Cultura
25 años de ‘Historias del Kronen’
Aitor Merino, uno de los actores de la película de Montxo Armendáriz, escribe sus impresiones tras verla de nuevo.
Acaban de cumplirse 25 años del estreno de Historias del Kronen, la película de Montxo Armendáriz basada en la novela homónima de José Ángel Mañas. Ha pasado toda una generación desde aquel relato social que la prensa pretendió convertir en retrato generacional, por más que tanto Montxo como José Ángel insistieran en las entrevistas de la época -sobre el guión que firmaron juntos- que su intención no era retratar sino mostrar a un grupo concreto de jóvenes en el contexto de la época.
Yo interpreté un personaje secundario pero decisivo en la trama: Pedro, el amigo frágil y enfermizo de la ‘pandi’. El que se colgaba desde un puente. El que moría a manos de Carlos y Roberto. Aquella película marcó un antes y un después en mi carrera, e hice amistades que no solo mantengo a día de hoy, sino que se han reforzado (y mucho) con el tiempo; vaya por delante que lo que pueda escribir sobre esta peli es altamente subjetivo y está teñido de un enorme afecto.
Tanto tiempo después, he vuelto a verla. Dejaré a un lado lo que siento al vernos tan obscenamente jóvenes, y al ver a Diana Gálvez (Silvia en la película), que falleció en un accidente pocos días antes del estreno. Creo entender por qué Montxo insistía en que no es un retrato generacional. El hecho de que Carlos y sus amigos sean jóvenes no solo no es casual, pues obviamente nada representa al presente y al futuro como la juventud, pero no se pone en tela de juicio a la juventud en sí ni se hace una generalización, sino que sobre todo se nos invita a reflexionar sobre el tipo de sociedad que engendra a chicos como Carlos.
Me pregunto cómo de distinta habría sido la película si la protagonista hubiera sido una chica. No lo sé, pero los elementos que se ponen en cuestión son representativos de una manera violenta de entender el mundo. Carlos es un penetrador: va a por lo que quiere con el falo (y la cartera) por delante en una cultura de consumo que incita a obtener el objeto de deseo como si fuera, en efecto, un mero objeto. Y así trata a las mujeres, da igual si son la novia, una prostituta o su propia hermana. Es un joven varón en una sociedad viril.
Se nos muestra esa virilidad como dañina: cada vez que Carlos dice “pareces una nena”, “no seas maricón” o “venga, échale huevos”, sus colegas y él hacen algo que pone en riesgo o daña a otras personas. La fragilidad de mi personaje ejemplifica el temor a la suya propia, y es por eso la víctima de sus desmanes. Se nos muestra también su falta de límites, con una particularidad: Carlos transgrede no porque quiera romper las normas para construir otras más justas, sino solo en tanto son un obstáculo entre él y su deseo, sin importarle las consecuencias que pudiera tener en los demás.
A menudo me preguntan cómo ha envejecido. Pero las películas no envejecen. El mundo sigue girando mientras los que tenemos la suerte de no habernos apeado envejecemos y, si acaso, maduramos. Es nuestra mirada la que cambia. Solemos pensar que las películas han envejecido bien o mal en tanto sigan consiguiendo o no que podamos reinterpretar el presente a través de ellas. A la mayoría le ocurre lo que a nosotros: mueren. Solo las que son recordadas permanecen vivas, y algunas –pocas– se erigen como monumentos que periódicamente visitamos para, observando quiénes fuimos, tratar de entender en qué nos hemos convertido.
Historias del Kronen ha pasado la primera prueba: sigue viva en la memoria de muchísimas personas que la vieron y, dado que no hemos dejado de hablar de ella, diría que aún mantiene su capacidad retadora, como si nos invitara a mirarnos en el espejo que Carlos y Roberto rompen en la última secuencia, cuando después de haber matado a mi personaje forzándole a engullir whisky como pienso a una oca para hacer foie, se debaten entre afrontar las consecuencias o seguir siendo unos niñatos.
Claro que en lo formal el cine ha cambiado, pero el estilo clásico y austero con el que Montxo la dirigió ha ayudado a que se mantenga firme, mientras que otras pretendidamente más “modernas” no duran ni diez años sin dar vergüenza ajena. Y la secuencia de la fiesta en la que acaban matando a mi personaje, que vemos como espectadores a través de la cámara con la que graban los protagonistas, es tan actual como si la hubieran hecho ahora con un móvil.
Le podría poner alguna pega, como que Carlos al final cambie de postura de una forma que parece incongruente, por más que resuenen las palabras de su abuelo, único referente ético al que el personaje atiende con admiración. Pero creo que, en definitiva, y salvo algunos detalles muy propios de aquel momento concreto, la película sigue describiendo muy bien a unos chavales que perfectamente podrían vivir hoy en día (sin pandemia de por medio, claro está) en cualquier barrio pijo de Madrid.
Historias del Kronen habla, en definitiva, del individualismo y de la asunción de la responsabilidad sobre los actos propios. En vista de cómo está el panorama, mi pronóstico es que dentro de otros 25 años seguiremos hablando de ella.