Opinión | Sociedad
Que no nos callen
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El 1 de marzo se han cumplido 10 años de la muerte de Pepe Rubianes. Para conmemorar el aniversario, y para aplacar la morriña de quienes le echamos de menos y nos preguntamos qué estaría diciendo él del rumbo que ha tomado el país, la editorial Alrevés ha publicado un libro que recoge textos biográficos del actor, algunos de sus monólogos y el relato de la persecución que sufrió en 2008 por haberse ciscado en la España rancia en TV-3, promovida por la asociación Defensa de la Nación Española, fundada por Santiago Abascal, que llevó sus declaraciones a los tribunales por incitación al odio (¿les suena?) y derivó en todo tipo de boicots contra el estreno de Lorca eran todos, la magnífica obra teatral en la que Rubianes abordaba el asesinato de Lorca.
Hace un año, yo les estaría contando todo esto desde las páginas de El Periódico de Catalunya. Hoy se lo cuento desde esta tribuna porque ya no estoy allí: el ERE que aplicó en 2018 la empresa editora de esa cabecera acabó con mi marcha del diario, tras más de dos décadas trabajando en él. Firmé el finiquito el 23 de abril, el día de Sant Jordi, fecha especial para quien, como yo, ha invertido una década en la divulgación literaria. Me pareció una señal de que debía seguir dedicándome a ello, aunque desde otros púlpitos. No voy a volver a una redacción. Y no es una constatación fatalista: es una declaración de intenciones.
Soy periodista vocacional, de quienes creyeron, leyendo a Montserrat Roig, Josep Pernau, Vázquez Montalbán y Haro Tecglen, y más tarde a Huertas Clavería y Xavier Vinader, que podían cambiar el mundo. En la primera clase de redacción, el profesor teorizó lo que para mí era un sentimiento: la responsabilidad social del periodismo. Si corazón y cabeza van a la par, nace una fe inquebrantable. Y te pegas una hostia como un piano. A mí me tocó la lotería, laboralmente hablando. Entré en El Periódico recién licenciada. Estabilidad laboral y buen sueldo desde los inicios. Y en el diario de mis sueños, el que vi siempre en casa, el que me hizo querer ser periodista. Fui muy feliz durante muchos años, sabiéndome privilegiada no solo por la estabilidad, sino por la certeza de que mi labor profesional no chocaba con mis ideas. Presumía de trabajar donde trabajaba y defendía “mi diario” a muerte. Vivía (vivíamos) en una burbuja: como la de “los felices años 20”, pero con dos ceros más. Y pinchó.
No lo hizo sola: pinchó con la de las puntocom. Si no recuerdo mal, se hincharon y explotaron a la par. Eran tiempos de récords de beneficios, de proyectos continuos, de inversiones multimillonarias de los grandes grupos de comunicación (plantas de impresión, teles, nuevas delegaciones). Entraba dinero a espuertas y los curritos de los medios nunca acabábamos de saber por dónde salía. Lo que sí que tuvimos claro fue que, apagadas las luces de la fiesta, nos iba a tocar pagar a nosotros los gastos. Bingo: la publicidad cayó en picado, los bancos no perdonaban las letras y había que rebajar, como fuera, la masa salarial. La de los de siempre.
