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Nicaragua y el eterno dilema de la izquierda
"Asistimos a la amenaza de que todo aquello que tuvo de honorable y justa la revolución sandinista se diluya definitivamente con la represión que está llevando a cabo Ortega", escribe Emilio Polo.
Emilio Polo* // Miguel se empezó a interesar por Nicaragua en los años ochenta del siglo pasado. Fue en la universidad. Una de sus mejores amigas durante esos años le hablaba sobre la revolución sandinista. Miguel, además, gracias a su militancia en el partido, conoció a muchas personas que habían pasado por Nicaragua y le hablaban de cómo un pueblo empobrecido y oprimido logró vencer al ogro, Somoza, y echarlo para siempre. Le fascinaba acercarse a la historia de resistencia de un movimiento popular frente a las múltiples acometidas de la administración norteamericana para derrocarle. Qué importante era para el imaginario colectivo pensar que lo allí ocurrido podría servir de ejemplo en otros lugares de la región.
Años más tarde, a finales de siglo, logró ir a Nicaragua a través de brigadas internacionalistas solidarias. Descubrió cómo la revolución sirvió para dar herramientas a la población en salud o educación que ni por asomo podrían soñar otros países de la región como Guatemala, Honduras o El Salvador. Por eso, aunque es consciente de las contradicciones y excesos que han surgido desde entonces, también sabe a ciencia cierta que las diferentes administraciones del país del norte han hecho todo lo necesario para acabar con cualquier gobierno que sea contrario a sus intereses. Esto acaba por convencerle una vez más. Ortega no es perfecto, pero hay que cerrar filas ante la amenaza imperialista. No se le puede dar munición al enemigo. Y se convence por varias vías. Vías que van desde sus experiencias en la comisión de derechos humanos durante el golpe de Honduras, donde queda más que evidente la responsabilidad norteamericana en el derrocamiento de Zelaya, hasta lecturas de las obras de Gary Webb y Nick Schou, donde se relata cómo la CIA inundó de crack los barrios más pobres de Los Ángeles con el fin de financiarse y derivar fondos a la Contra Nicaragüense para derribar al gobierno sandinista.
Ahora, ante los acontecimientos que se suceden día tras día en el país centroamericano, Miguel se enfrenta al dilema de si hace suyos argumentos que pretenden justificar la actitud del gobierno de Ortega para no dar munición al enemigo ideológico o deja de mirar para otro lado y asume la responsabilidad de denunciar las medidas de terror por parte del gobierno hacia la población civil a las que asistimos estas semanas.
Como Miguel, muchas de las personas que fuimos atraídos por la revolución sandinista asistimos alarmados ante los acontecimientos que se desarrollan estos días en Nicaragua. Las hay, como yo, que sabíamos que Ortega y Murillo hacía mucho tiempo que no representaban los valores de aquellos otros tiempos que prendieron en el imaginario colectivo una luz de libertad y esperanza para los pueblos oprimidos de Centroamérica. Y lo sabíamos desde que pactaron con las posiciones más neoliberales o con los sectores más conservadores del país. Lo sabíamos cuando echaron a la hoguera los derechos de las mujeres para contentar a las posiciones religiosas más ultraderechistas. Y sabíamos más cosas y pocas buenas. Como que cualquier persona de trayectoria intachable era, por oponerse a la deriva autoritaria de Ortega, acusada de contra revolucionaria. Porque no debemos olvidar, como decíamos, que se puede justificar cualquier cosa, menos la de dar munición al enemigo.
Y llegamos al día en que las personas al frente del gobierno, que dice ser el faro que sigue alumbrando la otrora revolución, logran tener una posición de privilegio personal gracias al control total de las instituciones en una sociedad aún castigada por la desigualdad, al mismo tiempo que, con argumentos mesiánicos, mandan matar a las personas que protestan en las calles. Un claro ejemplo de ejercicio de violencia simbólico-cultural que precede al asesinato. Señalando a quien sale a la calle como una suerte de minoría siniestra llena de odio que busca un golpe de Estado, se da el paso necesario que precede al exterminio. Para completar el ciclo del horror, estas masacres se llevan a cabo bajo el relato que tantas veces hemos escuchado los que hemos transitado por América Latina y que nos hunde en un pozo de amargura cuando se proclama desde un gobierno que se dice del pueblo: es necesario traer la paz de nuevo a las calles haciendo un ejercicio exhaustivo de limpieza social a través de escuadrones paramilitares que actúan encapuchados, esto es, los verdaderos patriotas.
