Sociedad
María Ángeles Durán: “La sociedad española tiene un déficit de libertades civiles sobre lo que puede hacer a la hora de morir”
María Ángeles Durán es una de las grandes pioneras en los estudios de género en España, pero sobre todo del sector esencial más invisible: el 'cuidatorio'.
María Ángeles Durán (Madrid, 1942) es una de las grandes pioneras en los estudios de género en España, pero sobre todo del sector esencial más invisible puesto de relieve por la pandemia. Ella lo definió como cuidatorio, referido a quienes se ocupan de los demás, una fuente de recursos que no se incorpora al análisis macro ni microeconómico y que debería considerarse, propone, como un coste para las personas que lo asumen, en su inmensa mayoría mujeres.
Su currículum está plagado de otros muchos hitos, convirtiéndola en una de esas mujeres que abren senda a las generaciones venideras. Doctora en Ciencias Políticas y Económicas, fue la primera mujer que logró una cátedra de Sociología en 1982, la primera en recibir el Premio Pascual Madoz para Ciencias Jurídicas, Sociales y Económicas en 2002, la primera presidenta de la Federación Española de Sociología y también la primera científica en ser reconocida por el Premio Nacional de Investigación en Sociología y Ciencia Política, en 2018.
Doctora honoris causa por la Universidad Autónoma de Madrid, la de Valencia y la de Granada, Durán dirigió el Departamento de Análisis Socioeconómico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y ha investigado en universidades norteamericanas, italianas, británicas, brasileñas o mexicanas. Es consultora de las Naciones Unidas y ha trabajado con la Unesco, la OMS, la Organización Internacional del Trabajo, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo y el Fondo de Poblaciones de la ONU, entre otras.
Su trabajo tiene una indeleble huella impresa. A lo largo de su carrera ha publicado más de 200 obras sobre desigualdad, cuidados, envejecimiento poblacional, feminismo y salud. Entre ellos, destaca el monumental La riqueza invisible del cuidado, un libro que pretende “servir de instrumento para una renovación en el modo de investigar la estructura social y económica. No es un punto de llegada, sino de partida”.
Su trabajo cobra un especial sentido en una era donde el envejecimiento poblacional es un hecho en todo el mundo, y la esperanza de vida se alarga haciendo combinación con un descenso poblacional imparable, imposibilitando la pirámide laboral que alimenta las pensiones. María Ángeles Durán acusa al individualismo, el cortoplacismo político y la descentralización de las tensiones actuales en la sociedad española. Regresó en enero de Latinoamérica. “En Santiago de Chile, el personal del aeropuerto llevaba mascarilla, cuando aterricé en Madrid, no la llevaba nadie”.
La crisis económica generada por la COVID-19 es diferente a la crisis de 2008. Los más mayores, que alimentaban y sustentaban familias enteras y albergaban, en muchos casos, a dos generaciones, han visto multiplicada su vulnerabilidad precisamente por su edad y por esa exposición a sus descendientes. La precariedad del trabajo, ¿hace insostenible el sistema que garantizaba la subsistencia de ese sector dependiente de los mayores?
Hay diferencias importantes respecto a la crisis anterior. La primera es la incertidumbre sobre si el sistema de pensiones va a mantenerse como sí se mantuvo entonces. El papel solidario que tuvieron los mayores en la crisis anterior está condicionado a que se mantengan las pensiones. El Gobierno por el momento dice que sí, pero no lo sabemos, como no sabemos la duración de la crisis. Si la recuperación tarda un año o dos, el impacto será diferente a una crisis de cinco o seis años. En la anterior, los abuelos mantuvieron a la fuerza de trabajo no remunerada, y eso fue importantísimo.
