Análisis

Mujercitas: distintas ópticas sobre la sororidad, el activismo y el amor romántico

Un análisis de las distintas adaptaciones al cine de la novela de Louisa May Alcott que culmina con la dirigida por Greta Gerwig.

Fotograma de 'Mujercitas', de Greta Gerwig (2019).

“Hasta las personas más insignificantes ejercen influencia en el mundo”

Una muchacha anticuada (1871). Louisa May Alcott.

Durante años, las novelas de Louisa May Alcott y sus adaptaciones han sido percibidas con un halo de superficialidad folletinesca, algo que resulta injusto si aplicamos la lupa sobre su autora, su tiempo y sus intenciones. Alcott fue una comprometida defensora del voto femenino y la abolición de la esclavitud, a lo que no es ajeno que Mujercitas se desarrolle durante la guerra de Secesión, inspirada parcialmente en su niñez y adolescencia.

Publicada en 1868, la novela fue saludada de inmediato como un clásico, lo que llevaría a Alcott a escribir una inferior secuela, aquí conocida como Aquellas mujercitas (1869), con sus protagonistas en edad adulta. Unas décadas más adelante, el cine se interesaría por sus historias. Pese a que desde una perspectiva actual nos pueda parecer que todas las mujeres artistas de la época tenían simpatías por el sufragismo, no era así: ahí está el caso de Anita Loos, autora de más de cuarenta guiones de 1912 a 1956.

Las primeras adaptaciones de la novela, de 1917 (desaparecida) y 1918, agrupan las dos novelas en el mismo hilo narrativo, algo que ya había ocurrido en varias ediciones. Así lo haría, de hecho, Las cuatro hermanitas en 1933, filmada por George Cukor a partir de un guion de Sarah Y. Mason y su esposo Victor Herman, antecesores de exitosa dupla Ruth Gordon/Garson Kanin. Aunque su egocéntrico marido casi siempre fue displicente con su trabajo —“Yo le decía lo que tenía que escribir”—, Mason es hoy recordada como una las primeras mujeres en supervisar guiones y amainar la crisis propiciada por la llegada del cine sonoro. Lo mejor de esta adaptación, algo domesticada y todavía deudora de muchos tics del cine silente, es el protagonismo de Katharine Hepburn. La actriz, feminista liberal de armas tomar, deslenguada y procaz, continúa siendo la mejor Jo March. 

Pero la agrupación de las dos novelas tenía también sus inconvenientes. En la primera, Jo, prototipo de la mujer emancipada en ciernes, se resistía al amor del apuesto Theodore en lo que no era otra cosa que una reivindicación por parte de Alcott de su rol de solterona en un mundo de esposas obedientes. Sin embargo, en su continuación, la escritora no tenía más remedio que claudicar ante los gustos de su público, casando a Jo con el profesor Bhaer. Dicho esquema, con idéntico final, se repite en la versión de 1949, dirigida por Melvin LeRoy. La visión femenina resulta incluso más inofensiva dados los imperativos de la época. El color y la magnífica fotografía suman puntos; una visión más folletinesca, y también lujosamente kitsch, del entramado romántico contrasta con un trazo más conseguido de las hermanas de Jo, interpretada con fuerza y elegancia por June Allyson. El carisma de Janet Leigh, Elizabeth Taylor y, en especial, Mary Astor (protagonista de un famoso juicio mediático por la custodia de su hija, frente a un exmarido que la acusaba de adúltera), como fascinante matriarca, completan las virtudes de la que tal vez sea la mejor versión hasta la fecha. 

Tendríamos que esperar hasta 1994 para ver una nueva adaptación que, sin ser la favorita de la crítica, no resulta en absoluto desdeñable. Por primera vez, nos encontramos a dos mujeres al frente del proyecto: Gillian Armstrong y la guionista Robin Swicord, más tarde autora de otras adaptaciones de clara inclinación femenina o feminista, como Matilda o Conociendo a Jane Austen. Es una versión que representa bastante fielmente el pensamiento de la Tercera Ola y, por tanto, no puedo negar mis simpatías hacia ella. Su tratamiento es el más fiel y lineal, incluyendo episodios omitidos en las otras versiones, y por primera vez hay referencias directas al voto de la mujer y a la esclavitud, todo un guiño a Alcott. El mayor problema de la película es que Winona Ryder, estupenda actriz, no da la talla para transmitir la fuerza y el ambiguo carácter del personaje central. En una escena de la película, Theodore, interpretado por Christian Bale, le pregunta a un amigo, mientras espía la casa de las protagonistas: “¿Qué harán estas mujeres juntas todo el tiempo?”. Esta introducción, también novedosa, de la mirada masculina, anticipará Las vírgenes suicidas, novela de Jeffrey Eugenides y película de Sofia Coppola, que no deja de ser una versión inconfesa y perversa del clásico.

La última adaptación hasta el momento se la debemos a la hiperactiva Greta Gerwig (2019), que muestra un cariño y respeto considerable por el material, y rompe los esquemas habituales contraponiendo los planos del pasado y el presente. A su favor tiene un lujoso reparto capitaneado por Saorsie Ronan, la mejor Jo desde Katharine Hepburn. En contra, su tendencia a remarcar, en pos de defender la pervivencia del clásico, lo que eran sutilezas en las primeras versiones, como el concepto de sororidad entre las hermanas o su independencia frente al mundo masculino, amén de la demasiado evidente intención de la directora de verse como una sustituta de Alcott a través del personaje de Jo. Defectos menores redimidos por un final poderoso que pone de relieve la situación de las escritoras en tiempos de hombres y expone una aguda tesis sobre la mercantilización del amor romántico, que siempre fue el punto flaco de la saga. A modo de personal ajuste de cuentas, Gerwig establece así un diálogo, amigable pero incisivo, con la autora a más de un siglo de distancia.

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Comentarios
  1. PEPA FLORES Y EL AUTOCUIDADO.
    En los tiempos del MeToo necesitamos reivindicar figuras como la de Pepa Flores, una malagueña de Capuchinos que se atrevió a abrir una grieta en una sociedad que andaba desperezándose de la dictadura, hablando de secuestro, vejaciones y maltrato, eligiendo no ser una profesional del arte para definirse como una obrera de la cultura. Un referente, el de Flores, que eligió el autocuidado como forma radical de vida, rebelándose contra todo lo que se esperaba de ella.
    hacia ella solo nos nace un profundo sentimiento de respeto, por eso podemos verla y no irrumpir en su decisión de ser normal y pasar desapercibida mientras compra o pasea. Porque sabemos que su decisión fue y sigue siendo un acto revolucionario.
    https://apuntesdeclase.lamarea.com/analisis/pepa-flores-y-el-autocuidado/

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