Y de repente, de este lado del mar, poco más de 60 años después, de nuevo Hungría, los campos de trabajo soviéticos o Argelia y los debates de la izquierda. De nuevo, Sartre o Camus sobrevuelan las discusiones sobre qué decir, más que sobre qué hacer. Aunque ahora, las discusiones a años luz del alcance intelectual de aquellos ante dilemas similares. La razón de estado como fachada de la represión. Gomulka decía sobre la barbarie de Hungría que fue un acto correcto y necesario. Igual que los que defienden ahora la represión en Nicaragua porque es correcta y necesaria. Correcta porque se aniquila al enemigo interno y necesaria para mantener viva la revolución. Argumentos que le valdrían a Balzac para añadir algún que otro capítulo a sus Ilusiones Pérdidas, obra que se está convirtiendo en un libro de cabecera de todas aquellas personas que asisten a una época de desilusiones que les arrojan bien lejos del imaginario que soñaba con que el Estado nación podría ser el vehículo capaz de trazar la senda hacia sociedades más justas, desde las oportunidades, y más igualitarias, desde los derechos.
Asistimos a la amenaza de que todo aquello que tuvo de honorable y justa la revolución sandinista se diluya definitivamente con la represión que está llevando a cabo Ortega, mientras, Murillo le susurra al oído las medidas a tomar. El gobierno de Nicaragua se ha empeñado en confeccionar una losa que pretende poner encima de una tumba en la que enterrar el legado sandinista y de paso dinamitar definitivamente lo que a mi entender serían los pilares más importantes que caracterizarían los cimientos de cualquier sociedad que, lejos de los márgenes liberales-representativos que nos impone el pensamiento hegemónico dominante, pretende ser democrática, esto es: limitar el poder, garantizar el disenso y proteger a las minorías.
Masacrar a población sin tan siquiera pensar en articular un proceso jurídico de garantías que se aplique a quien se supone ha de rendir cuentas por quebrantar la ley es la justificación que ha estado siempre detrás de las ejecuciones extrajudiciales. Asistimos a la antesala del horror que, si no somos capaces de denunciar, nos sitúa ante las posiciones nihilistas que llevan a una conclusión que ha estremecido al mundo desde el siglo pasado. Como da igual todo, todo vale, incluso el exterminio masivo de seres humanos. Y como en todos los lugares del mundo se pisotean los derechos humanos, incluyendo a los países del capitalismo avanzado, pues no hay lugar para la crítica que pueda ser legítima a gobiernos que se dicen ser de los nuestros. Pero ante esto tenemos que decir bien alto que, entre las muchas cosas que nos debe diferenciar de nuestro enemigo ideológico, una de las más relevantes es que al adversario jamás le combatiremos desde el asesinato o la tortura. Y, sobre todo, mucho más importante es que, si justificamos una masacre, justificamos todas.
* Emilio Polo Garrón es coordinador de cooperación de Paz con Dignidad.
Cuando Libia. Ni UN comentario a favor de ese gran gobernante que fué Gadafi poara su pueblo.
Lo mejor del articulo, los comentarios.<suscribo totalmente el dePedro T. Recuerdo cuando el asesinato de Gadafi, lo que era Libia ( el pais con mas renta per capita del mundo) y lo que es despues de la ¨REVOLUCION´ !!Que pregunten a Italianos y frenceses!!
NADA QUEDA DEL PASADO REVOLUCIONARIO DE ORTEGA. (Rubén Fernández, Izquierda Revolucionaria).
El régimen corrupto de Daniel Ortega, un régimen que aplica fielmente las políticas capitalistas marcadas por el FMI y que ya hace tiempo abandonó cualquier vínculo con la revolución de 1979.
El pasado revolucionario del sandinismo hace mucho que quedó atrás. Ortega ha degenerado completamente. Es un millonario renegado que ha desarrollado una política de colaboración de clases y que ha beneficiado a la burguesía nacional y a la jerarquía católica enriqueciendo extraordinariamente a sus aliados políticos y a su familia.
Por su parte sectores empresariales intentan rentabilizar la situación sumándose a las protestas para arrancar concesiones e intentar dirigir la movilización bajo la tutela de la derecha reaccionaria y abiertamente proimperialista.
Los empresarios buscan controlar el proceso, descarrilarlo y poder volver a la «normalidad». Quieren seguir haciendo sus negocios, enriqueciéndose a costa de la miseria generalizada, garantizando una posición de fuerza y mayor control del gobierno o incluso sustituirlo por otro de la derecha conservadora que siga aplicando los recortes y ataques a las masas, cómo Macri o Temer. Es decir, una «salida ordenada» de Ortega del poder para evitar su caída, fruto de un movimiento revolucionario de masas.
Una de las bazas de la burguesía nicaragüense y el imperialismo sigue siendo intentar cooptar a un sector del movimiento para desactivar la movilización.
