Emergencia nacional

Albert Rivera ha proclamado hasta la saciedad que echar a Pedro Sánchez de La Moncloa es una emergencia nacional. Tanta mentira y aspaviento que manchaba las manos de sangre a Sánchez.

Creo que, tras los resultados electorales, ha hecho que la derecha en bloque se quede sin discurso.

España no va a desaparecer, ETA no va a volver, los musulmanes no nos van a invadir, y los inversores extranjeros no van a huir.

Tampoco la ciudadanía conocerá Utopía con la resurrección del PSOE ni con el batacazo de Podemos, que se levanta sonriendo como si no le hubiera dolido, con la falsa dignidad con que un viandante se repone con cara impertérrita delante de los testigos de su grotesco resbalón.

Por eso, sí existe una emergencia nacional: la decencia.

Nuestros políticos son los hermanos Marx, cambiando de principios si al electorado no le gustan los propuestos. O sea, las formas y el mensaje por encima del fondo.

La falta de contenido y de ética deja un desierto donde crecen plantas de raíces poco profundas pero muy extensas en la superficie. Plantas estériles que sobreviven de manera individual, sin sentido de la colectividad, matando el biotopo al que tendría que aspirar una sociedad solidaria.

Cuando se necesita una gran remontada, se dice que el primer gol lo mete el equipo y el resto el empuje del público. El ejemplo de los políticos es fundamental para cambiar la mentalidad de un país, y España está necesitada de un cambio de paradigma.

Se podría empezar por rescatar la ética al panorama político. Para ello, se tendría que convocar una mesa donde se sentasen todos los partidos políticos y agentes externos que orientaran y recomendaran: filósofas, juristas, expertos en ética, referentes sociales…

Exponer, escuchar, proponer, acordar, redactar y firmar un documento firmado por todos los partidos políticos donde se recoja un contrato ético de los estatutos de partidos. Hacer una exposición pública en el Congreso del mismo en un acto solemne, y leer y publicar su contenido.

Cada partido tendría sus propios estatutos pero compartiendo los éticos con el resto. Su incumplimiento sería deshonroso e inadmisible.

Los puntos se centrarían en la corrupción interna de los partidos y de las instituciones. No serían interpretables.

Las cuestiones de transfuguismo, soborno, prevaricación… atenderían a una normativa consensuada y se tendrían que resolver de manera colegiada por una comisión externa.

Es probable que se me tache de ingenuo, de idealista. Que me acusen de fantasioso y quimérico pero es realizable. Se trata de un acuerdo ético del que sólo dependen las ganas de los interpelados.

O a caso, ¿no era más fantasioso hasta hace pocas décadas llegar a la luna o hacer transplantes de corazón? Acordar principios éticos no depende del desarrollo de la tecnología ni de los tiempos que necesita la ciencia para avanzar. El conocimiento de la ética es casi innato en el ser humano y debe ser el cimiento de la educación individual y colectiva.

La filosofía como sustancia social, la materia gris del pueblo. La importancia de conocer el significado del significante, el significado del significado y lo significado del significado.