Cultura

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Este es uno de los cuentos que conforman 'Lo contrario de mirar', el último libro, recién publicado, de Ana Pellicer.

Imagen de portada del libro.

Yo representaba hasta cuando estaba solo.

Jean Paul Sartre

Soy una chica post. O debería ser una chica post. Y detesto ser una chica post.

Postfranquista. Nací en septiembre del 76. Una celebración de la democracia de mis queridos padres. El simbólico gesto de concebir hijos libremente para que nacieran en un país libre. Con la ingenuidad de que la libertad era eso.

Postfeminista. La hija de una mujer que sí se batió el cobre por sus derechos básicos, por tomar la píldora, por poder gritar, por equivocarse sola, por insultar a su padre, por sacar adelante a sus hijos con dignidad. Y nosotras superamos todos los complejos ridículos, todos los tabúes, todos los provincianismos. Niñas monas depiladas y con tacones y con desparpajo. Niñas con tatuajes que compraban juguetes eróticos y los llevaban puestos. Niñas que llegaban más tarde que sus hermanos. Niñas que creíamos, también con ingenuidad nominalista, que éramos como ellos. Niñas con techo de cristal.

Postfamilia. Con unos padres desinhibidos que se separaron, como correspondía, en los ochenta y que se pelearon todo lo posible y todo lo imposible. Esos médicos rojos que dejaban la sanidad pública y ya solo operaban en clínicas de mármol blanco y que machacaban a sus exmujeres, pobres intelectuales, pobres feministas, pobres defensoras de su altura moral, y se enrollaban con jovencitas que no habían oído hablar de ninguna de esas perogrulladas, ni de Barthes ni de Lacan y sí de los bolsos de Loewe. Padres que nos llevaban a esquiar a Baqueira un fin de semana para camuflar que no sabían el nombre de nuestra profesora ni de nuestros amigos. Crecimos con la idea de que la familia no era posible, pero quizá por eso todos nos pirrábamos por construir una (a cualquier precio y aunque fuera muy lánguida). La añoranza de la imagen de estabilidad convencional nos ha lanzado, a veces, en los brazos siniestros de las pesadillas impostadas.

Postmemoria. Porque, ¿qué era eso? ¿recordar qué? ¿pelear por qué? Teníamos de todo y podíamos soñar gratis con cualquier cosa. Para qué pensar que antes hubo otros que pelearon duro y que yacen malenterrados en las cunetas. Para qué recordar a Machado pudiendo ser ciberpunk. Ocultemos que el nuestro es un país de fosas casi infinitas y casi secretas.

Postizquierda. Defendiendo un proyecto sin contenido ideológico. Que no es izquierda ni es nada. Es solo la cristalización del ego desaforado y de la ambición de unos pocos: los más guapos, los más leídos, los más caraduras. El nicho de mercado de la izquierda da mucho dinero y los tiburones se lanzan a coparlo. Siguiendo ese proyecto, he pegado todos los carteles invisibles en todas las elecciones, he capitaneado manifiestos inservibles y vacíos, he coreado a las nuevas cachorritas de la izquierda, las que luego más han trabajado por destruir los valores verdaderos e intrínsecos de esa pobre izquierda a la que no reconoce ni la madre que la malparió.

Postmoderna. Creyéndome, a veces, el discurso descreído del “todo vale pero que sea mediático, que sea sexy”. Fascinada, a veces, por el gurú de esa puta nueva estética de la foto, de lo efímero, del telefonazo, de la falsa naturalidad. Asqueada, a veces, por la frivolidad y la irresponsabilidad de todo eso. Y qué sola.

Postecnológica. Porque ya no entiendo mi iPhone como un aparato ajeno sino como parte de mi manera de sentir, vivir y estar en el mundo. A mis amantes virtuales, doy fe, los disfruto tanto como a mi marido real.

Postdescaro, postcolonial, posthegemónica, postecologista, postmedescojono y postcasitodo. Postcasinada.

Postvictimismo, lo siento mucho, pero no me doy nada de pena.

Postrastornolímitedelapersonalidad, postanoréxica-bulímica, postdiazepan y posterapiasalternativas. El ego es un obstáculo y a la vez una necesidad. A mí, si me gusta mi psicoanalista, lo seduzco. Incluso, como es muy guapo, me atrevo a vivir con él sin miedo a que sepa leer mis caras y mi corazón. Además, nos provee de recetas por si nos apetece un atracón pre-post.

Post-trans-bi-pero: no tengo un blog sobre maternidad o moda o recetas de cocina, ni tengo Instagram. Aborrezco el exhibicionismo tan obsceno disfrazado de democracia multimedia. Aunque me apasiona llevar pestañas postizas, guardo para mí todos esos delitos y esos defectos. Prefiero mantener, si es posible, cierto pudor. O cierta gracia. No vaya a ser que la novelita cobre vida y luego nadie me reconozca o reconozca mi mérito. ¡Que soy yo! Y no una chica post cultivadora de esa moda de pseudoficción autobiográfica y semierótica a quien haya que darle toda la atención.

Que soy yo: simplemente una mujer en edad de ser valiente.

Cuento incluido en Lo contrario de mirar, publicado por la Editorial Sítara.


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