«El papel solidario que tuvieron los mayores en la crisis anterior está condicionado a que se mantengan las pensiones»
Hay un tema básico: cuando hablamos de economía nos equivocamos, porque hablamos de la economía del mercado y, en todo caso, de la economía de mercado y economía del Estado. Pero la economía española tiene cuatro grandes subsectores, y esos son solo dos de ellos. Los otros dos son los hogares, que hacen trabajo no remunerado para los propios, y el voluntariado. En la crisis anterior, las personas mayores mantuvieron su capacidad de contribuir, desde los hogares, a reparar parcialmente el destrozo causado en la economía privada. Ahora, con el confinamiento, la capacidad productiva de los mayores, que sigue siendo importantísima porque somos 9 millones de personas, se ha visto muy reducida. Su capacidad productiva está fuera del mercado, pero la economía real es mercado sumada al no mercado, y la economía española es muy deudora, debe muchísimo al esfuerzo de los hogares y al trabajo no remunerado.
En el estudio que hice, publicado en el libro La Riqueza Invisible del Cuidado, estimaba con datos del INE que el trabajo gratuito que se hace en los hogares equivale a 28 millones de empleos a tiempo completo del sector servicios. Ahí hay una parte muy alta de trabajo de personas mayores hecho para sí mismas pero también para otros hogares, y eso es lo que se ha interrumpido. En lugar de ser productores con un excedente que se dedica a otros hogares, se han convertido en conseguidores, porque les tienen que llevar la comida a casa, etc. Esa es una importante diferencia.
Y con el voluntariado está pasando algo muy importante: gran parte de ese voluntariado son personas mayores, que esta vez han estado confinadas y han sufrido restricciones a la hora de desplazarse. Si hubiera una nueva crisis, el voluntariado debería organizarse mucho mejor porque la sociedad española tiene mucha capacidad de solidaridad, y a pesar de que hay muchas más iniciativas y mucha gente implicada, se podría haber organizado de forma más eficaz si se hubiera podido organizar mejor, con más antelación. No hay nada parecido a un voluntariado nacional, como hubo en la última gran guerra en muchos países, donde había un voluntariado social muy eficaz. Nosotros tenemos organizaciones grandes, pequeñas y han surgido muchas de ellas improvisadas, pero no tenemos un sistema de organización del voluntariado de grandísima magnitud que deberíamos reinventar en previsión de que esto pueda volver.
¿Es de esperar que se reforme para las próximas oleadas de la pandemia?
Claro, hay que esperar reformas y muchas son obvias, como las dotaciones de los EPI, porque lo ocurrido ha sido demasiado grave. Pero en otras no se ha pensado, y como socióloga quiero llamar la atención en que además no hemos tenido suficientemente orquestados los recursos fuera del sistema sanitario y de mercado, como el voluntariado, que tiene un papel muy importante pero podría hacer mucho más.
En España hay 9 millones de mayores de 65 años, y ese envejecimiento de la población se observa en todo el mundo. ¿Cómo se debe redefinir el sistema económico para que sea sostenible?
A menos que haya una revolución tecnológica que aumentase muchísimo la productividad, no podemos mantener nuestro actual nivel de consumo. En los países desarrollados consumimos muchísimo y pasamos muy poco tiempo en el mercado laboral. Si suponemos que la esperanza de vida sea de 90 años, que entramos a los 20 y salimos a los 65, serían 45 años. Suponiendo que todo el mundo trabajara, en esos 45 años tendríamos que ahorrar para otros 45 años, o sea, la mitad de lo que produjéramos solo se destinaría a mantenernos en los 20 años anteriores y los 25 posteriores. Y nadie está pensando en hacer un esfuerzo tan grande. La esperanza de vida aumenta tres meses cada año en España. Eso significa que al ahorro acumulado, público o privado, hay que añadirle tres meses por año. Por una parte, creo que habrá que trabajar más tiempo y por otra, reducir nuestras expectativas de riqueza.
«A menos que haya una revolución tecnológica que aumentase muchísimo la productividad, no podemos mantener nuestro actual nivel de consumo»
¿El consumo de proximidad podría ser una alternativa?
