Opinión

La historia feminista es polémica

"Lo que es coherente es que se esté produciendo este debate; lo que es incoherente, dogmático y malintencionado son los intentos de unas y otras por limitarlo o impedirlo".

Protesta frente al Parlamento andaluz. ÁLVARO MINGUITO

Estos días la historia feminista ha sido invocada por una ministra del gobierno y por algunas feministas radicales en el marco de dos polémicas con un fuerte impacto mediático. En el caso de la ministra, atribuyó al socialismo una especie de relación de histórica complementariedad con el feminismo. De sus palabras se extraía que el feminismo y el socialismo han caminado siempre de la mano y que no hay feminismo de derechas.

Después de la polémica desatada y de las críticas recibidas a la muy gratuita asociación entre feminismo y socialismo, ella misma ha seguido insistiendo en que en las manifestaciones en las que las mujeres reclamaron el reconocimiento de derechos y una sociedad más igualitaria durante la transición y en los primeros años de la democracia, no había mujeres de derechas. La ministra se está refiriendo sin embargo a cuestiones distintas. Una cosa es hablar de feminismo y socialismo en términos absolutos y otra cosa muy diferente es referirse a lo sucedido en la historia reciente de España con relación a las luchas de las mujeres por el reconocimiento de derechos.

El socialismo, como teoría política o como discurso político, no ha integrado históricamente al feminismo. Mucho menos ha alumbrado el feminismo o facilitado su difusión y articulación políticas en el curso del siglo XX. Más bien ha dificultado y hasta confrontado el argumentario feminista desde su diagnóstico primigenio, al restar importancia al patriarcado en detrimento de la lucha de clases, y en sus desarrollos posteriores, al colocar la igualdad de género en una jerarquía en la que la lucha de clases siempre iba primero. En la historia del feminismo, por tanto, no hay rasgos de socialismo significativos más allá de las consabidas menciones a Engels, Tristán, Zetkin o Kollontai. Y en el caso concreto de España, los desencuentros entre el socialismo de partido y las mujeres a cuenta del debate sobre el sufragio femenino en el marco de la segunda República, hacen que la asociación entre feminismo y socialismo no solo no sea pertinente sino incluso sonrojante.

Otra cosa diferente es que en el contexto de los años sesenta y setenta, cuando aparecen los hasta hace no mucho llamados “nuevos movimientos sociales” en los que puede enmarcarse el feminismo tardofranquista y de la Transición, se produce una alianza lógica y necesaria de las feministas con otros grupos de la izquierda que están haciendo oposición a la dictadura y tratando de sentar las bases de la democracia. En esto tiene razón la ministra, hay una asociación histórica entre las izquierdas –también el socialismo– y el feminismo en nuestra historia reciente.

Feministas radicales y abolicionistas

Y aquí entra el tema de las feministas radicales y abolicionistas que estos días reclaman coherencia y continuidad con una historia feminista en cuyo nombre proponen la abolición del género y en cuyo nombre reclaman que el feminismo solo puede ser un proyecto político de las mujeres y para las mujeres. Mujeres que lo son, sin paliativos ni medias tintas, por su condición sexual. Y sostienen estas feministas que eso es lo que está inscrito en la “genealogía” del feminismo que invocan. Implicando de este modo que hay algo “familiar” e inconmovible en la historia feminista, puesto que se habla de genealogía  –lo que me resulta muy inquietante– y suponiendo que esa historia tiene una linealidad y transcurre sobre unos supuestos que no se deben traicionar.

Pero lo cierto es que el feminismo, los feminismos, no tienen una historia unívoca. Han cambiado los enunciados, y los sujetos enunciantes, las propuestas y los diagnósticos que las sustentan. Teoría y movimientos sociales se han interferido de maneras muy complejas en el curso del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Pensar lo contrario puede resultar reconfortante, pero es pensar ignorando completamente la historia.

Nuestros feminismos de ahora hunden sus raíces inmediatas en ese contexto que mencioné más arriba. Como ha explicado la historiadora Mary Nash, el feminismo tardofranquista y de la Transición está impulsado a partes iguales por políticas identitarias (lo que es propio de los nuevos movimientos sociales) y por políticas contra la dictadura. Las feministas de los sesenta y setenta criticaron la dictadura como lo que fue: un gran artefacto político en el que la opresión de las mujeres –a través de una cultura sexista y de unas instituciones machistas– jugó un papel fundamental. Desvelar el modo de operar del sexismo y sus confines es una tarea de la que los feminismos han ido ocupándose desde entonces. Debatir sobre la dimensión social del sexo –hablar del género– es condición necesaria para insuflar vida en los feminismos críticos.

