Análisis

Hacer de la necesidad virtud, construyendo futuro desde la reflexión (3)

''Cualquier opción que pretenda ser viable y eficaz debe asumir el objetivo de garantizar la sostenibilidad global y democrática de la humanidad en el planeta''.

La gente mantiene la distancia social mientras espera para entrar en un supermercado. REUTERS/Juan Medina

Este es el tercer texto de una serie de artículos que intentan hacer de la necesidad virtud en mitad de la crisis. Hacer del trauma reflexión y aprendizaje; y de los duros cambios en nuestra vida cotidiana, por necesidad, lecciones virtuosas para ese futuro que debemos construir.

Ante el reto que supone afrontar esa vulnerabilidad global que el virus ha puesto en evidencia, sin duda se van a plantear diversas alternativas. Desde los grandes poderes financieros y sus entornos, una vez controlada la pandemia, probablemente se intente retomar la marcha que estaba vigente, sobre la base de los valores y prioridades que presidían las políticas públicas, como si de un simple paréntesis se tratara.

En esta línea, la recuperación económica pasaría por reeditar una estrategia de austeridad similar a la promovida en la pasada crisis, proseguir la depredación del espacio público y los restos de lo que pudo ser el estado del bienestar, priorizar el objetivo de recomponer lo antes posible las tasas de beneficio financiero y empresarial, relanzar el acaparamiento de materias primas y recursos a nivel global, y dar nuevas vueltas de tuerca a la crisis ecológica bajo el argumento de recuperar el crecimiento económico.

Por otro lado, bajo la presión del complejo militar-industrial y el liderazgo de EEUU, se relanzarán las operaciones de acoso sobre Irán, en colaboración con Israel y Arabia Saudí, alentando el conflicto en el seno del Islam, al tiempo que se alimentará la tensión con China, que sin duda habrá crecido en su prestigio y proyección mundial, justificando así la escalada armamentista en curso y la expansión global de la OTAN como claves de nuestra pretendida seguridad.

Los think tank de la extrema derecha, en combinación con todo lo dicho, intentarán pasar página y revertir la ola de solidaridad y apoyo a las instituciones públicas en la lucha contra la pandemia, reactivando la percepción de inseguridad por la inmigración y la delincuencia, manipulando el espíritu belicista que algunos dan a la lucha contra el virus (que volverá a ser un virus ‘chino’), y ensalzando la heroicidad patriótica de nuestro país, en sintonía con el America First de Trump, que probablemente vuelva a ganar las elecciones bajo este tipo de estrategia.

Sin embargo, el guion de los poderosos no tiene por qué ser el que se imponga tras el cataclismo. De hecho, ese guion fracasó de forma tan estrepitosa frente a la pandemia que tienen difícil remaquillarlo de forma convincente. Las contradicciones que han quedado al desnudo demandan cambios profundos que debemos imaginar, proponer y pelear. Desde mi punto de vista, cualquier opción que pretenda ser viable y eficaz debe asumir el objetivo de garantizar la sostenibilidad global y democrática de la humanidad en el planeta, aplicando los principios de libertad, igualdad y fraternidad/sororidad en la diversidad a los retos globales de sostenibilidad y democracia que emergen.

La percepción de nuestra vulnerabilidad ha vaporizado expresiones como es tu problema o móntatelo colega. De la noche a la mañana, expresiones así se han transformado en inmorales y execrables. A pesar de ello, emergen sentimientos contradictorios: tememos la cercanía de quien se cruza con nosotros por la calle y esquivamos incluso cruzar la mirada o saludarnos; pero al tiempo nos emociona salir cada día a ventanas y balcones para participar en ese aplauso solidario que nos ha permitido conocer, hablar, simpatizar y trabar amistad con los vecinos de enfrente, de arriba, de abajo o de al lado. En la gestión que hagamos de esos sentimientos contradictorios de desconfianza, por un lado, y empatía solidaria, por otro, estará sin duda una de las claves del futuro a construir.

No faltarán quienes fomenten de nuevo el individualismo, azuzando el miedo a los demás; sin embargo, creo que para la mayoría, la dura experiencia diaria que vivimos está forjando la convicción de que solo tendremos futuro si trabajamos unidos desde la solidaridad, sin dejar a nadie por el camino. Desde esta convicción, que al tiempo es una poderosa percepción, soy optimista de cara al futuro. Se abre una esperanzadora ventana de oportunidad para que, haciendo de la necesidad virtud, sean los valores solidarios los que inspiren ese futuro que debemos construir.  

Pedro Arrojo Agudo es profesor emérito de la Universidad de Zaragoza

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