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“El revuelo sobre la tesis de Sánchez también revela la perversión de la prensa”
Sebastiaan Faber, catedrático de Estudios Hispánicos en Oberlin College, analizó durante meses el caso de la ya famosa tesis doctoral del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, entre finales de 2014 y principios de 2015.
Sebastiaan Faber, catedrático de Estudios Hispánicos en Oberlin College, analizó durante meses el caso de la ya famosa tesis doctoral del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, entre finales de 2014 y principios de 2015, cuando aún no era pública. Sí, hace tres años. Junto con otro investigador que prefirió mantener el anonimato para evitar problemas relacionados con su situación laboral, Faber resumió las conclusiones en un artículo publicado en La Marea, en el que ya sostenía que, aunque la calidad del trabajo no era de excelencia y el tribunal no tenía suficiente peso académico, no era un plagio, como han publicado varios medios de comunicación estos días, con ABC a la cabeza.
¿Por qué investigó sobre la tesis de Pedro Sánchez?
Fue una casualidad. En 2014 estaba cenando en Madrid con algunos amigos cuando alguien dijo que Sánchez, que acababa de ser nombrado secretario general del PSOE, había defendido la tesis en una universidad privada, y además en la Camilo José Cela (UCJC). La idea nos pareció graciosa —también, claro, por la figura estrafalaria que fue el propio Cela—. A mí me fascinaba la aparente necesidad de los políticos españoles de mejorar su imagen recurriendo al prestigio académico. Cuando llegué a casa, me entró la curiosidad de ver la tesis. Primero, me sorprendió que no estuviera disponible en un repositorio digital y más que la UCJC ni siquiera dispusiera de un repositorio de ese tipo. Después, cuando hice una simple petición de préstamo interbibliotecario, me la negaron. Fue un incentivo para seguir investigando, junto con mi coautor. Desde el comienzo, las reacciones de la Universidad y del entorno de Sánchez nos dieron la impresión de que se intentaba ocultar algo.
¿Qué opina del revuelo?
Es obvio que fue un montaje de determinados medios para distraer del escándalo —mucho mayor— de los másteres de Cristina Cifuentes y Pablo Casado. La tesis de Sánchez no fue buena; la hizo en muy poco tiempo, la defendió ante un tribunal de muy poco peso académico y el libro que sacó tiene rasgos muy extraños. Pero la hizo. El caso de Casado es muy diferente: fue un diploma regalado directamente. Comparto la opinión de muchas de mis colegas españolas de que esa perversión de las normas académicas es muy preocupante. Pero lo que demuestra el comportamiento de los medios en torno a la tesis, sobre todo de periódicos como el ABC, es que, como institución, también la prensa es perfectamente capaz de pervertir su propia deontología.
¿Cree que habría que modificar el modo de evaluación?
No soy quién para juzgar, en términos generales, cómo se hacen las cosas en España. Me consta que hay muchísima gente muy capaz trabajando en el entorno universitario, aunque los casos que han salido a la luz quizás demuestren que la calidad del trabajo no es precisamente debida a los sistemas de evaluación sino que existe casi a pesar de estos. En mi propio campo, que es la filología, sé que se producen trabajos de investigación, tesis incluidas, extremadamente rigurosos y originales. También me consta, por lo que me cuentan mis colegas, que la universidad española tiene muy serios problemas para incorporar —y una vez incorporados, remunerar— a investigadores/as y docentes jóvenes y ya no tan jóvenes. Por falta de fondos y falta de plazas; pero también por prácticas de contratación bastante problemáticas. Es significativo en ese sentido que le dijeran a mi coautor en la investigación sobre Sánchez que no podía asociarse a ella sin perjudicar su futuro profesional en la universidad española. Según lo que veo, son problemas ya antiguos que la introducción de las reformas de Bolonia no ha resuelto, más bien al contrario. Pero, como digo, no soy yo quien pueda juzgar todo eso. Me remito a un manifiesto que salió en abril, redactado y suscrito por colegas españoles: “Dejarlo todo en unas cuantas ‘manzanas podridas’ excepcionales es de un eufemismo miope: las prácticas de corrupción y tráfico de influencias que sustentan este caso son bien conocidas por cualquier académico. No son una excepción sino prácticas corrientes. Lo que sucede es que nadie habla de ellas en público y muchos prefieren no admitir su proliferación”.
¿Nos debería entonces preocupar la falta de rigor en las universidades en general?
Lo que nos debería preocupar es cómo la corrupción política está erosionando la integridad de otras instituciones esenciales para la salud democrática. No solo la universidad sino también la prensa o el sistema judicial.
En un libro suyo sobre la historia del hispanismo en EEUU y Gran Bretaña contrapone el rigor científico a la hispanofilia.
