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Viñedos y variables en la fila 13

"Cuanto antes asumamos que nuestras acciones, traducidas en hábitos de consumo, tienen consecuencias, antes empezaremos a consensuar medidas".

Debajo del sol abrasador, a más de 30 °C en la sombra y dos meses sin lluvia, tanto la vid como yo nos sentimos a gusto. Nos recuerda al clima de casa. Calor y sequía. Pero los dos estamos muy lejos de casa. Estamos en Suecia.

Las palabras vienen de la fila 13 del viñedo de Åhus. Un pueblo costero del sureste de Suecia, donde colaboro con la cooperativa Åhus Vingård en un viñedo que gestionan. Hace 20 años, cuando este grupo de entusiastas iniciaron el proyecto, fueron considerados unos bichos raros en medio de las granjas de patatas. En fin, Åhus es mundialmente conocido por dar el lugar a otra bebida. Una más propia de estas tierras (donde se fundó y tiene su sede la Absolut Vodka).

Hace dos décadas, empezar un viñedo en Suecia quizá se parecía más a un capricho que a un proyecto, pero hoy ya no lo es. Actualmente, son más de 70 bodegas registradas y hay otros 200 entusiastas con potencial de convertirse en proyectos comerciales.

Históricamente, esta es la tierra “bárbara”. Al menos en términos vitinícolas. Estamos muy por encima del río Mossel, en Alemania, una línea imaginaria durante siglos considerada la frontera natural del vino. La uva no soporta largos trayectos, simplemente porque se estropea. Por esta razón, los romanos optaron por cultivar viñedos cerca de sus asentamientos a lo largo del Imperio y poder así abastecerse del vino en todo su territorio. Hasta el río Mossel llegaron y se pararon. Por encima de allí la viña no crecía y por lo tanto los romanos no construían sus asentamientos.

Durante los últimos dos milenios esta fue la frontera que delimitaba la zona vitivinícola de la barbarie. Pero, a este paso, las condiciones climatológicas parecen invertir los polos. El cambio climático amenaza con convertir en la barbarie las tierras al Sur del Mossel. En fin, a la vid tampoco la gusta el clima desértico que poco a poco se está apoderando del Mediterráneo. Al mismo tiempo, el clima escandinavo cada vez más empieza a reflejar características de las latitudes mucho más hacia el sur. Según fuentes académicas, el sur de Noruega hoy en día experimenta las mismas condiciones climáticas que la Champaña francesa en los siglos pasados.

Algunos avisan de que el calentamiento global podría alterar drásticamente el mapa mundial del vino. El fenómeno empuja a los viticultores a conquistar nuevas tierras, moviéndose cada vez más hacia los polos. Temperaturas cada vez más altas, acompañadas de una disminución en la precipitación durante el verano generan condiciones precarias para el cultivo de la uva.

Por ello, la razón que explica el boom del vino en Suecia no hay que buscarla en la pericia granjera, los sofisticados abonos o las técnicas modernas de cultivo. Mucho más que esto, el responsable principal se llama Antropoceno. Es el nombre que lleva la época geológica propuesta por parte de la comunidad científica para suceder o remplazar al periodo geológico que generó condiciones óptimas para el desarrollo de nuestra especie. Tras 10.000 años, el Holoceno se acabó. En su lugar pusimos el Antropoceno. Y no lo digo solamente por el hecho de nombrarlo. Este es el primer periodo en miles de millones de años de la vida de la Tierra en el cual una sola especie fue capaz de influir el clima. Sí, nosotros mismos y solitos nos apañamos de revertir procesos que el universo y la naturaleza tardaron una eternidad de crear y equilibrar.

Hemos llegado a un punto donde, independientemente de lo que hagamos hoy, las temperaturas experimentarán un incremento global de 0,65°C hasta el año 2030. El dato es el comparativo con las temperaturas medias del periodo 1980-1999. El periodo en el que fueron acordadas una serie de medidas y políticas cuyo objetivo era reducir las emisiones del C02 y consecuentemente reducir el calentamiento global y asegurarnos que se mantengan por debajo de los 2°C de aumento.