Es una posible ayuda, pero no veo posible que se generalice. Después de la guerra mundial, incluso en España, se impuso la autarquía que yo viví: como los demás no nos daban nada, teníamos que producirlo todo. Eso se tradujo en que teníamos un carbón de pésima calidad o una madera carísima. En cuanto se permitió el contacto con otros países, nuestro carbón se hundió y nuestra madera tuvo que competir con otras más baratas.
La productividad y la especialización van juntas, y es muy difícil luchar contra eso. ¿Podemos pagar por un carbón malo o una verdura mala el doble o el triple porque no tenemos otra, o porque tiene un precio político para proteger que la tengamos? Sí. Pero la especialización lleva consigo un alza de productividad y, si no se consigue, hay que asumir que no vamos a tener posibilidad de comprar ciertos productos porque son demasiado caros, porque otros lo pueden hacer con más eficiencia y más baratos. El comercio mundial no es el capricho de unos ricos que quieren hacerse aún más ricos, se hace por el abaratamiento de costes y la eficacia con la especialización.
Esta pandemia ha puesto en evidencia el deficiente estado de muchas residencias de ancianos. ¿Hay que replantearse la situación de las residencias?
Se mezclan muchas cosas, la recriminación por todas las plazas que se han perdido, porque se ha convertido en un negocio, porque ha habido una mortalidad terrible… Por decirlo de forma clara, cuesta más mantener un viejo que un loco, porque este es sedado pero puede hacer frente a sus necesidades básicas y no consume mucha atención sanitaria, pero a un anciano –que además solo ingresa cuando está muy necesitado, porque existe cierto miedo a la residencia en España– requiere mucho más, porque está más enfermo y es más mayor.
¿Cuántos impuestos estamos dispuestos a pagar para contratar en residencias públicas una proporción de cuidadores que doble o triplique la actual? Entiendo las críticas, pero en las residencias privadas se están cobrando cantidades que muy pocos pueden pagar, nadie en la clase media. En el libro La Riqueza Invisible del Cuidado, hice un estudio sobre la capacidad financiera de las familias, y la inmensa mayoría de las familias españolas no pueden pagar un cuidador con salario mínimo, salvo durante unos cuantos meses, a no ser que vendan todo el patrimonio y lo inviertan en una residencia básica.
Quiero decir que no soy partidaria de denostar o demonizar las residencias, porque si lo que queremos es que tenga el doble de personal, debemos aumentar el dinero que les destinamos. No podemos pedir milagros. No queremos pagar más impuestos, no ponemos nuestro dinero porque gastamos los ahorros en coches o viajes, y al final queremos destinar mil cuidados en los mayores. O hacemos lo que hacíamos hasta ahora, imponemos el cuidado sobre las hijas, que cuiden gratis o casi gratis a los mayores, enfermos o dependientes. En muchas zonas de España se estaba pagando hasta hace poco 300 euros a una persona que cuidaba a todas horas y 365 al año, mientras que si pones en ese mismo trabajo a un asalariado, cobrará 900 euros y tendrá horarios y festivos.
También me refería al hecho de que muchos ancianos no tienen capacidad de decidir si quieren seguir viviendo sin calidad de vida, ingresados en residencias por sus familiares.
Tengo claro que la sociedad española tiene un déficit de libertades civiles en relación a lo que puede hacer a la hora de morir. En mi libro figura un estudio sobre la evolución, comparada con otros países, de la capacidad de decidir en el momento de la muerte. Ahí se constataba que en España es mayoritaria la opción de tener libertad para decidir, y sin embargo seguimos sin tenerla.
El otro día leía un artículo sobre el estado de las residencias: un anciano estaba muy mal y se decidió que no se le trasladara al hospital, pero también hay que pensar que los respiradores no tienen nada que ver con una mascarilla: hay que aplicar sedación, intervenir y dejar al paciente en coma para intubarle. En muchos casos, no es que no se quiera aplicar el respirador, es que existe un riesgo muy alto de que el paciente anciano no sobreviva al mismo. Esto debería hacernos pensar sobre en qué condiciones queremos o no vivir.