La polémica entre algunas feministas radicales y algunas feministas de colectivos LGTBI más cercanas a planteamientos teóricos queer forma parte y es coherente con la historia reciente de los feminismos en su devenir social y teórico. Lo que es coherente es que se esté produciendo este debate; lo que es incoherente, dogmático y malintencionado son los intentos de unas y otras por limitarlo o impedirlo. Mientras algunas pretenden abolir el género y otras tratan de elevarlo a la categoría de instrumento político, unas cuantas seguimos explorando el carácter polémico de la historia feminista y asumiendo debates y, por supuesto, adoptando posturas políticas frente a cuestiones concretas y decantándonos por unas corrientes y planteamientos en detrimento de otros. No es equidistancia lo que reclamo, sino honestidad intelectual.

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Comentarios
  1. el feminismo siempre ha sido lucha y Simone de Beauvoir en el «segundo sexo» lo pone muy clarito.
    Vivan los ejemplos como el de Neus Catala , amada en Francia como nadie!!!

  2. A mí me gustan feministas como ésta, personas con valores y valor:
    NEUS CATALA, la mujer que nunca agachó la cabeza.
    Mi padre me dijo que nunca bajara la cabeza ante nadie, y lo hice, pero me costó muchos golpes. No lloré nunca delante de un nazi.
    Sus férreas convicciones políticas y su carácter intrépido y entregado a la causa se lo impiden.
    Hija de campesinos pobres desde muy joven ve la terrible desigualdad que reinaba en España ante la que no puede permanecer indiferente.
    Es inteligente y audaz. Durante la guerra fascista trabaja de enfermera de sol a sol en el bando republicano.
    Tras la Batalla del Ebro cruza con Albert, su marido, la frontera francesa organizando la salida de 182 huérfanos. En Francia la pareja colabora con la Resistencia y convierten su hogar en un centro clandestino de transmisión de mensajes armas y documentación además de casa franca para refugiados políticos hasta que un vecino los denuncia a la Gestapo.
    La destinan al campo de concentración de Ravensbrück. Ella es indómita y participa clandestinamente en el conocido como Comando de las Gandulas, un grupo de mujeres presas que saboteaban la fabricación de armas, inutilizando balas y averiando máquinas de la fábrica.
    Albert, su marido, morirá en el campo de Bergen-Belsen, Neus le sobrevivirá.
    Acabada la guerra se instala cerca de París y retoma su lucha clandestina contra el franquismo.
    En 1976 regresa con sus dos hijos a Cataluña para continuar con la actividad política.
    La fuerza interior y la generosidad con que asumió siempre el compromiso solo eran comparables a la humildad con la que entendió su propia vida. «No soy una excepción. Muchas mujeres hicieron lo mismo que yo».
    Murió el pasado abril, la víspera del día de la República, con 96 años.

  3. El debate entre feminismos es lógico y deseable (ahí está «Redistribución vs reconocimiento», por ejemplo, el debate entre Nancy Fraser y Judith Butler). Pero, si entiendo bien a qué se refiere con la reciente «polémica», no se puede decir que lo que ha pasado estas últimas semanas haya sido un debate entre posturas queer y radicales. No es una teoría lo que se debatía en la Escuela feminista de Gijón y en los artículos referentes a ella, sino la condición de mujer de las mujeres trans. En dicha Escuela, representantes del feminismo institucional bien amparadas por el PSOE difundieron un discurso de odio más propio de Hazte Oír. No les debía interesar mucho el debate teórico, por cierto, pues la teoría queer (esa que parece ser lo único que sostiene la existencia de las personas trans, como si cada joven trans descubriese su identidad de género con un ejemplar de «El género en disputa» bajo el brazo) se la inventaron por completo.
    El debate dentro del feminismo es deseable, pero quien pretenda derogar la existencia de las compañeras trans no está aportando nada relevante a ningún debate, y su relevancia mediática solo se explica porque el esencialismo es fácil de digerir y la transfobia sale gratis.

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