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“En lo identitario es donde la izquierda salta por los aires”
Entrevista a Pablo Gutiérrez, autor de 'Cabezas cortadas'.
Los diarios personales se escriben a menudo como válvula de escape. Si sus autores son verdaderamente honestos, aprietan el acelerador y dan rienda suelta a sus frustraciones, sus deseos inconfesables, sus fantasías. Un diario es una zona de voladura controlada. A veces, un espacio íntimo de violencia. María, la protagonista de Cabezas cortadas, escribe un diario horripilante donde vuelca sus miserias de española expatriada en Londres, de trabajadora en una empresa de comida rápida, de vecina de un barrio periférico, de víctima del acoso sexual, de inmigrante despreciada por casi todos, incluida ella misma. Por resumir, en la novela de Pablo Gutiérrez (Huelva, 1978) puede oírse la voz de Jean Genet enmarcada en el universo moral de Hijos de los hombres, de P.D. James. “Los dos referentes me gustan. Sí, María podría tener en común con Genet la atracción por la autodestrucción —acepta el autor—. Y estamos a las puertas del Brexit. Yo muestro la imagen de una Inglaterra amenazante en la que están surgiendo muchos recelos en cuanto a la extranjería, pero Hijos de los hombres es claramente una distopía. Esta novela apunta ahí, pero no llega a ese nivel”.
¿Es una novela escrita desde la rabia?
Sobre todo es una novela escrita desde el rencor de clase. Ese podría haber sido otro título para el libro, Rencor de clase, pero habría sido demasiado previsible. Hay una cólera que tiene que ver con la toma de conciencia en el sentido marxista. La protagonista se entendía a sí misma de una forma, y en un contexto social diferente al suyo se entiende de otra. Es también una forma de desclasamiento. Cuando uno tiene rencor es que tiene motivos de verdad para sentirse agraviado. La rabia es más irracional.
Pero ella busca voluntariamente ese desclasamiento.
Por eso está bien recordar a Genet, porque ella busca su propia desgracia, y en eso influye su educación católica. Fue educada en un catolicismo amistoso, humanista. Esa bondad no le deja margen de maniobra y, de alguna manera, echa de menos el castigo.
María tiene similitudes con el protagonista de otra de sus novelas, Democracia, que es un hombre que reacciona contra el desastre financiero optando voluntariamente por la marginalidad. ¿Qué tiene lo marginal para que le llame tanto la atención?
Me parece que es un territorio muy atractivo y no lo suficientemente explorado. Allí ocurren cosas más vibrantes y más difíciles de comprender. Creo que es un nutriente interesantísimo para la literatura. El lector de Cabezas cortadas y de Democracia, pero también de Los libros repentinos y de Nada es crucial [otras novelas suyas], no ha conocido la marginalidad, y por tanto las reacciones de los personajes les pueden parecer ajenas al concepto causa-consecuencia. En la marginalidad hay unos códigos que el lector biempensante no posee. Los protagonistas de estas novelas se ven excluidos de un sistema que se supone que era el conveniente para ellos y por eso toman la decisión de cambiar su código moral.
¿No cree que ha asumido demasiados riesgos con María, un personaje con el que es tan difícil empatizar?
Es que ella no busca la empatía. Está escribiendo un diario que no está dirigido a nadie más que a ella misma. Yo no puedo asumir el papel de narrador onmisciente porque le he cedido la voz gramatical. Y le parecerá medio mágico lo que voy a decir, pero esta voz se desarrolla de una forma que incluso a mí me ha sorprendido. Una vez que su psicología está creada, yo he intentado intervenir lo menos posible. Y si ella está produciendo este discurso autodestructivo es porque le importa muy poco la recepción del texto. Ahora bien, creo que el lector obtendrá una recompensa, y espero que esa recompensa sea el idioma, el estilo, que vendría a suplir la parte emocional.
