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La crisis de las aerolíneas inquieta Islandia diez años después de la bancarrota nacional
El país ha cambiado profundamente desde 2008, pero hay muchos aspectos de la realidad social, económica y política que pueden interpretarse como un 'déjà vu' de lo que sucedió ahora hace una década.
ÈRIC LLUENT / EL FARO DE REYKJAVÍK //“Queridos pasajeros: la aerolínea Primera Air y los códigos IATA PF y 6F han sido suspendidos hoy 2 de octubre de 2018. En nombre del equipo de Primera Air, agradecemos vuestra lealtad. En este día triste nos despedimos de todos vosotros”. Con estas palabras, la compañía propiedad del islandés Andri Már Ingólfsson se declaraba en quiebra y anunciaba el fin de sus operaciones. La bancarrota ha dejado un agujero de 11,5 millones de euros en las cuentas de Arion Banki, el único banco privado de Islandia en la actualidad.
Desde 2008, los otoños en Islandia son distintos. La llegada de las primeras nieves y la bajada generalizada de las temperaturas trae a la población islandesa los recuerdos de un mes en el que el sueño dorado se desvaneció. La memoria de esa tarde del 6 de octubre en la que todo cambió. Ese Guð blessi Ísland (Dios bendiga Islandia) con el que el entonces primer ministro, Geir Haarde, acabó un discurso que quedaría grabado en la memoria colectiva de la nación. Aquel día la ciudadanía islandesa conoció las noticias sobre la quiebra inmediata de los tres principales bancos del país, Kaupthing, Glitnir y Landsbanki, y la más que probable bancarrota del Estado.
Se desató entonces el pánico absoluto y un silencio deprimente recorrió durante unos días la capital del desastre, Reykjavík, como antesala de una ola de protestas que forzaron la dimisión del primer ministro pasado el año nuevo. Desde entonces, los mitos sobre Islandia se han reproducido por todo el mundo, dibujando un país ideal, ejemplar, utópico, una nación que supuestamente ha demostrado que una alternativa al sistema económico imperante es posible. Pero, ¿realmente es así? ¿Cómo es Islandia diez años después del colapso financiero?
Sin duda, Islandia ha cambiado profundamente desde 2008. Su Parlamento ahora está mucho más fragmentado. Actualmente, ocho formaciones tienen representación en la cámara legislativa, tres más que hace una década. Existe un mayor sentido crítico ante el poder gubernamental y los propietarios de las grandes empresas. La prensa independiente, liderada por publicaciones como Stundin o Kjarninn, se ha hecho un hueco entre los todopoderosos Morgunblaðið y Fréttablaðið. El sector financiero ya no es el principal motor de la economía, habiendo dejado paso al turismo como sector revulsivo. Islandia en 2008 perdió la inocencia.
Pero hay muchos aspectos de la realidad social, económica y política de este país que pueden interpretarse como un déjà vu de lo que sucedió ahora hace una década. Los dos partidos que impulsaron el nepótico proceso de privatización que fue el germen de la bancarrota, el Partido de la Independencia y el Partido Progresista, siguen en el gobierno, ahora junto a la Izquierda Verde. La corona islandesa sigue siendo fuente de inestabilidad constante, las burbujas continúan caracterizando la economía nacional y las élites empresariales siguen alardeando de su amor por el riesgo. Y, a pesar de los intentos de refundación, se mantiene la constitución de 1944.
Puede parecer paradójico que, después del mayor boom turístico que jamás ha experimentado el país, las compañías aéreas estén en riesgo de bancarrota. Hasta 2011, Icelandair tenía el monopolio del sector aéreo islandés, pero fue entonces cuando apareció en escena Skúli Mogensen, un conocido inversor local que tenía un sueño, reventar el mercado para ofrecer una alternativa de transporte aéreo lowcost. Así nació Wow Air, una compañía que desde sus inicios ha llevado a cabo una política de precios insostenible que, tras el aumento de los costes del combustible y una frenada en el incremento anual de pasajeros, ha situado el sector de las aerolíneas islandesas al borde del abismo.
El pasado agosto, Wow Air anunció la comercialización de bonos para refinanciar su deuda por valor de 47,7 millones de euros. La idea de Skúli Mogensen es continuar la refinanciación de su empresa mediante una oferta pública de venta para salir a bolsa en 18 meses por un valor máximo estimado de 260 millones de euros. Pero por si las turbulencias financieras no fueran poco, Wow Air ha sido considerada este año como la peor compañía del mundo según el portal especializado AirHelp, que toma en consideración la puntualidad, la calidad del servicio y los procesos de reclamación de 72 compañías aéreas internacionales.
Por su parte, el presidente de Icelandair, Björgólfur Jóhannsson, presentó su dimisión el pasado agosto debido a las malas previsiones para este 2018 y a su incapacidad para asegurar los beneficios previstos a inicios de año. Pero lo más preocupante para la compañía está ocurriendo en la bolsa. En los últimos seis meses, las acciones de la Icelandair han perdido un 53,89% de su valor, un golpe durísimo para uno de los estandartes del sector islandés de los negocios.
Diez años después de la gran bancarrota nacional, la crisis de las aerolíneas inquieta Islandia. El modelo económico neoliberal sigue intacto como referente de la élites islandesas que han apostado por el riesgo y la incertidumbre, dejando de lado la planificación, la estabilidad y el interés general. En un país tan pequeño como Islandia, con 350.000 habitantes, la bancarrota de una sola gran empresa puede debilitar significativamente el sector bancario y, por extensión, afectar negativamente a la totalidad de la economía nacional. Y mientras las dos aerolíneas luchan por sobrevivir y procuran perjudicarse la una a la otra, en las calles, en los bares y en las piscinas, a medida que se acerca el décimo aniversario de la gran catástrofe financiera, cada vez es más habitual escuchar a la ciudadanía de a pie quejándose de que los políticos y los empresarios locales, de 2008, no aprendieron nada.
Artículo publicado originalmente en El Faro de Reykjavík
Benditas quiebras de bancos y de aerolineas, siempre que no las pague el pueblo como aquí.
Islandia perdió la inocencia; pero eso no basta. Ahora tiene que empezar a actuar.
El pueblo decide; (pero que sea con más sabiduría que el español, por favor). los gobiernos obedecen.
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