Internacional
El coronavirus, una epidemia en el peor momento y el peor lugar
La periodista Mónica G. Prieto analiza esta semana cómo están afectando las infecciones por el coronavirus de Wuhan: "Recuerda mucho al SARS, que mató a casi 800 personas e infectó a más de 8.000 en 2003, y parece destinado a atravesar todo el mundo en tiempo récord".
‘La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de vista a partir de una fotografía. Puedes leer todos los artículos de Mónica G. Prieto aquí.
Digamos que estamos ante una combinación de los peores factores. De un lado, un país con verdadera pasión por devorar animales salvajes, que recurre de forma masiva e incontrolada al uso de antibióticos (recetados incluso para la tos por médicos incentivados por la industria farmacéutica) y en pleno Año Nuevo Lunar, su principal festividad y motivo del mayor movimiento humano que se registra cada año en el mundo. Del otro, un mundo global donde las distancias son relativas y Wuhan –capital de Hubei, de 11 millones de habitantes y el tamaño de Londres– ha pasado de ser una desconocida a estar en boca de todos. ¿Qué podría salir mal?
Quizás una emergencia de salud pública de preocupación internacional, que la Organización Mundial para la Salud define como “un acontecimiento extraordinario que constituye un riesgo sanitario para otros Estados si se extiende la enfermedad y requiere potencialmente una respuesta coordinada internacional”. Sucedió con la fiebre porcina de 2009 originada en México, el brote mundial de polio en 2014, el ébola en África de 2014, el virus zika entre 2015 y 2016 y la epidemia de ébola-kivu entre 2018 y 2020.
La propagación del actual coronavirus en muy pocos días a Tailandia, Hong Kong, Taiwán, Japón, Corea del Sur y EEUU y la existencia, solo en China, de más de 500 personas enfermas y al menos 17 fallecidas parecen motivos para avalar la decisión. El actual coronavirus, cuyo origen parece ser el mercado de mariscos al por mayor de Huanan –donde se pueden comprar, entre otras especies, serpientes, zorros, lobeznos y gatos de Alvalia, la especie que parece haber transmitido la enfermedad a los humanos– recuerda mucho al SARS (síndrome respiratorio agudo grave), que mató a casi 800 personas e infectó a más de 8.000 en 2003, y parece destinado a atravesar todo el mundo en tiempo récord gracias a las fechas: se estima que con motivo de estas fiestas, entre el 10 de enero y el 18 de febrero, los chinos realizarán 3.000 millones de trayectos dentro y fuera de sus fronteras para visitar a sus familias.
Una de las principales preocupaciones debería ser Taiwán: la isla autónoma reclamada por China, tránsito aéreo para millones de chinos, sigue aislada del mundo gracias a la presión de Pekín, que la mantiene fuera del alcance de la OMS entre otros organismos internacionales porque la considera parte de su territorio. El Gobierno de Taiwán, contrario a Pekín, aduce que los intentos chinos de excluir la isla obstaculizan una respuesta global eficaz ante esta nueva amenaza contra la salud. Se estima que 850.000 taiwaneses residen en China y muchos viajarán a la isla con motivo del Año Nuevo Lunar.
«Los 23 millones de habitantes de Taiwán, como en otros rincones de la Tierra, podrían enfrentar riesgos para la salud en cualquier momento», afirmó la presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen. “Insto nuevamente a la OMS a que no excluya a Taiwán por motivos políticos. Taiwán se encuentra en la primera línea de la prevención de epidemias mundiales. Debe haber espacio para la participación de Taiwán en la OMS». Los intereses políticos, una vez más, quedan muy por encima de la salud de la ciudadanía. En China ya se han detectado contagios en 13 provincias, y es muy posible que las cifras se disparen en los próximos días, aunque el actual virus parece menos mortal que el SARS. Como indican algunos expertos, ya es demasiado tarde para que el virus desaparezca: la única esperanza de que no derive en pandemia radica en la dificultad para propagarse entre seres humanos. “El virus puede mutar, y existe el riesgo de una mayor propagación”, indicaba el subdirector de la comisión china establecida por las autoridades, Li Bin.
El coronavirus Wuhan o 2019-nCoV es la primera crisis sanitaria de Xi Jinping, que aspira a consolidar su potencial papel de líder mundial. El Partido Comunista Chino se caracteriza por su secretismo, especialmente en tiempos de crisis, y durante el SARS no reaccionó precisamente con transparencia. En esta ocasión, durante semanas, el régimen afirmó que la enfermedad estaba contenida en Wuhan y no admitió hasta el lunes que había salido de la provincia: solo entonces reconoció que el coronavirus se propaga de persona a persona. Y desde entonces, las cifras se disparan cada hora, lo que hace sospechar que las autoridades falsearon inicialmente los datos para no generar la alarma.
La responsabilidad es ingente: de su capacidad de reacción y de las medidas que se adopten dependerá que el virus se expanda a todo el planeta. Y, según estimaba un experto en el SARS en declaraciones al New York Times, “hasta ahora la pauta de inacción y falta de transparencia no ha cambiado, desgraciadamente”. El reto de contener la epidemia es espectacular: Pekín ha aislado Wuhan –ha pedido a su población que no entre ni salga de la ciudad– y ha dado instrucciones a los hospitales para que pongan en cuarentena a cualquier potencial contagiado, incluso de forma forzosa, para evitar una propagación: el único afectado de Macau –una mujer de Wuhan– pasó los controles médicos sin problemas, pero los síntomas se manifestaron días después de su llegada.
Tampoco será la última crisis sanitaria procedente de China, segundo consumidor del mundo de antibióticos. Su Ministerio de Salud admite que el abuso de fármacos ha generado una notable resistencia a las bacterias: en un informe de 2012, se indicaba que cada chino consume una media de 138 gramos de antibióticos por año (10 veces más que en EEUU) y que el 70% de pacientes de los hospitales reciben recetas, a pesar de que la OMS pone el límite en el 30%. Incluso si las cifras han bajado en los últimos años, se estima que el 41,4% de los ingresos de los hospitales chinos provienen de la venta de fármacos, un tipo de capitalismo sanitario salvaje que ejemplifica muy bien la situación en la que nos hemos instalado, donde las vidas valen menos que las cuentas corrientes.
El régimen chino ha lanzado campañas para controlar y concienciar sobre el abuso de los antibióticos, pero resulta casi imposible que un país con 1.400 millones de personas que prima el desarrollo económico y donde se producen vertidos incontrolados de antibióticos en el medioambiente –cada año se desechan decenas de miles de toneladas en ríos y terrenos, según estudios locales– no sea el foco de la resistencia a los antimicrobianos, “uno de los mayores desafíos contra la salud”, según declaró la OMS en 2015.