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El discurso y el tratamiento de la ultraderecha en Alemania
Mientras en otros países la extrema derecha habla con mucha libertad y frivolidad del legado nazi, en Alemania las sensibilidades son mayores y la exaltación del nazismo constituye un delito.
Entre las muchas barbaridades que ha soltado Alexander Gauland, el copresidente de Alternativa para Alemania (AfD), destaca una frase que resume a la perfección la dificultad de la ultraderecha en Alemania. “Hitler y los nazis son solamente una caca de pájaro en los mil años de una historia alemana exitosa”, declaró en junio ante un congreso de las juventudes del partido xenófobo en el Estado oriental de Turingia. Los horrores de la dictadura nacionalsocialista, con el holocausto y las atrocidades durante la Segunda Guerra Mundial, son un capítulo negro que condiciona el debate político en Alemania hasta hoy. Mientras en otros países la extrema derecha habla con mucha libertad y frivolidad del legado nazi, en Alemania las sensibilidades son mayores y la exaltación del nazismo constituye un delito.
Los dirigentes de AfD son muy conscientes de los límites de su discurso de odio, tanto legales como políticos. No cuestionan los crímenes del nazismo pero intentan relativizarlos. “El principal problema es que se presenta a Hitler como un malo absoluto. Pero, por supuesto, sabemos que en la Historia nada es blanco y negro”, comentó Björn Höcke, el controvertido líder del partido en Turingia. Y su jefe Gauland reivindicó “el derecho de estar orgullosos de lo que hicieron nuestros soldados en las dos guerras mundiales”.
Frases como estas encantan evidentemente a neonazis y nostálgicos del Reich, pero apelan también a un sentimiento, un Zeitgeist, que se ha extendido en muchas sociedades, no solo la alemana: atacar la supuesta “corrección política”. Al igual que políticos de AfD atacan sin tapujos a inmigrantes, musulmanes, feministas y homosexuales quieren demostrar que se puede cuestionar el discurso establecido de rechazo y condena absoluto a la época nacionalsocialista. En las manifestaciones habituales de Pegida, contra la inmigración en la ciudad oriental de Dresde, se ven con frecuencia saludos nazis, como también ocurrió hace poco en la vecina Chemnitz, donde la protesta contra un asesinato cometido por un refugiado desencadenó en una auténtica caza de extranjeros.
Los movimientos de extrema derecha están presentes en todo el país y AfD ya tiene diputados en todos los 16 parlamentos regionales. Pero su presencia es especialmente fuerte en el Este, que económicamente sigue muy por detrás de la parte occidental casi 30 años después de la caída del Muro de Berlín. La sensación de ser un ciudadano de segunda entre muchos alemanes del Este, sobre todo hombres, explica en parte la xenofobia y el fanatismo. Pero algunos expertos también apuntan a la falta de formación histórica durante los 40 años de existencia de la República Democrática Alemana, ya que los comunistas no se consideraban responsables de las atrocidades nazis en su territorio. Mientras los alemanes del Oeste cargaron con la culpa del holocausto, en el Este todos se convirtieron en comunistas sin responsabilidad alguna en el pasado oscuro, como cuenta Anetta Kahane, una periodista nacida en la RDA, en su nuevo libro Después de Auschwitz: la herencia difícil de la RDA.
“El éxito de AfD tiene una dimensión social y cultural. No será posible contrarrestarlo solamente con políticas sociales. Hay un giro a la derecha ‘cultural e intelectual’, una polarización política que fue alimentada por la crisis de los refugiados”, resume un reciente informe de la Otto-Brenner-Stiftung, la fundación del influyente sindicato IG Metall. El partido ultra, que obtuvo el 12,6% de los votos en las elecciones federales de 2017 y al que los sondeos sitúan en torno al 15%, hasta ahora ha manejado bien el equilibrio entre mensajes a los elementos de extrema derecha sin perder de vista un electorado conservador aunque muy lejos de simpatizar con neonazis. Sin embargo, este discurso ambivalente se le está complicando a AfD por dos factores. El partido ultra teme que los servicios de inteligencia interior le pongan bajo observación, lo cual asustaría a muchos de sus votantes más moderados. Por ello, la directiva ha dado instrucciones a sus militantes para que se abstengan de declaraciones demasiado radicales y de convocar protestas junto con grupos ultra como Pegida. Lógicamente esto no gusta a todo el mundo. Unos 600 militantes del ala más a la derecha firmaron un comunicado que exige “el derecho a la libertad de palabra y un análisis independiente de las circunstancias políticas”.