Ese libro, de 2008, se pregunta qué es lo que hace que una persona no española acabe dedicando su vida profesional al estudio de España. También investiga cómo impactó la Guerra Civil a los hispanistas que ya eran activos en 1936, como Allison Peers, o que empezaron su actividad hispanista gracias a ella, como Gerald Brenan y Herbert Southworth. Planteo que en el hispanismo hay una tensión constante entre tres elementos: el rigor académico (la disciplina), el amor por España que puede tener un extranjero (la hispanofilia) y la posición política de uno (el compromiso). Concluyo que la hispanofilia y el compromiso político siguen teniendo una presencia importante en la visión que tienen los extranjeros que se dedican al estudio académico de lo ibérico. Pero también digo que esa presencia no necesariamente afecta al rigor negativamente; no hay labor académica en las humanidades y las ciencias sociales que no esté impulsada, junto con la búsqueda de la verdad, por factores afectivos o políticos. Esto también es obvio en los historiadores españoles que se dedican a estudiar el pasado de su país, por más objetivos que algunos se crean.
¿Y cómo ha influido eso en el ‘relato oficial’?
A estas alturas no creo que haya ya ‘relato oficial’ de la historia o cultura españolas. El libro sobre los hispanistas espero que ayude a comprender mejor cómo se ha desarrollado el hispanismo anglosajón y por qué tiene un papel tan curioso, todavía hoy, en España. Me parece que hay pocos países europeos, por ejemplo, donde la opinión de los expertos extranjeros tiene tanto peso en la esfera pública. Los ejemplos de Stanley Payne y Paul Preston son ilustrativos. ¿Por qué se les confiere tanta autoridad? Tiene que ver con el impacto del franquismo sobre la universidad española, claro. Pero también hay otros factores. Empezamos esta entrevista hablando de cómo algunos políticos recurren a la universidad para revestirse de prestigio o legitimidad. Me parece que algo así ocurre con los hispanistas: sirven como fuentes de legitimación en luchas internas españolas por el ‘relato oficial’. También lo hemos visto en la crisis catalana, donde el apoyo desde fuera de España ha valido su peso en oro. Ahora bien, también es lógico que ese prestigio que la opinión pública confiere a los expertos extranjeros cause algún malestar entre los expertos domésticos, a quienes la actitud de los hispanistas puede parecer equivocada o arrogante. Y a veces lo es. A mí esas peleas me interesan mucho y pueden ser productivas.
Como la que mantuvo en La Marea con Javier Cercas.
Sí. Mi último libro, que trata de las batallas de la memoria histórica en España, contiene algunos textos de tono bastante polémico. También lo ha sido su recepción, por ejemplo en una revista no precisamente izquierdista como es la Revista de Libros.
¿Qué ha pasado?
Mi libro se aproxima críticamente a la obra de escritores e intelectuales relativamente prominentes, no solo Cercas, también Antonio Muñoz Molina, Santos Juliá, Andrés Trapiello, Gregorio Morán o Javier Marías. La reseña, por lo demás muy sólida, cuestiona el valor de mi método polémico frente a lo que podría haber sido una aproximación más académica, más tradicional. También acaba por acusarme de arrogancia. Creo que sería bueno que los hispanistas extranjeros nos involucráramos más activamente en los debates públicos españoles, en lugar de dedicarnos a escribir densos artículos en inglés que nadie en España lee. Según el reseñista, yo digo –arrogantemente– que únicamente los hispanistas extranjeros somos capaces de rescatar el debate público en España, y que “al parecer, al sistema universitario español hay que darlo por perdido”, agregando que también en las universidades extranjeras hay “nepotismo y mediocridad”. Pero yo digo más bien lo opuesto. Nunca se me ocurriría dar por perdida la universidad española, aunque hablo en forma positiva de iniciativas que salen del recinto universitario, como La Universidad del Barrio y el Colectivo Contratiempo. En realidad, lo único que propongo es que haya una alianza más intencional entre los que estamos fuera y los que están dentro para luchar juntos por una universidad mejor, más comprometida y más involucrada con la sociedad civil, por ejemplo –pero no solo– en temas de memoria histórica.
¿Usted es hispanista por vocación?
(Ríe) ¿Por qué, si no?
Parece que un compañero hizo el grueso de la escritura, y no el doctorando. Escrito esto, nada que ver con que te regalen la carrera sin asistir. los doctorados solo sirven para dar clases en la universidad o darse lustre en el curriculum, los masters, antes licenciaturas, capacitan para ejercer profesiones. En otro país Casado hubiese sido, como poco, y aún prescribiendo los delitos, inhabilitado para la profesión, salvo que probase con nuevos exámenes, orales y públicos para evitar sospechas el conocimiento de las materias
Gracias, Sebas! Siempre un placer saber que estás ahí.
¿Qué otra cosa se podría esperar del ABC, la Razón, y con más sutileza el Mundo, el Español? y otros que los «socialistas» del PSOE tienen por democráticos.
Difama, difama, que algo queda.
La maniobra con la intención de equiparar a Sánchez con Casado y Cifuentes en relación con sus respectivos masters la ha visto todo el que no se niega ver.