El gobierno procapitalista de Ortega puede caer pero para ello es necesario rechazar la negociación-farsa Mesa de Diálogo Nacional (propuesta por Ortega y conducida por la Conferencia Episcopal) y mantener una posición de independencia de clase: ninguna alianza con la derecha, el empresariado, el imperialismo y la iglesia.
Los campesinos, la juventud, las mujeres y los trabajadores nicaragüenses sólo pueden confiar en sus propias fuerzas y crear y extender comités de lucha, mantener la movilización, impulsar la convocatoria de una huelga general…
¿Que dices que «estas masacres se llevan a cabo bajo el relato (de que) es necesario traer la paz de nuevo a las calles haciendo un ejercicio exhaustivo de limpieza social a través de escuadrones paramilitares que actúan encapuchados, esto es, los verdaderos patriotas»? ¿De verdad? ¿Ese relato existe? ¿Dónde podemos encontrarlo? Yo el relato que veo a diario en la prensa – y que resulta notoriamente ausente de tu análisis – es que unas personas que se pertrechan de armas caseras son pacíficos manifestantes levantados en contra de una dictadura, y que todas las personas asesinadas lo han sido por esos paramilitares de los que hablas. Es el relato que tu omisión reproduce. Y no: no es verdad que la izquierda tenga la «obligación» de denunciar toda violación de derechos humanos en la misma escala. Es equivalente a afirmar que si un millonario y un pobre de pedir roban un donuts en una cafetería, debemos denunciar a ambos bajo el mismo rasero. Ese no es el relato de la izquierda. Es el relato del «Estado de derecho» – la farsa de igualdad bajo la que se esconde la brutal agresión estructural del capitalismo realmente existente – aquél contra el que se levanta la izquierda. PD Para evitar equívocos, coincido contigo, al menos desde que lo enuncias, que Ortega hace más de una década que de izquierda no tiene ni el aroma. El maquillaje simbólico electoral que compaginó con su acuerdo con la más rancia derecha para llegar al poder ya apuntaba las maneras: el rojo desapareció de la campaña y lo sustituyó por rosa, escondiendo de esa manera la brutal agresión que ya había acordado contra la autodeterminación de las mujeres nicaragüenses. En sintonía total con la derecha más rancia. O sea, derecha. Se entiende mejor así.
¿Los países del capitalismo avanzado?, ¿dónde está lo avanzado del capitalismo?
El autor se debe referir a los países capitalistas más cínicos y refinados.
Los principales instigadores de las guerras, expolios, exilios, migrantes que están asolando al mundo.
Los mayores responsables del cambio climático.
SOCIALISMO O BARBARIE;
lo más triste es que el ser humano, con nuestros egos, ambiciones e ignorancia, acabamos malogrando los más hermosos ideales.
Pues verá usted, resulta que en Nicaragua que habián conseguido un crecimiebnto económico estable y creciente, un relativo bienestar social (el mayor de Centroamérica), un pais sin maras con un nivel de delicuencia pequeño, en el que se respiraba tranquilidad ciudadana, de pronto se monta un lio tremendo, se incendian más de 30 alcaldias, aparecen por todos lados gente armada hasta los dientes, disparando a rtroche y moche, y uno que es un ingénuo se pregunta ¿de donde sale toda esta gente, quien les da las armas, estarán pagados, ….? y uno que ya es viejo se acuerda de otras movidas como esta (ahora las llaman revoluciones de colores) y cuando termina toda la movida o está a punto de hacerlo asoma su patita el lobo feroz (el imperio y adláteres) y algunos se quedan sorprendidos, pero otros que sabemos quien controla los medios de comunicación no nos creemos las mentiras del sistema. Gracias.
Yo también, quiero saber quien está detrás en esta revolución de colores, cuántos muertos y quién los pone. Es curioso que medios que aparentemente son de izquierdas, la marea, el salto, público, el diario.es, … se posicionen como los grandes medios de la derecha como El País, La Vanguardia, … Por lo menos, en Rebelión nos han dado diferentes versiones de este asunto.
Emilio… El verdadero dilema para quien habla desde España sobre Nicaragua es cómo hacer para informarme y conocer mejor lo que pasa en Nicaragua (viajar, leer, escuchar…). El verdadero dilema implica darse cuenta de que ser de izquierdas no puede justificar el doble rasero (uno diferente para los países o partidos donde supuestamente se luchó por valores de izquierda). Ser de izquierdas implica denunciar «siempre» las violaciones graves de derechos humanos, como las que se han dado en los últimos 11 años. Y no digamos las recientes (muertes, heridos, detenciones arbitrarias y secuestros, terror desde el Estado…)
Emilio, gracias por el artículo. Echó en falta, sin embargo, que se refiera usted a los manifestantes. Quiénes son, qué métodos utilizan, quién está detrás y qué opina usted al respecto.
Un saludo
Sí, y yo.