Ni caso.

Una actitud parecida a aquella de un expresidente del gobierno español cuando, molesto por las señales de tráfico que avisaban sobre los peligros de conducir bajo efectos de alcohol, dijo aquello de “¿Quién te ha dicho a ti?,…. ¡Eh!,… las copas de vino que yo tenga o no tenga que beber”, nos ha llevado a perder varias décadas.

El dato de 0,64 °C es una proyección optimista. Todavía por debajo del umbral de los 2°C, pero esto es solo la proyección para la próxima década. Basados en las tendencias actuales todas las proyecciones pronostican que para el año 2100 pasaremos el umbral. El escenario optimista pronostica 2,4°C, mientras que el pesimista pronostica un incremento de 6,4 °C. Cualquier de los dos es malo. Ambos sobrepasan el punto por encima del cual entramos en el mundo de cambios de consecuencias catastróficos para la vida humana. Un umbral detrás del cual de las dos opciones que tenemos hoy en día solamente quedará una.

Las opciones son: mitigar los efectos o adaptarse. Te lo dejo a ti, estimado lector, deducir cuál es la que nos quedaría.

Tres cosas influyen en el clima: la radiación solar, la reflectividad de la Tierra y los gases invernaderos (en los artículos futuros me detendré más en los detalles).

No existen pruebas de que las dos primeras hayan variado considerablemente. Sin embargo, existen pruebas abrumadoras de que la tercera ha cambiado de forma alarmante. Y lo hizo principalmente gracias a una variable relativamente nueva para su historia. El ser humano.

Esta es la principal incertidumbre que afrontamos. Hoy en día tenemos modelos bastante fiables para plantear escenarios probables y en respuesta buscar soluciones apropiadas. Pero en todos los escenarios aparece esta misma variable incalculable.

Nadie sabe qué haremos. Puede ser que de forma milagrosa encontremos soluciones que acaben con el cambio climático. Pero también puede ser que nos pasemos de listos. Así que tenemos la opción de tomarlo muy en serio y hacer más predecible la variable. O dejar que la Tierra se autorregule, aun sabiendo que el resultado puede ser que la variable quede eliminada.

Si fuera supersticioso diría que el número 13 de mi fila en el viñedo es un mal augurio. No lo es. Igual que no es casualidad que muchos de los que niegan el cambio climático creen en maldiciones y bendiciones. No hay malos augurios. No hay maldiciones y bendiciones. Solamente hay acciones y consecuencias. Cuanto antes asumamos que nuestras acciones, traducidas en hábitos de consumo, tienen consecuencias, antes empezaremos a consensuar medidas para transformar en comportamiento lo que hoy en día no pasa de buenos deseos.

Boris Matijas, nacido en Yugoslavia, escribe en castellano y vive en Suecia. Es escritor, consultor y, siendo un gran amante del mundo de la letras, cartero ocasional. Actualmente está cursando el Máster de Estudios Medioambientales y Ciencias de Sostenibilidad en la Universidad de Lund, Suecia. Es autor de los libros Cuenta siempre contigo (Premio Feel Good) y Conectar los puntos, Inventar lo posible (Plataforma)

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Comentarios
  1. Estoy completamente de acuerdo. Hace falta tomar consciencia de la magnitud del cambio que estamos provocando y las consecuencias que en un futuro no tan lejano tendremos que soportar. Aún estamos a tiempo para paliarlo, pero el tiempo, sin la voluntad política y ciudadana, se nos acaba.

  2. Desde un par de años para acá el sol me quema ya en mayo y además debajo de la ropa.-
    Como última medida tenía pensado emigrar más al norte, pero por lo que cuentas en el artículo, veo que el karma que hemos generado con el Planeta nos persigue allá donde vayamos, vamos, que no vamos a tener escapatoria.
    Una persona joven puede resistir estos calores bárbaros; pero ¿y los ancianos, y los enfermos y los niños y los débiles?. Todos los veranos muere más gente por exceso de calor; pero ni así, ni crisis de por medio, tenemos voluntad y sensatez para cambiar nuestros nefastos hábitos. Nuestro lento autosuicidio.

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