El otro gran problema para AfD se llama Angela Merkel. Mejor dicho, el problema es que la canciller alemana ha anunciado su retirada de la política para 2021. “Merkel ha sido nuestra principal ayuda para captar votos”, admitió Jörg Meuthen, el otro copresidente de la formación junto con Gauland. En estos últimos tiempos, y especialmente desde la llegada de cientos de miles de refugiados a Alemania en verano de 2015, la ultraderecha ha conseguido aglutinar a sus seguidores detrás de la pancarta de “Merkel fuera”. En diciembre tres candidatos se disputan heredar la presidencia de la Unión Democristiana (CDU), a la que ha renunciado la canciller. Dos de ellos intentan ganarse el apoyo de los delegados con un claro giro a la derecha. Friedrich Merz, que ha vuelto a primera línea de la política después de pasar muchos años ejerciendo de alto cargo de empresas como el gigante financiero Blackrock, ha ido más lejos al poner en cuestión el derecho al asilo en la Constitución alemana. Merz copia el método de la ultraderecha. Solo pidió “un debate serio” sobre el tema y después se retractó defendiendo el derecho humano al asilo. Se llama dog whistle, emitir un pitido inaudible para la mayoría pero que llega a un determinado público. “Con este debate, Merz consigue lo contrario de lo que pretende. Es agua en el molino de AfD: una vez más el debate vuelva al tema de los refugiados, que es justo lo que quiere AfD”, comentó el diario conservador Rheinische Post.
Los medios de comunicación tienen parte de la culpa del auge de la ultraderecha. Primero, porque no siempre lograron el complicado equilibrio entre informar sobre abusos y crímenes cometidos por migrantes sin despertar resentimientos o xenofobia. Este dilema quedó en evidencia tras las agresiones sexuales múltiples cometidas en Colonia por hombres jóvenes de origen árabe contra mujeres en la Nochevieja de hace varios años. Los hechos tardaron días en salir en la prensa, cuando las redes ya ardían con comentarios sobre lo ocurrido. Ello alimentó la acusación de Lügenpresse, la prensa mentirosa. Por otro lado, durante mucho tiempo reportaron cualquier barbaridad retórica de dirigentes de AfD, como la relativización del nazismo, con gran excitación, dando así una gran plataforma a los ultras.
Esto ha cambiado, según concluye el citado informe de la Otto-Brenner-Stiftung: “El periodismo antes seguía el esquema de estímulo-reacción para responder con indignación a las provocaciones de AfD. Pero ya se ha aprendido la lección. Hoy la cobertura es más constante y menos brusca”. Pero la batalla propagandística continúa.
No hay qué olvidar nunca que en Alemania hay, en relidad, mas de dos ultraderechas. Una es la representada por Pegida o AfD. Otra es la ultraderecha difusa, compuesta por millones de alemanes que no pertenecen a ningún partido, pero qué son profundamente ultraderechistas.
Finalmente, esta la ultraderecha musulmano- yihadista o musulmano- fundamentalista, tanto o más peligrosa qué las otras. Todavía no es tan numerosa cómo las anteriores, pero, eso sólo es cuestión de tiempo. No todos los musulmanes qué están en Europa y en Alemania son extremistas, eso es seguro. Sin embargo, son bastantes. Además, y ahí está el peligro, por ordenes de los jeques árabes del Golfo, quiénes los financian, los imanes instruyen cciones avlas familias árabes a tener por lo menos 5 hijos. En esas condiciones, en uno 15 o 20 sños, habrán 200 millones de musulmanes en Europa. Se impondrá la Sharia y podremos decir adiós a 2.000 años de luchas históricas por la democracia, los DDHH y la justicia laica.
Esos imanes que predican la multiplicación, son los mismos imanes que, en las mezquitas de Europa, predican el odio hacia todo lo occidental y la obligación de los musulmanes de liquidar a los infieles.
El Brasil del ultraderechista Bolsonaro o cuando las ovejas eligen al lobo para que las proteja:
El nuevo Gobierno de Brasil destituirá a los funcionarios “con ideas comunistas”.
Aunque apeló a la unidad y prometió un Brasil sin discriminación, Bolsonaro, nostálgico de la dictadura militar brasileña (1964-1985), marcó su territorio al definir como prioritaria su agenda conservadora. “Vamos a unir al pueblo, valorar la familia, respetar las religiones y nuestra tradición judeo-cristiana, combatir la ideología de género… en definitiva, hacer que Brasil vuelva a ser un país libre de amarras ideológicas“.
Los derechos humanos, la diversidad y las relaciones étnicas también sufrirán en la legislatura de Bolsonaro. Durante la campaña electoral, el excapitán del ejército ya hizo declaraciones homófobas y machistas que ahora, una vez en el cargo, se traducen en el desmantelamiento de la Secretaría de Educación Continuada, Alfabetización, Diversidad e Inclusión (Secadi), que el Gobierno del expresidente Lula Da Silva había creado en 2004.
De este modo, también queda excluida la inclusión de lesbianas, gays, bisexuales, travestis, transexuales e intersexuales en la nueva política del Ministerio de la Familia, Ciudadanía y Derechos Humanos, cartera dirigida por la abogada en contra del aborto Damas Alves».
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Y mientras tanto Lula da Silva encausado sin pruebas.
Como la mayoría de los Presidentes de América Latina que hacían una política a favor de las clases más desfavorecidas, algunos están encausados sin pruebas y otros acusados tramposamente.
https://www.20minutos.es/noticia/3529460/0/bolsonaro-destituira-funcionarios-ideas-comunistas/
Alternativa para Alimañas