Cultura
¿La verdad nos hará libres?
'La mirada' de José Ovejero: "Lo peor no es que se tergiverse o mienta [...] Lo peor es que una parte creciente de la población lo acepta y lo defiende como algo normal e incluso necesario".
‘La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de vista a partir de una fotografía. Puedes leer todas las de José Ovejero aquí.
Hace unas semanas, antes de que nuestra cotidianeidad sufriese una brusca y en muchos casos dolorosa transformación, participé en la presentación de una novela que yo mismo había traducido, Los motivos de Aurora, de Erich Hackl. Esta novela reconstruye un acontecimiento que conmocionó a la sociedad de su época: el asesinato de la jovencísima activista política y feminista Hildegart Rodríguez cometido por su propia madre, Aurora.
Durante la presentación, y ya antes en nuestro intercambio de correos electrónicos, Erich había expresado su malestar con la novela y una cierta ambivalencia por su reedición. No era solo un malestar debido a que se trataba de su primera novela y todos los escritores solemos distanciarnos de nuestras primeras obras –a veces sin reconocer lo suficiente que, mejores o peores, son la base de lo que hemos escrito después–, sino que había otro motivo más concreto y profundo: aunque había utilizado toda la documentación de la que pudo disponer para narrar el caso, hay partes de la novela en las que usa la imaginación para reconstruir momentos de los que no hay constancia documental. Investigaciones posteriores han mostrado que algunas de esas reconstrucciones imaginativas no se ajustaban plenamente a los hechos, y Erich lamentaba no haber tenido quizá la suficiente diligencia, y haber contado, por tanto, cosas que “no eran verdad”. Luego explico este entrecomillado.
Hace también pocas semanas leí con estupor que la escritora húngara Agota Kristof, autora de maravillas como la trilogía de Claus y Lucas, había decidido dejar de escribir porque consideraba que, al hacerlo en francés y al ser la lengua la base de su identidad, el empleo de lo que llamó una “lengua enemiga” le impedía escribir algo que fuese verdadero.
Es conmovedor, trágico y profundamente humano ese deseo de transmitir algo que sea cierto. Sin duda no soy el único que tiene a veces la sensación de ser un impostor, de no llegar a decir, ni en lo que escribo ni en mis relaciones personales, la verdad sobre mí mismo. Lo que significa que los demás no quieren a la persona que soy, sino a un maniquí retocado y supuestamente mejorado, a alguien que, lo mire por donde lo mire, no soy yo.
Algo parecido sucede cuando intentamos hablar del mundo que nos rodea: sabemos que usamos simplificaciones y prejuicios que nos permiten sentirnos parte de un grupo (a menudo frente a otro), quizá compensar mediante la coincidencia con otros nuestra soledad interior. Emitimos opiniones con una convicción detrás de cuyas bambalinas no queremos mirar mucho (basadas en datos cogidos con alfileres, en informaciones recién recibidas, en apreciaciones que tendríamos que verificar). Esa incomodidad, esa conciencia del artificio, está ahí y a algunos los incomoda, como a Hackl cuando pasa revista a su novela.
Pero yo sí creo que Hackl se acerca a la verdad en Los motivos de Aurora, no tanto a una verificación forense de los hechos sino a algo más amplio, esto es, no tanto al detalle de cómo la madre disparó a la hija o cómo fue su día a día en el manicomio de Ciempozuelos, sino más bien a las sensaciones de una época, a sus luchas, a sus tensiones, a sus crueldades. Me pareció significativo que la productora Puy Oria me dijese a la salida de la presentación de la novela que a ella lo que más le había interesado eran precisamente las partes inventadas.
