De verdad que jode ver ahora tanta bandera monarcofranquista en los balcones del reino de España (que no en Catalunya y País Vasco) con crespones negros y tanto aplauso a lxs sanitarixs cuando ellos mismos dicen que lo que necesitan mejor que aplausos es buen equipamiento, más personal y más recursos económicos. Pero en la órbita del capital los recursos no se destinan a bienestar social sino a la defensa de sus intereses:
«RESULTA SANGRANTE QUE EN PLENA PANDEMIA ESPAÑA VAYA A GASTAR 12.731 MILLONES EN MATERIAL BÉLICO», parece ser que la construcción de todos estos «productos bélicos» se ha encargado a una firma norteamericana, la General Dynamics, experta en fomentar las guerras y el terrorismo internacional (OTAN), tal y como le requieren sus propios intereses económicos.
http://canarias-semanal.org/art/27649/resulta-sangrante-que-en-plena-pandemia-espana-vaya-a-gastar-12731-millones-en-material-belico
Aquí desde el golpe fascista del 36 la España que ha de helarte el corazón aún sigue dictando…
Cuando alguien busca guerra opongámosle calma, serenidad y el «all you need is love» hasta dónde sea posible. Los catalanes dieron una lección ejemplar el 1-O 2017; pero si ya te empiezan a agredir es sano, recomendable y justo defenderse.
Mi enhorabuena a Mario Crespo por este excelente artículo, lúcido, claro y valiente.
Y gracias a Lamarea por editarlo.
La prensa vendida no lo publicaría.