Análisis

Hacer de la necesidad virtud cuidando nuestra salud y la del planeta (6)

''Debemos comprometernos en la lucha por la sostenibilidad y la salud de los ecosistemas que sustentan la vida en el planeta'', reflexiona el autor.

Este es el sexto texto de una serie de artículos que intentan hacer de la necesidad virtud en mitad de la crisis. Hacer del trauma reflexión y aprendizaje; y de los duros cambios en nuestra vida cotidiana, por necesidad, lecciones virtuosas para ese futuro que debemos construir.

Cada vez resulta más evidente que nuestra salud no sólo depende de lo mucho que la cuidemos desde el ámbito personal o familiar. La pandemia deja claro que nuestra salud depende también de la salud del resto de seres humanos a nivel global. Como hemos podido comprobar en esta ocasión, en la medida que un virus o una bacteria viajan con nosotros en avión, una enfermedad puede transformarse en pandemia en apenas unas semanas. Pero profundizando esta reflexión, deberíamos ser conscientes de que nuestra salud individual y colectiva depende cada vez más de la salud ecológica de la biosfera de la que formamos parte.

Cuando hablamos, por ejemplo, de esos 1.000 millones de personas que no tienen acceso al agua potable en el mundo y de 10.000 muertes diarias por esta razón, no estamos hablando de escasez de agua; no son muertes por sed, sino por enfermedad, en la mayoría de los casos niños y niñas de menos de 5 años afectados por diarreas, como consecuencia de beber aguas contaminadas con patógenos. Estamos hablando de 1.000 millones de pobres que viven junto a un río, un lago o sobre un acuífero contaminado. A esas escalofriantes estimaciones habría que añadir los millones de personas que beben a diario aguas con trazas de metales pesados u otros tóxicos (por minería, vertidos industriales o agrotóxicos) que acaban enfermando e incluso muriendo sin que la causa quede registrada en las estadísticas.

La crisis climática, en la que el mundo desarrollado tenemos la mayor cuota de responsabilidad, afectará de forma grave a nuestra salud, en la medida que determinadas enfermedades epidémicas en ciertas regiones, como el dengue o la malaria, están pasando a extenderse a otras con el cambio climático.

Según un estudio de investigadores alemanes, publicado recientemente por la revista European Heart Journal, la contaminación ambiental urbana causa 800.000 muertes al año en Europa y unos 8,8 millones a nivel mundial. Al igual que viene ocurriendo con el coronavirus, las víctimas son en su mayoría personas mayores o con afecciones previas sobre los que esta contaminación acaba provocando crisis cardiovasculares. Estos datos u otros similares están publicados desde hace tiempo y, sin embargo, apenas han alarmado a la mayoría de la población. Para muchos, incluso, estas muertes son inevitables efectos colaterales del progreso. Si la crisis que vivimos nos hace entender este desastre sanitario, comparable al causado por la pandemia, como lo que es, un desastre para la salud pública, habrá que agradecérselo al coronavirus.

La pandemia ha evidenciado la necesidad de cuidar la salud de todos y todas, dentro de nuestro país y a nivel global. Pues bien, haciendo virtud de esa necesidad deberíamos, no sólo defender la sanidad pública, sino comprometernos en la lucha por la sostenibilidad y la salud de los ecosistemas que sustentan la vida en el planeta. Tendremos, por tanto, que cambiar el concepto vigente de progreso, basado en un crecimiento ilimitado, que no sólo suele implicar un reparto desigual e injusto de la riqueza, sino que acaba exigiendo la destrucción de la naturaleza que sostiene nuestra propia vida. Tendremos que plantearnos seriamente superar el concepto de progreso vigente transitando del paradigma de dominación de la naturaleza al de sostenibilidad democrática.

Pedro Arrojo Agudo es profesor emérito de la Universidad de Zaragoza

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