Análisis | Feminisimo

Después del rapto

Un repaso histórico a la cultura de la violación desde la Antigua Grecia hasta la actualidad, en la que un reality forzó a una mujer a ver en vídeo su propia presunta violación.

Fragmento de El rapto de las hijas de Leucipo, de Rubens

 Hilaíra y Febe eran las hijas de Leucipo, rey de Mesenia, y estaban prometidas a dos jóvenes, pero Cástor y Pollux, hijos de Zeus y Leda, se enamoraron de ellas y decidieron raptarlas con ayuda de Cupido. El cuadro de Rubens sobre la escena muestra a dos jóvenes mujeres desnudas resistiéndose a la fuerza de dos jóvenes varones vestidos, mientras el dios del amor, con forma de querubín, toma las riendas de uno de los dos caballos.

Felipe IV apreciaba el talento de Rubens para el desnudo y varios de sus cuadros decoraban el Cuarto Bajo, la sala donde el monarca tenía los cuadros con escenas consideradas obscenas. He ahí la clave. El rapto de las hijas de Leucipo podía estar junto a La Venus del espejo de Velázquez como dos obras unidas por el erotismo, lo obsceno o la excitación, independientemente del contexto: una mujer yace en una cama, aparentemente relajada, junto a dos mujeres que están siendo secuestradas. Dos mujeres que levantan los brazos y los ojos pidiendo auxilio. En vano

El rapto de mujeres es una escena habitual del desnudo femenino, así como las escaramuzas de Zeus, habitualmente presentadas siempre de forma amable y hermosa: lluvia de oro, cisne, etcétera. Lo impúdico, lo excitante, era el desnudo femenino, no el rapto, que se entendía como una circunstancia posible dentro de la sexualidad. Es decir, para excitarse con esa escena era preciso centrarse en el cuerpo, en las formas, en los pómulos sonrosados de las mujeres y sus rostros, no muy distintos de los éxtasis teresianos, y olvidar lo que está sucediendo, la violencia, la imposición del deseo, la petición de ayuda. Rozando la exageración, o no, podríamos decir que era necesario olvidar que Hilaíra y Febe son seres humanos. Olvidar la empatía.

Forzar la sexualidad masculina sobre las mujeres, la cultura de la violación, es una de las ocho características del “poder masculino en las sociedades arcaicas y contemporáneas” definidas por Kathleen Gough en El Origen de la Familia. Las otras siete son rechazar la sexualidad de las mujeres, explotar el trabajo de las mujeres, controlar o robar sus hijos e hijas a las mujeres, confinar físicamente a las mujeres, usar a las mujeres como objetos para transacciones masculinas, negar a las mujeres su creatividad y negar a las mujeres el conocimiento y los logros culturales. Cabe tener presente esta lista porque, en mayor o menor medida, las ocho características, siguen presentes en nuestro mundo.

Colonización del cuerpo

Pensar en la cultura de la violación como un problema concreto de un tiempo o un lugar es tener la vista muy corta. Es una cuestión extendida, muy extendida, y vieja, muy vieja, porque está relacionada, como su propio nombre indica, con nuestra cultura, con nuestras narraciones, estereotipos y costumbres. 

En Diosas, rameras, esposas y esclavas, Sarah Pommeroy explica que la materia prima más importante para las sociedades antiguas eran los seres humanos. Era necesario tener gente que trabajase en el campo y pelease en las guerras porque un problema demográfico podía significar la desaparición total del colectivo. Esas sociedades proceden a la ocupación y colonización cultural del territorio productor de esa materia prima: el cuerpo de la mujer. Esto no quiere decir que antes no hubiera sociedades patriarcales, sino que nuestro proceso civilizatorio lo fue. Pommeroy lo analiza, alejada tanto de la tentación de reescribirlo para que se adecúe al presente como de la tentación de limar las aristas.

A través de instituciones como preceptos religiosos, leyes o costumbres, se limitaba la vida pública de la mujer, ya que afectaba a la maternidad. Tanto el conocimiento como el arte o la política robaban el tiempo necesario para la gestación y el cuidado de la progenie y existían diversas sanciones para reducir la presencia femenina en el espacio público. La medicina fue otro elemento de ese control social y se definieron varias enfermedades que se desarrollaban cuando no había gestación, como el agrandamiento del útero (hysterion). De este trastorno ficticio procede todo el campo semántico del histerismo, concepto usado para marginar a la mujer de la vida pública y que aún es usado despectivamente. 