La literatura, creo, nos acerca a una verdad que no es la de los hechos, sino que subyace a los hechos. Igual que aunque Agota Kristof pudiese sentir que balbuceaba más que escribía en esa lengua extranjera, aunque le pareciese que algo esencial permanecía impermeable a sus palabras, creo que cualquiera que la haya leído se quedará con la impresión de haberse acercado al conocimiento de la naturaleza humana, de su violencia, pero también –sobre todo en la última de las tres novelas– de cómo nos creamos construcciones ficticias para soportar los aspectos más terribles de esa naturaleza, de esa violencia.
Estoy convencido de que el deseo de verdad hace a las sociedades mejores. Aunque nunca podamos llegar a ella, mediatizada siempre por nuestros miedos, nuestras insuficiencias y, reconozcámoslo, nuestros intereses. Buscar la verdad significa, también, buscar la verdad del otro, renunciar al menos parcialmente al calor de ese rebaño que nos impide levantar la vista más allá de él y mantener en revisión constante nuestros prejuicios. Quien busca la verdad no puede ya encastillarse en la defensa de sus propios intereses ni cerrar los ojos al daño que causa dicha defensa. Por eso digo que el deseo de verdad mejora las sociedades.
Y por eso me produce tanto desaliento que se haya instalado un brutal desprecio a la verdad en la vida política. Siempre se ha mentido en política como siempre se ha mentido en todas partes. Pero ahora hemos pasado a otro nivel. “Pedro Sánchez lo que quiere es acabar con los pensionistas”. Oí esa frase hace pocos días mientras compraba fruta. Tengo claro que quien hablaba no creía lo que estaba diciendo. Era un sinsentido que no merece la pena analizar. Pero lo decía. Y esperaba que la frase surtiese un efecto. La expresión de su odio debía generar más odio. De la misma manera que algunos partidos españoles repiten frases, una y otra vez, que pretenden azuzar el odio porque el odio les reportará beneficios. O que Trump diga que los periodistas estadounidenses están a favor de China o que eche la culpa a los inmigrantes de la epidemia en Estados Unidos. Nadie lo cree de verdad, pero muchos lo vociferan. Como esos periodistas que transmiten a sabiendas informaciones falsas.
Quizá sea eso lo peor que nos está pasando: no que se tergiverse o mienta, no que se busque influir en la opinión pública mediante informaciones manipuladas. Lo peor es que una parte creciente de la población lo acepta y lo defiende como algo normal e incluso necesario. Lo que descubrió la alt-right estadounidense, y ese conocimiento se ha transmitido al resto del mundo, es que da igual que te pillen mintiendo o decir una cosa y la contraria cinco minutos después con la misma convicción. Da igual que quienes te oyen sepan que mientes: te seguirán apoyando si dices aquello que quieren oír.
No sé si podemos tomar al pie de la letra la frase evangélica: la verdad os hará libres. Lo que sí veo es que la mentira, más bien, el uso sin escrúpulos de la mentira independientemente del daño que cause (un daño que a menudo se mide en número de muertos), nos está volviendo una sociedad más mezquina y peligrosa. Ojalá todos sintiésemos esa incomodidad de Hackl y Kristof, ese deseo irreprimible de verdad. No me cabe duda de que nuestro mundo sería así mucho más humano.
«Le contesto -dirá Claus en un pasaje- que trato de escribir historias verdaderas, pero que, en un momento dado, la historia se hace insoportable por su misma verdad y entonces me veo obligado a modificarla. Le digo que intento contar mi historia, pero no puedo, no tengo valor, me hace demasiado daño. Entonces lo embellezco todo y describo las cosas no como sucedieron sino como yo querría que hubieran sucedido» (‘Claus y Lucas’, Agota Kristof).
la verdad nos hace libres pero no nos gusta serlo pqe nos vemps a nos mism@s
» conocete » …o no seras feliz y traeras la desgracia a todo ya qe todo qerras controalrlo,,,
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» …La mentira es la que manda la que causa sensacion
la verdad es «aburrida» , putta frustracion ……»
d Cerebros destruidos- Eskorbuto
El punk como siempre visionario :
https://www.youtube.com/watch?v=wX2C8czhzqs