Hay un tema muy interesante: por una parte, los científicos no queremos alarmar ni generar pánico, y debemos ser optimistas, pero los datos que manejo como científica no me llevan a ser optimista. Sé que el optimismo es un valor, y hay que afianzarlo porque ayuda, pero ahora mismo tenemos un dilema porque cualquier expresión negativa puede ser considerada como una crítica que genera pasiones y odios, y más en una situación tan polarizada como la que estamos. Cualquier incitación a la crítica podría debilitar la salida a la crisis, aunque como científicos pensamos que la crítica debe ser lo primero.
Sobre todo, imagino, con la actual polarización social. El sentimiento de invulnerabilidad que teníamos en Occidente ha quedado arrastrado por la pandemia.
Tengo la sensación, en parte, de que somos como la Generación del 98, hemos perdido una imagen pública. En un país que vive del turismo, donde estábamos muy satisfecho de nuestro sistema sanitario, esto ha sido un palo para el orgullo nacional.
El rechazo a las residencias, tras la experiencia de la pandemia, también arrojará más carga sobre las cuidadoras, muchas de las cuales trabajan en condiciones precarias y desprotegidas laboralmente. ¿Es necesario reformar el cuidatoriado? Hay iniciativas en varios países europeos para legalizar a los migrantes que cosechan el campo, ahora que se han desvelado esenciales. ¿Debería pasar lo mismo con las cuidadoras migrantes?
En España, eso en la práctica se produce mediante oleadas. La gente es internada en centros de detención, pero por razones humanitarias dado el confinamiento fueron cerrados los centros y la gente fue liberada. Cada cierto tiempo, se hacen legalizaciones. El resultado es que España ha tenido el índice de inmigración más alto del mundo a principios de esta década. En otros momentos ha sido bueno, en estos momento habrá que ver cómo evoluciona: si hay un alto índice de desempleo entre población inmigrante, con una tasa mucho más alta de trabajo informal y que no paga impuestos ni tiene ahorros ni redes familiares, puede ser muy complicado.
Por razones humanitarias y morales no dudo de que haya que hacerlo. Por razones políticas, habría que sopesar si una consolidación produce un efecto llamada, aunque en estos momentos no creo que haya nadie que quiera venir a España. Es uno de los grandes debates éticos: ¿uno tiene derecho a trabajar en otro país? ¿un país tiene derecho a cerrar fronteras? Y ahí es muy interesante el papel de los sindicatos en la izquierda, que por una parte quieren solidaridad internacional y por otra son los más interesados en que no haya población inmigrante porque rebaja el precio del trabajo y compite por el empleo.
Suelen tratarse de trabajadores que asumen trabajos rechazados por los españoles, por el esfuerzo físico y por la precariedad que conllevan.
A corto plazo sí, pero si se plantea a medio plazo, no está tan claro. Esa población, si no puede aceptar el nivel medio de vida del resto genera un consumo intensivo de bienes públicos y genera, antes o después, otro tipo de problemas sociales. A corto plazo es muy interesante, sobre todo para los empleadores, pero a medio plazo no lo es. Podrían pensarse otras fórmulas más caras, haría falta innovación, arriesgarse y pagar más. Por el momento, es el sector del que hemos tirado para resolver todos los problemas, muy concretamente los cuidados.
Se habla mucho del teletrabajo como panacea, pero cuidadoras, cajeras, agricultores, obreros o transportistas, entre otros, no pueden permitírselo. En algunos países como EEUU mueren más latinos y afroamericanos que ciudadanos blancos, porque tienen mejor acceso a hospitales, y eso ocurre en casi todo el mundo. Si el virus se queda, como vaticina la OMS, ¿podríamos convertirnos en una sociedad aún en más injusta?
Todos los desastres golpean más a los más débiles. En algunos países, la pandemia al principio se cebó en los más ricos porque eran quienes podían permitirse viajar, pero eso solo ocurrió al inicio. No solo es esta enfermedad, también la guerra. En la crisis anterior, hubo un colectivo de la clase media acomodada que sufrió muchísimo, los técnicos vinculados a la construcción. En esta, hay un sector de la clase media alta que ha padecido muchísimo, que son los sanitarios.