Como la fecundidad era una cuestión de interés público, debía facilitarse y cuestiones como el deseo o el consentimiento eran irrelevantes. La mayor parte de las fiestas y los ritos religiosos tenían como objetivo la fertilidad y se promovía la promiscuidad, deseada o no, a través, por ejemplo, de la ocultación de la identidad o del consumo de sustancias. El libro de Pommeroy recoge dos instituciones extendidas: el adulterio y, sobre todo, la violación. Sobre la primera, señala cómo los nacimientos no se detenían cuando un ejército salía de una ciudad griega e iba a la guerra porque esa sociedad no podía permitírselo. Otra cuestión era el reconocimiento de esos hijos. 

La violación no era extraña en esas fiestas de la fertilidad y era algo habitual es las escenas de conquista, como otra muestra del sometimiento –tampoco son extraños los tributos de doncellas– de un poder a otro. En el mundo antiguo, la mujer es una posesión –la posibilidad de obtener más seres humanos, guerreros o trabajadores– y se intercambia o se toma como una casa o un caballo. En esas sociedades, la violación es algo reprobable en tanto afecta a un honor colectivo, relacionado con un varón, una familia o un elemento religioso. Es una cuestión de poder. Si Susana no hubiera estado casada con Joaquín, es muy probable que los viejos se hubieran salido con la suya. Dentro de ese contexto, no es extraño que la condena al violador sea el matrimonio con su víctima, algo que nos aterra cuando lo vemos en otras sociedades, pero que no está tan lejos en la nuestra. En el código penal español del franquismo, la violación solo se producía en mujeres honestas. La clave del delito no era el ser humano afectado, la mujer, sino su valor en tanto que depositaria de un concepto colectivo: el honor. De ahí, que sea habitual el discurso que propone imaginar a las víctimas como familiares en lugar de verlas como seres humanos, la posesión por encima de la empatía.

Las narraciones míticas consolidan ambas instituciones. En las griegas es habitual el adulterio entre los dioses y entre los humanos, así como el castigo por parte de Afrodita a los jóvenes que no quieren desposarse; es decir, participar de la fertilidad. También, la violación, aunque no siempre se llame así. Rapto es un eufemismo común: Europa, Proserpina, Deyarnira, Hipodamía, las hijas de Leucipo, etcétera. Es decir, tomar algo. Quiere, pero no aún no lo sabe. La forma amable es más perversa: el cisne de Leda o la lluvia de oro de Danae. No hay manera de esconderse. Incluso Apolo, el dios que encarna la racionalidad y moderación frente a Dionisio, pierde esas cualidades cuando es rechazado por Casandra, Sibila o Dafne. 

La inocencia de la acusación

La cultura de la violación es un problema viejo y no delimitado a un territorio o una sociedad, porque está relacionado con los estereotipos narrativos occidentales y lo cultural va muchísimo más despacio que la tecnología. La principal construcción cultural es el amor; el amor cortés, donde se despersonaliza a través de la idealización, donde la figura femenina venerada tiene que permanecer estática, sin deseo; el amor romántico, con la finalidad de la pareja heterosexual y la maternidad obligatoria, donde también la mujer debe permanecer pudorosamente a la espera y crear los obstáculos del juego de la seducción, que recibe el nombre de conquista. El varón debe superar varias pruebas para acceder a una mujer que, quizá, no sabe que lo desea porque el amor es una revelación. Ese será el modelo sobre el que se asiente el rito: un premio tras varias pruebas a superar. Si el final no llega, si no hay princesa, quiere decir que no hay héroe y, por tanto, no hay reconocimiento y sí, frustración. 

Dentro de la tradición, la capacidad de ser agente, la acción, queda reservada a los varones, que son los que saben qué hay que hacer y hasta dónde tienen que llegar. Prometeo busca el conocimiento y es un héroe. Pandora, Eva o Psique tienen el mismo objetivo, pero son curiosas, atrevidas, irresponsables o malvadas. O histéricas, la palabra más extendida durante siglos para la defenestración. La mujer no puede ser agente, sino sujeto pasivo, y su deseo queda dentro de lo obsceno o lo aberrante, ya que su autonomía sexual condiciona la continuidad física (fertilidad) y espiritual (honor) del grupo. Las maneras de condicionar esa autonomía son diversas y van desde el insulto (puta) a la desprotección (se lo ha buscado), a la reclusión e incluso la sanción directa. Los delitos relacionados con la mujer son los únicos donde se debe demostrar no solo la culpabilidad del acusado, sino la inocencia de la acusación. 

A través de narraciones

La empatía, el reconocimiento mutuo, deben ser algo básico en el proceso de equilibrio de poder. Es decir, hay que sacar El rapto de las hijas de Leucipo del mundo del erotismo, la excitación, y situar la escena en el terreno de una agresión de unos seres humanos a otros. Es decir, no olvidar el contexto y empatizar con quien está sufriendo violencia. El cuarto bajo se ha democratizado, pero lo que encontramos dentro ha cambiado poco. Hay escenas que se parecen a La Venus del espejo y otras, a los raptos, donde hay que centrarse en el movimiento de los cuerpos, que es lo impúdico y excitante, y olvidar lo que está sucediendo. Todo está dentro de la misma oferta. 

