Opinión
La (otra) última imagen de Franco
"¿Nos interesa, más allá del morbo, la imagen que certifique el estado de conservación del cuerpo del dictador? ¿Es esa, realmente, la imagen 'políticamente' importante?", escribe la autora.
Cuando se supo que el Gobierno iba, al fin, a sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos, entre los muchos debates, estaba el de la imagen: si debía haber prensa o si no, si tenía que hacerse de noche y en una fecha secreta o de día, con luz y taquígrafos. Si necesitábamos una imagen que certificara que se había sacado su cuerpo, o si la imagen más poderosa era, precisamente, que no la hubiera. El debate de la imagen era, claro, el debate del relato.
Poco a poco hemos ido conociendo los planes del Gobierno para llevar a cabo el traslado. Y hemos ido sabiendo que todo estaba pensado: que llevan días peinando la zona para que no se les cuele ninguna cámara oculta, ninguna grabadora; que habrá un estricto control de seguridad para los 22 familiares de Franco, cargos del Gobierno y operarios que vayan a estar presentes en el proceso, para que nadie pueda meter un móvil en la basílica; que una carpa rodeará el lugar exacto del enterramiento donde solo podrán entrar dos familiares de Franco, algunos cargos del Gobierno y los operarios. Todo sin móvil, ni cámaras, ni grabadoras.
El Gobierno ha decidido que no habrá imágenes de la tumba de Franco en el Valle de los Caídos y lo ha organizado con pulcritud extrema. Como si esa fuera la imagen principal, la imagen trascendente. ¿Nos interesa, más allá del morbo, la imagen que certifique el estado de conservación del cuerpo del dictador? ¿Es esa, realmente, la imagen políticamente importante?
Me pregunto estas cosas porque, en esta sociedad de lo espectacular en la que vivimos y nos informamos, a la ausencia de una imagen le sigue, automáticamente, la búsqueda de otra que pueda llenar ese vacío. El celo que el Gobierno ha puesto para que esa imagen no exista contrasta con lo poco que parece haber pensado (o en lo extrañamente que parece haber pensado) en la imagen que sí va a existir: la de los 300 metros que hay entre la puerta de la basílica del Valle y el coche fúnebre que esperará al ataúd en la explanada. Mañana, cuando los medios de comunicación de todo el mundo se conecten en directo a la señal de TVE, la primera imagen que tendremos de Franco desde 1975 será la de su familia sacándolo de la basílica a hombros. La imagen de la España moderna que se atreve a lidiar con su pasado que quiere dar el Gobierno es la misma imagen de la España que en 1975 velaba –obligada o no– el cadáver de Franco: la del ataúd de un dictador portado a hombros, retransmitida por la cadena pública de televisión. El NO-DO rebobinado.
Solo esta imagen es, ya, para mí, una derrota: la derrota del tuvimos una oportunidad de hacer las cosas bien, pero no nos atrevimos.
Pero hay más: el Gobierno se ha encargado de repetirnos estos días que no habrá honores, ni banderas, en el Valle de los Caídos. Que la familia los solicitó, pero se los denegaron. Salvo que: el cuerpo de Franco va a ser bendecido por el Prior Cantera, allí, en un acto de Estado. Y salvo que no sabemos lo que puede pasar en esos 300 metros entre la salida de la basílica y la explanada: como si el Gobierno confiara en la buena fe de una familia que, hasta el último minuto, sigue boicoteando activamente el traslado de los restos de Franco. Y escribo “el último minuto” de manera literal: hasta ese minuto de oro en la televisión pública, en directo y en hora de máxima audiencia, que les estamos regalando.
Mientras escribo esto pienso en una realidad alternativa en la que el Gobierno decide exactamente lo contrario: difundir una imagen sola del desenterramiento de Franco –no una imagen morbosa, ni una imagen sensacionalista: una imagen documento, una imagen que certifique– y, después, corta todas las emisiones: deja a la familia que haga con Franco lo que quiera, sin hacernos vivir en directo el cortejo fúnebre, las manifestaciones ultras, sus caras compungidas. Una realidad alternativa en la que lo que el Gobierno considera de interés público es la ejecución de una orden que ha tardado 44 años en llegar, y no las decisiones de la familia Franco.
Más que sacar a Franco del Valle de los Caídos convendría exhumar al franquismo.
Más allá de la simbología y el recuerdo imborrable de los cientos de presos republicanos que trabajaron como esclavos en ese lugar infesto llamado el Valle de los Caídos, que los restos del fascista estén allí o no, es un tema menor, aunque un lugar apropiado para su depósito podría ser la mismísima Zarzuela (en agradecimiento brbónico a su mentor).
Es cierto que no hay genocida (Hitler, Mussolini…) que tenga una tumba para el peregrinar de sus acólitos, pero lo que realmente sería imprescindible es que el franquismo, ese régimen que dejó atado y bien atado su continuidad, quedara eliminado de la historia de este país.
Las miles de personas que yacen aún en las cunetas, las mega empresas que a partir de los años sesenta, y al calor de dádivas y corrupciones al dictador, se hicieron como tales y acabaron en el hoy lustroso Ibex, o la continuidad en una monarquía que no votó nadie, son tres ejemplos de los cientos que se podrían poner de la pervivencia de un régimen que no se liquida sacando los huesos de Franco en helicóptero.
Que el PSOE vaya a vender a sus anestesiados votantes progresistas la quita del cuerpo apenas días después de haber otorgado a la nietísima Carmen Martínez Bordiu el título de duquesa de Franco con Grandeza de España, o que no se atreva a quitar medallas remuneradas a torturadores como Billy el Niño, no es una broma, es la prueba inequívoca de en qué trinchera están las huestes de Sánchez. Pero también constatación del delirio ideológico de los que, desde posiciones que dicen de izquierda, se empeñan una y otra vez en gobernar con el PSOE.
(Insurgente)