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Cuanto más desgraciados, más ‘bienvenidos’

"Dejemos de exigirles a las personas migrantes que sean miserables y desgraciadas para merecer nuestra ‘acogida’. No necesitan que les ‘acojamos’, basta con que no les obliguemos a jugarse la vida para llegar a nuestras costas", reflexiona la periodista.

Manifestación de la asociación Refugee Action en Melbourne en apoyo a los refugiados. Foto: Takver.

¿Qué tiene que haber sufrido un ser humano para ser merecedor de nuestra ‘acogida’? ¿Una guerra, una persecución étnica o política, una o numerosas violaciones en el viaje migratorio, haber sobrevivido a un genocidio o torturas? ¿Tiene que dar testimonio de cómo asistió a la violación y al asesinato de su mujer, de cómo le vendieron una y otra vez en un mercado de esclavos, de cómo quemaron su pueblo con gente dentro de las viviendas para que le recibamos con una pancarta de Refugees Welcome? ¿Tiene que rendirnos cuenta de por qué sus dirigentes se dejaron sobornar por las multinacionales que llegaron a su territorio para expoliar sus recursos naturales antes de desplazarlos? ¿Tiene que explicarnos las dinámicas de unas relaciones internacionales basadas en el extractivismo, las guerras de intereses geoestratégicos, las ventas de armas, la industria de la desigualdad?

Los y las periodistas que trabajamos las cuestiones migratorias, movidos por el ánimo de evidenciar la guerra que la UE libra contra migrantes y refugiados, la ilegitimidad de las políticas de cierres de fronteras, así como contrarrestar el auge de los partidos xenófobos y los discursos racistas, nos hemos ido sumiendo en una resbaladiza dinámica: priorizar las historias de vida más dolorosas, más devastadoras, más incontestables. Aquellas que, sin atisbo de dudas, tendrían derecho al asilo; las de aquellas personas a las que el más neófito en cuestiones de protección internacional no vacilaría en considerar ‘refugiado’. ¿Quién le podría negar el derecho a embarcarse en una patera en Libia a una mujer de la República Centroafricana que, tras huir de la guerra, fue violada en numerosas ocasiones mientras veía morir a sus compañeros de éxodo? ¿Qué desalmado no apoyaría públicamente la apertura de vías seguras para que el niño Aylan no hubiera tenido que morir ahogado en las costas turcas?

Pero, ¿acaso no tiene todo ser humano derecho a buscar una vida mejor para él y su entorno? ¿Acaso no tiene derecho un joven universitario senegalés, cuyas expectativas de vida no difieren mucho de las de la mera supervivencia que tuvieron sus padres, a exigirle más a sus días y sus noches? ¿Acaso no está justificado que una mujer boliviana viaje a un lugar donde tenga mayores opciones profesionales? ¿Acaso no merecen él y ella nuestro respeto y hospitalidad –un concepto mucho más horizontal que el de acogida, que nos sitúa en una posición de superioridad–?

“Nunca he escuchado a nadie decir que quiere ‘acoger’ a un negro como refugiado. Con nosotros solo sienten solidaridad cuando nos ven montados en la patera en sus televisiones. Cuando estamos aquí, somos perseguidos, maltratados y expulsados. Somos los refugiados olvidados”, nos decía el senegalés Lamine Bathily, portavoz del Sindicato de manteros de Barcelona.

La interesada distinción entre refugiados e ‘inmigrantes económicos’, una figura que recuperó el exministro de Interior Jorge Fernández Díaz, el verano de 2015, tras la movilización ciudadana contra el maltrato recibido por las personas que buscaban refugio por la ruta de los Balcanes, se ha implantado en amplios sectores de la sociedad, no ya como lo que es, una distinción jurídica, sino como un baremo entre las personas que sí tienen derechos –aunque no se cumplan– y las repudiables, las desechables, contra las que los gobiernos deben desplegar todos los medios a su alcance para evitar que puedan entrar. Y que si entran, para ser explotadas como las jornaleras marroquíes de las plantaciones de fresas en Huelva, puedan ser deportadas en cuanto dejen de ser necesarias o exijan que no se las explote, agreda o viole.

Si a nadie se le ha ocurrido plantearse que los miles de jóvenes españoles que migraron buscando una oportunidad laboral por la crisis económica tuvieran que justificar su decisión con historias de violencia y terror fue por el prisma eurocéntrico, racista y clasista que atraviesa nuestro pensamiento colonial. Si sistemáticamente las buscamos, aunque sea inconscientemente, entre los que vienen del Sur global, es por la misma ideología supremacista en la que nos educamos. Desde las izquierdas europeas se insiste en que el neoliberalismo ha echado a competir a los penúltimos contra los últimos. Y es cierto. Pero esa misma izquierda ha caído en la trampa de aceptar la prevalencia del derecho al refugio sobre el derecho a la libre circulación, convirtiendo derechos en privilegios: la falacia de supeditar el valor de unas vidas sobre otras.

Las personas migrantes no tienen que justificar su decisión de venir, pero los habitantes de los países enriquecidos sí deberíamos exigir a nuestros gobiernos y multinacionales que dejen de expoliar sus territorios, corromper a sus dirigentes y acelerar el cambio climático para que, si así lo desean, puedan también cumplir su derecho a quedarse allá donde nacieron.

Dejemos de exigirles a las personas migrantes que sean miserables y desgraciadas para merecer nuestra ‘acogida’. No necesitan que les ‘acojamos’, basta con que no les obliguemos a jugarse la vida para llegar a nuestras costas, que no les maltratemos administrativamente, que no les explotemos laboralmente… Y, sobre todo, que no le exijamos el agradecimiento eterno a cambio de no deportarles.   

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Comentarios
  1. El barco de la ONG Open Arms llega a Bcn:
    «Acoger personas refugiadas es una obligación, que nos alegremos de que se haga lo que tienen que hacerse ya dice mucho de nuestro tiempo.
    Que olvidemos que tendríamos que trabajar mucho más para que nadie tuviera que abandonar su casa forzosamente, también dice mucho»…
    (Gemma Pinyol, investigadora y consultora en políticas de inmigración y asilo).

  2. Hola Patricia. Muy de acuerdo en prácticamente todo lo que expresas. Solamente un matiz: me gustaría que no utilizaras el sujeto pasivo para hablar los dirigentes de los países de origen de los migrantes. Sin negar el peso del neocolonialismo y del sistema capitalista, considero que el responsabilizarles de sus errores (los SUYOS) es importante para abandonar el discurso orientalista del que tanto queremos escapar.

  3. El etnocentrismo que cultivamos en Occiente desde hace tantos siglos nos impide ser coherentes porque redactamos cartas magnas sobre derechos humanos a la vez que leyes comerciales capitalistas osea inhumanas. Se nos llena la boca de igualdad mientras practicamos desigualdades de todo tipo…esta incoherencia mental nos conduce a un comportamiento esquizofrénico que de tan repetido asumimos como normal.
    Resulta muy difícil combatirlo a pesar de que sabemos de sobra cuáles son las causas y cuáles sus efectos.
    Buen ejemplo el que nos trae Patricia Simón, y muy grave.

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