Feminisimo | Sociedad
Las mujeres que más “traicionan a los hombres de verdad”
La violencia contra las mujeres trans es una de las más frecuentes, despiadadas e invisibilizadas.
Tercera parte del capítulo escrito por Patricia Simón en el libro Todas. Crónicas de la violencia contra las mujeres (Libros.com). Puedes leer la primera parte aquí y la segunda aquí.
La figura esbelta y espigada de Elena parece emular la de los cipreses que la rodean. Cada noche, a eso de las once, deja a sus padres dormitando en el salón frente al televisor y se dirige al parque de su ciudad, de unos 200.000 habitantes, en el norte de España. Su corto pelo rubio platino y la fibrosidad de sus piernas le otorgan un aire juvenil que su rostro contradice y que ella rápidamente desmiente. «Tengo 56 años y llevo unos diez dedicándome a la prostitución. ¿Tú has visto alguna chica trans de mi edad trabajando de cajera en un supermercado o de camarera en algún restaurante? Entonces, ¿qué alternativa tengo?», me dice mientras caminamos hacia un rincón en el que no seamos tan visibles. A los proxenetas que vigilan a las mujeres nigerianas, probablemente víctimas de trata, no les gusta mi presencia.
Nos sentamos en un poyete sin que Elena dé muestras de tener urgencia por volver a la esquina por donde pasan los coches. «Desde jovencita me fui a otras ciudades y casi siempre trabajé como camarera en pubs y discotecas. Pero cuando pasé de los cuarenta ya no me querían. Así que tuve que volver a casa de mis padres. Imagínate, unos ancianos que no pueden figurarse lo que hago por las noches. Pero necesito el dinero. No puedo permitir que me mantengan, además tienen una mierda de pensión», me cuenta, sentadas muy cerca la una de la otra, mirándome a los ojos y haciendo hincapié en cada palabra. Quiere que la entienda, que las entienda.
La violencia contra las mujeres trans es una de las más frecuentes, despiadadas e invisibilizadas. Según una encuesta de 2014 de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales, el 60 % de los y las transexuales residentes en España se habían sentido discriminados en el último año, especialmente en el ámbito laboral. Todos los estudios rigurosos coinciden en que son el colectivo más marginado entre los más discriminados en todo el mundo: lesbianas, gais, transexuales, bisexuales e intersexuales (LGTBI).
«Durante la adolescencia me llamaban maricón, pero lo que yo sentía era desapego por mi género. Fue a los dieciocho años cuando me di cuenta de que quería transicionar», explica Berta, una joven asturiana de 23 años. «Ha sido muy difícil porque los tests que te hacen para aceptarte en los procesos de transición son muy estereotipados y te hacen preguntas como que si te gusta el fútbol. Si es así, interpretan que no te correspondes con el género femenino. Es más, si no te identificas al 100 % con uno de los géneros, no te aprueban y no te dan el tratamiento hormonal», explica desconcertada aún hoy Berta, consciente como cualquier persona iniciada en el tema de la identidad de género, que casi nadie se identifica puramente con uno de los dos.
«Cuando hablamos de LGTBI estamos refiriéndonos a identidades, visiones políticas sobre uno mismo para presentarse socialmente y defender los derechos. Pero en la práctica la gente tiene sexo, se enamora y se identifica o no con un género. Por tanto, no necesariamente tienen que definirse como gay, bisexual o heterosexual. Hay hombres que dicen que son heterosexuales y se acuestan con otros hombres. Es decir, tenemos que distinguir entre prácticas, identidades y expresiones de género, que pueden ser diferentes», puntualiza Rodrigo Araneda, psicólogo y presidente de la Asociación Catalana de Transexuales y Homosexuales Inmigrantes (ACATHI).
Precisamente por esto cuesta entender la situación a la que tuvo que enfrentarse Berta: «No me daban las hormonas porque decían que primero tenía que transicionar socialmente, pero no podía hacerlo sin que mi aspecto me lo permitiese». En la práctica esto quería decir que aquella universitaria con rasgos masculinos se enfrentaba a obstáculos gratuitos y tan básicos como no poder ir tranquilamente al baño de chicas de la universidad de Oviedo. «No iba porque sabía que podía incomodar a mis compañeras por mi aspecto masculino y al de hombres tampoco porque entonces sería yo la que me sentiría violenta. Así que salía del campus y entraba en uno en el que no me viera nadie». Este tipo de situaciones cotidianas, así como la incomprensión por gran parte de sus compañeros y profesores —que se negaban a llamarla por su nuevo nombre porque aún no se lo habían cambiado en el DNI—, llevaron a Berta a ausentarse cada vez más de las clases mientras se sumía en una depresión clínica. Terminó abandonando los estudios que va a reiniciar ahora en un módulo de Formación Profesional.
Berta no ha sufrido directamente violencia física por su condición trans. Pero sí tiene amigas que la han sufrido por parte incluso de familiares, que se negaban a aceptar su decisión. Donde sí son más habituales los ataques es en el ejercicio de la prostitución, no sólo a las mujeres trans, sino en general a todas las que la ejercen en la calle, en prostíbulos de categoría baja y media, así como en los pisos, esos agujeros negros que pueblan nuestras ciudades. He entrevistado a decenas de mujeres que viven de la prostitución. Salvo aquellas que pertenecen a la minoría absoluta de la prostitución de élite, todas me han narrado episodios de violaciones, agresiones y vejaciones sexuales y físicas.
Elena no es una excepción. «Vienen muchos hombres casados, que nadie se imaginaría que se acuestan con trans. Algunos de ellos son agresivos y se muestran despectivos durante el acto como si así quisieran negar el hecho de que se están acostando con alguien con pene. Pero la mayoría de las agresiones son insultos o alguna paliza por parte de pandillas de jóvenes que nos cogen en la calle».
La explicación de esta fobia está clara para Miguel Lorente. «El machismo las ve desde el desprecio de que sean mujeres, además de como hombres que han traicionado y despreciado su condición de hombres. Por eso la violencia es aún más fuerte contra ellas», analiza.
De aquellos polvos estos lodos.
El experimento de Franco con 50 mujeres en Málaga: en busca del «gen rojo»
Antonio Vallejo-Nájera, psiquiatra del régimen, analizó en 1939 a medio centenar de reclusas mediante encuestas sobre sexo y religión destinadas a demostrar «la perversión» de la izquierda.
Los perturbados psiquiatras del franquismo defendían que las mujeres participaban en política para satisfacer sus apetencias sexuales. El argumentario servía para señalar la necesidad de que la religión católica impusiera sus estrictas normas, por entonces canalizadas por la tenebrosa Sección Femenina, dirigida por Pilar Primo de Rivera con el objetivo de promulgar la sumisión ante los deseos masculinos: «Cuando tu marido regrese del trabajo, ofrécete a quitarle los zapatos. Minimiza cualquier ruido. Si tienes alguna afición, intenta no aburrirle hablándole de ella. Si debes aplicarte crema facial o rulos para el cabello, espera hasta que esté dormido. Si siente la necesidad de dormir, que así sea. Si sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo en cuenta que su satisfacción es más importante que la tuya».
«A la mujer se le atrofia la inteligencia como las alas a las mariposas de la isla de Kerguelen, ya que su misión en el mundo no es la de luchar en la vida, sino acunar la descendencia de quien tiene que luchar por ella».
https://www.diariosur.es/sur-historia/experimento-franco-mujeres-20190126170652-nt.html