Dentro de este proceso, es importante mostrar qué sucede después del rapto, una escena que suele permanecer oculta. La escena hecha pública esta semana, en la que una mujer ve su propia presunta violación, puede ser una forma de presentar el dolor que estaría bien que no necesitásemos. Ojalá nos bastase con datos o teoría, pero entendemos la realidad a través de narraciones y esta parte no acostumbra a explicarse. Mostrar las consecuencias de la guerra, a sus víctimas, acabó con la cultura de la guerra y acabó con la figura del héroe. Ojalá pudiera ser de otra forma, pero entendemos el sufrimiento mirándolo de frente porque sólo así cuesta no compartirlo. Hay que contextualizarlo para que no se convierta en espectáculo, para que la escena interpele de una forma amplia y directa: ¿de verdad puedes disfrutar y sentir placer mientras otro ser humano sufre? 

Lo cultural va muchísimo más despacio de lo que nos gustaría y no veremos el fin de esta ideología, el patriarcado. Habrá avances, rápidos y lentos, y, quizá, algún retroceso, que no debe crear frustración. No será un proceso corto ni sencillo y tendrá resistencias múltiples y variadas porque significa un cambio total en nuestra sociedad: del léxico a la mirada. Los procesos de reequilibrio de poder no acostumbran a ser consensuados y este implica un cambio de nuestra narrativa.  Conviene tenerlo en cuenta para no crear falsas expectativas y, sobre todo, no rendirse. 

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Comentarios
  1. ALIANZA DE MACHISMOS. Najat El Hachmi
    » lo que tenemos, más que nunca, es un acuerdo mundial del machismo. De Trump a Bolsonaro, pasando por Ben Salman o Abascal, lo que hay es una alianza a favor de la discriminación de la mujer y contra el feminismo. Así que habrá que recordar que, en este caso, los enemigos de tus enemigos no son necesariamente tus amigos»
    Quienes nos hablaron del choque de civilizaciones nos pintaban un mundo maniqueo, los buenos a un lado y los malos en el otro, los avanzados y los atrasados, los civilizados y los salvajes. Qué cómodo resulta moverse entre el blanco y el negro. Son teoría inventadas para no tener que pensar, que cansa y da pereza, sobre todo cuando uno vive en el lado correcto de la historia. Hacía falta legitimar intervenciones militares salvajes que no han solucionado nada, hacía falta volver a identificar un malo de película reconocible a simple vista.

  2. «entendemos el sufrimiento mirándolo de frente porque sólo así cuesta no compartirlo. Hay que contextualizarlo para que no se convierta en espectáculo, para que la escena interpele de una forma amplia y directa: ¿de verdad puedes disfrutar y sentir placer mientras otro ser humano sufre?»
    Ya lo creo, hay mucho sadismo, ¿a qué es debido?, por poner un sólo ejemplo, ahí tienes a los que pagan para ir a las corridas de toros; pero tranquilos que hay motivos para ser «optimistas» pues si la universidad española se privatiza tal como la oligarquía pretende, lo cultural se va a acelerar tanto que dentro de una década vamos a ser ejemplo mundial en cultura, justicia, armonía, empatía, el machismo hispano será recordado como un mal sueño.
    La Coordinadora Universidades Públicas de Madrid denuncia el proceso privatizador en la universidad.
    La experiencia demuestra que, si uno tiene interés en conocer lo que le espera a la universidad española en los años próximos, hay que leer los informes anuales sobre el sistema universitario español, con el que la fundación CYS pretende “contribuir e impulsar la transformación de la cultura universitaria en una cultura que premie la voluntad emprendedora y la capacidad de riesgo de todos los que participan en ella.”
    La fundación CYD (Conocimiento Y Desarrollo), presidida por Ana Botín, que tiene entre sus patronos empresas tan claramente interesadas en -el negocio de- la Educación, como IBM, Telefónica, Iberdrola y Prisa, presenta dos sugerencias fundamentales para conseguir la “excelencia” en la Universidad:
    Los autores del informe proponen acabar con el sistema de elegir a los rectores por sufragio universal -ponderado-.
    Además de reiteradas alusiones a planteamientos generales La única especificación del director del informe es la afirmación de que “el sufragio universal ponderado es excéntrico”.
    https://laicismo.org/la-coordinadora-universidades-publicas-de-madrid-denuncia-el-proceso-privatizador-en-la-universidad/?utm_source=mailpoet&utm_medium=email&utm_campaign=boletin-diario-de-laicismo-org-23-no

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