La novela zarandea al lector/a y esa es su gran virtud. María, y perdóneme la expresión, es una hija de puta. Y es muy fácil sacar su voz fuera de contexto…
…y que te resulte racista, homófoba, agresiva. Yo diría que es una voz punki. Ella tiene un discurso contra la autoridad. La autoridad tiene muchas caras en esta novela, pero esencialmente yo diría que es una autoridad masculina: la figura del padre, la figura de Jesucristo o la figura, en abstracto, del Islam, que ni siquiera tiene rostro pero da igual. Sin tener rostro es un rostro masculino. Y la otra autoridad contra la que se rebela, y que es la clave de la historia, es la autoridad de la clase social. Por eso esta novela es rencor y es lucha de clases. Lo que a ella le pasa es que no pensaba que fuera una proletaria. Cuando descubre que en ese ambiente efectivamente sí lo es, y que además está en el escalón más bajo, es cuando todo estalla en su cabeza.
Chuck Palahniuk dijo en una entrevista que si escribía una cosa que le diera vergüenza que leyera su familia es que iba por el buen camino. ¿Ha tenido esa sensación escribiendo Cabezas cortadas?
Genet, Palahniuk… ¡Las referencias son muy apropiadas! [Risas] Sí, claro que he tenido esa sensación. Yo vengo de una familia católica. Somos seis hermanos y mi madre se quedó viuda cuando yo era pequeño. He conocido las comunidades cristianas y todo eso. Tengo dos hermanas que trabajan en colegios concertados, de jesuitas y salesianos. Imagínese. ¡Esto es una bomba doméstica! [Risas]. Ahora bien, si un autor escribe pensando en que lo va a leer su mamá, va muy mal. Porque corre el riesgo de ser complaciente, y eso es algo que yo no me permito.
La novela está planteada como un diario, y leer un diario ajeno siempre es un acto hiperviolento.
Claro, es un acto incómodo. Leer el diario de tu pareja, por ejemplo, violenta completamente esa relación. O el diario de tus hijos, donde te puedes encontrar cosas todavía peores que una infidelidad y que no querrías saber. Cuando lees las fantasías de María sabes que aquello va a acabar mal. No es que se vaya a convertir en una yihadista e inmolarse, pero fantasea con eso.
De hecho, disfruta enormemente hablando de montar un grupo terrorista feminista.
Sí, basado en el manisfiesto SCUM, que pasaría a la acción y que iría muchísimo más lejos que Femen. Son las páginas en las que ella se regodea describiendo con detalle lo que haría y fantasea con derribar el principio de autoridad con esas acciones terroristas.
En el texto se percibe un deseo de huir del relato ejemplar, de la novela moral.
Y sin embargo yo creo que soy un escritor muy moral. Siempre lo he sido. Lo que ocurre aquí es que al ceder la voz a un personaje, el relato moral está implícito. Casi actuaría como reacción. Es como en el Libro de buen amor: ¿ves a estos curas robando y acostándose con todo lo que se mueve? Pues esto es lo que no hay que hacer… pero mientras tanto nos divertimos enseñando lo que no hay que hacer. Yo coincido con Marta Sanz, que decía en su ensayo No tan incendiario que hay que desconfiar de los escritores que “plantean cuestiones”. No creo que la tarea del escritor sea proponer soluciones, pero el lector atento sí que verá el discurso que yo intento transmitir, y que habla de lucha de clases y de una generación que terminó los estudios al comienzo de la crisis y que se vio expulsada del país. Ellos se llaman a sí mismos “exiliados económicos” no “inmigrantes”. Hay dos millones de españoles viviendo fuera. Eso es casi una comunidad autónoma nueva, la comunidad del exterior. Solo en el Reino Unido hay 180.000, y esos son los registrados en el consulado. Probablemente hay muchos más.
Respecto a todo ese sufrimiento, ¿es que se nos ha olvidado que los que hacíamos la vendimia éramos nosotros?
Y la seguimos haciendo. Somos un país raro. Vivimos entre dos corchetes migratorios: el nuestro hacia Europa y el que se deja la vida en el Estrecho, respecto al cual nuestra tragedia no es comparable y para el que nuestra sociedad no tiene ninguna respuesta. Porque la izquierda huye de ese discurso y porque la derecha, que sí lo afronta, lo hace desde los peores presupuestos.
Una parte de la izquierda se ha apuntando a esas tesis.