«El problema no ha sido tanto la eficiencia de los recursos como que hemos tardado mucho en tomárnoslo en serio»
Esta crisis ha revelado los problemas de mantener un sistema económico basado en el sector servicios. ¿Tiene sentido externalizar la agricultura, o los suministros sanitarios?
Nadie pensaba en una economía de guerra pandémica. Si lo hubiéramos pensado, habríamos tenido mejor provisto el armario. Creo que el problema no ha sido tanto la eficiencia de los recursos como que hemos tardado mucho en tomárnoslo en serio.
Las mujeres se perfilan como uno de los colectivos más castigados. Han aumentado los malos tratos. Muchas teletrabajarán con sus hijos presentes, algunas volverán a ocuparse de sus mayores por temor a las residencias. ¿Se va a vivir un retroceso a corto plazo en algunas de las conquistas alcanzadas en el último medio siglo? ¿O, al contrario, considera que el hecho de que los hombres estén confinados con sus familias supone una oportunidad para implicarse activamente y se puede traducir en más igualdad?
Para las mujeres, esta crisis ha sido tremenda. En algunos hogares ha servido para que haya conciliación compartida, pero la carga ha aumentado proporcionalmente más para las mujeres porque las condiciones de la conciliación ha empeorado muchísimo. Si ya es difícil conciliar con un horario fuera de casa, dentro se multiplica la dificultad. Y además hay que sumar el tiempo que hay que dedicar a la higiene, a las redes familiares, a mantener emocionalmente a la familia…. Todo ello, en una situación de miedo, estrés, falta de dinero, riesgo de enfermedad y en muchos casos con la carga emocional de enfermos cerca o incluso muertos. Y ahora está el riesgo de que el cuidado de los mayores recaiga en sus hijas, que muchas veces ni siquiera viven ya en la misma ciudad de sus mayores.
«Si ya es difícil conciliar con un horario fuera de casa, dentro se multiplica la dificultad»
Durante este confinamiento hemos aprendido a vivir sin consumir de forma compulsiva (si obviamos los asaltos al supermercado y la necesidad irreflexiva de almacenar alimentos). Entiendo que el consumo es un tipo de dependencia alimentada por el mercado. ¿Cómo hacer para prescindir del mismo sin arruinar el sistema?
El problema es que el sistema depende de que consumamos, y si no lo hacemos, nos arruinamos. No es nada fácil. Si no hay turismo externo, la única solución va a ser fomentar el turismo interno para que no nos arruinemos. Creo que hay que elegir el gasto que vale la pena: hay uno que genera mucho empleo nacional, y ese creo que hay que cuidarlo, y también hay mucho gasto en bienes y servicios superfluos. Si queremos mejores cuidados, habrá que pagarlos. Además estamos produciendo mucha deuda, y ya somos un país muy endeudado. ¿De dónde lo vamos a sacar? No podremos seguir siendo rico en muchas cosas y habrá que gastar más dinero en sanidad o en cuidados.
Una de las frases que más me marcó de la anterior crisis es “no es una crisis económica, sino una crisis de valores”. La pandemia nos da la oportunidad de revertir esa crisis moral. ¿Cree que existe una voluntad de corregir nuestro desdén hacia algunos principios básicos?
Como investigadora soy pesimista, pero como ciudadana tengo obligación de ser optimista. Es una enorme oportunidad, como cualquier otra crisis. Dependerá de cuánto dure el ánimo de cambiar valores. ¿Vamos a ser capaces de hacerlo? Si a la población le dicen que hay que pagar más impuestos para doblar el número de cuidadores en las residencias, ¿cuántos lo van a aceptar? En eso soy pesimista con la cabeza. Eso nos coloca a los investigadores en una situación malísima: si quiero que triunfe el optimismo y la solidaridad tendríamos que girar hacia el activismo.
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agradezco poder leer sus artículos.
Este de M. Angeles Durán es estupendo, como todos sus libros.
Gracias y saludos