Internacional
Hong Kong, la revolución en cuarentena
La mirada de Mónica G. Prieto: "El imparable movimiento cívico hongkonés ha encontrado en esta amenaza vírica una forma de reinventarse".
‘La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de vista a partir de una fotografía. Puedes leer todos los artículos de Mónica G. Prieto aquí.
Solo un golpe de adversidad de la magnitud del coronavirus podía congelar la revolución cívica iniciada en Hong Kong el pasado junio, en reclamo de una democracia real. Las marchas que aglutinaban a millones de personas en las calles han transmutado en otro tipo de movimientos liderados por los mismos grupos cívicos, pero con la salud como objetivo. Desde que se conoció la existencia del coronavirus, cientos regresaron a las calles para desafiar la decisión del Ejecutivo local de transformar un edificio estatal de viviendas desierto en un centro de cuarentena para potenciales afectados: terminaron prendiéndole fuego con cócteles molotov. En otros barrios, han surgido movimientos vecinales similares para impedir la apertura de centros de cuarentena que aterrorizan a la población.
Desde enero, las marchas están siendo protagonizadas por el personal sanitario hongkonés, que exige al Ejecutivo autónomo que cierre todas las fronteras para evitar una oleada de chinos continentales que traten de escapar del virus –propagándolo en la excolonia– y de aprovisionarse con recursos más que limitados. El sindicato de trabajadores médicos, una de las organizaciones surgidas de la revolución del pasado año y convocante de la actual huelga, ha advertido de que “los casos de infección local están aumentando constantemente” y ha manifestado lo siguiente: “Estamos acercándonos peligrosamente a un brote comunitario masivo comparable al SARS [299 de los 800 fallecidos murieron entonces en Hong Kong]”, según podía leerse en un comunicado. “Los miembros del sindicato están dispuestos a arriesgar su carrera e ingresos para convencer al Gobierno de que cierre nuestras fronteras y ponga la vida de los ciudadanos de Hong Kong como prioridad. «La negativa del Gobierno de escuchar las voces del pueblo nos resulta profundamente desgarradora”, proseguía el texto firmado por los médicos.
El Ejecutivo local no hace precisamente amigos durante la crisis: no ha revocado la prohibición de usar la máscara ni siquiera ante una epidemia vírica que se contagia mediante vías respiratorias. Los empleados de los hospitales públicos exigen en las calles al Gobierno que asegure un constante suministro de mascarillas quirúrgicas y desinfectante cutáneo a base de alcohol, tras registrarse importantes carencias en las farmacias de todo Hong Kong. La situación es tan grave que el diario South China Morning Post ha informado de colas de hasta 10.000 personas para comprar máscaras en una tienda que anunció la llegada de existencias.
Ante la presión social, la jefa del Ejecutivo Carrie Lam ha decretado una cuarentena forzosa de 14 días para cualquiera que llegue de China continental, ya sea extranjero o local, y ha cerrado algunos puestos fronterizos menores que, se calcula, apenas contabilizan un 8% del tránsito entre la China continental y Hong Kong: solo lo hizo tras las protestas iniciales de los médicos, apoyadas por la población. La medida es considerada insuficiente: los doctores y enfermeros exigen una clausura total que contenga la epidemia en el interior de la isla, donde ya se han registrado 21 contagios y una víctima mortal.
El Gobierno local ha anunciado que también procederá al cierre temporal de las terminales de cruceros, después de que uno de estos barcos de recreo destinado a Taiwán se viera obligado a atracar en un puerto hongkonés tras ser detectados varios casos sospechosos de haber contraido el coronavirus. A pesar de las restricciones en la entrada de chinos continentales, se estima que miles de personas siguen llegando a Hong Kong, complicando la crisis sanitaria. Además, en la memoria colectiva permanece la pésima gestión de las autoridades en la epidemia de SARS.
La reacción de Pekín ante el nuevo coronavirus no ha sido precisamente esperanzadora, dado que las autoridades locales chinas evitaron alertar a la población inicialmente, disparando así el número de infectados. El régimen chino volvió a consolidarse así, a ojos de muchos hongkoneses, como un adversario más que un aliado. El imparable movimiento cívico hongkonés ha encontrado en esta amenaza vírica una forma de reinventarse, poniendo a disposición del público sus capacidades organizativas y exigiendo al Ejecutivo una gestión que priorice a la sociedad hongkonesa sobre los intereses políticos de Pekín. El Frente Civil de Derechos Humanos y el movimiento de diputados prodemocráticos han creado una petición conjunta “para exigir un endurecimiento de la política migratoria que reduzca el riesgo de transmisión viral transfronteriza”, consolidando su papel de movimiento opositor.
El coronavirus se perfila como una nueva encarnación del enemigo, pero no será letal para las marchas: una vez que supere su cuarentena, la revolución hongkonesa regresará a las calles.