El gobierno de Pedro Sánchez pretende dar marcha atrás a la Ley Mordaza pero manteniendo las devoluciones en caliente. Ese es un ejemplo.
Supongo que habrá leído el famoso artículo de Anguita, Monereo e Illueca.
Por supuesto, y demuestra que en ese tema a la izquierda se le rompen las costuras. Porque la lucha nunca fue la nación ni la bandera ni la patria, sino la clase social. Cuando se abandona eso, ocurre lo de Cataluña. Cuando abrazas un discurso identitario y no un discurso de clase, se te queda la misma cara de tonto que a Rufián. Porque no es sostenible. No es coherente.
Hombre, Rufián no es solo el ruido que hace, hay algo más detrás.
¿Sí? ¿Algo más que independizarse de los pobres?
Sí, independizarse del poder del Estado central, que es enorme.
Y de Andalucía y de Extremadura. Por eso es Esquerra la que tiene un conflicto. En ese sentido, la antigua Convergència no tiene ningún conflicto. Es peligrosísimo pensar: “Yo merezco más por ser quien soy”, y poner la línea de separación en Aragón. De la misma manera que es peligrosísimo poner la línea de separación en Marruecos. Ahí, en lo identitario, es donde la izquierda salta por los aires.
NOVELISTA Y MAESTRO
Gutiérrez, además de ser, según la revista Granta, uno de los autores en lengua española más interesantes de la actualidad, es profesor de instituto en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Acepta obedientemente su papel de funcionario y arremete contra el maestro contracultural y agitador de masas, “una figura nefasta”, asegura. Se entusiasma, por el contrario, con el programa oficial, que considera excelente. Este año su alumnado leerá a Bocaccio, Shakespeare, Ibsen, Bradbury o Salinger. “No está mal, ¿eh? Yo creo que les estamos dando mucho alimento”. Habla de Baroja y del Siglo de Oro con veneración y remata la entrevista citando el célebre verso del Cantar de Mio Cid: “¡Dios, qué buen vasallo si tuviese buen señor! ¿No le parece definitoria del alma española? ¿No hemos sido siempre así, buenos vasallos con malos señores?”
Esos «exiliados económicos» me imagino que serán los de las plazas que de la tarde a la mañana nunca más se supo de ellos. Se nos fué lo más despierto. ¡que lástima!
Unos se van otros llegan.
Yo preferiría que unos y otros lucháramos para cambiar las cosas socialmente en lugar de buscar mejores perspectivas económicas personales en otro país; pero el capital ha logrado imponer el individualismo y su política de sálvese quien pueda.
Mucha de la clase trabajadora he visto que no entiende que la honorabilidad la dan los valores y la sabiduría de la persona y no el trabajo que desempeña, y ves que la mayoría querrían ser encargados, o directores, o dueños de la empresa y que no serían mejores que éstos (a los que hoy critican).
Hay que hacer valer los valores, el alimento de la conciencia, no hay otro camino; pero tenemos un poderoso Goliat de adversario horadándonos sin cesar la mente y los sentidos con publicidad idiotizante y manipuladora, adoctrinando en falsos valores, en realidad en defectos como el egoismo, el individualismo, el consumismo innecesario e irresponsable.
Nos ha destruído como seres humanos.
Con el tema de Cataluña no puedo estar de acuerdo con tu opinión Gutíerrez.
YO TAMBIEN ME QUIERO INDEPENDIZAR DE ESTE PAISANAJE CON EL QUE NO COMPARTO IDEALES (si así se pueden llamar) NI AFINIDADES.
El tiempo pone las cosas en su sitio y Cataluña nos está dando, como no es la primera vez en la historia que lo hace, una lección de dignidad y de coraje.
Que peor nacionalismo que el FRANCOFASCISTA español; pero es el que le va al paisanaje del que me quiero divorciar.
(En Andalucía me han dicho que hasta en los semáforos se nota ya el «cambio» con toros y crucifijos)
«Y hablaremos de vida» Edit. Txalaparta. Conferencias de Anna Gabriel. Un libro que te encantaría y te recomiendo leer.