Empezó entonces un calvario de ERE, ERTE, cierres y recortes salariales que hizo que, entre 2008 y 2013 se cerraran en España 280 medios y se perdieran 11.000 puestos de trabajo, lo que situó al periodismo como el segundo sector, solo por detrás de la construcción, en porcentaje de despidos durante la crisis. Esas cifras las recogió Mitjans en Lluita, una plataforma impulsada en Catalunya en 2013 por profesionales de varios medios inmersos en conflictos laborales (Ara, Avui, El Periódico, TV3, Catalunya Ràdio, El Mundo, El País, Sport…) con el fin de luchar juntos contra la precariedad que las empresas intentaban imponer. Yo estaba allí. Las condiciones laborales en El Periódico iban de mal en peor (habíamos perdido una capacidad adquisitiva del 30% y, pese a que la reducción salarial se compensaba con una reducción horaria, trabajábamos cada vez más, ya que éramos menos y la web nos obligaba a hacer más tareas, y menos periodísticas), pero a mí me preocupaba, sobre todo, la deriva ideológica del diario: cada día me costaba más reconocerlo. En esas fechas yo era miembro del Comité Profesional, que velaba por el cumplimiento del Estatuto de la redacción (ya saben, código ético, buena praxis profesional…), y las reuniones mensuales con el director eran cualquier cosa menos edificantes. Para no extenderme, diría que andaban entre darse cabezazos contra la pared y sudar para no perder de vista la bolita.
Sucumbí. Después de varias huelgas; de ver cómo en una de ellas los directivos pedían la protección de los Mossos para salir de la redacción, intentando criminalizar a quienes llevábamos todo el día luchando por la dignidad de nuestro trabajo en la calle; de comprobar que de nada servían las horas dedicadas a analizar coberturas, actuaciones, estrategias para hacer reflexionar al director sobre los errores cometidos (el número suscriptores ha caído un 38% respecto del 2017, y las ventas en quiosco, más del 12%: al margen de la tendencia del sector, algo se estará haciendo mal), porque enfrente había alguien que no veía a los representantes de los periodistas como aliados sino como amenazas, sucumbí. Primero, con mi dimisión como presidenta del comité. Mis compañeros quisieron dimitir conmigo, y nadie en la redacción nos tomó el relevo. El Periódico ha perdido un órgano importante de representación ante la dirección que quienes allí siguen deberían esforzarse en recuperar. Después, con mi marcha: el grupo planteó el enésimo ERE, la puerta se abrió, con indemnizaciones aceptables, y yo la crucé, rumbo a un futuro (incierto) en la enseñanza o el mundo editorial.
¡Qué valiente!, me dijeron algunos. No, de valiente nada: valientes son los que siguen luchando desde dentro, ya sea enfrentándose a directores sometidos al Ibex35, a obsesos del clickbait (¡menuda manera de banalizar la profesión!) o a salarios de apenas 1.000 euros al mes por todas las horas del mundo. Seguir trabajando por mejorar la vida de los demás (¿no es ese el sentido del verdadero periodismo?) cuando la propia pende del hilo de la precariedad es de héroes. Y los tenemos, y quienes no estamos hechos de esa pasta debemos cuidarlos.
El libro de Rubianes del que les hablaba al principio se titula A mí no me callan. A mí me han callado. Pero, por suerte, a muchos compañeros, no.
La deriva ideológica de El Periódico, ¡y tanto!
Hace una década era mi periódico, a día de hoy no lo reconozco. Parece de derechas.
Casi me produce vergüenza ajena si alguna vez le echo un vistazo.
En comparación ha hecho progresista a la Vanguardia, el diario conservador de toda la vida.
Supongo Imma que habrás leído el libro de tu tocaya Maruja Torres, periodista, catalana y con historia laboral paralela a la tuya, «10 veces 7».
«Valientes son los que siguen luchando desde dentro», creo que sí, pero en según que situaciones hay que ser muy fuertes, muy curtidos, no todos sabríamos.
No te han callado Imma, ni te vencieron, ni pudieron con tu dignidad.
Ahí está tu valioso potencial para seguir trabajando por mejorar la vida de los demás, personas con ideales, honestidad y preparación, hoy son más necesarias que nunca en todas partes.
Si yo hubiera tenido aptitudes y medios para estudiar, me hubiera gustado ser periodista,
crítica, comprometida y honesta, como vosotrxs, esa minoría.
A ellas no las callan:
MADRES CONTRA LA REPRESION.
(Habla Elena Ortega portavoz y madre de ALFON).
Somos madres de jóvenes antifascistas, comprometidos con lo que se denomina la izquierda más radical, la izquierda extraparlamentaria y que es organizada; madres de ‘Bukaneros’, de la coordinadora antifascista, de organizaciones marxista-leninistas y anarquistas. Poco después del 2000 nos encontrábamos con situaciones similares, tales como ir a la comisaría cuando detenían a nuestros hijos o ir al hospital cuando algún nazi los golpeaba. Y todo ello, a veces, lo pasábamos solas porque te encontrabas vecinos o familiares que te decían que era normal, porque tu hijo se juntaba con según qué grupos.
Todo tomó forma en 2007, cuando un neonazi asesinó a CARLOS PALOMINO en el metro. Tenía dieciséis años y se dirigía a una contramanifestación de los neonazis de Democracia Nacional en el barrio de Usera, de mayoría inmigrante. Era de Vallecas, muy amigo de mi hijo. Tomamos conciencia de la realidad. Conocíamos mucho al joven y nos hacía sentir muy mal el tratamiento que hicieron algunos medios. ‘Pelea entre bandas’, decían. Criminalizan al chico diciendo que era un radical antisistema y violento. Encima que lo asesinan … No lo podíamos consentir, por eso digo que nacemos de una necesidad. Fue entonces cuando nos organizamos.
En julio hará cuatro años que a ALFON se le detuvo la vida. A pesar de que lo ha pasado muy mal, porque al principio lo pusieron en un régimen especial, él ve muy claro por qué está en la cárcel. Escuchando como habla Jordi Cuixart, tenemos clara cuál es la actitud que se debe tener cuando se está en la cárcel. Y creo que mi hijo la tenía.
Él salía de casa para hacer de piquete informativo de la huelga general del 14 de noviembre de 2012, la que reclamaba la derogación de la reforma laboral. Pero es que no tuvo tiempo de incorporarse porque ya lo esperaban tres policías de paisano. Allí comienza el montaje. Le acusaron de llevar una mochila con un material explosivo. Él les dijo que esto lo acababan de recoger, que sabían que no era suyo. ‘Ya sabes cómo funcionan estas cosas, Alfon’, le dijeron. Quiero decir que cuando llegamos a juicio yo ya sabía que era un preso político. Es igual como esto que pasa aquí [señala el edificio del Supremo]. Siempre tuve claro que mi hijo era un preso político. Pero el día del juicio, con la escenografía y todo ello, se hizo evidente que era un montaje. Se justificó lo que era injustificable y lo único que querían era acallar voces, la capacidad de expresión. Así actúa el régimen.
Mi hijo fue un chivo expiatorio para aleccionar la juventud que se iba organizando, la que quería dar respuesta a las calles. Debían cazar uno para amedrentar a los demás.
El mismo trato mediático que tiene el juicio contra los presos catalanes. Si sale en algún medio es para criminalizar a los presos. Y justifican una utilización de un lenguaje que la gente se acostumbre a escuchar ‘separatistas’, ‘sediciosos’, ‘golpistas’ … . Si el caso del Alfon lo trataba algún medio mayoritario, como El País, el ABC o La Sexta, era para criminalizarlo.
Estos últimos años hemos mostrado nuestra solidaridad a las víctimas de la represión del Estado. Hemos ido a comisarías, juicios, hemos hecho actos, conferencias … Y claro que queremos la libertad de los presos políticos catalanes. No debemos olvidar que son juzgados por haber ejercido el derecho de autodeterminación, un derecho fundamental del ser humano. Recuerdo como lloré con las imágenes del 1-O. Con todo lo que hemos visto, no pensábamos que serían capaces de zurrar gente que hacía cola en un colegio para votar. Ese día fue un punto de inflexión. Y si no dices nada contra algo así, prepárate para cuando te pase a ti. Este es el mensaje que capté.
https://kaosenlared.net/16m-elena-ortega-quien-no-venga-a-la-manifestacion-debera-explicar-por-que-no-ha-defendido-la-libertad-cast-cat/